En la frontera, durante el año de 1910, había una gran actividad. Espías del gobierno querían descubrir las actividades de los revolucionarios. Díaz sabía que existían gentes de Catarino Garza que conocían la sierra tarahumara pues habían sido guerrilleros en luchas anteriores. Yo andaba por aquellos lugares luego de la misión que me había encomendado Ricardo (Flores Magón). En el Paso, Texas, contacté con Aguilar «el del Paso». Como de costumbre, él invitó a comer a su casa a dos indios tarahumaras un día domingo, comida a la que yo también asistí. Los tarahumaras tenían conocimientos del programa del Partido Liberal y ellos fueron los portavoces de los problemas de su comunidad. Ese día, uno de los tarahumaras cumplía años y Aguilar pensó fetejarlo. La compañera de Aguilar le preguntó si había comprado las velitas del pastel, a lo que el respondió: «No, ya serían muchas y no cabrían en el pastel, y no es conveniente recordarles la edad a la que pocos hombres llegan». Poco después llegaron los invitados, primero el de nombre Ramón que era el festejado y luego su compañero. Ramón era gente de Catarino Garza quien se había sublevado en el norte del país contra Porfirio Díaz, proponiendo algunas reformas sociales. Por la persecución, Ramón tenía que vivir en el exilio. Los dos indígenas eran de constitución fuerte y Ramón de mirada apacible y penetrante. Cuando la señora llevó el pastel a la mesa, Ramón se emocionó tanto que se le derramaron las lágrimas. Pensé en ese instante: «Un león que llora». Las lágrimas eran por recordar que ese día también cumplía años su madre, y nos dijo que cuando él nació, su madre había dicho que Dios no le había podido enviar mejor regalo que este. Cualquier alusión a sus raices maternas provocaba en él, la manifestación de sus sentimientos. A pesar de que ahora vivía en el exilio, nunca descuidó enviar ayuda a su madre, le mandaba parte de su salario con lo que su madre procuraba ayudar a otros miembros de la comunidad. (…)
Intentaron las fuerzas del gobierno asesinar a la madre de Ramón, porque ella era un medio muy valioso para comunicarles, a la comunidad tarahuamara donde vivía, las actividades de los revolucionarios. La madre era admirable y no tenía más que su intuición natural para entender las necesidades de los levantamientos. (…)
Esto no detuvo las acciones de los liberales y el 23 de septiembre de 1911 dieron a conocer un manifiesto donde exponían sus ideas anarquistas. En comparación con el Programa de 1906, las ideas eran más avanzadas; ya ni siquiera proponían el cambio de presidente, sino la abolición de las condiciones de explotación. Yo le manifesté a Ricardo la necesidad de enviar este nuevo manifiesto a los tarahumaras y ellos se encargarían, como sucedió, de introducirlo en la conciencia de su gente.
Nicolás T. Bernal. Memorias