Primer domingo. De Jerusalén a Ramala

Extracto de Dando Testimonio
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Según los tratados internacionales, Jerusalén Oeste están en Israel y Jerusalén Este está en Palestina. En realidad no hay frontera para los ciudadanos israelíes entre Jerusalén Este y Oeste. Para los palestinos es una historia totalmente diferente. La mayoría no tienen ninguna nacionalidad en absoluto. Puede que tengan un pasaporte palestino, pero si quieren usarlo para viajar, bien a Israel o bien al extranjero, necesitan un permiso especial de las autoridades israelíes, y éstas pueden concederlo o no, arbitrariamente. También tienen que pedir un permiso especial para viajar a Jerusalén Este, la parte de Jerusalén que la comunidad internacional, en sus tratados, ha garantizado a un futuro Estado de Palestina. Cuando las autoridades israelíes conceden este permiso, tiene que ser renovado periódicamente si la persona palestina en cuestión quiere viajar a Jerusalén después de que ese permiso haya caducado.

Así que es comúnmente aceptado entre palestinos e israelíes que Jerusalén está en Israel, no Palestina. Esto es contrario a resoluciones de la ONU y acuerdos posteriores, pero las normas y costumbres impuestas por Israel así lo han establecido.

A la mayoría de la gente palestina simplemente nunca se le concede permiso para ir a Jerusalén. Puesto que algunas personas de las que nos van a dar una charla sobre Palestina pertenecen a este grupo, los visitantes internacionales que queremos asistir a esta charla tenemos que salir de Jerusalén para ello.

Me apunto a un grupo de tales internacionales y tomamos un taxi-bus que nos llevará a Ramala. Normalmente se tardaría menos de una hora en uno de estos taxis, pero hay un “checkpoint” o control militar a mitad de camino más o menos que hará el viaje más largo.

El taxi-bus es como el que cogí en el aeropuerto, solo que aquél tenía matrícula israelí, y éste tiene matrícula palestina. Las matrículas palestinas tienen caracteres negros en fondo blanco o blancos en fondo verde. Números latinos ocupan la mayor parte de la matrícula y a la derecha hay un pequeño espacio para una “P” también latina y una letra árabe. Las matrículas israelíes son casi idénticas a las de la Unión Europea, sólo se diferencian fijándose bien. Tienen una pequeña bandera israelí en vez de una bandera de la UE, y en el espacio para la inicial del Estado miembro hay un “IL”. El resto es igual.
El control militar de Qalandia

Segun nos acercamos al control militar de Qalandia montados en el taxi, el Muro del Apartheid corre paralelo a la carretera y es realmente horrible. El muro que podemos ver desde el taxi tiene “sólo” cinco o seis metros de altura. En otras partes puede tener hasta nueve.

Lo peor es la sensación de destrucción a su alrededor. Parece como si aún estuvieran construyendo la carretera. Me dicen que en realidad la están “destruyendo”. Cuando llevamos unos cinco minutos viendo basura y escombros a un lado y el muro en el otro, la carretera se separa del muro. Segun seguimos viajando, a nuestra izquierda, en la dirección contraria, veo una especie de control policial donde se para a los coches durante uno o dos segundos y luego se les deja marchar. A esos coches parece que sí se les deja pasar por este control. Parecen más nuevos y limpios que este taxi o cualquier otro vehículo palestino que he visto hasta ahora. Alguien nota que todos esos coches a los que se deja pasar tienen matrícula israelí. No hay ningún vehículo con una “P” en la matrícula en la fila de los que dejan pasar por el control.

Se me explica que la gente con “pase” israelí puede pasar el control sin problema, pero la gente sin ese pase (especialmente palestinos, pero también extranjeros y cualquiera que no tenga ese pase) no puede pasar por este control en coche. Así que no se permite pasar por el control militar de Qalandia a coches palestinos. Lo que, imagino, significa, entre otras cosas, que si un palestino quiere huir del apartheid que Israel ha impuesto en Jerusalén, llevarse su coche o sus muebles con él no es una opción.

Sólo hay una manera para pasar por el control para un palestino: montarse en un taxi, dejarlo en el lado del control militar por el que llega, luego andar, y luego coger otro taxi al otro lado.

Así que el taxista nos para antes del control para peatones y anuncia que esta es la última parada. Cogemos nuestros bártulos y vamos andando, primero entre otros taxis que han tenido que parar y dejar ir a sus pasajeros, luego por un camino de barro. A mi izquierda, mientras camino por el barro, está la carretera perfectamente pavimentada que nadie puede usar excepto los coches israelíes. A mi derecha, a mi lado, hay una verja alta. Al otro lado de la verja hay una carretera también perfectamente pavimentada con edificios y vehículos y aparcamientos modernos, patrullados por soldados armados que nos miran con indiferencia, mientras seguimos a duras penas por el barro, intentando pisar en tierra endurecida y no hundir los pies demasiado en el barro al andar.

También hay soldados en este lado de la verja; están por todas partes. Observo a mi alrededor y mi vista se para en un soldado que está empujando a un chico, que parece palestino, contra la verja, golpeándolo. Exactamente igual que cuando vi al chico con la metralleta extraña cerca de la Puerta de Damasco, el tiempo parece haberse detenido, el corazón lo tengo paralizado y, mientras mis piernas caminan sin que yo las mande, mis ojos se quedan fijos en el soldado y en el chico. Cuando el soldado deja de pegarle, el chico simplemente se va. Mis ojos continúan fijos en el chico. No parece herido, sólo mira alrededor y no dice nada, no se queja. Sigo caminando y finalmente yo también miro alrededor. No parece que nadie se haya percatado del suceso.

Llegamos a unas puertas giratorias que consisten en barras de hierro. Sólo hay suficiente espacio para una persona y una mochila cada vez. Cualquier cosa más hay que tirarla por encima de la puerta y recogerla del suelo en el otro lado. Tenemos suerte de estar viajando en grupo y poder cogernos las bolsas unos a otros. Me pregunto qué hace la gente cuando necesitan llevar cosas más grandes, cuando necesitan mudarse de casa… Transportar muebles o cosas frágiles en estas condiciones es simplemente impensable.

Llegamos a una pequeña explanada donde hay un montón de taxis esperando a la gente que ha pasado por el control. Así que hemos pasado. Nadie nos ha revisado, ni a nosotros ni a nuestro equipaje. Imagino que lo que sea que llegue a territorio palestino no es asunto de los soldados, y el único propósito del ejercicio de control es retrasar el viaje de cada persona al menos media hora, a no ser por supuesto que a un soldado le dé por pegarte.

Todos los taxistas nos llaman e intentan captar nuestra atención a voces. Me hago consciente de que lo que les atrae de nosotros no son nuestras caras bonitas, sino nuestra pinta de extranjeros. Para ellos un extranjero significa dinero fácil. Como dice uno del grupo, somos “dinero andante” para ellos.

Dentro de unos días iré a ayudar a recoger aceitunas, que me han dicho que es muy bonito, por la actividad en sí y porque la sola presencia internacional hace que familias enteras puedan recoger las aceitunas de sus propios olivos, pues en circunstancias “normales” la presión y el acoso de militares y colonos hace la tarea imposible.


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