El enemigo brutal

Por Rogelio M. Díaz Moreno

Cuando Raúl Castro dejó pasar el 26 de julio sin considerar que valiera la pena pararse en el estrado a decir algo que no fuera interesante, y mandó en su lugar a Machado Ventura, yo tuve la esperanza de que se estuviera reservando para la Asamblea Nacional del Poder Popular, como ya hizo una vez. En efecto, el pasado lunes, en el espacio institucional preferido por él, el General en Jefe puso a todo el mundo a alucinar con su discurso.

Más allá de la bomba de la reforma migratoria, de la que no sabemos mucho en realidad, o de la anécdota de la justa restitución de la compañera afectada aparentemente por prejuicios antirreligiosos, a mí me motivó de manera singular el significado del pronunciamiento de Raúl, cuando dijo literalmente, Más de una vez he expresado que nuestro peor enemigo no es el imperialismo ni mucho menos sus asalariados en suelo patrio, sino nuestros propios errores. Fíjense si fue literal, que lo puse aquí copiando y pegando de la versión publicada en Juventud Rebelde. Y de esa concepción, y de las ideas que giran alrededor de eso, se pueden sacar conclusiones que no cabrían en muchos folios, mucho menos en este reducido escrito. Eso sí, empiezo por advertir que no me voy a cansar de sacarle lascas a esa frase.

Porque si ya nuestro peor enemigo no es el imperialismo y sus subordinados locales-, sino otro, urge dedicar al combate contra ese otro enemigo mayor los recursos de la nación que sean necesarios, en cuantía mayor aún que los que se dedican a la lucha contra el viejo enemigo que ya no es el mayor. Que no es poco decir: para empezar, contrarrestar la amenaza imperial es la principal tarea asignada en Cuba a las Fuerzas Armadas. También la mayor organización de masas de nuestro país, los Comités de Defensa de la Revolución, con 7 millones de afiliados más o menos, ubican en esos viejos enemigos su razón principal de existencia. De ministerio en ministerio se contempla un panorama uniformemente belicoso: todo el sistema educacional está montado sobre una ideología que repite hasta el cansancio la necesidad de ser antimperialistas; el sistema de Salud Pública circula documentos rectores donde se señala con más saña a la Casa Blanca que al dengue; las instituciones culturales parecen deslomarse defendiendo la humanidad, y esos son los que uno más conoce.

Así que si se va a ser consecuente con lo que dijo el Presidente, hay que dedicar recursos a combatir los errores con mayor prioridad, energías y dedicación aún que lo que se les dedica al viejo enemigo, porque ahora el nuevo representa un peligro mayor para la sociedad cubana y el socialismo que se anhela. Y no debe ser sencillo concebir, o dirigir, fuerzas más poderosas que el Ejército, el Gobierno, el Estado todo, enfocado contra ese nuevo enemigo. Si de veras se reunieran fuerzas de esa magnitud, de verdad que pobrecito el nuevo enemigo, lo van a hacer puré de talco. Más aún, teniendo en cuenta que,
teniéndolo aquí adentro, cerquita, no tendrá para dónde escapar o dónde esconderse.

El quid está bueno, hay muchos quids, y están en muchas partes. Para empezar, el Presidente tiene que usar un lenguaje políticamente correcto. Yo, que soy un pelagatos, me puedo tomar mayores libertades. Para empezar, puedo señalar que donde Raúl dijo sólo los errores, va todo el contenedor de otros agentes que ha señalado en otras ocasiones, cada vez más descarnadamente. Para ilustrar, y usando otros términos de este mismo discurso: la resistencia burocrática, la barrera psicológica formada por la inercia, el inmovilismo, la simulación o doble moral, la indiferencia e insensibilidad y que estamos obligados a rebasar con constancia y firmeza.

Cuando usted pone estos elementos en conjunto y constata cómo han conllevado a todas las distorsiones presentes en la sociedad cubana actual, se da cuenta de que no son simplemente errores, o el fruto de la improvisación, o el descontrol. El quid está en que casi todo eso es parte de la estrategia, premeditada o espontánea pero inevitable, de una clase que aspira a enraizarse parasitando el organismo republicano, bajo la etiqueta socialista o capitalista, da igual, con tal de mantener ellos y sus descendientes todos los privilegios alcanzables mediante la administración de todos los recursos e instituciones que caigan bajo su mano.

Esta clase es la responsable de la resistencia que ha llevado a Raúl a expresar decenas de veces, con rabia contenida, cómo los distintos acuerdos y propósitos que podrían representar avances en la construcción de la sociedad soñada, quedan engavetados, relegados, contenidos mediante murallas de justificaciones, aplazamientos, golpes de mano de una burocracia ducha en la guerra de desgaste. Esta clase, que llamamos burocracia a falta de un término mejor, constituye ese enemigo que es el mayor de los enemigos para el pueblo cubano trabajador, más que el imperialismo y sus acólitos. No son simplemente los errores porque, como sabemos, casi nunca son realmente errores. Para seguir aprovechando el discurso de Raúl, ¿acaso fue un error la medida tomada con la compañera cuyo caso se refirió en esa ocasión?(1) Podemos estar seguros que la expulsión de esa compañera fue absolutamente intencional; que los que se vistieron de comecandelas criticando su condición religiosa pretendían sacarla del paso con el pretexto que fuera, pues desde hace buen tiempo en nuestro país, está bastante claro que las creencias filosóficas particulares de las personas, su voluntad para practicar o no los ritos de cualquier religión, son una parte inseparable de sus más elementales derechos. Así que aquí tenemos simplemente a unos funcionarios inescrupulosos, poseedores de determinada posición de poder, incómodos con una persona por X motivos, que se deshacen de esta con una excusa que ni ellos mismos se la creen. Y también tenemos que las estructuras de reclamación intermedias participan del mismo pastel, pues no corrigen la arbitrariedad. Como tampoco fue un error la expulsión del destacado intelectual, Esteban Morales, del PCC, ya afortunadamente rectificada. Como tampoco es un error que la industria nacional no acabe de asumir la producción de cientos de productos implementos deportivos, instrumentos musicales, útiles del hogar y otros, para mencionar solo los casos que han salido por el noticiero de televisión, sino que en lugar de ello, funcionarios viajan año tras año a firmar contratos con suministradores extranjeros, granjeándose comisiones y otras prebendas. Como tampoco fue un error la importación de aquella máquina barredora de nieve. Como tampoco fue un error el estancamiento del proceso llamado del Perfeccionamiento Empresarial. Como tampoco son simples errores la incapacidad nata de las estructuras de Acopio para hacer frente a la recolección y comercialización de la producción agropecuaria detrás de cada campesino que perdió una siembra de arroz ya madurada, hay un soborno que no se pagó al que trapichea con las máquinas cosechadoras. Como tampoco fueron simples errores los del relajo formado en Cubana de Aviación; las arbitrariedades y desfalcos cometidos al fragor de la llamada Batalla de Ideas, y muchos otros más de cada rama económica y social del país que los especialistas pudieran explicar.

Hay entonces una fauna mucho más poderosa y malévola, detrás de lo que se califica, por el momento, como errores y como la resistencia burocrática, la barrera psicológica formada por la inercia, el inmovilismo, la simulación o doble moral, la indiferencia e insensibilidad. Todo eso es lo que constituye
hoy un enemigo para el socialismo en Cuba, más grande que el mismísimo imperialismo.

Y si con el imperialismo nos consideramos en una especie de guerra permanente, por la cual forzosamente no se puede vivir en las mismas condiciones que cualquier otro país que viva en paz, qué decir del enfrentamiento con esa otra clase enemiga. Siendo un enemigo más infame, por cuanto apuñala por la espalda las esperanzas de sus compatriotas. Estando tanto más cerca por cuanto que está en nuestro mismo suelo patrio. Obviamente nos ha hecho tanto o más daño que aquel otro, el que está por lo menos a una distancia definida de noventa millas. Y con una astucia maquiavélica, el enemigo más cercano ha conseguido que casi siempre se culpe de todos los males, hasta ahora, al más lejano. Si hay algo de lo que carece el pueblo pero no ese enemigo cercano- es culpa del enemigo lejano. Si los trabajadores simples no pueden tener internet, viajar por el mundo y regresar a su patria, ejercer derechos elementales con sus pertenencias, con sus iniciativas, sus energías, sus propias vidas teniendo el enemigo cercano acceso a todo eso- es culpa del enemigo lejano.

Para evitar que ese enemigo cercano siga emponzoñando a muerte nuestras existencias, se requiere profundizar, radicalizándolo mucho más, el proceso de modernización del sistema cubano. Hay que hacer mucho más que liberar ciertas formas de trabajo por cuenta propia, y repartir tierras, y permitir el ejercicio de algunos derechos de propiedad. Hay que hacer mucho más, porque tomar decisiones como vender pedazos de país sin deliberación popular es extremadamente peligroso. Por muchas razones y necesidades acumuladas, es que el proceso de rescate nacional tiene que ser radicalizado. Radicalizado, esto es, llevándolo a la raíz, al pueblo trabajador. Trabajadores obreros, estudiantes, campesinos e intelectuales, todos recuperando la sociedad que una vez intentaron construir para sus hijos. No hay que innovar tanto en realidad, no en cuanto a los principios básicos al menos, porque algunos clásicos del marxismo como Rosa Luxemburgo y Lenin en sus mejores tiempos, ya indicaron cómo el camino soñado pasa por la democracia en la toma de decisiones y el nombramiento de todas las autoridades, revocables en todo momento; libertad de expresión, la transparencia de la gestión y rendición de cuentas de todos los niveles de autoridades necesarios y legalmente establecidos al pueblo al que deben representar y, sobre todo, servir.

Nadie crea que el enemigo cercano va a abandonar las posiciones de poder y los privilegios que conllevan, sin una lucha mortal. Cuando, previa a la intervención de Raúl, Marino Murillo hizo su informe sobre la economía cubana, que lamentablemente no se encuentra fácilmente en la web, habló de volar en pedazos ciertas estructuras burocráticas que se interponían en el camino de la producción de los campesinos y el mercado del turismo. Quiero creer que esa es una señal de la comprensión que se está imponiendo acerca de la única manera posible de lidiar con la burocracia. Quiero creer en las palabras de Raúl cuando repite que nadie estará por encima de la ley. Pero sobre todo, quisiera que se acabara de tornar evidente para todos, que la lucha contra el enemigo cercano no se puede llevar a cabo sin las fuerzas adecuadas, que tienen que resultar necesariamente otras que no se encarrilen por los mismos mecanismos de la burocracia y el paternalismo interesado; la lucha tiene que ser en posiciones que no sean las escogidas y preparadas durante muchos años por el enemigo. El poder del pueblo trabajador, expresado en la voz del pueblo, debe encontrar su manifestación en la acción revolucionaria de obreros, campesinos, intelectuales, disponiendo y administrando los medios de producción material y espiritual en los que laboran, directamente, sin intermediarios de fidelidades problemáticas.

Tengo la convicción de que solo si se sigue este camino, podremos vencer a los peores enemigos, y nuestro triunfo sobre ellos nos permitirá dar un salto colosal hacia el proyecto soñado.

(1) Se omitió el nombre y la localidad de esta persona. Raúl explicó que ciertas autoridades la habían removido de su puesto apoyándose de manera indirecta y muy ladina en su condición religiosa; y su reclamación no fue escuchada por las instancias de revisión hasta que no se dirigió a las Oficinas del Presidente del Consejo de Estado.