Por Dmitri Prieto Samsónov
Hace 2 años publiqué este escrito (en inglés) en mi columna de Havana Times (http://www.havanatimes.org). Me acabo de re-encontrar con él, casi por casualidad, y me pareció que amerita aparecer en castellano. Justo cuando estamos cerca aún de otro aniversario de la masacre de Katyn… La distancia temporal de 2 años se encargará de darle más relieve a los vocablos, destacando lo que perdura y nublando lo perecedero. Y –de su parte- la pasión por la verdad jamás envejece. Que Dios nos tenga piedad a todxs…
El “culto a la personalidad” de Stalin es “mierda vieja y bien seca”, como a propósito de otra cosa se expresara Charles Bukowsky.
Si se lee “Un grano de maíz”, libro que contiene el diálogo de Tomas Borge con Fidel Castro, resulta claro que el Comandante en Jefe optó por declarar explícitamente su desacuerdo con los modos de “hacer socialismo” de Stalin. El ataque crítico del líder cubano incluía entre sus targets el infame protocolo secreto del Pacto Molotov-Ribbentrop por el cual la Unión Soviética y el Tercer Reich se repartieron toda Europa Central. La firma de ese documento propició el ataque nazi a Polonia y el inicio “oficial” de la Segunda Guerra Mundial en Europa (que comenzó años antes en Asia, con el ataque japonés a Manchuria, y en África, con la ocupación italo-fascista de Etiopía, pero como sabemos la cultura europea es miope; tan miope que tampoco incluye en la Segunda guerra “oficial” la carnicería “civil” en España, donde nazis y fachas participaron hasta quedar plasmadas sus huellas en un cuadro de Picasso; tampoco se incluye el asqueroso pacto de Múnich, donde las democracias de Occidente contrapesaron con antelación la futura perfidia del “socialista” Stalin al abandonar Checoslovaquia a los apetitos nacionalistas-dictatoriales; Checoslovaquia que por cierto era la única democracia viva del Centro de Europa).
Pues por la TV cubana han puesto reportajes desde Polonia por el periodista Julio Acanda, en homenaje a la conmemoración del 70 aniversario de la fatídica fecha del 1 de septiembre de 1939.
Julio Acanda es un buen periodista, muy crítico, y respetado por el pueblo. Pero hasta donde me consta, no mencionó en sus reportajes el pacto nazibolchevique. No tocó la época en que después de partida y repartida Polonia, ondearon una al lado de otra dos banderas rojas: una con la hoz y el martillo y la estrella de cinco puntas bordadas en oro; la otra con el círculo plateado conteniendo la esvástica negra. Y de hecho, ondearon un tiempo, en más de una competencia de futbol entre los ejércitos “socialistas” (“nacional-socialistas” vs. “socialistas-soviéticos”) “amigos”. Gracias a Dios tal barbaridad no duró mucho – y me sorprende la triste y cruel ironía de la frase que acabo de escribir, pues el contubernio fue terminado sólo con el ataque alemán a la URSS en el solsticio veraniego (runa Sieg, dicen los entendidos) del 1941.
¿Julio Acanda no conoce la historia? Falso. Y si no la conocía, más de un polaco debió recordarle los hechos.
Y es que, a pesar de ser su culto “mierda vieja y bien seca”, Stalin pervive en la realidad de nuestro país como una particular estructura social, que para manifestarse puede o no echar mano al carismático icono del revolucionario georgiano tornado dictador ruso.
¿Quiénes defienden a Stalin en la Cuba del 2009?
A Stalin lo defienden un montón de cubanos nostálgicos por la época soviética, y amantes del sonido de las armas. Cubanos cuyas mentes no rebasaron los sucesos de 1985-1991 en la URSS. Cubanos que no tienen piedad por millones de muertos, pues para ellos el poder político se justifica a sí mismo por su propia existencia, y si es capaz de conquistar medio mundo, mejor. Su argumentación se basa en el “…sí, pero…”. Parecen no darse cuenta que así se puede justificar cualquier cosa (“…sí, pero gracias a Mussolini [Hitler, Machado] Italia [Alemania, Cuba] tiene carreteras…”). Me sorprende la incoherencia del concepto de justicia de esa gente. Me sorprende su miopía moral y su ingenuidad histórica. En el mapa ideológico mundial, esos ciudadanos se parecen a los que obstinadamente niegan el holocausto judío. De hecho, sospecho que entre esos admiradores de Stalin debe haber unos cuantos negadores del holocausto. No sé cómo pueden por ejemplo criticar a los EE.UU. por sus actos imperialistas; en el fondo de su alma esa especie de estalinianos deben tener un bichito que les dice “¡los yankis sí que son unos caballos!”. Por ello, también sospecho que cuando se desesperan demasiado por el olor del picadillo de soya en la bodega, “brincan el charco” y se vuelven pro-yankis a morirse.
A Stalin lo defiende el reguetonero fascista Baby Lores. Este lamentable personaje merece un aparte. La tarjeta digital de presentación de su “comunication (sic!) manager” está escrita en inglés (para especular) y con faltas de ortografía. Probablemente Baby Lores no conoce quien fue Stalin. Sería bueno averiguar si es así. Pero en su celebérrima pieza de reguetón político, Baby Lores se monta en una dinámica de culto a la personalidad del líder que avala cualquier estalinismo (o fascismo) posible. De hecho, por su feroz anti-intelectualismo y su descarada apología de la chivatería y de la violencia callejera, su reguetón está mucho más cerca del fascismo a lo Hitler (ni siquiera del de Mussolini) que del “socialismo” estalinista. Baby Lores puede no conocer la persona de Stalin, pero es un sostén ético-estético-epistemológico de un Stalin tornado institución social. Baby Lores está acompañado por toda una fauna de artistas “adaptados”, que además suelen tener los bolsillos llenos de billetes convertibles. No por gusto en el mentado CD el Baby aparece -con una boina del Che- “perimetrado” 4 veces por la frase “la máquina de hacer dinero”. Fascismo como estetización de la política, decía Walter Benjamin: nacionalismo visceral, culto al líder, populismo vulgar tapando la apología pro-capitalista como un hilo dental tapa las nalgas de una belleza rubia en un videoclip reguetonero, y puños “elegantes” a lo guapería callejera, justo como lo quiso el Führer en su Mein Kampf. Pero el Führer está suicidado e incinerado; bien suicidado y bien incinerado.
A Stalin lo defienden los (tan lamentables) burócratas-intelectuales cobardes de los que está sembrada en abundancia la academia y la pedagogía cubana. Cobardes, porque el tierno pellejo de sus cerebros tiembla ante la idea sola de que pueden existir verdades históricas incómodas, o sea, tales verdades que requieren una postura cívica, una postura ética, es decir, asumir el riesgo del apocalipsis. Algunos de esos burócratas optan conscientemente por el extremismo como la mejor vía de tapar su oportunismo innato e incuestionable. Otros, no tan burócratas, pero sí intelectuales tristemente miserables, piensan que son más inteligentes que nadie en sus componendas, y se ponen a defender no importa a quien: a Stalin, a bin Laden o a Baby Lores. Y cuidado, no son ningunos imbéciles; no son ningunos imbéciles hasta el punto de que algunas universidades extranjeras los invitan a dar conferencias sobre “la crítica en Cuba”.
A Stalin, last but not least, lo defienden decenas de apparatchiks anónimos que solo cumplen ordenes. Y que de vez en cuando viajan a pasarse unas semanitas en Varadero. Cuando se les ordena hacerlo, por supuesto.
La defensa que todos esos personajes hacen de Stalin–como vimos- no tiene porqué involucrar la apología y ni siquiera el conocimiento del Stalin real. Esa defensa es básicamente una militancia sórdida contra todo pensamiento crítico. Tal posicionamiento incluye no solo el oportunismo ante la posibilidad de asumir como posible y sano el cuestionamiento de los relatos históricos, sino también la construcción de todo un andamiaje ideológico que ellos creen invulnerable. Usan todos sus miserables truquitos de burócratas para intentar parar la palabra cuestionadora, ya sea mediante el silencio, la mentira o la intimidación.
Tratan de destruir la crítica para garantizar tal supuesta invulnerabilidad. La invulnerabilidad que para ellos significa impunidad, inmunidad e inamovilidad.
Allí está su error. Su fortaleza no es más que una cortina de humo. Una cortina de humo que trata de esconder NUESTROS abismos. Pero todos sabemos que los abismos están allí. Verdaderamente pocos se dejan engañar; los más viven la resignación, la hipocresía o la esquizofrenia. Y como los hechos últimos de la URSS han demostrado en 1985-1991, la resignación, la hipocresía y la esquizofrenia son precisamente los mejores ingredientes ideológicos para comenzar a cocinar la sopa de un capitalismo rampante y sucio. Los estalinistas cubanos son los aplicados y perseverantes artífices de una posible transición capitalista en NUESTRO país.
El socialismo no necesita de cortinas de humo.
La única forma de enfrentar los abismos es destaparlos. Mirar el abismo, y que el abismo te mire, como decía Nietzsche. Solo los corajudos -socialistas, o no- asoman sus rostros a los abismos.
La única forma de no construir el capitalismo es acabar con las ideas y las practicas estalinistas.
Parece que afortunadamente muchos periodistas cubanos se han dado cuenta de ello en los últimos días, y han salido escritos favorables a la crítica en los medios masivos del país. Hace falta que la cosa real no se quede en meros escritos.