Un acercamiento a las celebraciones oficiales por el aniversario del barrio obrero de Pogolotti (y a la apatía popular)

Por Marcelo “Liberato” Salinas

1.

Tato Quiñones durante VI Foro Social Observatorio Crítico - Foto Isbel Díaz Torres

Tato Quiñones durante VI Foro Social Observatorio Crítico – Foto Isbel Díaz Torres

En la tarde del domingo 22 de febrero, asistí a un conversatorio sobre la contribución de la sociedad fraternal abakuá a la historia de Cuba, organizado por la Comisión Organizadora de los festejos por el 102 aniversario del barrio obrero de Pogolotti. Para el encuentro la Comisión barrial le encargó a Tato Quiñones que escogiera libremente una cuestión dentro de ese amplio tema.

La cita se produjo en los locales del centro deportivo Jesús Menéndez, del barrio de Pogolotti, en los terrenos de la antigua finca de la investigadora Lydia Cabrera, según me informó Tato Quiñones antes. ¡Qué sorpresa me llevé cuando entré a ese local! Nunca había puesto los pies dentro de ese centro deportivo y me sorprendió la magnificencia, la calidad constructiva, el uso de la luz natural, los vitrales y el concepto multipropósito que animó ese diseño, todo para disfrute popular.

Una piscina olímpica, diversas áreas deportivas bajo techo y al aire libre, cafetería, todo de una calidad prodigiosa. Pero lo que no me esperaba era que dentro del centro deportivo hubiera un cine-teatro con todas las de la ley, con capacidad para cientos de personas. De golpe, sentí toda lo que debió significar la revolución socialista de 1959 para los vecinos de este barrio, frente a una obra constructiva de estas proporciones para todos los vecinos sin restricciones, donde me cuentan que el Che Guevara se empeñó a fondo para llevar a término estas obras para 1963.

Medio siglo después esta espléndida construcción se sostiene por la inercia de su impecable calidad. Una piscina olímpica ya irremediablemente vacía; una cafetería amplia e iluminada, pero casi siempre mustia en su oferta más allá de ron y cigarros y vacía de vida social; un cine teatro abandonado, polvoriento, sin iluminación, pero que al menos conserva intacto sus asientos, es el panorama que presenta hoy el centro deportivo

2.

En el cine-teatro, rodeados del infaltable reggaetón que inundaba la explanada casi vacía de las áreas deportivas, se efectuó el conversatorio con Tato Quiñones, con la asistencia de unas 15 personas, la mayoría funcionarios de la Dirección Municipal de Cultura, abrumados por el inmenso vacío que rodeaba a los que allí nos encontrábamos. Casi todos mayores de 50 años, excepto una florecida adolescente que resultó ser una excelente declamadora. Ella, luego de hacer lo que le pidieron los guionistas del encuentro, se fue del local, a pesar de la insistencia de dos funcionarios.

Tato Quiñones, viejo militante social, sin desanimarse y haciendo abstracción del árido escenario del conversatorio, echó manos de su energía e inició una lectura de una parte de su más reciente libro sobre la historia de la asociación fraternal abakuá en La Habana, donde relata la historia de Simón Gran Diablo, el abakuá amigo de Martí, que le sirvió para adentrarse en toda una historia desconocida de los presidios coloniales españoles y las fraternidades populares que allí se tejieron.

Como yo esperaba, Tato revirtió el ambiente mustio y almidonado, y a pesar de la premura de algunos, se generó un interesante diálogo entre pequeños grupos sobre temas disímiles y atrayentes, que derivó, al menos en el que yo estaba, hacia la cuestión de por qué no había nadie del barrio en el conversatorio y especialmente ningún miembro de los nutridos grupos de abakuás que existen en Pogolotti.

Uno de los que se involucró en ese diálogo era uno de los organizadores del encuentro y nos contó de todas las invitaciones personales que hizo casa por casa, persona a persona, para que participaran en ese encuentro, y se lamentó de que “siempre es así, para criticar tienen el uno, pero nadie participa en nada”.

Una señora, también funcionaria seguramente, involucrada en la conversación, me apoyó en la cuestión de que actividades como esas debían hacerse en la calle. ¡Hay que ir a la gente, tú no puedes esperar que la gente venga a ti¡ le dijo con vehemencia al organizador. Otro individuo intervino y expresó que eso se ha hecho y “es muy difícil conectar con la gente, ellos no se interesan por estas cosas…”.

Entre desconciertos y escepticismo se diluyó el diálogo, mientras otro subgrupo alrededor de Tato siguió conversando. Minutos después, Tato, Norberto Fuentes y yo salimos juntos a la avenida 51. Comentamos que había sido bueno el encuentro, a pesar de la escasa presencia de la gente del barrio, pues ¿qué otra cosa podría pasar…? dijo Tato. Aquí en Pogolotti,-comenzó a contarnos el veterano abakuá a Norberto y a mí- durante más de treinta años se celebraron los aniversarios del barrio a contracorriente de los poderes establecidos…

Gente que vendía cerveza clandestina, se ponía de acuerdo con rumberos y gente entusiasta del barrio, y se sacaba una comparsa los 24 de febrero que sólo recibía como contribución del gobierno local un cordón policiaco y un termo de cerveza. Ahora a ninguna de esa gente se le rememora, y esos fueron los que mantuvieron la tradición de verdad, y se le hacen homenajes a otros que serán muy decentes pero muchos seguro que no hicieron nada por esa tradición en Pogolotti.

Los que combatieron esa festividad popular por cuenta propia durante años, ahora quieren rescatarla y claro, la reacción de los vecinos es la apatía, porque se sienten estafados y fichas de una jugada que no entienden, le comentamos Norberto y yo a Tato, pero ¿cuándo y por qué se produjo esta transición, este interés de las autoridades -¿municipales?- por capitanear la celebración de los aniversarios del barrio obrero de Pogolotti?

3.

Según nuestro registro personal todo esto tomó cuerpo hace dos años, en 2011, cuando se conmemoró el centenario de la fundación del barrio. En esa ocasión el Ministerio de Cultura se puso en función de este hecho y echó a andar su poderoso dispositivo. Así, el Noticiero de la Televisión Cubana, tradicionalmente impenetrable a cualquier noticia sobre festividades de barrios populares, cedió su espacio para el centenario de Pogolotti; Silvio Rodríguez y Frank Fernández, figuras del star system nacional, muy poco vinculadas al mundo proletario y popular, bajaron a marcar su tarjeta obrerista en el barrio aquel 24 de febrero y Silvio Rodríguez anunció ese día el inicio de su gira por los barrios. Retomaba así, sorpresivamente para muchos, algo que ya había hecho Pablo Milanés en 1989, cuando el autor de “Ojalá” marchaba en su Gira por la patria. El periódico Tribuna de la Habana, como colofón de la jornada, se hizo eco y tomó constancia para la historia de los amplios festejos oficiales en Pogolotti el 25 febrero en su página de contra cubierta.

Para los que bregamos en la militancia social por cuenta propia, desde la perspectiva del maltrecho campo popular, estos hechos no fueron y no son nuevos, forman parte de una historia de larga data, muy anterior a la valiosa rememoración que nos hizo Tato Quiñones en la entrada del centro deportivo, anterior también a la revolución de 1959 y se remonta a los orígenes mismos del barrio.

Si habláramos con la mayor precisión histórica posible, tendríamos que decir que Pogolotti, como proyecto y espacio habitacional urbano no fue obra de ninguna organización obrera, ni nada por el estilo, sino de la gestión del Partido Liberal que ejerció el gobierno en Cuba entre 1909 y 1912 con José Miguel Gómez como presidente de la República.

Producto de tal origen, las acciones constructivas no fueron más allá de un grupo de obras básicas inconclusas, las cuales dieron alojamiento a mucho menos de las familias que se concibieron en los planes de papel, siendo los accesos a los servicios eléctricos y sanitarios de defectuosa e incompleta calidad constructiva, todo lo cual no fue motivo para que al gobierno miguelista se sintiera impedido a inaugurar el barrio un 24 de febrero de 1911.

Pero más allá de todas estas deficiencias e irregularidades, el “barrio obrero” de Pogolotti fue una muestra de las tempranas necesidades orgánicas de los gobernantes cubanos por cooptar los impulsos antagonistas del sindicalismo revolucionario de La Habana en esa época. “Gobierno inaugura barrio obrero a medias, para confundir a los trabajadores por completo” fue el título del reportaje que días después sacó ¡Tierra!, el célebre y hoy olvidado semanario anarquista habanero, vocero de organizaciones obreras y proyectos sociales afines, a lo largo y ancho de la isla.

La incapacidad de los gobiernos interventores yanquis y también del de Estrada Palma para dar una solución duradera por la vía represiva al conflicto entre el Estado-Capital y los trabajadores organizados, abrió el camino para un progresismo liberal como el de la administración de José Miguel Gómez, que sacó amplio provecho del quiebre moral del conservadurismo elitista del primer gobierno de Cuba republicana, logrando en 1909 la mayoría liberal absoluta en el Congreso.

Los planes liberales de construir el barrio de Pogolotti formaron parte de un cambio de imagen del re-estrenado Estado cubano de 1909, que convirtió al gobierno miguelista en el mayor promotor, hasta la revolución de 1933, de planes sociales y proyectos legislativos de supuesto beneficio de los trabajadores.

Ese gobierno fue el primero en Cuba en crear instancias de intervención estatal en los conflictos entre el estado-capital y el trabajo. Bajo el mandato del caudillo espirituano se aprueba la Ley de Cierre (1910) que establece horario límite para los establecimientos comerciales e indirectamente el derecho de descanso de los sobreexplotados trabajadores del comercio. En esta administración también se decreta la ley de jornal mínimo de $1.25 para los trabajadores del Estado, y en particular a los maestros, que se les aumentó el salario.

En este período presidencial también se formularon las primeras propuestas de leyes como la reglamentación del trabajo de la mujer y el niño, las condiciones para licencias temporales a los obreros, el derecho a huelga, entre otras iniciativas legislativas. Pero la ley que más prestigio le granjeó a este gobierno fue la Ley Arteaga (1909), que prohibió el pago de salarios en vales y fichas de los centrales y las áreas agrícolas en general, la cual despertó un circunstancial entusiasmo entre las masas de trabajadores del país, esperanzadas en la mística del respeto a la ley por parte de los empleadores y propietarios.

Toda esta arquitectura de papel fue obra de una minoría dentro del Partido Liberal, influyentes en ese momento, compuesta por políticos de origen proletario y profesionales con sensibilidad social. Entre ellos, Ambrosio Borges (zapatero), Luis Valdés Carrero (tabaquero), Enrique Messonier (tipógrafo y empleado público), estos últimos ex-anarcosindicalistas, fundadores del Partido Revolucionario Cubano, junto a Martí, y de la Liga General de Trabajadores. Se adhirieron al Partido Liberal y renunciaron a los principios libertarios, luego del desprestigio que sufrieron ante la masa obrera, con el fracaso de sus mediaciones ante Estrada Palma para poner fin a la dura Huelga de los Aprendices de 1902.

Emilio Arteaga fue otra de las figuras de esta fracción liberal, un abogado camagüeyano de gran reputación a principios del siglo XX en esa región, ganada por su trabajo junto al movimiento cooperativista que se dio en la ciudad de Nuevita y con asociaciones de pequeños ganaderos de los alrededores de Camagüey. Arteaga puso ese prestigio en función del Partido Liberal y lo dilapidó.

Excepto el “barrio obrero” de Marianao, muy poco de la labor de este núcleo liberal obrerista desembocará en contribuciones sociales concretas para el mundo del trabajo cubano. Al ser productos de los políticos y no de la propia capacidad de acción, organización y gestión de los trabajadores, proyectos como el barrio Pogolotti y el resto de los empeños liberales que los acompañaron, se convirtieron en pasto para refrendar la condición de Cuba como tierra indefensa, como la definiría el analista social Alberto Arredondo en su libro homónimo, en el cual rememoraría a la altura de los años 40 los sucesivos fracasos gubernamentales para resolver los agudos conflictos sociales y laborales del país.

4.

Casi un siglo después de los hechos antes rememorados, las celebraciones por el centenario del barrio obrero de Pogolotti, ahora son organizadas y sufragadas por el Ministerio de Cultura del Estado cubano desde 2011 en adelante, lo cual nos indica que otra vez vuelve el obrerismo gubernamental a hacerse necesario, como mismo lo fue para el gobierno de José Miguel Gómez, por encima de todas las diferencias entre dos gobiernos aparentemente tan diferentes.

Para los miembros de la Red Observatorio Crítico que se involucraron en la organización de su VI encuentro anual, las celebraciones oficiales del Centenario de Pogolotti tuvieron una significación peculiar. En los días de tensos preparativos que antecedieron a la realización de nuestro evento del 2011, le enviamos el 28 de enero de ese año una carta pública a Luis Morlote, Presidente de la Asociación Hermanos Saiz y al viceministro de Cultura Fernando Rojas.

En dicha carta les hicimos la propuesta de una gestión conjunta OC-AHS para realizar el V foro en conjunto con los animadores del proyecto El Mejunje de Santa Clara, y les expusimos a los directivos antes citados nuestros propósitos rectores como colectivo:

“profundizar en las memorias históricas y las formas asociativas autónomas, producidas por el mundo de vida popular cubano y el movimiento obrero cubano e internacional, únicas instancias que pueden servir de punto de partida para recuperar el sentido liberador y anticapitalista, luego del descalabro moral de los socialismos estatales del siglo XX”.

A pesar de que la propuesta de gestión conjunta no prosperó, menos de un mes después comenzaron las celebraciones oficiales del centenario del “barrio obrero” de Pogolotti.

No se debe perder de vista la necesidad del análisis puntual de conmemoraciones oficiales como estas. Para nosotros, militantes sociales por cuenta propia, porque nos da la medida de las capacidades de apropiación y cooptación del Estado frente a aquellos propósitos que apunten a hacer superfluos sus impulsos monopólicos o simplemente revelen su intrínseca naturaleza elitista y utilitarista frente a la iniciativa popular.

Para los vecinos de Pogolotti y los trabajadores cubanos en general, porque celebraciones oficiales como esta constituyen una operación de “diversionismo ideológico” (término muy al uso en los años de la guerra fría) con la cual disuadirlos festivamente, por ahora, de una comprensión integral sobre los retos que se avecinan para barrios como este en el marco de las tensiones, que irán creciendo, entre el desorganizado capitalismo estatal cubano, en vías de reestructurarse mejor, y el degradado mundo de los trabajadores en la Cuba actual.