Por Yusimí Rodríguez
HAVANA TIMES, 20 nov. – Conocí a Andrés dos meses atrás. A menudo montamos en el mismo ómnibus y conversamos, o más bien lo escucho; a los sesenta años tiene mucho más que yo para contar.
En uno de nuestros viajes juntos le pregunté si había tomado parte en la Zafra de 1970. Sonrió. Quizás por la casualidad que esa tarde llevara consigo una bandera que portó durante aquella zafra. “Participé en esa y otras,” dijo.
Es ingeniero. Impartió clases en momentos de escasez de personal docente. Cumplió nueve misiones internacionalistas. Realizó innovaciones que ahorraron sumas importantes de dinero al país. Ha trabajado durante más de cuarenta años.
Mientras lo escucho, no puedo quitar la vista de su boca. A Andrés le faltan todos los dientes. Pero no es algo sobre lo que pensara preguntarle. Fue él quien tocó el tema en otra conversación.
Se extrajo todas las piezas, porque las tenía en muy mal estado, hace más de seis meses, pero no ha logrado reunir el dinero para hacerse la prótesis: cincuenta pesos convertibles. Solo un poco más que el doble de su sueldo mensual.
Le dije que por el Estado le salía gratis. “Y se puede demorar más o menos el mismo tiempo que llevo esperando, me dice, con la única diferencia de que el material es de pésima calidad.”
“Los dientes son la presencia de uno,” dice con tristeza. Pero lo apremian necesidades más importantes. El apartamento se le está cayendo encima. Durante mucho tiempo intentó que le asignaran materiales para repararlo. Ahora, nada de eso es necesario, puede comprarle los materiales al Estado, legalmente, en moneda nacional.
“Y dejar de comer, me dice.” Gana casi quinientos pesos. El saco de cemento cuenta 112 pesos. También podría reunir el dinero para comprar una casa; ahora también es posible. Calculando su sueldo y lo que podría costarle un apartamento pequeño de una habitación, solo tendría que ahorrar durante unos quince o veinte años. Apenas tiene sesenta.
El día que me mostró su bandera de la Zafra del 70 también regresamos juntos en el ómnibus. Entonces descubrió que la había dejado olvidada en un lugar. Eran más de las nueve de la noche y el sitio había cerrado. Si regresaba, no encontraría a nadie.
A la mañana siguiente estaba allí, antes de que hubiesen llegado los que abren el local. Antes de las siete de la mañana. Tuvo que despertarse a las cinco. Pero recuperó la bandera. Pensé en el lema: “Con el escudo, o sobre el escudo.”
Pa’ lo que sea, Fidel, pa’ lo que sea
Durante años vi imágenes de las primeras décadas de la Revolución; escuchaba anécdotas de gente que participó en la siembra del café Caturra, la Zafra del 70, también llamada Zafra de los 10 millones, que nunca se alcanzaron, pero la gente hablaba con orgullo de su esfuerzo.
Personas que sacrificaron alguna vocación para estar allí donde la Revolución los necesitara. “Pa’ lo que sea, Fidel, pa’ lo que sea.” Sentía nostalgia de esa época que no viví; de los sacrificios que no pude realizar por no haber nacido.
Fui a la escuela al campo durante los años de secundaria, preuniversitario y los dos primeros cursos de la universidad. Nos decían que era parte del programa de estudio, que sumaba puntos para el escalafón, que influía a la hora de distribuir las carreras universitarias.
Algunos muchachos mayores que yo lo describían como una experiencia divertida y me despertaba curiosidad. Lo cierto es que nunca, ni en los momentos que más duro trabajé en el campo, lo hice con la idea de estarme sacrificando por el país, de estar construyendo un futuro mejor. En el mejor de los casos, quería ganar alguna de esas emulaciones que parecían importantes en el momento.
No tuve tiempo de creer en las consignas
Ahora, escuchando a Andrés, viéndolo, me doy cuenta de que soy en realidad afortunada. No tuve tiempo de creer en las consignas que grité durante la primaria, ni en la utilidad de ningún sacrificio, ni de soñar con aquella sociedad futura.
La caída del Campo Socialista, y el Período Especial me sorprendieron a los catorce años. Aquel glorioso porvenir se hizo cenizas antes de materializarse. No he sufrido desengaños; no me reprocharé el haber entregado los mejores años de mi vida a una cadena de errores y fracasos.
Andrés, por el contrario, tiene una hoja de servicios prestados a la Revolución más larga de lo que podría resumir aquí. Sin embargo, aunque tiene muchas cosas que contar, y parecía deseoso de hacerlo cuando le dije que escribía para una revista digital, vaciló en el último momento.
Tampoco es Andrés su verdadero nombre. Lo entiendo; ha dejado de creer, siente que las últimas medidas tomadas por la dirección del país para intentar liberar las fuerzas productivas son “el dedo del ahogado,” pero aún lleva en sus genes una fidelidad que observo con respeto.
Sin embargo, quedan preguntas que no puede evitar y tal vez nunca tengan respuesta: ¿A dónde fueron todos sus años de sacrificio? ¿Qué pasó en realidad con el Comandante Camilo Cienfuegos? ¿Dónde están las otras versiones de la historia de nuestro país? ¿Cuántas cosas no sucedieron cómo se las contaron?