Por Rogelio M. Díaz Moreno
Seguramente que muchos cubanos hemos oído en algún momento del pasado esta frase, u otra parecida, pronunciada con acento de noble preocupación, de esa iniciativa cultural, material audiovisual u obra literaria, tiene su sentido aprovechable, pero tal vez para el futuro, por ahora el pueblo no está maduro como para entenderla y solo le haría daño a la sociedad.
Tal tratamiento podía ser el último remedio aplicable para cerrar la divulgación de una película como Alicia en el país de las Maravillas, Suite Habana, escritos que incluso ganaran premios literarios nacionales; ensayos y trabajos filosóficos de interés; géneros musicales de distintas latitudes y otras manifestaciones artísticas que podían hasta ganarse el mote de diversionismo ideológico. Fue también una impenetrable barrera durante muchos años para las personas comunes, que requerían seriales televisivos libres de los pesados lastres del realismo socialista y utopista que sufrieron durante décadas ¬y todavía padecen en buena medida los productos de nuestros medios masivos de comunicación.
Después de muchos años, se ha producido una situación más bien incómoda.
El desarrollo tecnológico, la proliferación de aparatejos tales como DVDs, memorias USB, la mayor conectividad de algunos cubanos que se abre paso hacia el resto, ha inundado el país de materiales de calidad heterogénea, una masa amorfa en la que abundan, más bien desbordan, las películas de violencia y matazones; la acumulación de videos clips más bien pornográficos a la manera más obscena y vulgarizante posible de las personas involucradas; los libretos deficientes, plagados de sentimentalismos banales y de celebración del modelo consumista occidental. Ni la programación de la televisión oficial se libra ya de estos problemas. Y con frecuencia, aparecen voces airadas de periodistas o intelectuales que se preguntan por qué el público cubano ha llegado con tanta facilidad a este estado, en que se conforma y consume productos tan poco coherentes con otros valores culturales que mucho se extrañan. De morboso interés resulta que las autoridades políticas y administrativas participen ocasionalmente de estas protestas, se pregunten cómo hemos llegado a este punto y llamen a darle remedio. Pero sobre el camino que nos condujo a este paradero, hay más bien poca reflexión.
Las tecnologías modernas han vuelto obsoleta la filosofía aquella de regular mediante el monopolio, las posibilidades de lo que el pueblo cubano pueda ver en las pantallas de sus hogares, o del cine. Pero ha ocurrido que los decisores de la política de divulgación perdieron la oportunidad, a lo largo de treinta o cuarenta años, de contribuir a la educación y promover el producto profundo, crítico, con todas las riquezas desde los puntos de vista artístico, cultural y social. Todo su abrumador e incontestado poder se petrificó en una idealizado, maniqueo y monótono discurso que representaba un mundo supuestamente lineal y sin contradicciones, y el discurso se tornó incapaz de mantener la atención del público una vez que aparecieron otras opciones, por más que estas otras sean con frecuencia de la más pobre calidad artística y humana.
¿Cómo calificar la obra de esas autoridades durante estas décadas? Permítanme recapitular: un inmenso poder, sin contrapesos, sobre lo que todos los ciudadanos podían recibir, estancado y tratando al público como menores de edad incapaces de usar sus intelectos porque todavía no estaban maduros; hasta que pasó tanto, pero tanto tiempo sin que se alcanzara la madurez que, ahora, el ex monopolio perdió su oportunidad sin haber logrado ese objetivo educativo y el público, que demuestra así su inmadurez, hace lo que le da su real gana
Aquellos cuadros hicieron transcurrir décadas con los caminos bloqueados a cualquier cuento que contuviera a un miliciano que hubiera sentido un poquito de miedo; a una canción sobre un marinero que robara comida aunque después diera la vida; a conflictos en cualquier escenario que mostrara facetas diversas y contradictorias de la vida, del arte, de la sociedad… todo en nombre de la espera de una madurez a la que llegaríamos de alguna manera nebulosa en un futuro no menos indefinido, sin necesidad al parecer de digerir todos los ingredientes amargos pero necesarios para desarrollarnos, crecer y perfeccionarnos en el dialéctico y difícil proceso de construir una sociedad de mayores justicia, solidaridad y libertad.
Todo ese tiempo perdido. Todo ese potencial desperdiciado. Todas esas generaciones obligadas a renunciar a sí mismas. Todo ese daño infligido a la nación que ahora, como resultado, vaga más o menos a la deriva, con muy poco criterio y presa de las peores banalidades del kitsch, las fiestas de quince, las candilejas de los reality shows, las vidas de la gente rica y famosa y todo aquello que hipoteque el cerebro para que el trabajador no se ponga a pensar en términos de clase. Todo eso no se puede calificar de otra manera que como una actitud deleznable, antipatriótica, anticubana.
Como si no fuéramos capaces de aprender la lección, ahora estamos viviendo la segunda parte de este drama. Y como señalara sardónicamente el viejo Marx, la repetición de un drama histórico se convierte en una farsa. Ahora, la misma clase que enajenó a la nación sus medios masivos tradicionales pretende convertir a las nuevas tecnologías como Internet, las redes digitales, etc., en un feudo sobre el que solo ellos claman dominio. El pueblo, podemos escucharles decir, necesita primero ser educado, instruido en las oportunidades y peligros de estas nuevas herramientas que, fuera del control de autoridades competentes o sea, ellos mismos no son sino armas nuevas del enemigo viejo del Norte.
Tendido el famoso cable de fibra óptica hasta la hermana república de Venezuela, el argumento de la limitación de la conexión por satélite se volvió obsoleto. De tal forma solo les queda, a los que hoy tienen el monopolio de esa tecnología en nuestro país, aferrarse a aquellos criterios que amenazan en base a los peligros reales o supuestos de dejar en manos del pueblo inmaduro sus enormes potencialidades.
Estas autoridades están bloqueando hoy, como lo hicieron en el pasado con los medios característicos de la época anterior, las posibilidades de desarrollo de las personas. Obstaculizan de esta forma el crecimiento económico e intelectual de la sociedad cubana. Dificultan las comunicaciones, las redes comunitarias, de solidaridad, todo ello sin delinear, consensuar o siquiera debatir públicamente un plan para ir extendiendo los tan necesarios recursos de una manera escalonada y a la vista de todos.
Sin ningún género de dudas, estas autoridades perderán mañana el monopolio sobre estas capacidades tecnológicas hoy novedosas, como ya perdieron el monopolio sobre las tecnologías menos recientes. Con el avance de las industrias electrónicas, informáticas, etc., no pasará mucho tiempo hasta que conectarse a las redes globales sea tan fácil como mirar la hora en un reloj de pulsera o escuchar la radio. Las personas se conectarán con dispositivos o acciones triviales, imposibles de controlar, limitar o verificar. Para ese entonces, se habrá vuelto a hacer tarde para que aquellos, que hoy tienen el poder monopólico gigantesco e incontestado sobre Internet, hayan aportado sustancialmente con ese poder al empoderamiento de los trabajadores, al desarrollo de las comunidades y los valores socialmente más apreciados.
Para ese entonces, los años malgastados, las frustraciones vividas, las potencialidades mutiladas y todas esas consecuencias de la mentalidad actual de control totalitario nos harán considerar, de manera inequívoca, que la actitud mantenida por estas autoridades habrá costado un precio doloroso y funesto para el país; se habrá causado un daño tal que nuestros hijos nos preguntarán cómo se puede haber sido tan anticubano.
Parece mentira, pero si algún grupo conocidamente pro-capitalista habla de promover la internet en Cuba, y le enseñan a algunas personas a manejarse en la WWW, podríamos cuestionarnos si no le estarán haciendo involuntariamente un favor a nuestra sociedad, al hacerle abrir los ojos a la necesidad de involucrarse más en ese asunto. Fíjense si no, que cuando el denostado Festival Clic, el gobierno cubano sintió la necesidad de realizar un contra-festival que, según la prensa nacional, convocó a muchos miles de personas en los JovenClub para hablar de esos temas de los blogs, Facebook, etc. Le puedo dar todo el crédito a las noticias oficiales sobre este evento del gobierno, y todavía me río y lloro un poco al imaginarme qué le dio la motivación. Por mí, si para que el gobierno camine hacia delante y hacia la izquierda necesita que lo pinchen desde atrás y desde la derecha, pues venga, todavía resultará que otro artefacto subversivo del extranjero larga el tiro por la culata y al mismo tiempo nos hace caminar en la dirección correcta.
Y a aquellos que intentan enlodar a sitios alternativos, diversos, de izquierda, anticapitalistas, de personas honradas y trabajadoras, como los miembros del colectivo Havana Times, porque notan estas contradicciones, solo puedo recomendarles que recapaciten sobre los discursos del general en jefe, Raúl Castro, especialmente en sus críticas a aquellas manifestaciones autoritarias, burocráticas, de mentalidad obsoleta, que constituyen hoy los mayores peligros para nuestra República socialista, y que ya bastante la han perjudicado de las maneras que aquí se ha criticado.