Mi batalla con el mosquito

Por Daisy Valera

Cuando escribo este post, la lluvia de los últimos días ha inundado el sistema de alcantarillas y llenado de agua los incontables baches de las calles de Alamar.

Muchas veces la mezcla de agua y calor se convierte en sinónimo de mosquitos y dengue.

Se comenta que hay dos hospitales llenos de enfermos por el virus y que han muerto varias personas, yo no podría asegurarlo.

Solo puedo decir que con bastante frecuencia un carro de la policía le abre paso a un inmenso camión que inunda de humo todo el vecindario.

La campaña de fumigación es completada por esos trabajadores vestidos de gris a los que muchos llaman mosquitos porque tienen la tarea de exterminar al trasmisor del virus y así contener la enfermedad.

Los fumigadores en Alamar trabajan con más dificultad, deben subir y bajar incontables escaleras y meterse también en un buen número de los garajes, corrales y talleres que han construido los vecinos en las áreas comunes buscando palear el hacinamiento.

Llevan varios días de un lado para otro y el detestable olor a petróleo quemado lo inunda todo.

El pasado fin de semana sentí el ruido de la máquina demasiado cerca, en mi escalera.

Tenía ropa tendida en los cordeles y el almuerzo a medio hacer cuando el fumigador tocó a mi puerta.

También traía su ruidosa máquina, entró, cuando vio que no había cerrado una ventana comenzó la crisis.

Me soltó que era una falta de respeto, que no valoraba su trabajo, me trató de asustar con que no fumigaría y que pondrían una multa.

Le traté de explicar que no había forma de que en mi casa hubiera mosquitos porque sencillamente muchas veces ni tenía agua, y que había enfermos.

Siguió sin escucharme, gritando para que lo vecinos se enteraran de mi poca consideración y me falto poco para perder los estribos y empezar a gritarle que saliera con su locura de mi apartamento.

Nunca pudimos dialogar, finalmente el humo lo inundó todo, y los vecinos que murmuraban en el balcón se callaron felices.

El fumigador hizo bien su trabajo, invadió y dio órdenes sin atenerse a razones, yo tuve que callarme ante la posibilidad de un acto de repudio protagonizado por los obedientes vecinos.

Muchos en Cuba han dejado de entender la brecha existente entre lo social y lo privado, ya sean espacios o decisiones, la actitud del fumigador fue una consecuencia.

Quería gritar que no me importaba morir de Dengue hemorrágico, pero cerré mi boca, de todas formas no iba a líbrame de sentirme aplastada y sin derechos incluso entre las cuatro paredes que habito.

Publicado en Havana Times