Por Yenisel Rodríguez Pérez
Charles Chaplin ofrece en su filmografía una lectura de la vida cotidiana de los pobres que no se limita a descubrirnos las limitaciones materiales que padecen estos. En sus filmes la pobreza es una fuerza constructora de disímiles circunstancias donde los pobres expresan un riquísimo mundo cultural.
¡Esa es la pobreza!
Así nos recibe Charlot.
Un empobrecido obrero que tiene mucho que desear de corazón, y no sólo de estómago. La ausencia de propiedad no es la nada. Estar vivo le ofrece al pobre mucho que tener. Le brinda, por ejemplo, un universo cultural, una patria local donde pastar su espíritu.
Un espíritu curtido por la precariedad material, no es menos cultural que aquellos que se hidratan en los bacanales del bienestar de vida. El Charlot de Chaplin también nos “habla” de esto.
La cultura del pobre va más allá de su pobreza. Su cultura no es el negativo fotográfico de su lucha por la sobrevivencia. Su gusto por la carne con papas no es siempre un autoengaño ante la sed por el vigoroso espesor del buey.
El gusto por las comidas elaboradas no surge solo como alternativa ante la monotonía gustativa que provoca comer demasiado de lo bueno y de lo prestigioso. Combinar, elaborar, mezclar es una práctica universal humana.
Charlot nos lo muestra.
Logra que sintamos como respira en su corazón los sentimientos trascendentales, sin que hagan interferencia con los estruendosos reclamos gastronómicos de sus tripas. Su magisterio humorístico hace que probemos botas de piel, sin escupir.
A diferencia de Charlot, Charles Chaplin y muchos otros, están esos que hacen de la pobreza una Cultura sin cultura, para luego troquelarla en el espíritu de los que poco o nada poseen como propiedad.
Reporteros que niegan a los haitianos la posibilidad del orgasmo, de las pasiones y del pecado de la carne, por cuestiones de sobrevivencia. Que niegan la alegría tras la sonrisa del niño y la niña haitiana, aclarándonos que son provocados por los retorcijos que provocan los paraisitos en sus estómagos.
Que cuestionan la belleza y la virtud de cargar los pesos las mujeres en sus cabezas; que decir si son, según el reportero, el Apocalipsis de la Ortopedia.
Será que al tener nuestro reportero, pensándose desde Haití, algunos privilegios en su Cuba la bella, aspire a envestirse con la actitud refinada de los colonialismos imperiales. De las miradas del gentleman inglés o del temerario presentador del Discovery Channel.
Puede que lo logre en la intimidad de sus deseos no publicados. Pero resultará falso cuando termine sorteando el mar de excrementos que pervive en los baños del Instituto Cubano de Radio y Televisión, sin saber donde poner su cámara fotográfica a lo Discovery y su boina de antropólogo al estilo dieciochesco.
Falsedad doble, por no ser un primermundista ni por lograr descubrir, como periodista, el ser de la cultura haitiana. Por tanto, su genocidio para con el mundo espiritual del trabajador haitiano es menos perdonable que el que también practican en Haití los poderes imperiales primermundistas.
Informemos a nuestro reportero que Charlot y los trabajadores haitianos también duermen al sol para dorarse la piel. De igual forma el dorado puede ser una forma universal de templar la belleza al calor de los descampados.