Por Marlene Azor Hernández
Leyendo El Estante vacío del intelectual cubano Rafael Rojas- en su interesante análisis de las expectativas que levantó la revolución cubana en sus inicios sobre el tema del desarrollo unido a la frustración republicana de una modernidad inconclusa-, reencuentro aquella imagen del subdesarrollo que nos describe Edmundo Desnoes en Memorias del subdesarrollo y que luego veríamos en el filme del mismo título, del magnífico Tomás Gutiérrez Alea.
Confieso que mis reacciones ante esas obras han cambiado. Leer y ver el filme en mi adolescencia me reportó un aprendizaje sustancial pero acrítico a guardar en mi memoria. Muchos años después mis reacciones han sido más reflexivas.
Llegué a Paris con los ojos del buen salvaje que se deslumbra por la Ciudad de las Luces en su doble sentido, el de la Ilustración y el del sublime espectáculo de una escenografía magistral. Venía con la idea errónea e interiorizada por la mayoría de nuestros intelectuales que el desarrollo produce una densidad de pensamiento y por lo tanto de vida, muy superior en interés y encanto a la inercia y la mediocridad que engendra el subdesarrollo en la Isla.
Muchos años de vida cotidiana en Paris, me permitieron constatar en los hombres y mujeres de las más diversas profesiones pero todos en mayor o menor medida de una clase media alta o baja, la recurrencia de una visión melancólica, de invalidez, con un sentido de la culpa personal o trascendental inexplicable, la vida entendida como un calvario, sin esperanzas, una especie de desesperación resignada y de auto represión moral y emocional, que les hacía vivir anclados en el pasado o temerosos del futuro, pero desechar el presente como un estadio sin importancia y cuando menos miserable. Teniendo un nivel de vida material que sería considerado paradisíaco para la población cubana de la década de los 90s, y el acceso a una cultura espléndida, aparecieron a mis ojos de antillana como personas mal construidas.
Mi visión de buen salvaje se trastocó en una revalidación de mi cultura. A partir de ella comprendí que nada tiene que ver el monto del PIB de un país para entender su nivel de desarrollo -es una estadística usual que nos hace olvidar el sustrato bajo los números-. No es casual que un filósofo francés contemporáneo como Michel Onfray tenga un éxito editorial impresionante y sea leído con avidez por los lectores occidentales de las más variadas latitudes. Algo está trastocando en la percepción del mundo de sus lectores al proponerles un específico entendimiento hedonista de la vida, una estética y ética de las relaciones humanas exquisita, una relación con el cuerpo jubilosa y contraria a la miseria sexual de occidente desde un riguroso pensamiento filosófico y con una producción de más de 35 títulos.
Un consumo acrítico del legado cultural de occidente nos ha hecho interiorizar la mirada del otro sobre nosotros mismos con esa carga despreciativa hacia nuestra propia cultura que nos vuelve a colocar una vez más en la figura del buen salvaje.
Desnoes nos dice: Es difícil que se produzca aquí una mujer trabajada por los sentimientos y por la cultura. El ambiente es muy blando, exige poco del individuo, todo el talento del cubano se gasta en adaptarse al momento. En apariencias. La gente no es consistente se conforma con poco. Abandona los proyectos a medias, interrumpe los sentimientos, no sigue las cosas hasta sus últimas consecuencias.
El cubano no puede sufrir mucho sin echarse a reír. El sol, el trópico, la irresponsabilidad
Hoy este pasaje me parece una mirada misógina sobre todos los personajes femeninos cubanos de la obra de Desnoes, a la vez que una idealización de la mujer europea supuestamente trabajada en sus sentimientos y portadora de una cultura que por su densidad resulta superior. Esta es una mirada colonizada de nuestra cultura. Afincada en la mejor tradición republicana, revolucionaria y posrevolucionaria de nuestros intelectuales, pareciera que las dicotomías que se establecen portan esa mirada del otro sobre nosotros mismos que irremediablemente nos condenan.
Densidad de pensamiento versus ligereza e inmediatez ignorante, melancolía inteligente y cultivada versus optimismo y alegría del buen salvaje, elaboración de sentimientos versus inconsistencia de sentimientos, sexualidad reprimida puritana versus sexualidad desinhibida grosera, sentido de responsabilidad versus inconsistencia de la irresponsabilidad, perspectiva de futuro versus indigencia de privilegiar el presente, lucidez trágica versus falta de sentimiento de culpa por brutalidad e ignorancia.
Sin tener nada que ver con el optimismo panglossiano que Voltaire nos propone con el objetivo de satirizar el supuesto optimismo de Rousseau, en realidad deberíamos ampliar nuestro horizonte y nuestra imaginación para hacer unas lecturas que resalten las sabidurías populares de nuestra cultura.
¿Es que no es sabio reírse frente a la arbitrariedad del poder en todas sus formas?(choteo) ¿es que es negativo tener una relación con nuestros cuerpos desinhibida y gozosa, frente al disciplinamiento que no consiguió ni el pasado republicano con sus ansias de modernidad ni el ethos de muerte sacrificial de la revolución cubana? ¿Es que privilegiar el presente frente a un pasado -necesario a conocer y retener en la memoria pero ya pasado- y frente a un futuro que siempre viene partido a la mitad, según Borges, no puede ser entendido como un rasgo de sabiduría cultural? ¿Es que la memoria histórica nos tiene que conducir a un presente desarmado y a un futuro trágico? ¿Es que la culpa como sentimiento anclado nos hace más elaborados y refinados en nuestro mundo emocional?. Analizando las estrategias de sobrevivencia de mis compatriotas dentro o fuera de Cuba me parece que nos debemos otro tipo de análisis.
La incapacidad de asociar ideas y de acumular experiencias es un síntoma del subdesarrollo de las actuales élites políticas cubanas pero no es ni por asomo la síntesis de ningún ethos nacional.
El director de cine ruso Alexander Sokurov, resaltaba en una entrevista, que su comprensión de la melancolía perpetua de sus compatriotas era una virtud que él explicaba como la posición inevitable para resistir los avatares trágicos de la historia de su país. ¿Seguiremos copiando un esquema de comprensión que nada tiene que ver con nuestras raíces culturales ni históricas? ¿Seguiremos asimilando de manera acrítica la fabulosa tradición occidental para interiorizarla como la única reflexión respetable inteligente y posible para pensarnos? O dicho de otro modo, ¿seguiremos privilegiando la mirada eurocéntrica o primer mundista del otro sobre nosotros mismos como la única válida?
Creo que nos debemos otra mirada. Vivenciar otras culturas y comparar sus particularidades con la propia nos debería sugerir otras perspectivas de análisis.
Hace mucho tiempo he dejado de pensarme bajo las claves del buen salvaje y sigo pensando que un entrenamiento en la adopción de la melancolía, la culpa y del sentido trágico de otras culturas no nos haría ni más lúcidos, ni más elaborados en nuestras percepciones, ni más densos en nuestros pensamientos. Perderíamos en cambio, ese sentido de sabiduría existencial que nos permite enfrentar mejor nuestro presente y nuestro futuro como nación.