Emilce Lobo, trans violada, contagiada de VIH y quemada en la cárcel, cuenta su historia.
Relato de un viaje al fin de la noche
Es una militante de transgénero. Fue violada varias veces en el penal de Marcos Paz, se contagió VIH y no la querían medicar; la quemaron arrojándole un colchón en llamas. Ahora recibió prisión domiciliaria por las condiciones denigrantes de su encierro.
Ayer se conmemoró por primera vez el Día de la Promoción de los Derechos de las Personas Trans en la ciudad. Tan sólo las marcas en el cuerpo de Dalma Emilce Lobo son una muestra de que el camino de promoción de derechos es largo y falta mucho por recorrer. Este diario ya informó sobre la medida dispuesta por el juez de Ejecución porteño Marcelo Peluzzi, de otorgarle la detención domiciliaria. Emilce pasa sus primeros días fuera de la cárcel en la casa de Gladys, una amiga trans, testigo de su matrimonio y garante ante la Justicia para habilitar su detención domiciliaria. Durante seis años, Emilce conoció el horror de la vida carcelaria, violada primero en Marcos Paz, donde contrajo VIH; prostituida en la 32 de Varela, para que no la enviaran a Sierra Chica, enviada a Sierra Chica y quemada con un colchón en llamas que le arrojó una jefa de turno en el penal de varones de Ezeiza. Golpeada, manoseada, prostituida por una tarjeta de teléfono, Emilce relata a Página/12 el camino de sus marcas carcelarias.
Emilce, como prefiere que la llamen antes que Dalma, vive en un cuarto pequeño, muy pequeño, pero mucho más grande que cualquiera de las celdas que le tocó habitar durante más de dos mil días, sin rejas, sin violencias, sin riesgos de que la violen ni le prendan fuego. El cuarto se encuentra en la parte superior de la vivienda de su amiga Gladys, y se accede a él a través de una angosta escalera caracol y sorteando a los “perros asesinos”, como Yhajaira –otra amiga y militante trans que está desde la mañana acompañando a Emilce– llama a Negro y Batata, que “no tienen punto de comparación con los perros del servicio”. ¿Emilce con c? Sí, con c, para salir de lo común, dice.
En 2008 le iniciaron “una causa federal” y quedó alojada en Marcos Paz. Del motivo prefiere no hablar. Tampoco hace falta preguntar porque la causa no se compadece con los maltratos sufridos. “En Marcos Paz empezó todo. Pasé por un montón de gente, sufrí diversas violaciones de internos, abusos deshonestos, me contagiaron VIH. Tuve una depresión terrible. Había sufrido la pérdida de un hermano en 2003 por lo mismo y eso me pegaba muy mal. Llegué a pesar 58 kilos, me tuve que medicar por medio de un recurso de hábeas corpus, porque el infectólogo del penal me decía que no correspondía que me medicaran porque es una patología crónica.”
“En esa época en Marcos Paz juntaban en el mismo pabellón a todas las chicas con los que cumplían por abuso deshonesto”, agrega Yhajaira, revelando los criterios de preocupación del SPF para mantener a salvo a sus detenidos. “Eran muy agresivos con todos, hubo muchas violaciones”, retomó Emilce. De Marcos Paz fue trasladada en 2010 a Ezeiza, el penal de mujeres. “Ahí la pasé muy mal, nos maltrataron, nos discriminaron, yo denuncié al director del servicio, Alejandro Marambio, porque la situación era insostenible, desesperante. Lo peor que me pasó es que me pasaron a la unidad 32 del penitenciario bonaerense. Ahí estuve 15 días. El jefe del penal de la Unidad 32, Rojas, me ofreció tener sexo con él y con su personal para que no me trasladaran a Sierra Chica, que era lo peor de lo peor –recuerda Emilce, dando la clave del control que suelen tener los jueces sobre sus custodiados: ninguno–. Yo no acepté. Como estaba pidiendo salir del ámbito bonaerense me mandaron a Sierra Chica”. Cabe aclarar que Sierra Chica es bonaerense.
Luego llegó a Ezeiza varones. “Eran cuatro pabellones, el A, B, C y D, del módulo 6, 15 celdas cada uno, todos buzones, son celdas de castigo, celdas de aislamiento, pero celdas para todos los días para homosexuales, travestis, trans.”
El 18 de septiembre de 2012, entró una jefa de turno de Ezeiza, de apellido Terraza, “una persona muy agresiva. Las celdas son individuales. Y se cierran a las 12 de la noche. A las 12.30 abrió el encargado y entró ella. Tenía el colchón parado cerca de la puerta porque con el calor del cuerpo se llena de humedad, entonces lo parás para que se escurra. Ella me insultó y me provocó. Me dijo ‘vos puto, te vas a callar de una vez’. Le prendió fuego al colchón y cerró la puerta. No tenía por dónde salir. Volvieron a abrir y me lo tiró encima. El plástico se me pegó al cuerpo. Me llevaron al Hospital del Quemado y, después de unos días, al HPC (Hospital Penitenciario Central, en el penal) cuatro días, con heridas abiertas, con cucarachas, me cuidaba mi marido”, dice y se le enrojecen los ojos y no quiere hablar, apenas si le da para decir que falleció meses después del casamiento en el penal.
Yhajaira agrega: “Le dieron cinco minutos para que fuera al velorio, que si no la castigaban. ¿Pueden ser tan perversos?”
Por Horacio Cecchi
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