Por Dmitri Prieto Samsónov
En San Petersburgo (Rusia), hace un tiempo hicieron un concurso de jardinería. Se había pedido a los participantes que se inspiraran en temas franceses.
El primero lugar lo obtuvo el diseño de un jardín con guillotina. En medio de los árboles y arbustos, con un fondo de hierba verde, el mortífero dispositivo se mostraba como un elemento armónico y coherente. Detrás, aparecía un cantero de flores de color malva.
La guillotina está hecha de materiales que lucen muy naturales; parece que es madera con barniz y hierro forjado. Materiales, probablemente, reciclados. Guillotina ecológica: no contamina el entorno.
El jardín se llama “Jardín de la Convención”, aludiendo al órgano parlamentario de la Gran Revolución Francesa.
Creo muy significativo que aparezca en Rusia un jardín con guillotina, y que además que gane un premio.
Dice la noticia que algunos visitantes hasta se tiraban fotos con la cabeza colocada dentro del aparato, y el bello paisaje detrás. Me parece una actitud digna. De hecho, el disfrute de la esteticidad de la guillotina debe sin dudas formar parte de las prácticas de consumo de la clase media global.
Es algo así como el retorno a los arquetipos, a los contenidos reprimidos de la memoria colectiva. Finales del siglo XVIII, la Ilustración convertida en filo de cuchilla gravitando sobre cuellos, un ejercicio de verdad burguesa descarnada, el estreno de un modelo de consumo que hoy vive el planeta.
En Cuba no tuvimos –hasta donde sé- guillotina. Pero tenemos la fortaleza de La Cabaña. Según cierto arquitecto habanero, la única pieza cubana de auténtico barroco, en específico barroco militar.
En La Cabaña aplicaban el garrote. Después, fusilaban. Ahora hacen la ceremonia turística del cañonazo de las 9 pm, con viejos uniformes y banderas de España, todos los días; y una vez al año, la Feria Internacional del Libro.
La Cabaña puede ser nuestro Jardín con garrote. O Jardín con fusilamientos. Esa coincidencia siempre me impresiona cuando visito la Feria en febrero, buscando libros. Aquí, fusilaban. Y agarrotaban. Ahora, libros. Al revés que en Francia: la Ilustración después de las Ejecuciones.
Pudieran retomarse esas prácticas como un performance. Feria con garrote. Libros con fusilamientos. Por un precio módico, homenajear nuestra memoria reprimida: Ud. está invitado a pararse frente al pelotón. Al estilo del cuadro de Goya. Si desea, grite.
O puede no hacerlo. La orden de ¡Fuego! será dada de todos modos.
La nueva clase media ilustrada debe interiorizar los costos de su ilustración. Que los viva. Disfrutar de los fusilamientos y del garrote forma parte de la vida cotidiana de un intelectual de clase media. Las ejecuciones son para divertirse. Jardín con guillotina. Librerías con fusilamientos. Reguetón con garrote. Discotecas con silla eléctrica. Cámaras de gas conectadas a internet.
Enjoy!
Que quede claro: soy enemigo de la pena de muerte.
Cuando la Comuna de París (1871), los obreros rebeldes sacaron la guillotina a la calle y le prendieron candela.
Quiero que quemar la guillotina forme parte de la memoria colectiva y del modelo de consumo de la clase obrera. Retorno de lo reprimido: una vez al año, sacamos los trastos de matar al patio central de la Fortaleza del Estado, y les metemos candela.
Así, los fabricantes de sillas eléctricas, de guillotinas y de garrotes podrán mantenerse empleados y conservar los secretos de su oficio: todos los años construirán los artefactos con la única finalidad de hacerlos arder al Fuego Nuevo de la Comuna.