Como regar las votaciones para que nos sirvan.

Una de las ilusiones más líquidas de la democracia es aquella de las elecciones. Y si la base de la democracia es la dinámica “participativa” regida por el voto, ya podemos preveer que tan líquida y fácil de derramar es la argumentación de esta perspectiva política. Creo que en muchos lugares se ha hablado de la incapacidad del otro para representar y de la falacia de la intermediación política frente a la necesidad de la acción directa cotidiana de todxs. Es por esto que en este pequeño escrito me concentraré en otras de las limitaciones que le veo a la votación y a la democracia, discusión pertinente especialmente en esta época que nos llaman a votar en las elecciones.

Empecemos por el principio, los candidatos a ser elegidos; A diferencia del imaginario que nos intentan implantar en la escuela con los consejos estudiantiles institucionales -que cualquiera puede ser un candidato elegible- en la sociedad democrática adulta solo en la teoría es cierto que todos podemos ser elegibles. Claro, cualquiera puede ser candidato, pero esa falacia es tan grande como el hecho de que en la sociedad de libre mercado cualquiera puede comprar un Mercedes Benz y vivir en una casa con piscina. En el modelo de representación indirecta no cualquiera puede ser elegido, para poder entrar en una carrera electoral debes tener algunas características para que tu nombre sea recordado o tu propuesta creída. Nuestro sistema político, que no es nuevo, está constituido por un serie de mafias electorales organizadas alrededor de los partidos políticos que funcionan como máquinas de elaboración constante de elegibles, pero estos no son cualquiera de los que integran los partidos: en primera línea siempre encontramos a los hijos, sobrinos, nietos y hasta bisnietos de políticos que han participado en la historia de la nación en esta lógica representativa. Así que estamos llenos aquí y allá de Lleras, Gavirias, Galanes, Rojas y otra sarta de hijos de alcaldes, presidentes y demás que no han visto mejor camino que ganarse la vida como sus padres ya lo había hecho, aprovechándose de los impuestos sociales.

Otra generación de candidatos se ha extendido de la mano del no tan nuevo sistema neo-liberal, y es la de aquellos que se presentan como buenos gerentes, administradores y académicos de la administración pública, todos ellos tecnócratas (poderosos por la técnica) que creen que el problema de la administración parte de asumir los principios de la eficacia, la productividad y la evaluación racional de lo público. Grandes analistas pero profundamente ciegos al ver la realidad que esta mas allá de los modelos teóricos racionales (no todo es solucionable con la ciencia).

Una última tendencia la han tenido reconvertidos políticos, que han nacido en el movimiento social o en el caso de Colombia también en el guerrillero. Aunque muchos de ellos venían previamente de clases medias críticas, también en estos espacios se encuentran auténticos líderes de extracción popular que en su momento decidieron dejar la lucha social y vincularse con la política electoral (y toda la estabilidad económica, cultural y social en general que esta trae). Una vez decidieron por esta vía ingresaron como el resto de los políticos a las mismas dinámicas del clientelismo y corrupción que caracterizan el manejo burocrático de recursos públicos.

Quienes no han pertenecido a estos lugares de origen de sus candidaturas, y estos últimos definitívamente son la minoría, han visto las ventajas de ser político (y hace falta ser ciego o imbécil para no notar la diferencia de trabajar poco y ganar millonadas que obtienen los políticos, a seguir ganándole la vida haciendo horarios laborales completos), o creen de forma honesta en la posibilidad de aportar socialmente al mejoramiento de todxs, desgraciadamente son estos los que más rapidamente encuentran problemas para poder ser realmente elegidos. Pero claro para quedar en la categoría de elegibles tienen que tener la capacidad de: o bien comprar votos directamente o hacer que su nombre y propuesta sean recordados por la gente, y eso en nuestra sociedad del espectáculo no es más que tener la capacidad de montar campañas publicitarias costosas, que solo los mas privilegiados -o con el financiamiento de los mas privilegiados- se pueden desarrollar.

Acá se toca un tema fundamental: para poder ser elegido tiene que tener la capacidad económica de promocionarse, dedicar su tiempo completo a la campaña y tener los gastos cubiertos para hacer las diferentes apariciones en los lugares donde se quiere promover su nombre. Si bien es cierto que la ley colombiana patrocina económicamente las elecciones (entregando aproximadamente 1000 pesos por votos validos al candidato), este patrocinio nunca está en relación con los gastos necesarios para posicionar una campaña: mientras sea para un cargo más alto será más costoso en la medida que es obligación hacerse conocer en distintas localidades, varias ciudades si es el caso, el departamento, la región y el país. Allí es donde entran los compromisos previos que los candidatos hacen con aquellas personas que están dispuestas a financiar sus campañas, quienes a cambio de políticas favorables para sus negocios disponen dinero en cantidad necesaria para que su candidato-funcionario pueda tramitarles los diferentes proyectos que le interesan. A pesar de que Colombia, aunque mediáticamente solo Bogotá, se vea actualmente en un escandalo que parece coyuntural (al cual han salido todas las fuerzas de la salvación moral, encabezadas por el presidente, condenando y “persiguiendo” tal flagelo) lo real es que buena parte de las administraciones locales nacionales y a nivel mundial1 están atravesadas por esta tendencia de la administración: Financiación de campañas por contratos promesa.

Esto deja en el tintero una de las cuestiones más relevantes de la elegibilidad en la democracia, y es la que está atravesada por la condición de clase de los que pueden soportar económicamente las campañas. Puede que los pobres aspiren a puestos políticos, pero a menos que participen en clientelas, se alíen con ricos o recauden de una forma innata los recursos necesarios, la elección de estos candidatos procedentes de las clases populares solo será una excepción que confirma la regla2.

Y ahora: ¿que les tocará hacer a ellos cuando estén sin partidos y sin clientelas en los puestos a los que aspiran? pues no les queda de otra sino empezar a aprender de alianzas, bloques, construcción de mayorías y demás porque en el sistema democrático en el que vivimos nadie puede dirigir solo, debe ponerse de acuerdo así sea con una parte de la clase política para llegar a cumplir sus intenciones. Y allí entonces, aprenderá que la clase política solo sabe de una cosa: reproducirse como dirigentes a costa de los contribuyentes. A la inocencia de querer hacer sin contaminarse de la clase corrupta le seguirá el pragmatismo político en el que el hacer, así sea con la mejor voluntad, depende de aprender a negociar con los corruptos.

Ahora, como empecé esté artículo mantengo que las elecciones son una ilusión muy liquida por que son de esas cosas que independientemente de nuestra participación o no van a seguir sucediendo, votemos mil o quinientos siempre tendremos cada cierto tiempo la elección de nuevos “representantes”. Es una ilusión por que es difícil que alguien pueda representar realmente a tanta gente sin tener canales de comunicación constante, sin pertenecer a nuestras comunidades, respondiendo más a sus propios intereses ideológicos y sociales que a los de quienes votan por el. Pensemos tan solo por un momento en cómo se construyen los programas de gobierno: ¿has asistido a alguna reunión en que te pregunten sobre un programa de gobierno? pues no, los candidatos siempre parten del hecho que saben interpretar el clamor popular (ojo, que no es lo mismo que creer en ese clamor ahí es donde esta el arte de ser político, ser populista). Al final, los programas terminan siendo una reunión de sus prejuicios, sus anhelos de clase, su violenta afirmación del status quo o simplemente una poesía para encantar sirenas que los elijan.

Peligrosos políticos han intentado hacernos creer que si nosotros hacemos los programas y si participamos en sus mesas “pedagógicas” haremos parte efectiva de sus campañas; esto ha pasado con personajes como Antanas Mokus en Bogotá y con muchos de los políticos del Polo en el país. Pues no nos dejemos engañar, detrás de sus aspiraciones están sus propios intereses y, por mas altruistas que estos puedan ser, al final son sus aspiraciones, y a nosotros nos siguen dejando en el lugar de las aspiraciones de los sin voz que no son escuchadas por la clase política de este país. En el mejor de los casos en que propuestas altruistas lleguen a pasar y materializarse en políticas públicas, estas no serán resultado de nuestros anhelos sino de lo que ellos creen que queremos. Frente a los deseos de la clase política es hora de que empecemos a hacer escuchar nuestra voz, construir nuestras propias políticas públicas y desarrollarlas comunitáriamente sin ningún poder que interceda por nosotros.

Defender la democracia y sus elecciones nos hace caer en una gran ilusión por que las transformaciones estructurales que necesita nuestra sociedad nunca serán legisladas en el parlamento, nunca la democracia estará en contra del capitalismo, es imposible ser una contradictora de lo que se complementa. No hay males menores en los momentos de las elecciones, no existen elegibles que puedan mejorar un poco nuestra realidad, cualquier migaja que nos den será un grano más en la dominación a la que nos someten. Habremos que decidir dejar de recoger las migajas y empezar a cocinar nosotros de una ves por todas nuestro propio pan. Y por último, en la medida que se construyan en el mundo cotidiano formas de participación real en que todxs construyamos nuestra realidad sin intermediarios será evidente que no es necesario ni partidos políticos ni elecciones para decidir lo mejor para nuestras comunidades. La mejor participación que podemos hacer no es la del voto, es la del reconocernos en nuestras comunidades con nuestros iguales e ir poco a poco viendo que es lo que tenemos y que lo que nos han quitado. Llegará un momento en el que al analizar nuestra realidad decidamos combatir a aquellos que nos desangran con sus impuestos, alentar a nuestras comunidades a no depender de nadie más sino de nuestras propias fuerzas y energías, gestionar colectivamente la realidad sin programas ni parlamentos ajenos a nuestras calles.

Llegara el momento en que nos demos cuenta lo liquida y frágil que es esta realidad y decidamos simplemente regarla para que se evapore… ese día no nos dará miedo gritar a todos los vientos: El pueblo unido funciona sin partidos, el pueblo organizado funciona sin estado.

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