Por Armando Chaguaceda
Ayer martes 5 de marzo, al filo de las 5 pm, las redes sociales colapsaron ante la notica de la muerte de Hugo Chávez. Entre las lágrimas –falsas o sinceras- de los devotos que parecen creer que el mundo se acaba sin la presencia física del líder venezolano y el odio –torpe, visceral- de aquellos que lo culpan de todas las desgracias de esta incurable humanidad. Enseguida pensé ¿cómo podría hacerse un texto respetuoso, personal, con algunas reflexiones sobre su legado, ante la avalancha de homenajes y ataques que nos inunda?
Intentando escribirlo vino a mi mente una primera nota. Apenas dos días antes, el pasado domingo, el mundo se enteraba de la noticia del asesinato del líder indígena Sabino Romero, muerto en manos de sicarios. Era la cumbre de un largo conflicto donde el acoso criminal de la derecha zuliana y la ojeriza del estado venezolano a la autonomía de los movimientos sociales se combinaron en un maridaje siniestro. El sacrificio de Sabino se suma a la lista de luchadores sociales –muchos de estos identificados con los cambios positivos del proceso iniciado en 1998- que caen en los últimos tiempos. Ojala su lucha y legado no se olvide ante la muerte del Comandante Presidente, con cuyo llamado de justicia se identificó.
La dimensión histórica de Hugo Chávez está fuera de toda discusión. Su figura es parte de un movimiento de demandas sociales y conquistas políticas democráticas del pueblo venezolano, creciente en los últimos treinta años. Con la democracia de la calle, a través de barrios, marchas y manifestaciones, y la de las instituciones, algunas de estas forjadas al calor del proceso bolivariano como la innovadora Constitución vigente.
Dimensiones del quehacer ciudadano que se ponen en tensión en una agitada vida política venezolana, donde se cruzan acciones antidemocráticas (intolerantes y golpistas) de la oposición y el oficialismo; e intentos –en buena medida atribuibles al propio Chávez- de dignificar a los pobres, resolver la deuda social y apuntar nuevas formas de participar en los asuntos públicos comunitarios.
Al ascenso de Chávez y su movimiento le debemos el inicio del quiebre de la hegemonía neoliberal, la misma que proyectó la desigualdad y exclusión sociales a niveles indecentes en nuestros países latinoamericanos. También es su legado el rescate de formas de integración y solidaridad, al margen de los esquemas forjados en el esquema panamericanista de la OEA, con demasiado olor a Washington.
Ciertamente sus alianzas internacionales lo hermanaron con personajes impresentables (como el difunto Gadaffi y el camaleónico Ortega) pero también ayudaron a balancear más el unipolarismo político militar establecido por los EEUU tras el fin de la Unión Soviética.
Chávez es, sin duda, una persona y un símbolo. Su imagen y herencia, serán apropiadas por diferentes personas y perspectivas. Los psicólogos hablarán de un ser claramente convencido de enarbolar la espada de Bolívar; los historiadores de su admirable capacidad de animal político, que ganó sucesivas contiendas electorales hasta el filo de la muerte. Los politólogos ponderarán sus esfuerzos por crear una democracia participativa y protagónica por encima de los cadáveres de viejos partidos, al tiempo que reprodujo (y amplificó) los vicios autoritarios, clientelares y pretorianos de la política venezolana.
Fue un ser profunda y sinceramente convencido por la redención social de los más pobres: de los mestizos del barrio, los analfabetos de los cerros, la viejita del rancho. También llevan su sello personal las políticas de retaliación que marcaron la suerte de la jueza Afiuni y el huelguista Franklin Brito. Para la gente, para mucha gente, Chávez es y será un ser humano (un padre, un hermano, un hijo o vecino) en el cual depositar todo su amor y su odio, su fe y frustración, sus dudas y esperanzas.
Hace 11 años, en las agitadas horas del golpe de 2002, un grupo de cubanos marchamos espontáneamente por las calles de la Habana Vieja, para depositar una ofrenda ante la estatua de Bolívar. En estos álgidos minutos hago un llamado al respeto y la paz para el bravo pueblo venezolano. Para que se resuelvan en democracia y sin golpismos e intolerancia de ningún bando todos los conflictos y esperanzas de su gente.
Publicado en Havana Times
Lamento no dejarle la reflexion del insigne historiados, escritor y poesta chilleno Francisco Mires es natural que la muerte de un Autocrata en pleno XXI, sea parte de las las adulancias mas elegantes. Ahora la muerte del lider Yukpa Sabíno Romero perseguido del Estado y recien condenado por los Tribunales del régimen sobre quien pesaba una pena de muerte por las trasnnacionales Rusas instaladas en esa ZONA es más que una temeridad es una acto de sadismo atroz. Rafael Gonzalez activista de derechos humanos y comunista.