Por Javier Montenegro Naranjo
Un amigo se molestó mucho cuando traté de explicarle por qué para mí la peli Juan de los Muertos era buena: los zombis. Los cubanos somos una masa inamovible de muertos vivientes en espera de un ser vivo para devorarlo, lo cual está muy bien representado en la cinta. Estos personajes de la cultura pop tienen un pacto ético muy raro: son incapaces de comerse entre sí. Lo de ellos es la carne fresca, y si es cerebro, mucho mejor.
Existe una analogía clara. El zombi cubano transforma a todos los vivos en muertos vivientes, o sea, a aquellos que piensan diferente, los que van contracorriente; no se los come, solo lo convierte para marchar a su lado en una vida de indiferencia. ¿Qué es un vivo? Aquel que exprese su desacuerdo con ciertas cosas. Ojo, eso no quiere decir que la Isla esté llena de estos cuerpos sin almas, porque el cubano sabe fingir. En Shaun of the dead se probó una teoría muy interesante: si caminas como ellos, mirando al vacío y emitiendo sonidos guturales, no serás atacado. Y así llevamos un tiempo ya, como si nada ocurriese, por temor a una ola de zombis reales.
Quizás el apetito desenfrenado por la masa gris sea una metáfora. Pensar es indicio de estar vivo, y eso no puede ocurrir en tierra de zombis.
¿Cómo penetró este virus en Cuba? Existen muchas hipótesis sin probar, una de ellas tiene que ver con una profesión (algunos la llaman oficio) que debe evitar a toda costa la podredumbre cerebral: el periodismo. Esta es una grieta por donde el virus se pudo colar. Hasta las altas esferas lo han reconocido: los periodistas inocularon las enfermedades “ionosena” y “tukayao”, posible origen de nuestro mal.
Les pongo algunos ejemplos hipotéticos: si se comete fraude electoral, la prensa no dice ni pío. Si el salario a duras penas alcanza para vivir, el periodismo económico no entra en esta conflictiva matemática de bodega. Si una enfermedad X afecta al país, se publica un reportaje contándonos el alza turística. El punto es el siguiente: no es que el país no pueda estar un poco jodido, pero si el periodismo silente o de marionetas se encarga de encubrirlo TODO, el resultado es fatal.
Yo no recuerdo ningún film de zombis donde después de la crisis y del caos, se regrese al equilibrio. El postapocalipsis es un escenario habitual en la ficción y por regla general, nunca se restablece el orden. Así pasa en Cuba. El periodismo está en un punto irreversible y sin solución. A veces aparece un rebelde que con pluma en mano, micrófono a veinte centímetros de los labios o cámara de por medio, lucha por sobrevivir en una prensa inexistente.
De vez en cuando se encuentra con otros luchadores como él, o con viejos cansados de nadar a contracorriente; los más jóvenes comparten experiencias y prometen cambiar el mundo; los que llevan más años en este negocio los miran con ojos húmedos y sonrisa descreída mientras dicen “ustedes son jóvenes, ustedes pueden”. ¿Qué más van a decir? La creencia de que un cambio para bien se aproxima desapareció con los años. La esperanza no es más que la prolongación de la espera.