Por Pedro Campos
La última Asamblea Nacional del Poder Popular dio a luz un nuevo vice-Presidente, un cuadro tradicional del Partido, de 52 años. Propios y extraños ven la sustitución de Machado Ventura, por Díaz Canel como una “apertura” a gente más joven; pero el cónclave no aprobó nada que signifique cambios sustanciales en la economía ni en las estructuras y concepciones políticas del modelo estado-céntrico. Hay un nuevo vicepresidente, pero el modelo es el mismo.
Mientras no se acabe de reconocer el fracaso económico, político y social del modelo estatalista asalariado centralizado, de viejo cuño neo-estalinista, no habrá una verdadera renovación socialista.
Los actuales gobernantes, han sido electos por medio de los mismos mecanismos establecidos, según los cuales, los aparatos centrales y provinciales del partido-gobierno designan a los candidatos a la Asamblea Nacional, los mismos encargados de elegir a los que dirigen los aparatos centrales del gobierno. El presidente habla de cambios constitucionales que aprobarán los mismos electos desde arriba designados.
La dirección del partido-gobierno sigue decidiendo todo en Cuba. Los medios de divulgación siguen todos en manos del aparato gubernamental. Internet no deja de ser un deseo. La opinión socialista distinta está circunscrita a espacios limitados con poca o ninguna divulgación. Los espacios de la oposición son objeto de acoso en diverso grado. Que no comparta sus objetivos, no implica que no defienda su derecho a expresarse.
Los referendos sobre leyes; las elecciones directas del Presidente, del vicepresidente del gobierno central y los gobiernos provinciales y municipales, la votación democrática de presupuestos participativos, a los distintos niveles y la participación de los trabajadores en una parte de las ganancias de las empresas estatales, no aparecen en el vocabulario oficial. Sin esto no hay verdadera democracia, ni socialismo. Está claro.
La apertura al trabajo por cuenta propia, al pequeño y mediano capitalismo privado y a las cooperativas en otros sectores distintos a la agricultura, sigue lastrada por el monopolio estatal en las finanzas, el mercado y las ex/importaciones y son concebidas por el partido-gobierno como formas “no estatales” en función de los intereses del estado.
Lo que no quiere decir que no se reconozca que se ha dejado atrás el inmovilismo y que algunas de las medidas tomadas respondan a reclamos generales, no solo de los comunistas democráticos, sino de toda la sociedad. Desde luego, insuficiente para salir del status quo actual y abrir la economía y la política a un verdadero proceso de democratización.
Por eso, será poco todo cuanto se haga y diga para profundizar y acelerar las modestas transformaciones que llegan desde la “actualización” gubernamental. Nadie olvide las enormes retrancas que persisten y la resistencia de la burocracia a cualquier cambio.
La dos monedas que circulan, una devaluada para pagar a los trabajadores y otra que vale 25 veces la primera para cobrarles en las tiendas de divisa la mayoría de los productos de primera necesidad, siguen menospreciando el valor del trabajo y llevando a muchos cubanos a optar por trabajar fuera del estado o buscar fortuna en cualquier otro país, no importa que sea Haití o Australia, aunque la mayoría aspira a irse al “Norte revuelto y brutal”.
Los defensores de las políticas económicas gubernamentales, insisten en que la doble moneda no es un problema para el desarrollo de la economía, sino la falta de producción. Los que tienen conocimientos medios de economía política (el costo de una mercancía incluye el costo de la fuerza de trabajo empleada en su producción) o viven de un salario estatal, saben que si no se estimula, si no se paga el trabajo, no hay producción.
La doble moneda ha servido para tratar de equilibrar las finanzas del estado a costa de sacarle dinero a la gente; pero no para estimular la producción.
Mientras, seguirá ocurriendo lo mismo que decían los trabajadores de la extinta URSS: el gobierno hace como que paga y nosotros hacemos como que trabajamos.
Cambios profundos en Cuba tendrá que haber hacia un verdadero proceso de democratización de la vida política y la socialización de la apropiación de la propiedad y los resultados de la producción, por diferentes formas; pero no serán porque se cambie este o aquel funcionario.
Sino porque el mismo fracaso del modelo lo demanda, junto a la crítica y la presión pacífica de los trabajadores, de los intelectuales, de los estudiantes, de los campesinos, de los cuentapropistas, de las amas de casa y de todos los ciudadanos que se sienten afectados por la continuación del entuerto burocrático estado-céntrico.
En todos los espacios y oportunidades posibles hay que seguir señalando y demostrando la inviabilidad económica y social del llamado “socialismo de estado” que encubre un capitalismo monopolista de estado y todas sus inconsecuencias democráticas y presentando propuestas concretas para superar el estado actual de cosas en el país.
Socialismo por la vida.