Toda una vida en un instante

Por Julio Tang Zambrana

(CHINA) El verano pasado tuve la oportunidad necesidad- de trabajar en una instalación de almacenes que arrendaba un colombiano residente en China hace ya más de 10 años. El lugar agrupa siete bodegas, de las cuales cuatro son alquiladas por el citado hombre y el horario de servicio se puede extender desde las 9:00 am hasta el otro día a la misma hora o sea, doce horas completas de trabajo. Dichos almacenes de aproximadamente 50x10x10m- albergan mercancías compradas al por mayor por enviados de diferentes países en este caso mayoritariamente colombianos- las cuales, al completar un contenedor son despachadas por aire o por mar utilizando transportación propia de la empresa o alquilada. El colombiano arrendatario de las bodegas es un representante de empresarios paisanos que desde su país dirigen el negocio y controlan las ganancias generales del mismo.

Desde que puse mis pies en el lugar, y mientras esperaba a la persona con la que debía contactar, noté que, entre el ir y venir de camiones de variado tamaño cargados hasta el tope, de disímiles estampas de chino∕as de todas las edades, y de rostros no asiáticos que no eran precisamente los que más trabajaban; capté que las cosas allí no se desplegaban al ritmo que había estado experimentando hasta ese momento. El calor de agosto y su bochorno hacían que la primera impresión resultase un poco ambigua ya se aclararía un poco más tarde.

Dado que soy cubano con cierto conocimiento del idioma chino el dueño del negocio me indicó que mi trabajo consistiría en supervisar la entrada a las instalaciones de nuevos hatos de mercancía, dirigir su almacenamiento y anotar las medidas y cantidad de las mismas. Esto significaba que supuestamente debía funcionar como el tercer jefe (1) de los empleados chinos, los que verdaderamente doblaban el lomo, los que dominaban en realidad el despliegue del negocio. Y esto era así porque tanto el arrendatario como jefe al fin- y el otro colombiano como segundo jefe al fin y aunque frecuentemente también doblaba el lomo- llegaban a las instalaciones muchas veces ya bien entrada la mañana o comenzada la tarde. En esencia, y aunque el jefe tiene siempre la última palabra, son los empleados chinos los que prácticamente deciden qué mercancía recibir, dónde colocarla y cuál y en qué momento debe ser depositada en los contenedores y enviada a su destino.

Estos trabajadores se dividen en tres categorías, definidas por el tipo de labor y los horarios en que la misma se realiza, aunque con frecuencia comparten el trabajo para hacerlo menos engorroso. Están los organizadores, dos individuos, que se ocupan de hacer la labor que en ese momento yo llegaba a usurparles. Muchas veces, ante la evidente cantidad de mercancía que llegaba al lugar, estos hombres marcados por el duro trabajo no reparaban en juntar sus fuerzas al trabajo de sus hermanos subalternos, cargando y trasladando cajas cuyo peso en ocasiones sobrepasaba los 40Kg (2).

La colocación de las cajas, tanto en el interior de los almacenes como en los contenedores, es realizada por grupos de hasta diez cargadores. Estos hombres con mucha frecuencia intervienen en ambas tareas aunque generalmente son realizadas por dos grupos diferentes debido, en primer lugar, a la dura y larga jornada de casi diez horas de embalaje, carga, traslado y colocación de la mercancía en los almacenes; y segundo, por lo especial de la posterior ubicación de la misma en el interior del contenedor, todo un arte en el sentido de la optimización del espacio, lo cual es llevado a cabo por los más experimentados individuos.

Imagínese como será el ambiente de trabajo en este lugar cuando, en pleno julio o agosto el verano de Guangzhou se eleva hasta los 40ºC. La distancia a recorrer entre las bodegas puede variar entre 20 y 100 metros; en el interior de las mismas las ventanas se alzan justamente a la altura del techo, existiendo una sola puerta; sólo uno o dos ventiladores grandes por almacén; polvo por todos lados; el jefe se empeña en que la utilización del espacio sea la correcta y, en consecuencia, las pesadas cajas deben ser alzadas hasta 10 metros de altura. Trabajo duro de verdad que se suponía debía supervisar yo, cubanito acabado de llegar, estudiante, que no conocía en aquel momento nada de la vida real del individuo chino promedio. Conclusión: terminé doblando el lomo como los demás, ante la mirada atónita de los empleados chinos y su negativa a que un enclenque superior hiciera el mismo trabajo sucio que ellos.

Desde el mismo primer día de trabajo supe a qué me iba a enfrentar, aunque fuera temporalmente sabía que iba a ser por poco tiempo pues quedaba poco para empezar las clases-, y a qué se enfrentaban estos chinos, habiendo trabajado en este lugar incluso varios años. Palpé la aspereza de sus manos al estrecharlas en los saludos, conocí el sabor del sudor después de cinco horas de duro trabajo físico y mental (3), engañé mis piernas con algún segundo de descanso después de recorrer varios cientos de metros entre bodega y bodega, intenté congeniar mis habilidades como empacador mientras luchaba codo a codo con ellos para satisfacer los caprichos de los compradores y al final tuve el privilegio de observar de primera mano el arte de la carga de un contenedor (4), dura y complicada labor similar a la que supongo deben hacer mis hermanos en los puertos y almacenes de Cuba, sobre cuyo mundo contadas personas conocen.

Supe que el salario medio de estos trabajadores ronda los 15 yuanes la hora, sea de la intensidad que sea se esmeran en trabajar rápido y bien, encontrar empleo en Guangzhou es difícil. Supe que varios de ellos, incluso teniendo familia que alimentar, gastan parte del jornal tomando alcohol y jugando cartas, para a la mañana o noche siguiente incorporarse a una nueva etapa de labor. Supe de la humildad de estos hombres, cuando por unos míseros 150 yuanes (5) al día, aceptaban el más agotador compromiso incluso ya bien entrada la noche; supe, acabado yo de llegar y teniendo en cuenta la etiqueta egoísta en la China actual, de su solidaridad cuando me pagaban alguna comida o refresco y ninguno conocía ni siquiera mi nombre; supe de sus sonrisas cuando me despedía de ellos todas las noches, sintiéndome como un traidor al saber que los dejaba en plena faena y sabiendo que aún les quedaban varias horas para terminar.

Podemos estar de acuerdo en que estas condiciones laborales existen en cualquier país del mundo y que inclusive en Cuba el nivel de alineación y estrés, provocados por el desequilibrio entre el trabajo realizado y la crisis actual de los servicios vitales, son enormes. Sin embargo, debemos acotar ciertos datos: los trabajadores a los que me he referido, y en general el mayoritario porciento de los obreros chinos, no están sindicalizados y aunque lo estuvieran ello no significaría nada. En China, términos como vacaciones pagadas, contrato laboral o asistencia médica gratuita no forman parte del vocabulario actual, así que los trabajadores de este país están llevando sobre sus hombros el mismo alacrán que los convenció a cruzar el río pero sabiendo que van a ser picados irremediablemente. No en balde China se ha convertido en la segunda potencia industrial mundial en sólo diez años.

No romantizo ni edulcoro la píldora: estos hombres pueden ser los mismos que después, en la estrechez de sus hogares, golpean a sus mujeres; o que consuman sin remedio algún tipo de estupefaciente; que ni se pregunten el por qué del calentamiento global; que ni sepan o les interese que su gobierno diga que el país donde viven es socialista, siendo ello el más sucio de los embustes. Más allá de sus virtudes y defectos son hombres que despellejan sus manos día a día, que endurecen sus ojos ante el severo trabajo, que desbrozan caminos para que otros, creídos de mejor estalaje, caminen sonriendo siempre a derechas. Fui uno de ellos durante tres semanas y aunque no trabajara a su misma altura ni dedicara mis destinos a sus mismos objetivos, me sentí y senté a su lado ya sé lo que valen ciertos momentos en la vida.

NOTAS
  1. Un colombiano subalterno ya llevaba trabajando en ese lugar cuatro años y a mi llegada su trabajo consistía precisamente en lo que el jefe me había asignado. Mi presencia en el lugar se justificaba por mi parcial conocimiento del idioma chino, mayor que el del mencionado segundo jefe.
  2. Para que se tenga una idea de cómo es la dinámica de estas instalaciones, la mercancía, generalmente compuesta por ropa y/o calzado comprados al por mayor y a precios baratos en las grandes tiendas de Guangzhou, es llevada a los almacenes por intermediarios chinos que venden su trabajo a las tiendas mientras los compradores extranjeros siguen en su faena. Al finalizar el día de compra, generalmente a eso de las 5:30-6:00 pm, los compradores llegan a las bodegas y se encuentran con que hay, por ejemplo, tres intermediarios esperando por ellos para examinar y contar la mercancía y recibir el importe de la compra. Hecho esto, los compradores exigen la ayuda de los empleados chinos, conocedores de las mejores habilidades, para embalar el producto en las cajas que provee el jefe de los almacenes, todas con las mismas medidas. Mientras más mercancía quepa en las cajas mejor puesto que el pago final del almacenamiento y envío se produce teniendo en cuenta el metraje cúbico de los paquetes, no su peso. Debido a esto, los paquetes pueden variar su peso y tamaño, lo cual decide el nivel de energía utilizada por los trabajadores, la duración de la jornada de trabajo y el tiempo de recuperación necesario después de la misma.
  3. Contabilizar el metraje cúbico de la mercancía y llevar un mapa mental de su ubicación en los almacenes, aunque ello deba ser reflejado en libretas de anotaciones e introducido en una computadora posteriormente, no es algo que, no obstante parecerlo, sea fácil de hacer cuando al mismo tiempo se ayuda a transportar y cargar cajas de cerca de 40 kg.
  4. La cual se puede extender hasta cuatro horas, dependiendo del tamaño del contenedor y la rapidez de los cargadores.
  5. Cantidad extremadamente risible cuando se trata de mantener una familia de tres personas. Un ventilador en Guangzhou puede costar 20 yuanes, después de regatearlo.
* Julio Tang es miembro de la Cátedra Haydée Santamaría y de la Red Observatorio Crítico

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  1. Pingback: A Chinese in Cuba, a Cuban in China (Part I) - Havana Times.org

  2. Una mirada viva y estremecedora del “Mundo Feliz” al que algunos sinófilos quieren llevarnos…felicidades a Julio y que sigan estas entregas al blog ¡¡¡