Entrevista a Roberto Veiga, editor de la revista cubana Espacio Laical
Por Armando Chaguaceda
Hace varios años la revista católica habanera Espacio Laical se ha convertido en un referente crucial para entender la sociedad cubana y sus nexos con el mundo. Para conocer las motivaciones y sentidos de dicho proyecto editorial, hoy contamos con el testimonio del jurista Roberto Veiga González, un matancero nacido en 1964, que actualmente se desempeña como editor de la revista, profesor del Seminario San Carlos y San Ambrosio de La Habana, vice-coordinador nacional de la Unión Católica de Prensa en Cuba, responsable de la Comisión de Justicia y Paz en la Arquidiócesis de La Habana, así como notario de la Cancillería del Arzobispado de La Habana.
¿Qué motivos animaron la creación de este proyecto, que parece tener una filosofía propia y rebasar lo meramente editorial? ¿Cómo te integras al mismo y en que medida te “realiza” como persona y como ciudadano?
Roberto Veiga González (RVG): La revista Espacio Laical era un proyecto muy joven. Yo me desempeñaba como miembro del Consejo Editorial de la revista Palabra Nueva, razón por la cual había colaborado poco con ella, cuando un amigo, Francisco Almagro, el editor que comenzó a querer convertirla en una publicación respetable, me pidió que integrara el equipo de dirección para ayudarlo como editor asistente. Enseguida tuve conciencia de que acceder a su pedido implicaba un compromiso importante que, incluso, limitaría la posibilidad de dedicarme a otras cuestiones de interés para mí. No obstante, después de meditar un poco, acepté y se gestionó la aprobación necesaria. De esta manera, el 29 de junio de 2005, comencé a trabajar, de manera sistemática —aunque no a tiempo completo, pues tengo mi trabajo—, para el proyecto. Muy pronto Almagro se vio obligado a retirarse de sus funciones como editor y de forma casi inexplicable, el 21 de diciembre de 2005, me convertí en editor de la revista.
Así, de esa manera, me fui implicando cada vez más en el proyecto, con el compromiso de que la revista debía tributar —desde la Iglesia y como Iglesia— al bienestar de Cuba. Costó algún esfuerzo y cierto tiempo de experiencia en el trabajo para ir perfilando qué debíamos anhelar y cómo procurarlo. En este sentido ya hemos logrado algo, no debe darme pena reconocerlo; y ha sido gracias al equipo de dirección, que es lo mejor que tiene el proyecto. No puedo dejar de mencionar aquí, entre otros, a Lenier González, vice-editor y mi amigo, con quien trabajo continuamente y de manera muy armónica, así como a Jorge Domingo, jefe de redacción, quien trabaja mucho y de forma muy profesional, a Habey Hechavarría y a Alexis Pestano, miembros imprescindibles del Consejo Editorial.
El proyecto que hemos erigido está animado por una fe en Jesucristo —que intenta ser madura—, y por un compromiso para con Cuba, que pretende ser profundo. También está animado —y esto es muy importante para nosotros— en el compromiso que entendemos ha de tener la Iglesia católica en este momento de la historia nacional. En tal sentido, y como la Iglesia debe poder ser para todos, rechazamos que la revista se convierta en la plataforma de una única visión de la cosas, aunque esta emane del Evangelio y, por ende, la abrimos a la exposición de los criterios más disímiles, siempre que estos sean lógicos y profundos y se expresen a través de metodologías que no contradigan los valores de la fe cristiana.
Damos gracias a Dios por el privilegio de poner en nuestras manos este proyecto, pues así nos ofrece la oportunidad —difícil para muchos— de realizarnos como ciudadanos, en tanto podemos intervenir en la esfera pública con criterios acerca de diversos ámbitos sociales, incluso políticos. Pero también, y sobre todo, porque nos permite realizarnos como cristianos, en tanto promovemos al prójimo y trabajamos por hermanar a las personas, elevamos el sentido de responsabilidad y de fraternidad, propiciamos el diálogo y aportamos elementos para el consenso. Hoy en Cuba una gestión de este tipo es una oportunidad y una responsabilidad enorme que, gracias a Dios, se realiza por medio de la participación de muchísimos cubanos —honestos, inteligentes y comprometidos con la nación— que colaboran con nuestra revista.
En el análisis sobre la realidad cubana Espacio Laical combina una profusa reflexión académica, un necesario estilo periodístico y una pluralidad de miradas que se echa de menos en otros espacios. ¿A qué elementos se debe este estilo sui géneris? ¿Que desafíos han enfrentado al impulsarlo?
(RVG): La nación cubana demanda, con urgencia, hermanar a sus miembros, y para ello se hace imprescindible rearticular el consenso y fraguar un nuevo pacto social. Esto es uno de los umbrales de la Casa Cuba, esa bella metáfora que hemos convocado a construir, y que puede tener un conjunto amplio de significados y hacia la cual pueden emanar un sinnúmero de propuestas. Sin embargo, a nosotros, como Iglesia, nos corresponde hacerle un aporte esencial: hermanar personas, y para lograrlo ofrecemos la contribución de la revista, que se suma a un quehacer más universal de la Iglesia encaminado hacia ese objetivo. Este aporte nuestro, desde la particularidad de la revista, debe consistir en intentar promover toda la diversidad de la nación, así como —y esto es muy importante— procurar una relación fraterna entre toda esa pluralidad; pues solo así se contribuye verdaderamente a la unidad en la diversidad, a la comunión nacional. Este es el fundamento de ese estilo que calificas como sui géneris.
Esta gestión que puede parecer tan simple, por obvia y noble, encuentra no pocos desafíos. El primero de ellos es encontrar personas capaces de presentar un trabajo suficientemente lógico y fundamentado. Aunque esto, en Cuba, no es un gran problema. La cuestión mayor, y constituye nuestro segundo desafío, es que las lógicas y los fundamentos representen —en la medida de lo posible— a toda la diversidad nacional, y que los criterios de todos sean presentados desde un espíritu de diálogo, no de deslegitimación ni de confrontación. Esta meta no la podemos lograr muchas veces, al menos en la proporción debida, pues hay sectores —en todos los lados del espectro político cubano— que poseen criterios tal vez justos, pero carecen de la capacidad de fundamentarlos de forma suficiente o lo hacen con una violencia que los incapacita para el diálogo y el consenso. Y no faltan algunos que consideran dicho lenguaje de diálogo como una claudicación y hasta enjuician la integridad personal de quienes lo procuran. Todos estos deben tener un espacio en la Iglesia, pues como ya afirmé ella ha de ser madre de todos, pero no pueden participar en un proyecto que pretende promover puentes; pienso que esto debe ser comprendido con facilidad.
Sin embargo, esto nos trae muchas críticas, incluso de personas cercanas, quienes opinan que debemos darle un espacio también a quienes no trabajan para el diálogo. Igualmente, otros cuestionan que la revista sea un espacio plural cuando debería dedicarse a presentar un pensamiento netamente católico o que emane del catolicismo. Todo esto puede ser lícito, pero no constituye la identidad de la publicación y, por tanto, no deben pedírselo, sino más bien crear proyectos que concreten esas aspiraciones.
Asimismo, algunos nos acusan de poseer un optimismo infundado y por ende de presentar una falsa realidad. Entre estos cuestionamientos, por poner solo un ejemplo, valoran que presentamos una realidad de diálogo que realmente no existe en Cuba. Es cierto que el diálogo que se da entre cubanos no constituye un escenario ideal y ni siquiera se realiza de una manera suficiente. Pero sería injusto no reconocer cuánto se ha avanzado en los últimos años. Podríamos poner algunos ejemplos que testifican cómo se ha ido dinamizando este diálogo en los últimos años: ahí está la Red Protagónica Observatorio Crítico y los proyectos autónomos que aglutina, el evento independiente Estado de Sats (que constituyó un muestrario impresionante de proyectos de la sociedad civil), la creciente reflexión entre numerosos intelectuales que representan los más disimiles ámbitos, muchas conversaciones entre amigos, vecinos y compañeros de trabajo, así como los intercambios que se realizan en el seno de las familias cubanas. Y nosotros, como cristianos, estamos llamados a proponer la esperanza, y una de las maneras de hacerlo es identificando y promoviendo los signos de esa esperanza.
También hemos enfrentado otro desafío, que podría ser el tercero. Sobre todo en los inicios del proyecto, las instituciones que podemos llamar oficiales temían que sus expertos escribieran para la revista. Esto, gracias a Dios, se ha ido resolviendo, aunque aún quedan algunos que tratan de infundir miedo a los intelectuales dispuestos a colaborar con nosotros, con argumentos muchas veces ridículos.
En el fondo de muchos de estos prejuicios está presente el dolor y la desconfianza. Hay razones para sentir dolor, pero estaríamos incapacitados para construir un país mejor sino transformamos ese dolor en amor. No puede ser el dolor quien prefigure nuestros anhelos de cambios, pues nos conduciría hacia un nuevo status de injusticia. En este aspecto, Jesucristo —al menos para quienes tenemos fe en Él— nos dejó el listón bien alto y hemos de procurar acercarnos al mismo si es que deseamos ser consecuentes.
Espacio Laical ha acompañado el proceso de mediación desarrollado por la Iglesia católica para la excarcelación de los presos políticos. En otro momento señalamos que dicho compromiso, si se asumía, debía conducir a una liberación sin ambages —no condicionada a formas asimilables al destierro— y que el fracaso del proceso afectaría no solo a la imagen de la Iglesia y el Gobierno, sino las personas concretas. ¿Como evalúas el proceso, que ha tenido altibajos y parálisis, y su decurso actual? ¿Qué evolución esperar después que culminen todas las excarcelaciones?
El proceso se ha dado y ha tenido resultados positivos. Ya están libres casi todos los presos del denominado Grupo de los 75 y los que faltan saldrán muy pronto, y los que no han deseado marcharse del país se quedan en la Isla. También ha servido para que se inicie la excarcelación de muchos otros presos por motivos políticos o cercanos a la política. Es cierto que no ha sido un proceso ideal, pero quizá jamás, en ninguna parte, pueda haber algo ideal.
Quiero precisar, como ya he señalado otras veces y ha desagradado a algunos, que la salida del país de los excarcelados no puede homologarse a una deportación, porque —si bien le ha convenido mucho al Gobierno— la propuesta de salir del país fue realizada por las Damas de Blanco, no por el Gobierno ni por la Iglesia. Incluso, como excepción en los casos de salida del país, ellos conservarán sus propiedades en Cuba. Aunque algunos cuestionan esta última disposición de las autoridades, alegando que se ha realizado sin cambiar la ley y esto afecta la primacía que ha de tener el Derecho.
Ahora, los liberados, sobre todos los que se quedan en Cuba y desean continuar en faenas políticas, están llamados a encontrar una manera positiva de hacerlo. Por otro lado, el Gobierno debe procurar un trato delicado para con estos, aun cuando las circunstancias puedan parecerle difíciles, así como desterrar esos llamados Actos de Repudios porque —en cualquier caso— constituyen una afrenta que desdice de nuestra humanidad, de nuestra civilidad.
Ustedes, en sintonía con la metáfora de Monseñor Carlos Manuel de Céspedes, han impulsado la idea de una Casa Cuba, como espacio de encuentro y convivencia de las civilidades y sociabilidades que conforman la nación cubana, convocadas bajo la idea de la reconciliación. En un artículo reciente, el ensayista Arturo Arango ha definido esta propuesta como un “nacionalismo amable”, fundamentado en una especie de mesianismo nacional, en el cual parecen imposibles los acuerdos o estos se establecerían (de forma parcial y precaria) con cada parte calculando su posesión del poder. ¿Qué opinión le merece esta valoración del proyecto y cómo visualizan las circunstancias de su implementación?
(RVG): La propuesta de la Casa Cuba, como es lógico y me parece que debe ser la intención de cualquier proposición para el país, espera aportar una cuota a la prosperidad humana de los cubanos (lo cual puede entenderse como salvación) y en este sentido puede tener algo de mesiánica —en el mejor sentido del término—. Pienso que así sea como la ve Arango. Percibirla de otra manera, como un proyecto que piensa ser la única salvación, sería un error; porque en nosotros la Casa Cuba no es tanto un conjunto de propuestas sobre como ordenar las cosas, sino una metodología para que todas las propuestas aporten a dicha salvación. En tal sentido, sería injusto adjudicarnos una pretensión que no tenemos.
En cuanto al calificativo de “amable” para nuestro nacionalismo, también prefiero hacer una lectura positiva. No obstante, preciso, por si alguien mal entiende, que la dinámica de fraternidad que proponemos para vivir nuestro nacionalismo puede ser considerada como algo tan amable que es difícil de realizar, pero jamás como un ideal ingenuo. No es posible confundir lo difícil, incluso lo que parece imposible, con la ingenuidad. Eso partiría únicamente de espíritus derrotados y resignados, faltos de voluntad y confianza. Y nosotros, los cubanos, no podemos darnos el lujo de postergar los esfuerzos por conseguir la fraternidad en la diversidad, pues de ello depende nuestra sobrevivencia como nación. Como siempre afirma mi amigo Alexis Pestano, también del equipo de la revista: el pecado original de nuestra historia nacional es que los distintos proyectos de Cuba no encontraron espacio común y siempre se impuso una sola forma de entender el país y su futuro. Y esto hemos de cambiarlo, si queremos salir de la crisis y no transitar de una dificultad a otra.
Por otro lado, y como estamos conscientes de las dificultades para implementar esta dinámica, comprendo muy bien sus preocupaciones acerca de la viabilidad de esta propuesta. En la segunda parte de mi respuesta a la segunda pregunta reconozco la existencia de actitudes —algo extendidas— que atentan contra este ideal. Sabemos que la persona, por mucha magnanimidad que posea, también se mueve a partir de otros intereses, en algunos casos muy particulares o de grupos —y esto es lícito—. La cuestión está en socializar los análisis acerca de cómo beneficiarnos mutuamente —aunque sea de forma parcial y precaria e incluya el beneficio particular o de grupo y hasta la posesión de cuotas de poder—, dialogar sobre todas las propuestas e intentar acuerdos.
Es cierto que algunos no consideran la posibilidad de beneficiar a otros, mucho menos si son considerados como adversarios, y esto podría ser un obstáculo. Sin embargo, si quienes están dispuestos a compartir el país potencian y cohesionan su quehacer y ello trae consecuencias positivas para todos, incluso para quienes excluyen, también estos últimos podrían sentirse estimulados a conducirse de manera más moderada e inclusiva, ya sea por bondad o por otros intereses.
No obstante, debo aclarar, sabemos que esto no es una tarea sencilla y que depende, en gran medida, de que el Estado deje de ser parte y se convierta en moderador y garante de toda la diversidad, abra el espacio público y canalice los mejores consensos. Este es un desafío, muy delicado, que cae sobre las espaldas de las autoridades cubanas. De su capacidad para implementarlo depende que no caigamos al precipicio y podamos construir un país mejor, sin nuevos y distintos desequilibrios —evitables— que pudieran enquistarse durante un largo tiempo.
Nos hemos dedicado a promover las actitudes para esta tarea, sabiendo que solo hacemos un aporte, y estamos conscientes que muchos nos pasarán por encima, porque ese es el destino de quienes deciden constituirse en puentes para que otros, o todos, transiten y se encuentren. Que Dios nos ayude.