Por Francisco Rodríguez Cruz (Paquito el de Cuba)
Justo antes de comenzar el examen de Fundamentos de Periodismo en la tarde de este sábado, Félix Bolaños, uno de mis estudiantes de quinto año de Comunicación Social de los cursos para trabajadores, me pidió referirme un problema personal. Pensé que podría ser alguna de esas justificaciones triviales de los alumnos para no entregar los trabajos evaluativos, pero enseguida me mostró unas fotos y un manuscrito, y me dijo:
—Profe, mire lo que me le hicieron dos policías a mi hijo…
Las imágenes me hicieron hervir la sangre, aunque traté de no turbarlo más de lo que ya parecía. Hablamos de una persona de mayor edad que yo, quien trabaja en el portal Cubaliteraria y es uno de mis mejores estudiantes.
No pude en ese momento profundizar en los detalles sobre lo que le sucedió al joven de 26 años y su novia cuando intentaron abordar un ómnibus de la ruta P-5 durante la madrugada en Avenida 31 y calle 10, municipio Playa, con una botella de ron en la mano, hacia la casa de la muchacha en Centro Habana. Solo atiné a darle a Félix las recomendaciones básicas de cómo actuar en casos de abuso policial, y le pedí además que nos hiciera llegar oficialmente la queja a la redacción del periódico, para exigir también por esa vía una respuesta al caso.
Esa misma noche recibí en mi correo las fotografías del muchacho tras la golpiza, y el relato inicial que su padre circuló por correo electrónico, que enseguida publicó el blog de la Red Protagónica Observatorio Crítico.
Ahora comienzan a aparecer más detalles del violento incidente en esa misma página digital, y no puedo dejar de solidarizarme con este padre que reclama justicia, y su hijo, quien es técnico medio en Contabilidad y Finanzas, licenciado en Fisioterapia y Rehabilitación, y se encuentra actualmente cursando un diplomado en medicina china tradicional.
Este joven, además, nació con estrabismo en ambos ojos, por lo que a lo largo de los años tuvo seis operaciones oftalmológicas, y producto de una caída de un ómnibus en marcha hace algunos años atrás, tiene también una fractura craneal. Su padre lo cataloga como “serio, responsable —que incluso coge sus vacaciones para colaborar con nosotros en la Feria Internacional del Libro, sin cobrar un centavo—, querido por sus compañeros de estudio, trabajo, por sus vecinos, y que asiste a misa cada domingo en la iglesia Santa Rita de Acacia”.
Tengo que reiterar además mi preocupación por ciertas actuaciones policiales abusivas, que denotan no solamente la falta de profesionalidad de parte de los efectivos de este cuerpo militar, sino que deben alertar a la dirección del país sobre la urgencia de mecanismos más efectivos para la protección jurídica de los ciudadanos ante los desmanes de algunos agentes, para mí, contrarrevolucionarios.
Porque lo cierto es que no resulta particularmente confiable que la Policía se investigue a sí misma. De hecho, el padre del muchacho aún no consigue un abogado que lo quiera representar en su demanda, y lo único que sabe es que los policías golpeadores son ahora quienes pretenden acusar al joven y a su novia de atentado contra la autoridad. Este domingo, Félix me hizo llegar también una carta que entregará personalmente este lunes en el Consejo de Estado, para el presidente Raúl Castro Ruz, primer secretario del Partido al cual él también pertenece.
Me hago eco de esta denuncia, además, con cierto cargo de conciencia, porque también durante los días feriados fui protagonista de un desagradable lance en un ómnibus, con la policía presente, y luego de presentar la queja me desentendí del hecho y lo dejé pasar, en el relajamiento de esas jornadas de asueto y disfrute, tal vez por esa tendencia a la desmovilización que a veces afecta también hasta a quienes son más combativos.
Sucedió durante la madrugada del 24 de diciembre último, cuando regresaba a casa después de la fiesta del grupo de Hombres por la Diversidad. Al día siguiente debía recoger a mi hijo muy temprano en su casa, y por eso no quise que mi pareja me acompañara esa noche de vuelta a Cojímar.
Cuando esperaba la ruta P-11 frente al Capitolio Nacional, pasadas las tres de la mañana, el ómnibus hizo una parada mucho antes de llegar a donde estábamos los pasajeros, como suele suceder en los horarios de mayor aglomeración de personas, pero no durante la madrugada. Muchos temimos que nos dejaran ahí. Así que al arrancar otra vez me interpuse a su paso casi en el centro de la senda.
El ómnibus paró casi frente a mí, y al subir, el chofer me increpó por obstaculizar la vía. Le respondí que lo había hecho para que detuviera la marcha, pues esa era la parada y no antes. Me gritó que yo no era policía… y le respondí en alta voz que sí, que yo era policía ciudadano, y si no le gustaba, que dejara ese trabajo…
Al bajarme en la Villa Panamericana, le recordé al conductor que ese ómnibus no era particular suyo, sino del Estado. Me volvió a replicar groseramente… ¿y adivinen? Todo eso sucedió delante de al menos un policía que iba justo en el estribo de la primera puerta del ómnibus, supuestamente a cargo del orden público.
Como vivo a sola una cuadra de la Estación de la Policía de Cojímar, no fui para la casa, sino directamente allí a presentar una queja contra el agente que permitió todo eso. No me extenderé en lo que sucedió en la carpeta, porque hubo de todo, hasta intento de cuestionarme a mí, pero por supuesto, no lo permití y no les quedó más remedio que tomar nota. Me dijeron que al día siguiente llamara, pues los policías que iban en esa línea eran de la estación de Tarará, pero a la mañana siguiente… no hice nada más. Y me arrepiento mucho, luego de saber lo que le sucedió al hijo de mi estudiante.
Es una lección que no olvidaré.