Harold H. Thompson fue un prisionero anarquista fallecido el 11 de noviembre de 2008 tras sufrir un paro cardiaco en la prisión de Tennesee donde estuvo recluido por 25 años.
Desde joven le latieron las ideas antiautoritarias, gracias a la influencia de sus padres. Fue obligado a realizar el servicio militar en la guerra de Vietnam donde fue herido y se unió al movimiento antimilitarista.
En los años 60s realizó expropiaciones para apoyar actividades políticas, por lo que pasó varias temporadas en cana.
La pareja de Harold fue asesinada por un soplón de la policía, que gozaba de impunidad. Tiempo después el asesino fue baleado, la tira acusa a Harold del homicidio y de atracar una joyería para la lucha radical. Lo sentencian a 50 años de prisión. La condena aumentó a 75 años luego de acusarlo de participar en un enfrentamiento armado. En prisión sufrió un golpe que lo dejó en coma por tres semanas y le ocasionó epilepsia.
Pasó 5 años en una cárcel de máxima seguridad e incomunicado luego de intentar fugarse. Se le acusó de intento de homicidio de tres chotas, el secuestro de uno de ellos, posesión de armas y explosivos. El juez lo sentenció a 31 años adicionales. En 1993 pasa meses incomunicado después de intentar una nueva fuga.
Jamás se sometió, dio asesoría a otros presos, realizó protestas contra la opresión carcelaria y recopila todas las injusticias que los puercos realizan. Debido a sus denuncias los carceleros lo acosan y le apañan sus escritos.
Harold resumía muy bien sus valores como ser humano y como anarquista:
“Soy anti-autoritario, anti-racista, anti-sexista, anarquista revolucionario de orgullosas raíces irlandesas. También soy vegetariano y apoyo fervientemente el movimiento por la liberación animal. Lucho por los derechos humanos y no voy a descansar, no me inclinaré ni dejaré que me intimiden. Me solidarizo con toda la gente que lucha contra la opresión, pero particularmente con mis hermanos y hermanas del movimiento anarquista»
LA CAUSA
La puerta de acero se abre después de haber estado largo tiempo cerrada.
Otra mañana, en este infierno creado por el hombre, acompañada por los relojes de los guardias.
De pie frente a la puerta de mi celda, miro entrar mis tormentos.
Otro día de peleas con los miserables uniformados, de corazones negros, diabólicos.
Son los nazis de los tiempos modernos, una nueva era de paquetes demoníacos.
Los miro fijamente a través del acero de mi celda.
La rabia fluye, me impacta, es tan real.
Solo, atrapado en esta jaula, atormentado por siempre, con la rabia encendida.
Sin escape, sin libertad, busco en vano la paz interior.
Por un momento me desconcierto. Cotidianamente lucho contra esta enferma realidad.
Me revuelvo disgustado, cierro los ojos, retorno a ese recuerdo que es mi refugio, el paraíso.
Agradecería una hermosa fuga. No hay mucho alivio cuando estoy en guerra.
Quizá, tal vez, es un terrible sueño ¿despertaré para olvidar los horrores que he visto?
Es bienvenido el sueño que me lleva a los brazos de mi amada, para abrazarla con fuerza.
Su ligera cabeza descansa sobre mi pecho.
En mis sueños acaricio su cabello…
Despierto con la maldición de no encontrarme más allí.
Entonces escucho ese odioso sonido, me es familiar.
Retumba fuerte en las paredes de alrededor.
El ruido de las llaves penetra mi cerebro una vez más, otro día en el infierno, cada día es igual.
Otro día en la guerra de los deseos ha llegado, está aquí.
Confrontando a los demonios uniformados, máquinas de tortura.
He llegado a odiar su uniforme paramilitar.
Nunca entraré en su juego del buen prisionero, y por eso sello mi destino.
Finalmente, otro día en el infierno ha pasado, me ha arrastrado lentamente, esta soledad en mi celda, me trae tranquilidad.
El odio de este sistema corrupto aún sigue corriendo por mis venas.
Arroja combustible a las llamas revolucionarias de mi corazón.
En muchos frentes luchamos los rebeldes por nuestra causa común,
Yo continúo luchando aquí dentro, y tú allí afuera.
Juntos enfrentamos, frente en alto sus serviles leyes capitalistas, nos muestran una falsa comodidad desde su posición pero están atrapados con nosotros en su propia pesadilla.
He perfeccionado mi odio hacia ellos, y ellos han perfeccionado torturas cada vez más desesperantes.
¿Quién ganará finalmente?
¡Pues nosotros, por supuesto!
¡Nuestro corazón es rebelde, tiene una poderosa e incontenible fuerza!
¡Ustedes capitalistas, serán testigos de la incontrolable rabia de la gente, nuestra rabia, mientras luchamos por la libertad!
¡Ese glorioso día, cuando nuestras cadenas sean rotas y por siempre, todos seremos libres!
Harold H. Thompson. 30 de Abril, 1994