Por Rogelio Manuel Díaz Moreno
Unas noticias más o menos recientes nos movieron las fibras sensibles y me dio por escribir esto. La cosa empezó cuando el 26 de abril pasado, el Tercer Circuito de Apelaciones de los EEUU reafirmó que la sentencia de muerte para Mumua Abu Jamal era improcedente.
En el extenso y controvertido proceso judicial, aplicado al ex-pantera negra por el asesinato del policía Daniel Faulkner, se han producido, atendiendo a las informaciones que uno puede conseguir, tantas contradicciones, irregularidades e incertidumbres que parece monstruoso que se mantenga al célebre condenado en el corredor de la muerte. El sentimiento de justicia de la sociedad y de los seres queridos del fallecido no se pueden satisfacer con una ciega venganza, que puede fácilmente errar su objetivo cegada por el odio. Ensañándose con la persona equivocada, lo único que se logra es que un verdadero asesino viva tranquilamente en su casa el resto de sus días, y que los traumas y conflictos de la discriminación racial se enquisten en una atribulada sociedad.
Mumia, como es sabido, se ha convertido en un ícono universal de todos los que consideran su inocencia y admiran su resistencia y capacidad de manter desde su celda una actividad intelectual y política sobresaliente. La sociedad estadounidense, que ha sabido dar muestras de su capacidad para superar -paulatinamente- máculas que la han acosado históricamente, tiene en él una posibilidad más de recapacitar qué tipo de futuro desea para sus hijos.
Particularmente para los cubanos, el sistema judicial-penitenciario estadounidense mantiene otro caso muy sensible. En el caso conocido como el de Los cinco, los agentes de la seguridad del Estado cubano capturados en 1998 cumplen prolongadas sentencias. En este particular, también se señalan montones de incongruencias, como el de no concedérseles el derecho a juicio fuera del estado de Florida, tan poco propenso a la imparcialidad en un caso así; que el gobierno federal estadounidense parece haber pagado a periodistas para que atacaran a los acusados, y otros detalles que han sido divulgados hasta el agotamiento por los medios oficiales de Cuba. Acá, a uno le conmueve pensar que estos compatriotas suministraban información sobre organizaciones conocidas por montar acciones violentas contra blancos civiles en nuestro archipiélago, definibles como terroristas en cualquier parte del mundo, y suspiramos porque ocurran los cambios de política que sean necesarios para negociar con sensibilidad, discreción y mejor éxito que lo que hasta ahora han tenido las iniciativas dirigidas a la liberación de Antonio, Fernando, René, Ramón y Gerardo.
Otra información reciente da cuenta del asesinato en Brasil de un líder comunitario y ecologista, José Claudio Ribero Da Silva y su esposa, María Do Espíritu Santo Da Silva. La pareja era reconocida por la defensa que hacía de los pequeños campesinos, y por las denuncias contra los monopolios expoliadores de la riqueza natural brasileña. Ambos estaban concientes de que su militancia les podía costar la vida en cualquier momento, y aún así persistían en defender la dignidad y derechos de sus compañeros.
Es conocida la falta de escrúpulos de los grandes comerciantes madereros y mineros de la Amazonia, su inquebrantable voluntadde aplastar todo lo que se atraviese en el camino de su ambición desmedida. De esta manera, no vacilan en aplicar las medidas más draconianas contra las comunidades humildes afectadas por sus actividades, incluyendo violaciones, asesinatos, desplazamientos forzados y cualesquiera vejámenes que consideren necesarios para aplastar la resistencia. Los conceptos de respeto a la sagrada vida humana son totalmente ajenos a estos mercachifles, no digamos ya el sentido ecológico, con lo que la protección de la Amazonia y sus pobladores necesita de algo más que de las tímidas reformas sociales de los gobiernos del PT -una revolución verdadera, popular y democrática, sería nuestra sugerencia.
Finalmente y por nuestros lares, al pintor cubano Pedro Pablo Oliva parecen haberlo declarado villano público en ciertos círculos oficiales, desde que un delegado de la Asamblea Provincial de Pinar del Río lo denunciara por tener ciertas actitudes alejadas de lo políticamente correcto. Del cruze de declaraciones, he sacado en claro que lo peor que hizo el artista -Premio Nacional de Artes Plásticas por un buen número de méritos y aportes a su nación- fue aceptar un código que iba contra sus principios de escoger libremente sus amigos, temas de conversación y opiniones políticas, y que este código le pasa la cuenta ahora que se manifestó la inevitable contradicción. A la casa taller que realizaba también una valiosa obra, parece que las autoridades le pusieron la cosa tan difícil que sus trabajadores decidieron cerrarla hasta la llegada de mejores tiempos. Qué tristeza, ver a alguien grande, y una obra así, atacados y mancillados por canijos y burócratas. Quien pierde más: naturalmente, los que antes recibían los frutos de la labor artística y pedagógica, esto es, el pueblo, los jóvenes aprendices; también sufre considerablemente la ya de por sí asustadiza capacidad de hablar con sinceridad y expresar lo que se piensa.
En fin, que ninguna de estas historias se ha acabado. En todas ellas hay oportunidad todavía para que se haga aunque sea un poquito de justicia, el poquito que quede después de tanto entuerto.