Reminiscencias de aquellas madrugadas junto al fuego del tecuil, sintiendo el humo y la ternura del amanecer. Necio empeño, de no querer abandonar la costumbre por compartir lo recién soñado, de sentirse múltiple y acompañado, de encontrar signos que permitan el andar en la vigilia, de intentar concebir maravillas en la desolación.
Siento tu compañía, como si la muerte no hubiera roto tu presencia. Te acercas con disimulo para compartirme tu palabra, para evitar que la voz se vuelva viento…
Sueño que entro a una cueva -dices. Esa cueva está en la sierra de oriente. Tiene paredes que irradian destellos. Dentro, el frío lastima la cara. Al fondo se encuentra un tapezco de piedra, que sostiene una candela. A contraluz se distingue una silueta humana sentada, su corazón es azul y lo tiene a flor de piel. Aquel se pone de pie, habla con voz aguda y dice ser guardián de la montaña, Tepeyoloztli. Avanza al rededor de la cueva, mientras revela como sanar dolencias desconocidas, lo escucho con atención. Conforme se mueve cambia de apariencia, tomando la forma de animales de monte; primero es ardilla, luego parece totola, cacomixtle, onza, león … En seguida, lanza un salto y cae al suelo convertido en enorme tigre luminoso. Aparecen estrellas en la bóveda de la caverna, son el reflejo de la piel del tigre. Deambulan luceros sobre el dorso del guardián…
Es así como se manifiesta el corazón del monte, me afirma tu recuerdo.