Por Isbel Díaz Torres
Arturo, me parece evidente que Ud. no comprendió mi artículo, que está más relacionado con la poesía que con todo su interesante y valioso análisis, que comparto en buena medida. Digo esto porque desde que leí una de sus primeras líneas en Muertos que gozan de buena salud: “La experiencia que describe me es familiar y he tenido grandes amigos que no lo han sido más” veo que estamos hablando de experiencias distintas. Yo hablo de amigos que han seguido siendo amigos, y que nos hemos seguido amando, y entre los que no hay absolutamente ningún resquemor.
Ud. habla de “la muerte de la amistad” y dice que yo pre-establezco una generalización. En mi criterio, el tono del texto, lo profundamente íntimo del mismo, sería suficiente para comprender que no se trata de un análisis sociológico ni antropológico (imagino que esos términos estén bien usados aquí, pues soy un simple biólogo), sino de ese recurso poético donde lo personal se convierte en verdad universal. Yo no hablo de la muerte de la amistad, sino de la muerte del amigo. Parece sutil la diferencia, pues veo que no lo ha captado y el equívoco ha desencadenado un texto tan extenso de parte suya.
Es un texto muy corto el mío, que no pretende abarcar el dilema de la migración humana, sino plasmar el dolor por mi gran amigo recién fallecido, muy joven, de un infarto, en Miami.
Otra muestra de su “incomprensión” es cuando convierte en análoga su experiencia con la mía al decir que perdió amigos “porque sencillamente nuestras afinidades ya no existen”. Esa no es la realidad que describo en mi texto, y mucho menos trata sobre esos “tipos” que menciona como: los que los “dan por muertos” por su estrecho “tamiz ideológico”, los que cambian “el software de la actitud política”, los que “evitan la conversación con los de la otra orilla”. Nada más lejano a mi realidad y a mi texto.
Ud. pregunta “por qué no levantar un discurso menos drástico que el de la muerte”, pues muy sencillo, y repito: porque se trata de un texto con ánimo poético (por suerte varias personas lograron captarlo), y deseaba regodearme en la metáfora de la muerte del amigo. No estaba planteando una tesis sociopolítica, ni nada parecido.
“¿Por qué no asumir la riqueza de la pluralidad con soluciones de suma no cero?” porque mi dolor me arrimaba al cero a la hora de escribir lo que escribí, y de paso digo que mis metáforas no demeritaban a nadie. Eran modos muy subjetivos de describir a quienes me refería, y no me importaba ridiculizarme o ridiculizar, dado que es un texto creativo, libre. Y sí, se trata de estereotipos, como bien Ud. dice, lo que habita mi texto, puesto que no era una aproximación científica a la rica y diversa realidad (como ya dije), sino la simplificación humana que nos permite llegar a la lágrima. Como cuando uno se pregunta ¿me ama o no me ama? ¿Qué me importa en ese caso que exista una respuesta compleja a mi dilema existencial?
Por cierto, que tampoco hablo de “la suerte del emigrado” (ni la ciudad que se carga a la espalda, se me ocurre ahora, recordando a Kavafis), sino de mi suerte, pues mis amigos se me han ido.
Me alegra que Ud. no esté ni entre mis “monos”, ni entre mis “consumistas”. Ello demuestra fácilmente que no son figuras que puedan tomarse en el sentido recto. Y si es injusta la imagen, está bien que sea así. Al menos en eso asemeja a la injusta realidad que vivimos, y sentirnos aludidos en un texto de este tipo a veces logra más en el común lector, que matizados análisis con datos estadísticos y sin términos escandalosos. Por demás, la poesía no existe para ser justa ni injusta.
Y ya que lo menciona, en lo personal, su aseveración de que “todo el que ha subestimado el vigor del nacionalismo y los valores familiares y de amistad de los cubanos ha terminado equivocándose” me parece radicalmente cuestionable en lo que respecta al nacionalismo y los valores familiares, cuestiones ambas históricamente manipuladas desde el poder, y que nos han llevado muchas veces a las posturas más retrógradas imaginables.
Cuando más adelante Ud. vuelve a mencionar mi falsa “premisa de la muerte de la amistad” para recordarnos el deber la responsabilidad de “cultivar mejores relaciones entre las partes de la nación”, sí me parece que está siendo Ud. injusto, sobre todo sabiendo que lee con asiduidad Havana Times o el Observatorio Crítico. Difícilmente podrá encontrar Ud. una postura mía contraria a finalizar esta estúpida división de seres queridos que nos ha sido impuesta. No me libero de esa responsabilidad. Todo lo contrario, aquí escribo para crear ese puente, y quienes están afuera puedan tener un pedacito de Cuba fresca y desprejuiciada. Ese es mi modesto aporte.
Sobre sus preguntas, dejo a otros que las asuman y respondan. Ya dije que mi texto no pretendía tales abordajes, y además, me siento incompetente (y a esta hora de la noche, cansado) para responderlas.
De modo que, quizás ha sido una suerte que su equívoca lectura de mi texto le haya dado la oportunidad de decir cosas con las cuales estoy totalmente de acuerdo (exceptuando aquello del nacionalismo y los valores familiares). También he comprobado que ha despertado un interesante debate donde participan tanto super-racionales interpretaciones que casi me acusan de asesino, hasta personas que lograron captar la intimidad y dolor de mi texto.
De paso, deseo recordarle que las columnas en Havana Times funcionan a modo de “diarios”. Ello nos permite a l@s colaborador@s colocar allí desde cuidadosos análisis de la realidad cultural, económica y sociopolítica en la isla, hasta libérrimas diatribas sobre los más personales tópicos. Es bueno tener eso en cuenta a la hora de analizar los textos.
Mi llanto por el amigo perdido termina diciendo: “Pero vuelvo acá y comprendo: había muerto antes, junto con los demás. Lo más triste es que, a pesar de la muerte, uno sigue amándolos, y esperando algo que no se sabe bien qué cosa es”. Si eso le parece que amerita una disección sociológica… entonces, hágala.