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Hecatombe

En el mercado de Brive-la-Gaillarde
a propósito de un manojo de cebollas,
algunas decenas de lindas muchachas
iniciaron una disputa.
A pie, a caballo, en coche
los policías, poco inspirados,
llegaron para intentar la aventura
de interrumpir la pelea.

Pero bajo todos los cielos ¡No hay vergüenza!
Es costumbre bien arraigada
que en cuanto se trata de tundir  gendarmes
todo el mundo se reconcilia.
Esas furias fuera de control
se lanzaron sobre los mamarrachos
y dieron, se lo aseguro,
un espectáculo bastante rudo.

Viendo que estos valientes uniformados
estaban a dos pasos de sucumbir,
me puse muy contento, pues los adoro
en forma de frituras.
Desde la buhardilla que habito
animaba los feroces brazos
de las mujeres gendarmicidas
exclamando: “Viva, Viva, Bravo!”

Frenética, una de ellas agarra
al viejo comandante de la montada
y le obliga a gritar: ¡Mueran los militares,
abajo las leyes, viva la anarquía!
Otra, introduce con rudeza
la cabeza de uno de esos cobardes
entres sus gigantescas nalgas
que cierra como si fueran tenazas.

La más embarnecida de las féminas,
abriendo su enorme blusa,
da grandes golpes de tetas
a los que se ponen a su alcance.
¡Caen, caen, caen, caen!
Según opinión de quienes saben,
parece que esa hecatombe
fue la más hermosa de todos los tiempos.

Juzgando finalmente que sus víctimas
habían recibido ya su buena ración de golpes,
estas furias, como último ultraje,
volviendo a sus cebollas,
estas furias, apenas si me atrevo
a decirlo, de tan bajo que es,
les habrían incluso castrado:
por suerte, ellos no tenían.
les habrían incluso castrado:
por suerte, ellos no tenían.

George Brassens

 

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