Por Armando Chaguaceda
HAVANA TIMES, Feb. 13 — Anda por el mundo un grupo de personas que se identifican como “amigos de Cuba”. Integran los Comités de Solidaridad, son invitados a las embajadas y foros de la isla, escriben en medios de prensa y académicos, hacen campañas por causas relacionadas con agendas priorizadas del gobierno cubano, como la Lucha contra el Bloqueo o la Liberación de los Cinco Héroes.
Aunque en sus filas coexisten militantes abnegados y sinceros con oportunistas de toda ralea, muchos comparten una identificación esquemática de la nación (Cuba) con el régimen político vigente (socialismo de estado) y aún con las políticas coyunturales del gobierno.
Y algunos confunden la solidaridad con ceguera o (auto) censura ante los errores cometidos por este. Uno de esos “amigos…”, con influencia en la academia y organizaciones de izquierda regionales, cuyos análisis circulan en amplios públicos, es el politólogo argentino Atilio Borón. Atilio ha sido un actor importante en la formación académica de mi generación, en su doble condición de teórico y Secretario General del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, aporte que hemos reconocido en diversos foros. Recientemente ha publicado un texto, expresando un apoyo irrestricto a las reformas anunciadas por el gobierno cubano, [1] con interpretaciones que me motivaron a comentarlas, cosa que a continuación haré.
Confianza total en la dirigencia
Atilio hace su discurso centrado en la lógica de estado, más que en las condiciones, dinámicas y demandas de la población, por lo que expresa plena confianza en la capacidad del liderazgo cubano para conducir con buen término una reforma socialista.
En su texto reconoce con justeza que “Entre los cubanos se ha hecho carne la convicción de que el actual ordenamiento económico, inspirado en el modelo soviético de planificación ultra-centralizada, se encuentra agotado” y a renglón seguido destaca el papel de Fidel y Raúl como impulsores del cambio.
Habría que hacer aquí una primera distinción: convengamos que el actual presidente siempre ha abogado por una dirección más colegiada, autonomía empresarial y aceptación de instrumentos monetario mercantiles, los cuales -dicho sea de paso- no significan per sé ni una mejora socialista ni una traición capitalista sino medidas a implementar, que adquieren su carácter en un sistema integral de cambios e instituciones.
Pero, hasta la fecha, ninguna figura del liderazgo histórico ha hecho un balance de las causas estructurales de la problemática nacional y sus expresiones concretas. Tampoco aparecen en los Lineamientos, en debate para el VI Congreso del PCC. En este sentido el mérito de analizar la crisis del modelo pertenece a la población e intelectuales cubanos, que venían discutiendo esto en foros informales o académicos.
Quienes han sido los planificadores?
Atilio da en el clavo cuando recuerda que “La experiencia histórica ha enseñado que la irracionalidad y el derroche de los mercados pueden reaparecer en una economía totalmente controlada por planificadores estatales, los que no están a salvo de cometer gruesos errores que producen irracionalidades y derroches que afectan al bienestar de la población”.
Sin embargo, en esa misma vena reflexiva, cabria preguntarse (y preguntarle) quienes han sido en Cuba, durante medio siglo, esos planificadores…. y precisar si no deben responder por sus errores y responsabilizarse por ellos. Sobre todo, para impedir que se repitan los mismos desaciertos, con las mismas personas y estilos enseñoreados de idénticas estructuras de decisión.
Como bien sabemos, la respondibilidad y la responsabilidad no son idénticas. La primera supone el suministrar información a los agraviados y recibir la sanción moral de estos y, si se tiene decencia, el castigo de la propia conciencia. Mientras, la segunda implica la posibilidad de sanciones administrativas y penales.
Una perversa tradición en la cultura política de la dirigencia (que ha permeado toda la sociedad cubana) es que los logros se privatizan y los costes se socializan: mientras ante un éxito “la visión del preclaro líder” parece clave (obviando el sacrificio y entrega de los millones de personas que construyen la obra de una Revolución), ante un fracaso se nos recuerda que “nos equivocamos, compañeros”, como si en la estructura jerárquica y centralizada cubana tuvieran idéntico rol el obrero y el ministro.
Concordamos con Borón en el rechazo a que “actividades tales como la peluquería y los salones de belleza sean empresas estatales -¿en qué página de El Capital recomendó Marx tal cosa?- en las cuales los trabajadores reciben todos los implementos y materiales para realizar su labor y cobran un sueldo, pese a lo cual cobran a sus clientes diez veces más que el precio oficialmente establecido, fijado décadas atrás, y sin pagar un centavo de impuestos.”
Esconder la busura bajo la alfombra
La cita es ilustrativa y contundente, pero sucede que la misma dirección de la Revolución a la que elude hacer críticas (y en cuya capacidad rectificadora confía) fue la que insistió, en sucesivas ocasiones, en estatizar (1968) y frenar su rectificación (1985, 1997) apostando a criticas morales a los efectos corruptores de la propiedad privada o acudiendo a batidas esporádicas a los mercaderes.
Campañas que no hacían otra cosa que esconder la basura bajo la alfombra (y multiplicarla) empeorando la oferta de bienes y servicios al sufrido consumidor. Para no hablar de la corrupción endémica de un modelo estatista que, por su enajenación del productor, de facto legitimaba el robo cotidiano de este como forma de socialización espuria e individualista de lo producido, en un mundo laboral donde “el estado hace como que les paga y los trabajadores como que trabajan”.
Destaca Atilio que el medio millón de ejemplares del Proyecto se agotó en cuestión de horas, al ser adquiridos por una población invitada a leerlo, discutirlo y hacer llegar sus propuestas. Y reconoce que el ansia de participación es enorme.
Sólo que ello, como hemos dicho antes, no se corresponde con un modelo de participación como el vigente (en los Poderes Populares, sindicatos y otros espacios del sistema político) de naturaleza consultiva (sin posibilidad para el ciudadano de retroalimentarse y/o controlar la ejecución de la agenda una vez hecho el planteamiento) temáticamente parroquial (por tanto orientado a discutir sobre asuntos locales y de servicios) y espacialmente fragmentado (donde no existen canales para articular y agregar demandas dada la precariedad de las comunicaciones y control político existente).
Es deseable, como dice Atilio, que se equivoquen “quienes se ilusionan con que la introducción de las reformas de inicio a un indecoroso -¡y suicida!- retorno al capitalismo” y que “lo que se intentará hacer es nada más y nada menos que llevar adelante reformas socialistas que potencien el control social, es decir, el control popular de los procesos de producción y distribución de la riqueza”.
Habrá que discutir qué control social podrá existir con la expansión del mercado donde los sindicatos pierden su identidad como defensores de los trabajadores, y donde el propio Raúl Castro ha expresado mejor la necesidad de debatir el documento que la dirigencia de la Central de Trabajadores de Cuba.
La parálisis funcional y obsolescencia programática
Llama la atención el énfasis y certeza de Borón, a priori, respecto al rumbo y desenlace de un proceso que reconoce incierto dando a su análisis un tinte dogmático, propio de la fe y no del rigor al que otros textos suyos (analíticos de la debacle y falacias del modelo neoliberal) nos tienen acostumbrados.
El académico argentino señala que “El quid de la cuestión está en la brújula política, la orientación que tendrán estos procesos de cambio. Y el pueblo y el gobierno cubanos disponen de una muy buena brújula, probada por más de medio siglo”.
Convengamos que aquellos segmentos de la población (y no el pueblo como un todo) que apoyan al socialismo tienen las brújulas de su rechazo al imperialismo, a la desigualdad y –en el caso de los ancianos- los malos recuerdos del pasado capitalista. Pero esos factores son, en todos los casos, únicamente poderosos (y agotables) resortes morales e ideológicos y no mecanismos de control y participación amplios al alcance de la ciudadanía, porque el PCC, la organización de los trabajadores, entendida como espacio de militancia masiva y no como aparato de funcionarios, parece estar sumida –salvo excepciones siempre existentes- en la parálisis funcional y obsolescencia programática.
Atilio insiste con razón que “El socialismo, correctamente entendido, es la socialización de la economía y del poder, más no su estatización” pero a renglón seguido señala que “Pero para socializar es necesario primero producir, pues en caso contrario no habrá nada que socializar. Por lo tanto, se trata de reformas que profundizarán el socialismo, y que no tienen absolutamente nada que ver con las que plagaron América Latina desde los años ochentas.”
Si creemos (y la historia lo enseñó) que en una política socialista no pueden diferir los medios, los ritmos y los fines, en tanto todos se codeterminan: ¿basta con esperar qué gerentes eficaces y tecnócratas honestos generen una acumulación que Papá Estado – cada vez más tacaño- repartirá?
Si los trabajadores y ciudadanos no son, desde el inicio, beneficiarios y gestores directos de los cambio, ¿quién determina el respaldo a las reformas y su decurso socialista?
Por demás, parece probable que los efectos negativos de las medidas se verán mucho antes de los éxitos, con una velocidad y profundidad pronunciadas. Y en lo que el tiempo corre, los millones de la “generación perdida” caracterizada por Padura (a la que pertenecen mis padres y muchos amigos) verán agotarse sus energías y esperanzas.
Quiero terminar destacando la sentencia de Borón que expresa “si hay algo que liquidaría las conquistas históricas de la revolución, que las barrería de un plumazo, sería la re-mercantilización de sus derechos y su conversión en mercancías. Es decir, la reintroducción del capitalismo. Y nadie quiere que tal cosa ocurra”.
Desde nuestras esperanzas en pro de un país mejor compartimos plenamente su apuesta, pero no nos atreveríamos a juzgar tan categóricamente la realidad. Aunque sea lamentable, el retorno capitalista lo están deseando, al mismo tiempo, oportunistas en todos los niveles de la burocracia, ciudadanos influidos por el modelo consumista de Miami y compatriotas empobrecidos por dos décadas de crisis persistente, que serían nuevamente perdedores con el Thermidor.
Para la batalla contra esa hegemonía neoliberal y autoritaria, esperamos contar con el compromiso crítico de los verdaderos “amigos de Cuba”, como nos enseñó con su ejemplo y acciones el inolvidable Howard Zinn.