Por Arturo López-Levy
A propósito de los artículos “Cuando un amigo se va” de Isbel Díaz Torres[i] y “Gracias, papa, por no emigrar” de Rouslyn Navia[ii].
El articulo “Cuando un amigo se va” de Isbel Díaz Torres plantea la pregunta emocional del destino de la amistad después de la emigración de una de las partes. Sirve de caja de resonancia para discutir la complejidad de los vínculos entre diferentes partes de la nación cubana. Como descripción de una experiencia personal de Isbel (lo llamaré así porque hemos intercambiado un par de correos en el pasado, pero si prefiere un tratamiento más formal, con gusto me disculpo por la confianza), no tengo nada en contra de lo que describe. La experiencia que describe me es familiar y he tenido grandes amigos que no lo han sido más, al emigrar desde Santa Clara a la Habana, terminar mi servicio militar en Guantánamo, ir de Cuba a Israel y de Israel a EE.UU.
Por otra parte, su generalización pre-establece como inevitable un resultado que es apenas posible: la muerte de la amistad como resultado de la distancia geográfica, social, económica, y política. La distancia puede afectar una amistad de forma positiva o negativa. El disminuir la frecuencia de contacto puede debilitar la comunidad vital pero también puede ampliar el contexto donde los actores viven, su círculo de relación y experiencias. En términos de redes sociales, Mark Granobetter demostró desde 1973 la paradójica fuerza de los vínculos débiles[iii]. El capital social de Cuba como comunidad crece cuando cubanos emigrados en múltiples sociedades pueden servir de conectores entre sus conocidos en la isla y personas de sus lugares de residencia, ayudando a ampliar los espacios de movilidad, difusión e influencia, y creación de comunidades de interés.
En mi propia observación participante en el movimiento de cubanos que regresan a Cuba, he tenido experiencias similares a las que Isbel presenta. He perdido algunos amigos, porque sencillamente nuestras afinidades ya no existen. Sucede tanto en Cuba como en la diáspora. Algunos han optado por “darnos por muertos” a todos los que no entramos en su estrecho tamiz ideológico. En ambas orillas, hay quien cambia, incluso varias veces, el software de la actitud política pero mantiene el hardware de la soberbia militante e intransigente. Otros prefieren evitar la complejidad y la tensión de la conversación con los de la “otra orilla”, para usar la expresión de la canción de Frank Delgado. Más allá de la ideología, la distancia geográfica influye en la distancia social entre los actores. No se ven las mismas novelas, ni la misma pelota, ni se van a los mismos estadios o conciertos. Todavía las distancias entre las vidas económicas (nótese que no digo el bienestar) son bastante grandes.
Pero la parte no es el todo. Los cubanos que viajamos a Cuba y los que viven allí desarrollamos amistades, no están exentas de conflictos, que manejadas con ética y respeto, se fortalecen. Todos ponemos esfuerzos. Es obvio que los que regresamos a Cuba encontramos el país que es, ni el que dejamos ni el que queremos. Por eso debemos compartir nuestras experiencias con humildad sin pontificar a otros que también tienen que aportar. Esa actitud a veces es difícil pues es alta la emocionalidad asociada al país y la gente con la que uno creció. Del lado del que se queda también es importante mirar sin prejuicios la experiencia del cubano emigrante.
Las narrativas importan. ¿Por qué no levantar un discurso menos drástico que el de la muerte, que alabe los sacrificios y la vocación de concertar (los abusos de la política migratoria cubana y de la política de embargo no terminan con la salida del país.) de los que mantienen los contactos con Cuba? ¿Por qué no asumir la riqueza de la pluralidad con soluciones de suma no cero, en la que el beneficio y el orgullo de cada cual por su experiencia no implica el demerito o la pérdida para los demás?
Isbel expresa en su artículo una visión que cruza el espectro político. En Miami, el activista anticastrista Manuel Prieres ha escrito sobre la existencia de dos “razas” cubanas, una crecida bajo la revolución y otra en la republica[iv]. En Cuba, con un tono igualmente divisivo, la bloguera “revolucionaria al 100%”, Rouslyn Navia, agradece a sus padres no ser “emigrante”[v]. Navia no se conforma con sentir orgullo por su familia y la trayectoria escogida. Para ella la emigración implica convertirse en “una cubana más de esas que no conocen la realidad de su Patria, de las que cuando vienen de visita todo le sabe ajeno y enrarecido, conocido y a la vez lejano. Andaría como árbol trasplantado, con las raíces al aire…no sería ni de aquí, ni de allá. Sería solo una persona en tierra extraña, tanto en Cuba como fuera de ella. Simplemente no pertenecería a ningún lugar, porque esa es la suerte del emigrado”.
No dudo de la existencia de cubanos que responden a los estereotipos descritos por Isbel Torres y Rouslyn Navia, pero nada de eso tiene que ver con “razas”, ni es la “suerte del emigrado”. La otredad del emigrante es un problema real de identidad, pero no es inmanejable, ni tiene como desenlace único o más probable la muerte del sentimiento filial preexistente, ya sea como amigo, connacional, familiar, correligionario, de la misma provincia, etc. No es responsable mirar identidades interdependientes y complementarias como destinadas a vivir en permanente conflicto o desaparecer.
Muchos cubanos emigrantes jamás hemos mirado a nuestros connacionales en la isla bajo el prisma que propone Isbel de “monos enjaulados, atados por permisos y visas”. Repudiamos los permisos y las visas pero Cuba es mucho más que ellos. Dejo que los que no emigraron hablen por sí mismos, pero dudo que aquellos con los que compartí mi barrio, mis escuelas, el servicio militar o subir al Turquino me encasillen como un frívolo devoto del consumismo (Isbel) o “en tierra extraña” (Navia), cuando visito Cuba. Emigrar fue en muchos casos una dolorosa decisión que formó parte en muchos casos de una estrategia familiar de supervivencia. La imagen es injusta en relación a los emigrantes de las diferentes oleadas, incluyendo muchos hijos de cubanos nacidos en el exterior, crecidos en el cariño a abuelos y tíos en la isla.
Es difícil decir que los que emigramos, por esa simple razón, desconocemos “la realidad de Cuba” o que todo nos sabe “ajeno” en Cuba cual “tierra extraña”. Somos tan cubanos como los que viven en Cuba, partes de la nación cubana plural, que se enriquece con las experiencias, religiones, convicciones políticas, ideologías, y manifestaciones culturales de todos sus hijos. Es obvio que las separaciones promovidas por las políticas oficiales, a veces del gobierno de Cuba, a veces del gobierno de EE.UU, han hecho mas largas las distancias; pero, como norma, todo el que ha subestimado el vigor del nacionalismo y los valores familiares y de amistad de los cubanos ha terminado equivocándose.
La premisa de la muerte de la amistad al emigrar también lleva al facilismo de liberarnos de la responsabilidad que tenemos como cubanos en cultivar mejores relaciones entre las partes de la nación. Como dice María Isabel Alfonso es mucho más cómodo pensar críticas y ripostas que diálogos. Si los amigos se mueren al irse, es más fácil criticar al gobierno por no crear condiciones para que no pasen “a mejor vida” que proponer formas que los reintegren como parte viva e inseparable de la nación. Si los que se quedan, mueren, es más fácil justificar la ruptura total con el país, que no es lo mismo que su gobierno.
Algunas preguntas se imponen: ¿Qué políticas públicas de los actores existentes aquí y ahora sirven para acercar los emigrados al país? ¿No podría el gobierno y la sociedad civil cubana tener programas para que cubanos de la isla y la diáspora interactúen integralmente en trabajo y estudio? ¿No podría la diáspora crear espacios legales en sus países de destino para experiencias temporales de educación y trabajo de cubanos que viven en la isla? ¿Qué puede hacerse para mejorar las comunicaciones entre la isla y la diáspora, con legislaciones menos ideologizadas y acuerdos de normalización del correo postal, las llamadas telefónicas, los viajes y el acceso a internet entre Cuba y EE.UU?
Isbel ha planteado una pregunta importante. La historia de abuso, irracionalidad y polarización ideológica en torno al tema migratorio (no solo por parte del gobierno sino también por varias de sus oposiciones) justifican parte de su escepticismo. Sin embargo, la liberación de las visitas ilimitadas de cubano-americanos bajo una licencia general otorgada por la administración Obama y la reforma migratoria cubana no son progresos menores. Los miles de cubanos emigrantes viajando a Cuba este fin de año explican un análisis más positivo que el de los amigos muertos y los emigrantes perdidos.
[ii] http://rouslyncuba.wordpress.com/2012/12/12/gracias-papa-por-no-emigrar/
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