Vivimos en un momento donde pareciese a veces que las ideologías se diluyen en un sin fin de excusas que juegan a acomodarse lo mejor posible, disolviéndose en el tiempo como si no fuera necesario mantener apuestas políticas que disputen el proyecto de sociedad desde cuerpos coherentes de ideas y prácticas. El presentismo ha ahogado tanto a partidos políticos como a varias organizaciones de izquierda en la lucha defensiva por no quedarse fuera del parlamento, aunque eso implique aliarse con sectores que antaño combatía. Muchos de esos que hoy pelean escaños eran los que antes defendían cambiar la política desde abajo, acabar con el modelo representativo y cambiarlo por uno de democracia directa, pero hoy se agotan temporada tras temporada en conseguir votos, clientelas, puestos burocráticos. Esa izquierda desdibujada, ha preferido aceptar el discurso de disminuir la pobreza al de acabar con la desigualdad en la distribución de la riqueza, y con ello ha dado el confuso mensaje que los principios pueden cederse en aras de llegar al poder.