Por Rogelio M. Diaz Moreno
Yo tengo la democracia, háganme caso. No, aquel es un farsante, yo tengo la democracia, síganme a mí. Mientras el estéril peloteo prosigue, la mayoría de las personas encuentran que lo más ‘útil que pueden hacer es concentrarse en sus propios asuntos y enajenarse del intercambio retórico.
El periodista y bloguero Enrique Ubieta nos ha regalado con otra de sus filípicas, con las que pretende establecer que ciertas libertades, derechos y criterios solo se defienden felizmente desde el punto de vista que estamos acostumbrados a verlo defender. Según él, puede demostrarse que todas las otras voces que entran a la discusión y portan una posición que disiente de la suya, no son sino componentes de la alevosa conspiración del imperialismo mundial para derrocar el proyecto revolucionario que habría sido construido en Cuba por las fuerzas victoriosas el 1ro de enero de 1959.
La lectura del material La añorada contaminación de la crítica revolucionaria. Algunas reflexiones me despierta agudas discrepancias, un par de coincidencias muy curiosas, podrá apreciarse y me confirma una personal preocupación. Cuando uno las conversaciones callejeras en las que participo o escucho, con el diluvio de escritos, manifiestos, declaraciones, que cruzan los espacios mediáticos físicos o virtuales de nuestro entorno, llego a la conclusión de que se ha producido un proceso de dilución y vaciamiento de contenidos de un buen número de conceptos o términos generalmente asociados a la vida política de las sociedades modernas, llámense democracia, izquierda, liberalismo, etcétera. Esta opinión se me refuerza con el texto de Ubieta. Me he sentido impelido, entonces, a divagar alrededor de algunos puntos del susodicho material, tanto en defensa de algunas voces de las que él critica, como para resaltar la importancia de revertir este último proceso al que hago referencia.
Yo no voy a discutir el hecho recalco, es sencillo comprobar que es un hecho de que las administraciones gubernamentales estadounidenses han trabajado eventualmente para establecer, reforzar o recuperar la preponderancia sobre los asuntos propios de nuestro país. Esto ha sido así históricamente, en primer lugar por los beneficios económicos que la explotación de sus recursos le ofrecen a sus inversionistas y, en segundo lugar, para mostrar al resto del mundo cómo se castiga a las ovejitas que se escapan del redil. Esta es una de las pocas ideas claras que se pueden extraer del texto que se pueden argumentar con facilidad, como tampoco se puede negar que los métodos actuales de intervención del gobierno estadounidense apuntan más hacia la infiltración ideológica blanda que hacia las acciones de fuerza directa de antaño. En los documentos públicos que reflejan las directrices de aquel gobierno hacia nuestra isla, constan las sumas asignadas para apoyar voces que propaguen mensajes debilitadores de este otro gobierno del lado de acá. A partir de este punto, casi todo lo que me queda por elucubrar parte del asombro y la repulsa hacia la manipulación que efectúa nuestro reflexionador actual, respecto al movimiento de pensamiento y debate que está intentando abrirse paso y ofrecer algún aporte para los importantes momentos actuales de nuestro país.
Ubieta regresa, una vez más, sobre su característica posición de negar toda posibilidad de posicionamiento revolucionario y crítico sincero, fuera de los estrechos márgenes del apoyo incondicional al gobierno. La única postura crítica revolucionaria admisible para él, es aquella que se levante dentro del campamento dirigido por la dirección histórica. Quien pretenda enarbolar convicciones revolucionarias y socialistas desde cualquier otro espacio, sería un pelele, alguien que se alió con la derecha y le hace el juego al imperialismo.
Cualquiera puede afirmar lo que desee sobre las libertades de criterio y expresión social y cultural dentro del campo oficial por llamarlo de alguna manera que no tiene que considerarse ofensiva a priori, puede haber muchas circunstancias en que el oficialismo sea una postura honesta. No obstante, los que hemos permanecido al tanto del debate público en estos lares hemos podido apreciar realidades muy diferentes. Pregúntele, quien no esté está seguro, a Fernando Martínez Heredia, Aurelio Alonso y al resto del colectivo de la desaparecida revista Pensamiento Crítico; al colectivo del igualmente disuelto Centro de Estudios de América, y a tantos y tantos profesionales y revolucionarios que expresaran sus preocupaciones por los errores practicados en las políticas educacionales, económicas, de la agricultura y la industria azucarera, que fueran obligados a callar so pena de sanciones laborales y sociales.
Recientemente, un intelectual del calibre de Esteban Morales tuvo que dar una intensa batalla para reivindicar sus derechos intelectuales más básicos. Otros compañeros, menos célebres y con menor impacto que el elocuente orador de numerosas Mesas Redondas, no han tenido tanta suerte y han sufrido las consecuencias de sacar la patica del armario. Estos han recibido presiones, amenazas, ocasionalmente concretadas, de expulsión de centros universitarios o de trabajo; atemperamiento forzado o cierre fulminante de las bitácoras personales o blogs en Internet; y la difamación de sus personas en público por declaraciones festinadas de exagentes de la seguridad. En este ultimo caso se volvió a demostrar ciertas ventajas para un grupo de personas famosas con un prestigio muy bien ganado, ciertamente que recibieron un desagravio, insuficiente pero al menos expresado; a diferencia de lo dedicado a otras personas menos conocidas e igualmente insultadas. Con estos antecedentes, no sé cómo pueda sostenerse la pretensión de la libertad de expresión y crítica dentro del campo oficialista.
La penalización de cada intento de ponderación objetiva desde dentro del sistema no es mías que otra arista del fenómeno que Ubieta describe cuando plantea, literalmente, que la izquierda revolucionaria todavía no acaba de superar la parálisis teórica en torno a sus errores y desvíos históricos. Nuestra última coincidencia con el autor parte de esta tesis, si bien especifico en mi criterio que la que está paralizada, en teoría y práctica, no es toda la izquierda revolucionaria, sino son apenas aquellos sectores plegados al yugo de la incondicionalidad y obediencia servil con las estructuras monopólicas con las que el aparato estatal sofoca toda la vitalidad de la sociedad. En condiciones de asalariados del pensamiento oficial, sometidos a su estricto control de premios y castigos según se elogie o cuestione a un patrón nada sutil, poco podrán hacer estos sectores para trascender sus limitaciones. De aquí que, de acuerdo con otras opiniones con la que hemos comprometido nuestras vidas, los espacios más prometedores para los ideales revolucionarios, de izquierda, socialistas, los reinventan aquellos que comparten empeños con las mayores dosis de autonomía, los que piensan y actúan con la mayor independencia respecto del aparato burocrático estatal.
La independencia de estos últimos grupos es la que les permite observar y denunciar sin tapujos el avance de los elementos liberales y capitalistas que se introducen, en los mecanismos de la sociedad cubana contemporánea, de manos de los adalides de las reformas que adelanta el gobierno. No hace falta siquiera hurgar en secretos escondidos para encontrar motivos de preocupación en este sentido, puesto que se divulgan y defienden abiertamente por los periodistas y voceros oficiales a medida que se instauran las sucesivas actualizaciones en las distintas esferas de la economía y la sociedad. De tal forma, por una parte se exhiben a la vista publica el favorecimiento a la pequeña y mediana empresa capitalista, explotadora de mano de obra asalariada con derechos poco definidos e irrisoriamente camuflageada bajo el eufemismo de trabajo por cuenta propia; por otra parte, se despliegan todas las medidas concebibles para atraer capitalistas extranjeros brasileños, canadienses, chinos, rusos para que inviertan en marinas, zonas francas, consorcios de maquilas industriales o agrícolas y otros.
Se puede argumentar plausiblemente la necesidad desesperada que tiene la nación de aplicar medidas como estas, para reactivar la economía y de crear fuentes masivas de empleo. En todo caso, no se pueden ignorar festinadamente las contrapartidas porque, dicho de una manera obviamente elemental, las personas piensan, mayormente, como viven. También se puede argumentar la necesidad de utilizar más racionalmente los presupuestos destinados a fines sociales como salud, educación, subsidios y prestaciones sociales, etc., pero para ello se usan de nuevo, a plena luz del día el mismo lenguaje y dinámicas idénticas a las que se le reprochan al español Mariano Rajoy, los neocon estadounidenses y otros de su género. De tal suerte, se acumula una presión brutal sobre las personas que las empuja inexorablemente hacia la dirección de concentrarse en resolver sus problemas y vidas en proyectos individualistas, al son característico de las sociedades donde predominan los modos más desfachatados de la explotación del hombre por el hombre. Y para coronar todo esto, el aparato estatal ejecuta el acercamiento más carnal de que es capaz con las instituciones de la Iglesia Católica, pero no hacia aquellas ramas progresistas de la teoría de la liberación o de educación y organización popular, sino con aquellas estructuras del más rancio conservadurismo vaticano. A estas últimas fuerzas se les permite proclamar abiertamente la supuesta caducidad del marxismo y defender, a través de sus publicaciones y su discurso, la necesidad de implementación de los mecanismos liberales tradicionales; para no hablar de la ofensiva contra los derechos sexuales y reproductivos de las personas, entre otros que habían ganado terreno hasta hace poco. Esto no constituye, por mi parte, un llamado a que se bloqueen ahora determinados canales de expresión espiritual o de pensamiento. Lo que sí quiero es manifestar mi rechazo a la doble moral del aparato farisaico que, por mucho menos que lo anterior, condena a otras personas con cualesquiera epítetos consideren lo bastante peyorativos. Con defensores como estos, la revolución y el socialismo no van a necesitar enterradores.
Las medidas que impliquen retrocesos en ideales sociales, y cuya necesidad puede surgir de una necesidad perentoria, pueden encararse sin embargo de una manera más constructiva y genuinamente socialista. Para ello se requeriría entonces dejar de lado el júbilo carnavalesco y el carácter vertical y totalitarista de gobierno, e involucrar a la clase trabajadora en su formulación, gestión y el manejo de las consecuencias socioeconómicas e ideológicas que inevitablemente traen. ¿Quiere Ubieta que la izquierda oficialista supere el marasmo y estancamiento en que la sitúa? Que se aplique creativamente a trabajar sobre estos apremiantes conflictos.
Ubieta machaca y remachaca que todo aquel pensamiento que se desvíe del caucecito estrecho de su entendimiento no podrá enarbolar con legitimidad ciertos estandartes sobre los que pretende el monopolio. No obstante, ala hora de definir cuál es la izquierda verdaderamente revolucionaria, cuál es el ideal de sociedad al que se aspira, qué papel se le da a la democracia en ella, no bastará con empinar símbolos heráldicos pintados en un paño o invocados en un discurso. Se requerirá, eso sí, despejar todas las dudas acerca de cómo se conciben cada uno de esos conceptos; demostrar con transparencia cuál es la clase social con la que uno se funde, se integra y a la que se pretende empoderar, en la igualdad más auténtica de las posibilidades de todos sus integrantes, para trabajar en pos de ideales colectivos. Creo que hasta aquí tenemos bastante muela para la primera parte de este post, así que voy a continuar en la próxima aventura.
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Muy bueno