Por Amrit
Desde hace unos días, paso y repaso las páginas del libro “Isla y otros poemas.” compilación de textos del poeta y luchador revolucionario Rolando Escardó, quién falleció con sólo 36 años en un accidente automovilístico. Leyendo sus versos, signados por una profunda angustia existencial, no puedo evitar una asociación que parecerá extraña. Recuerdo a una mujer que conocí hace muchos años, a través de mi primer novio. Ella conservaba como un manual sagrado un estropeado ejemplar de este autor, “Rolando Escardó, me decía, poeta y espeleólogo, fue el amor de mi vida”.
Realmente era la abuela de mi novio, pero lo había criado desde la cuna, así que en la práctica era mi suegra. Y sí que cumplió con el canon de la suegra terrible por celosa y posesiva, pero esto no me impidió ver en ella a una mujer excepcional, marcada con una tácita tristeza. Con anécdotas que me hizo y las que escuché de quienes la conocieron en su juventud, pude construir un esbozo mental de aquello que fue “un pasado glorioso.” Era vedette, y aunque nunca tuvo buena voz, según sus propias palabras, tenía una gracia y carisma que la hacían favorita del público y los empresarios. Se decoloraba el cabello imitando a su ideal, Marilyn Monroe, “yo paraba el tráfico”, decía con orgullo, y dibujaba en el aire las voluptuosas curvas que habían desaparecido con la edad, las desazones de la miseria y los suplicios de la esquizofrenia. “Nunca recojas nada del suelo”, me aconsejaba y se lavaba las manos ya ásperas y blancuzcas por el excesivo roce del jabón. Una tía de mi ex pareja me contaba de ella: “Chela no está loca por gusto, a ella la acabó este sistema. Si hubieras visto cómo vivía, siempre hospedada en hoteles, con un lujo increíble. Usaba vestidos largos, pamelas, guantes hasta el codo…”
DE AMORES
Un millonario norteamericano que vio su foto en una revista, viajó a Cuba estrictamente para conocerla. Seducida por este acto novelesco, ella accedió al compromiso. Fijada la boda y cuando sólo faltaba reunirse con él en el Palacio de los Matrimonios, el verdadero príncipe azul, el poeta Rolando Escardó, apareció, como aparecen los héroes de la vida real, sin nada que ofrecerle, como dice él mismo en un poema:
…mi tesoro es una perra
y unas piedras,
y no tengo sino el hueso
pegado a la costilla superior
del alma,
la bicicleta.
Y ella lo aceptó, dejándolo todo.
DE BUROCRACIAS
Nunca percibí amargura en su voz cuando hablaba de esta fuga o de cómo se disolvió esa aventura que se repitió, más de una vez, a lo largo de su vida. Nunca revaluaba esos recuerdos con una perspectiva práctica, con un matiz de pesar. La muerte real de su espíritu ocurrió cuando le truncaron su vocación. Y fue un golpe peor que los reveses del amor, la incertidumbre económica o la violencia de los psicofármacos.
Después del triunfo de la revolución, la naciente sociedad se impuso reestructurar las diferentes empresas, y Chela supo que para ocupar una plaza de “cantante.” debía pasar una prueba ante un jurado que le daría su evaluación.
Conociendo los límites de su voz, jamás reunió el valor suficiente para presentarse. Y sus juegos en escena como la falsa mulata del teatro bufo, los bailes y las risas, los vítores y las flores quedaron en las fotos, en las gavetas, bajo la amenaza del churre y la polilla. Bajo el peligro de la subjetividad y la ingratitud de la historia.
Lo único que tengo de ella es el recuerdo de una de esas imágenes sepia que ella atesoraba, sonriendo a la cámara con el candor de la época, radiante con su cabello platino y un cuerpo escultural.
No sé si todavía vive, porque su nieto se la llevó a Miami hace muchos años y perdí su rastro. Pero hoy, leyendo a su poeta, se me antojó encontrarla en algunos versos, y aunque es una construcción más, me concedo el derecho a imaginar que ella inspiró estos versos:
Estás en mí y aunque no lo adivines,
yo estoy también en ti con mi gesto callado;
a veces el silencio se bebe siendo amargo,
y a veces en un sueño, puedo hablarte… y te hablo,
y muchas veces, siempre… puedo decir que te amo
Tomado de Havana Times