Una flecha para el cambio

Por Dauno Tótoro


El ambiente en Chile, en las calles, está sumamente enrarecido y tenso, como si una olla a presión se aprontara a hacer explosión. No es casualidad que los tres últimos meses nos recuerden, a muchos, el ambiente de Chile en los comienzos de la década de los años 80, cuando nosotros éramos estudiantes. Es una percepción, o sentimiento, contradictorio. Por una parte está la alegría y entusiasmo que genera constatar que, finalmente, este no era el "pueblo dormido y amaestrado" que nos querían hacer creer. Por otro, los que tenemos algo más de experiencia, sentimos síntomas inocultables que señalan que esto se dirige hacia un estallido que nadie puede predecir.

De todos modos, cualquier cosa, cualquier evento que rompa la nata gelatinosa en que Chile ha estado sumido durante los últimos 35 años, es una buena noticia. No es casualidad que sean precisamente los chilenos más jóvenes (de entre 13 y 27 años, en su mayoría), los que han remecido al país en una escala Richter superior a la del terremoto de febrero. Imagínate: ¡ninguno de ellos había nacido aún para las postrimerías de la época de la dictadura!

Lo que sucede acá, y es una constatación compartida por la gran mayoría de las opiniones circulantes, es que el sistema de esclavitud (créditos, consumo, endeudamiento imposible, pobreza de contenidos, etcétera) sumado al más aberrante y descarado proceso de enriquecimiento inmoral de un puñado de empresarios mediante el lucro en todas aquellas áreas que debieran ser consideradas como derechos de un pueblo (salud, educación, transporte público, pensiones, etcétera) ha llegado a su límite.

En éste, el país latinoamericano que presenta los más altos índices de "crecimiento económico" y que participa "de igual a igual" en el club de los países miembros de la OCDE, se da que la distribución de la riqueza (la brecha) lo sitúa entre las 10 naciones más injustas del planeta; que siendo éste el país con mayores reservas mundiales de cobre y litio (los dos recursos más apetecidos por la industria mundial), un 70% de la explotación minera está en manos de trasnacionales que NO TRIBUTAN; que las utilidades de la estatal CODELCO, que explota el 30% restante, se acumulan en instituciones financieras especulativas en bancas y corredoras de valores en Estados Unidos y Europa, sin que se destinen masivamente a programas de desarrollo social; que una familia promedio en Chile deba disponer del 45% de sus ingresos mensuales para cubrir gastos de educación de sus hijos, salud de sus miembros y transporte público (educación, salud y transporte de pésima calidad); que los subsidios estatales para la educación universitaria sean entregados por parejo a las Universidades del Estado y a las instituciones privadas (que lucran); que la educación escolar, con un 93% de los niños chilenos atendiendo colegios públicos o semi-subvencionados, se administre mediante la figura de "sostenedores" municipales, es decir, empresarios de la educación que ganan cuotas por lista (por cada alumno que diga "presente" en el llamado de la mañana)… y bueno, un largo etcétera que, finalmente, puede resumirse en que -mal que mal- la constitución que rige el destino político de este país es aquella heredada de la dictadura y que en 20 años de gobiernos de la alianza demócrata cristiana-socialista jamás fue modificada. Hoy los gobernantes son directamente (y sin maquillaje) los empresarios. Todos son empresarios multimillonarios, todos, desde el presidente Piñera y hasta el último de sus ministros. Todos, sin falta, son socios en grandes conglomerados de los mismos rubros: educación, salud, transportes, inmobiliarias, banca, pesca industrial, forestales, salmones… ¡¡todos!! Como verás, tienen demasiado que perder en caso que se cuestione un ápice la "institucionalidad" que consagra el "derecho al lucro" como motor del desarrollo. Baste sólo un detallito para dar cuenta de cómo funciona la cosa: en Chile, cuando los trabajadores de una empresa (sea ésta estatal o privada) votan la huelga, el empresario tiene el derecho legal de contratar a la misma cantidad de trabajadores de reemplazo mientras dure la huelga. Ley del Trabajo.

El conflicto de fondo en el tema de la movilización por la educación no es diferente al de otros requerimientos básicos: la desigualdad… en definitiva, el modelo capitalista a ultranza (que eufemísticamente llaman neoliberalismo). Como bien sabes, Chile ha funcionado históricamente como una especie de laboratorio social en el que se ponen a prueba "ensayos" para medir las reacciones y resultados. En este laboratorio es donde surge este Frankenstein del modernismo, un monstruo que trabaja más horas laborales que ningún otro trabajador del mundo; un monstruo que no tiene garantías constitucionales y al que las autoridades de turno le enrostran (textualmente, palabras del Presidente) "verdades" tales como que "la educación es un producto, no un servicio social, se transa y se debe transar en el mercado, pues es éste quien mejor lo regula". Pero lo mismo sucede en todos los otros ámbitos. El problema es que todo tiene su límite. Las demandas del movimiento social por la Educación son claras, contundentes y… para muchos, anacrónicas, fuera de esta época: educación (escolar y universitaria) gratuita, estatal, laica y de calidad, garantizada constitucionalmente por el Estado. Nada nuevo bajo el sol, pero esta vez se trata de una demanda que atenta frontalmente contra las bases mismas del proyecto de desarrollo desigualitario. Los estudiantes (nuevamente textual de parte de las autoridades) son clientes ante todo. Un niño o niña cualquiera en Chile tiene dos posibilidades en la lotería de la vida: nacer en el seno de una familia con recursos o nacer en una familia sin recursos. La apuesta es alta y estrecha, al punto que sólo entre un 5 y un 8% de estos niños la ganan. Si eres de los afortunados, tienes una gama importante de posibilidades (todas caras, pero para eso está la fortuna de tus padres). Si la pierdes, la cadena trófica te conduce invariablemente por el mismo sendero (este es el meollo del asunto): educación preescolar, básica y media en colegios sin infraestructura, con profesores muy mal pagados (que, además, surgen de las universidades a las que han accedido como premio de consuelo, pues la carrera docente en Chile es sólo la alternativa que está al alcance de aquellos alumnos que tienen malas calificaciones, que han tenido un mal desempeño en las pruebas de acceso a la educación superior, y que no pueden aspirar a salarios mayores que dos sueldos mínimos mensuales); y entonces, en la etapa escolar tienes la opción de acudir a un colegio (liceo) estatal o a uno administrado por tu municipio mediante la figura antes señalada de los "sostenedores"; al terminar tu formación escolar, y si eres parte del 30% de los egresados que ingresa a la Universidad, tienes que rendir un examen de admisión en que compites contra los que han vivido una formación escolar en colegios particulares (con infraestructura, con buenos profesores) y finalmente, si eres realmente una lumbrera, acceder a una carrera profesional que te prometa "movilidad social" como espejismo de la "meritocracia". Para ello, debes endeudarte. No hay universidades gratuitas en Chile. El promedio es el siguiente: para estudiar una carrera universitaria de cinco años de duración, tus padres o tú deben contratar un crédito estudiantil en un banco, con una tasa de interés del 6 al 7%, con cuotas pagaderas de 20 a 25 años. Eso significa, para la media, que una vez recibido como profesional, pagarás durante unos 20 años, algo equivalente al 40% de tu salario en cancelar una deuda crediticia bancaria usurera (por lo general, pagas entre 3 y 5 veces el monto prestado). Entonces, para ver vías de salida a este atolladero (que atenta frontalmente contra cualquier promesa, como las que hace la derecha y la Concertación, quienes pregonan que para el año 2018 Chile será un país desarrollado), los analistas críticos al modelo comparten una misma receta: aumentar el aporte estatal a la educación del 0,8% del PIB (el más bajo de los países de la OCDE) a un, por lo menos, 2% del PIB (para quedar en la media de la OCDE); una reforma tributaria que permita aumentar este aporte estatal (es decir, aumentar el impuesto al lujo, el impuesto a las utilidades, el impuesto a la renta, hacer realidad el impuesto a las trasnacionales de la minería, la celulosa, la salmonicultura y la pesca industrial); una reforma constitucional de profundidad que garantice la obligación del Estado en materias de desarrollo social; transformar la carrera docente de un infierno de consuelo a una profesión valorada y bien remunerada; invertir masivamente en infraestructura educacional. Esto, en dinero, significa aumentar el presupuesto de la nación destinado a educación en 4 mil millones de dólares anuales, para siempre (reajustables). Piñera, en su desesperación, ha propuesto un aporte extraordinario de 4 mil millones de dólares a ser invertidos de modo gradual y por única vez, en los próximos siete años. Ese es lo que llama su Gran Acuerdo Nacional por la Educación. Es decir, hablando sólo de los próximos siete años, Piñera ofrece 4 mil millones de dólares; la realidad exige por lo muy bajo un piso de 28 mil millones de dólares en el mismo período. Es por eso que, desde los inicios del movimiento estudiantil en su etapa más visible, que comenzó hace unos tres meses, se integró (aparte de las reclamaciones netamente educacionales), conceptos tales como: Asamblea Constituyente (una nueva constitución para Chile que emerja de un debate ciudadano); plebiscito (referendo) para aprobar-desaprobar la presencia del lucro en la educación; desmunicipalización y estatización de la educación; nacionalización del cobre y de los recursos naturales (para financiar las transformaciones), y reforma tributaria. La respuesta transversal a esta demandas "extraeducacionales" fue: dejen eso a los expertos, ¡¿qué hacen estos niños hablando cosas de grandes?!

Ahora, ¿por qué son los estudiantes precisamente quienes tienen hoy en jaque al modelo, y no los trabajadores? En primerísimo lugar, porque está en la naturaleza de los más jóvenes el soñar más fuerte y más alto; también porque es en la educación donde son más palpables los estragos de la brecha social que secciona a este país; además, porque la promesa de "desarrollo" no es posible de cumplir con un pueblo mal educado. Vaya, nada nuevo bajo el sol; ya durante la dictadura la resistencia se concentró fuertemente en el mundo estudiantil.

¿Por qué no los trabajadores? Por trauma (alimentado por la persistente campaña del terror del Estado, de los medios de comunicación y de sus empleadores); por cobardía (pues el sindicalismo en Chile fue completamente desmantelado durante la dictadura -con sus leyes y código del trabajo-); por el enquistamiento del egoísmo como plataforma de movilidad social (los trabajadores de la gran minería, por ejemplo, realizan movilizaciones, paros y demandas que tienen que ver con el monto de los bonos de productividad de fin de año, pero no con la nacionalización de los recursos o la reformulación de las leyes laborales).

La pregunta del millón: ¿hay alguna estructura organizativa dentro del movimiento estudiantil chileno que permita tener expectativas realistas de que toda esta movilización y presión social desemboque en un cambio radical de proyecto de nación donde la derecha dueña del país deje de ser la que conduce al país?

Mi respuesta tentativa: NO. No, porque el movimiento por la educación no está estructurado en torno a una organización única, ni en torno a una ideología común. No, porque se trata de un movimiento reivindicativo heterogéneo. No, porque no les corresponde a los estudiantes la titánica tarea de conducir un cambio de esa naturaleza. Sin la participación de los demás estamentos de la sociedad, que alcen y abracen y defiendan sus propias reivindicaciones y se sumen a las de corte nacional (nacionalización de los recursos naturales, reforma tributaria, nueva constitución, fin al binominalismo, etcétera), ese cambio no es posible… sólo surgirán modificaciones medianas, buenas pero medianas. Pero la pelea de fondo, que debe sumar a estudiantes, trabajadores, intelectuales, pequeños y medianos empresarios, profesionales es más conocida que el hilo negro y se llama revolución… Sin el estigma de caricatura de lo que HBO muestra cuando se habla de revolución. Pero de que significa guerra a muerte al modelo capitalista, eso no puede soslayarse.

Ahora bien, el gran mérito que hasta el momento ha tenido el movimiento netamente estudiantil por reformas al modelo de educación en Chile es, precisamente, que han desbordado su propia urgencia y consigna y han logrado establecer el debate nacional en un sitial de mucho más envergadura. Cuando los estudiantes secundarios (¡niños!) lograron sitiar en la discusión nacional temas como los estructurales (que van más allá de las reformas educacionales), abrieron una puerta que había estado sellada a plomo durante décadas.

Me parece adecuado, para entender lo que está sucediendo, hacer una analogía entre los movimientos sociales en el Chile de este momento y una flecha capaz de penetrar la dura coraza del sistema político, económico y social que se nos ha impuesto… y ojalá alcanzar al monstruo en pleno corazón.

En estos instantes la flecha tiene su parte más aguzada, la parte con más filo, en el sector de los estudiantes secundarios (aquellos de entre 13 y 18 años de edad y preponderantemente los alumnos de colegios municipalizados y liceos públicos, que son los más afectados por el modelo). Son ellos, sin dudas, los que van tirando la carreta para que ésta no se detenga ni se desvíe. Los llaman “intransigentes” y lo son. Es notable escucharles decir que por supuesto que están en disposición de conversar y de negociar con la contraparte, pero sólo y sólo si esta negociación parte desde un piso básico, no-negociable: una nueva Constitución que incorpore en su parte fundamental la obligación del Estado para garantizar una educación (secundaria y universitaria) gratuita, estatal, laica y de calidad. Sin ese piso, no se negocia. Lo complejo de esto es que lo que para los secundarios es el “piso”, para la contraparte es el “techo”.

Las otras tres estructuras que conforman la cabeza de la flecha son, en primer lugar, los estudiantes universitarios; en segundo, el Colegio de Profesores; y en tercero (incorporándose cada vez con más energía y presencia) los apoderados y las familias de los estudiantes.

Para que una flecha sea un arma contundente requiere, además de la afilada cabeza, una sólida y larga asta. Para que esta flecha contundente de en el blanco, le es imprescindible, además, la plumilla que oriente su recorrido. Creo que el asta está comenzando a dibujarse y ella se compone por la sumatoria de los más diversos actores que componen la sociedad chilena, el sector de los afectados negativamente por el modelo (es decir, todos, menos los grandes empresarios y la clase política a la que le acomoda el binominalismo). Estos son los trabajadores, los campesinos, los profesionales, los intelectuales, los artistas, los sociólogos e historiadores, los pequeños y medianos empresarios. En cuanto a la plumilla que oriente el curso de la flecha, afortunadamente quienes en estos momentos “llevan la batuta” no están dispuestos a ser manipulados por ningún partido político… y plantean con claridad certera (y son acompañados en esta propuesta por una creciente mayoría), la conformación de una Asamblea Constituyente con participación de toda la sociedad. Y, fíjate qué curioso, los pasos de la movilización van encaminándose en esa dirección.

No hay que dejar de lado, además, que toda esta movilización se está dando en el contexto de una masiva desaprobación ciudadana al mundo político e institucional. La última encuesta nacional (que es previa al estallido de la crisis), le da a Piñera un 26% de aprobación (y eso que ganó las elecciones presidenciales con el 52% de los sufragios). Lo mismo pasa con la Alianza (UDI, RN) y con la Concertación, en que ninguno de ellos logra aprobación ciudadana por encima del 30%. Y, al mismo tiempo, cerca del 80% de los encuestados aprueba o apoya los motivos de la movilización estudiantil.

A mi parecer es la propia forma de organización de los estudiantes movilizados la que da garantía de su permanencia en el tiempo sin intervenciones desastrosas de terceras partes. No existe, a nivel de los secundarios, una única instancia de organización. Cada colegio en movilización tiene su propio centro de estudiantes elegido democráticamente entre el alumnado. Las decisiones se toman en asamblea. Los colegios luego se agrupan, para efectos de participar en movilizaciones o en las tomas, en la forma de cordones territoriales. Luego, existe la figura de las asambleas nacionales y metropolitana, a la que asisten las directivas de los centros de estudiantes de los distintos colegios. Es ahí donde se establecen los procedimientos y lineamientos políticos que determinan los pasos a seguir (previa consulta de las propuestas a sus bases). Entre los secundarios no hay predominancia de partidos políticos y la tendencia más notoria es la adhesión a principios más que nada inclinados hacia el anarquismo.

Los universitarios cuentan con Federaciones de cada universidad, de Arica a Punta Arenas; éstas son electas democráticamente en cada universidad, al igual que los centros de alumnos de las facultades. Luego, existe una coordinación o superestructura que conglomera a las distintas federaciones, la CONFECH, que a modo de asamblea consultiva, igualmente delinea las acciones y las políticas de los estudiantes de la educación superior. En la CONFECH solamente participan las universidades que conforman el “Consejo de Rectores”, es decir, Universidades públicas o semipúblicas. Las privadas son invitadas a discutir, pero no tienen voto. En el mundo universitario sí hay mucha más presencia e injerencia de los partidos políticos, en particular del PC, en el que militan al menos dos de los principales y más visibles dirigentes: la presidenta de la FECH (Universidad de Chile) y el Presidente de la FEUSACH (Universidad de Santiago)… pero en total suman más de 20 presidentes de federaciones universitarias y la mayoría pertenece a una suerte de “nueva izquierda”, con posiciones más radicales que las del PC. El Colegio de Profesores, por su parte, está claramente dirigido por el PC.

Un tema que ha sido sumamente interesante en el último tiempo tiene que ver con la legitimidad del movimiento. A nivel de los secundarios, por ejemplo, los colegios se dividen entre los que están en clases de modo normal, los que están en clases pero con carácter de “movilizados” y los que persisten en toma (que son los menos). El Estado calcula que los estudiantes secundarios que se encuentran en toma desde hace dos a tres meses son no más del 9% del total, sin embargo, cuando las asambleas de estudiantes secundarios llaman a movilizarse a las calles, logran aglutinar entre 30 y 40 mil participantes, sólo en Santiago. Los Universitarios viven una situación similar, con más planteles en “paro” que en toma, pero cuando secundarios y universitarios convocan a la calle, aglutinan, a nivel nacional, a un número que oscila entre los 200 y los 300 mil participantes.

Otro asunto peculiar tiene que ver con el agotamiento o no agotamiento del movimiento. Imagínate que llevan tres meses movilizados, con movilizaciones callejeras cada tres días en promedio… y siguen siendo muy masivas, de hecho, aumentan en número. La violencia, que tanto se teme pueda dañar el posicionamiento del movimiento y sus demandas en la sociedad en general, no ha tenido ese efecto. Claramente hay un reconocimiento generalizado que indica que es conocido el origen de la violencia en las manifestaciones: la represión… aún cuando nadie niega la existencia de entre mil y 2000 jóvenes que de modo persistente concitan a la violencia en las marchas. El día 4 de agosto, por ejemplo, fue uno de los más violentos; el gobierno había prohibido la marcha y llenó de Fuerzas Especiales el centro, que se convirtió en un campo de batalla espeluznante. Había una convocatoria a la gente, al ciudadano común y corriente, para que esa misma noche hiciera manifestación de su apoyo a las demandas estudiantiles mediante el ruido (de cacerolas, pitos, cascabeles, lo que fuera)… y a pesar de la violencia, Santiago se convirtió esa noche en una caja de resonancia impresionante.

En fin, quién sabe qué va a suceder. Las maniobras del gobierno han sido muy mal planificadas. Primero apostaron por el desgaste, pero eso no sucedió; por el contrario, el movimiento se incrementó y aumentó el apoyo a nivel de la opinión pública. Luego apostaron por prohibir las manifestaciones, y sólo lograron grandes niveles de violencia, sin que se perdiera el apoyo ciudadano. Ahora da la impresión que se aprontan a una represión más sofisticada, persecuciones directas a los dirigentes, desalojos por la fuerza de los colegios y universidades tomados… en fin. Los estudiantes siguen firmes y sin fisuras mayores entre ellos. Todos tienen claro que el riesgo de que se pierda el año académico es enorme, pero los estudiantes están dispuestos a perderlo. Han avanzado demasiado como para ceder ahora con amenazas que apelan al individualismo.