Administrar el fracaso, es a lo que aspiran las agrupaciones políticas. No podía ser de otra manera, pues todo el universo político-social tiene en la mira el Poder, incluso quienes hablan de construir contra-poder, o hasta un Poder-Popular. Son variaciones del mismo tema; estructuras de dominio contra la libertad individual. Es irrelevante si su dogma es de derecha o de izquierda, cuando la única ideología verdadera es la dominación. Si hay dudas, véase como los gobiernos de extrema derecha son, en lo esencial, idénticos a los de izquierda.
La lógica del poder ha contaminado, incluso, a sectores pretendidamente autónomos, antiautoritarios e insurrectos. Así, un amotinamiento de la población contra su gobierno y la estructura política deriva en exigencia de un constituyente, o aquel movimiento indígena que lanza candidata presidencial nativa, o esas milicias autónomas cuyo proyecto es el confederalismo democrático (eufemismo de otro Estado capitalista). Parecen condicionadas a construir nuevas opresiones.
No en balde se ejecuta una guerra contra nuestros sentidos, me explico; el mensaje del sistema construye nuestra manera de percibir el mundo, penetra en la conciencia y manipula las sensibilidades individuales. Generando multitudes de seres aislados con emociones deformadas, sin capacidad para la emancipación, deseosos de dominantes nuevos que sustituyan a los antiguos. Desolados y desprotegidos. De dicha miseria existencial surge el amor por las cadenas.
Esa política, a la que se nos confina, perpetúa las relaciones sociales de sometimiento, sólo sabe construir interacciones fundadas en el sufrimiento y en el tedio, que extinguen las ansias de vida. Así las afectividades podridas en el mundillo de la militancia política.
Si el dominio golpea con impunidad, no es por su fortaleza, sino por la discapacidad emocional que imposibilita la defensa. El patetismo de las plañideras, que chillan ante el contraataque hacia la autoridad, demuestra imposibilidad para comprender que todos los días nos hacen la guerra, por lo que es preciso construir solidaridades afectivas y materiales, en cambio esas descalificaciones, llenas de pretendida objetividad, son una extensión de la propaganda que nos condena a la eterna derrota.
Por eso, en la voluptuosidad de las revueltas se transita de la emoción colectiva a la monótona cohabitación, retornando a la pesadilla de siempre.
Llegamos al activismo para impedir el aniquilamiento, mas sólo prolongamos la agonía. Toda la política expande la devastación al enajenarnos del mundo y degradar las sensibilidades necesarias para combatir al Poder y a su mísera existencia.
¿ Seremos capaces de realizar acciones compartidas que colectivicen el afecto ? Responder esa cuestión indicará si estamos en condiciones de transformar la realidad.