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Holocausto Cotidiano

Crecí en un barrio con caminos de tierra por donde no circulaban autos. Las calles se encharcaban en época de lluvias y así permanecían por varios meses. Era un arrabal suburbano con restos de magueyeras y acahuales, creciente miseria y violencia.

En el límite del poblado se encuentra un establo, así lo nombran, pero en realidad es un gran complejo industrial donde son recluidas y explotadas montones de vacas y sus crías.
En la niñez entraba de manera furtiva, ya fuera con compañía o sin ella, lo importante era no dejarse descubrir por los trabajadores.
Estos llevan overoles y botas gigantescas, que los protegen de los mares de mierda que cubren todo el complejo. Los trabajadores-carceleros aplican castigos severos a las animales recluidas, todas manifestaban espanto; las vacas eran inmovilizadas en diminutas celdas al tiempo que se les colocaba un aparato denominado «pulpo» para extraerles la leche, si las vacas se movían en el proceso eran golpeadas, luego les arrojaban chorros de agua y las llevaban a un galerón donde se resbalaban y chocaban unas contra otras.

Viviendo en una zona semi-rural, la interrelación con animales era cotidiana, yo acostumbraba acariciar a los animales del rumbo, pero las vacas del establo daban pena, su mirada estaba como perdida y evadían el contacto humano.

En el extremo del establo-fábrica se encuentra la fosa, una excavación enorme, donde arden permanentemente los restos de las vacas que mueren por las condiciones de explotación, el olor es repugnante. Representación del horror terrenal.

Quizás por eso siempre me he negado a beber leche.

 

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