Por Madeleine Sautié Rodríguez
¿Quién podría dudar que cuando se le invoca vuelve a estar entre la gente el que ha dado su adiós definitivo? ¿Quién negaría que el único modo de no partir totalmente está en el valor de lo sembrado? Por estas razones fue posible el mágico encuentro que tuvo en el Instituto Cubano de Antropología (ICAN) la figura de Walterio Carbonell (1920-2008) con un grupo de intelectuales que asistieron al celebrarse medio siglo de su obra Cómo surgió la cultura nacional.
Una de las principales actividades que a propósito del Año de los Afrodescendientes ha estado celebrando la institución fue justamente este coloquio, ubicado dentro de la sesiones tituladas Descolonizando la Historia de Cuba y dedicado a quien nos legara una de las más puntuales joyas de la historiografía nacional al concebir una obra a la que sus diez lustros no le disminuyen su raigal valor como arma mordaz contra el racismo. Su vigencia no solo permanece incólume, sino que sigue siendo un texto imprescindible para asumir de manera orgánica y desprejuiciada el papel de África en la cultura nacional.
Convertido en letra de imprenta por Ediciones Yaka, costeado con los propios ahorros de su autor y dictado a su secretaria en apenas dos noches, el libro tiene el temblor del hombre, la espontaneidad de lo que ya no puede acallarse y el fragor de la vindicación concebida en un contexto en el que ha triunfado la Revolución Cubana y, con ella, una estrategia radical para desterrar de la Isla los atavismos racistas que comenzaron con la llegada de los esclavos y echaron raíces en el período neocolonial.
“Cuando lo lees —explica Tato Quiñones, escritor y destacado activista antirracista, refiriéndose al texto— te das cuenta de que el libro te salta en las manos, hay una voluntad de que ninguna idea se quede fuera, uno jadea con esa lectura que constituye un clásico de la historiografía revolucionaria como también lo es Azúcar y abolición, el primer ensayo marxista cubano de Raúl Cepero Bonilla a quien Walterio le sigue los pasos con esta obra.”
Pero no solo el incuestionable valor de este ensayo fue objeto de análisis de los ponentes —entre los que estaban, además, los investigadores Mario Castillo y Dimitri Prieto, el historiógrafo Tomás Fernández Robaina y el crítico Roberto Zurbano. La anécdota y las memorias expresas trajeron de vuelta a Walterio Carbonell para protagonizar al polemista, al marxista, al revolucionario que izó la bandera del 26 de Julio en la Torre Eiffel, al jaranero inolvidable, al profundo estudioso del negro dentro de la cultura y la sociedad cubanas, al insobornable amigo de Fidel a quien dedicó, en primera instancia, estas encendidas páginas.
Publicado en Periódico Granma.