“Hace 75 años mataron a Lorca”, me dice mi amigo Dmitri en un mensaje. Coño, es verdad. Verde que te quiero verde. Hoy, cuando España se rebelda de nuevo, no es posible olvidar al gran poeta de la Generación del 27.
Aquí dejo entoces, este poema mío, irreverente, que de alguna manera hace homenaje al autor de “Poeta en Nueva York”, o al menos parte de esa angustia por el gris que desde hace mucho avanza irreductible.
Olivo donde fue fusilado el poeta
DIGO VERDE
Hambre y digo verde.
Mierda y digo verde.
Sol verdugo en la parada y digo verde.
Palo y digo verde.
Y digo fresa (CUC) tras la tendedera y el jarro,
tras la sarna, tras el agente, tras los cojones del chofer.
Y digo nieve. Y digo espuma.
Yo soy un hombre que dice espuma
y escucha el parpadear de los bañistas, el sucio malecón, la tarde sucia.
Yo soy un hombre. Y una mujer.
Y un portazo que da el aire al entrar (o al salir).
Si arrancan la seibita plantada, digo verde.
Si los tanques desfilan por Paseo, digo verde.
Si me aburro, si juego Monopolio, si leo a Borges, digo verde.
El verde dólar y el verde maricón de Lorca.
El verde yerba y el verde olivo.
El verde cheo de la esperanza, y el verde duro de la esperanza.
Porque el rojo-blanco-azul francés no me despeja,
no habla mi idioma verde, amarillo, carmelita, negro,
la lengua de pinar del río y de san agustín,
las terrosas inflexiones de mi madre y mi novio,
no las habla.
Por eso digo.
Por eso me burlo del que miente,
y lo cargo sobre mí con su mentira y mi burla,
cargo la vergüenza de esa bancarrota,
esa contrarrevolución apoltronada que se hincha de carne asada y fidelidades,
que mira al avión con anhelo.
Si los poetas han de ser sospechosos, ya soy sospechoso.
Si hay que decir tengo miedo, lo digo: tengo miedo.
Temo el ruido de las figuras al caerse del armario,
temo a la croqueta a punto de quemarse en el fiambre,
temo al calador con que recortan mi perfil para colocarlo en otro fondo absurdo,
temo al rojo empañado de la bandera, y al blanco empañado de la bandera.
Pero esa adrenalina no me coagula,
no cristaliza la sal de mis sudores, no me rompe.
Existo porque compro el pan y me lo como a sabiendas,
porque alguien bajo tierra cantó un aria de irreverencias y maldiciones
que estrujó un nervio en mi garganta,
porque nadie se va a morir, menos ahora,
Porque digo verde, mientras alguien cava una fosa, y me mira.
Isbel Díaz Torres
Hermoso homenaje, Isbel. saludos