Entrevista al profesor Carlos Simón Forcade por Dmitri Prieto Samsónov
Ante el drama de la crisis capitalista actual –uno de cuyos eslabones más estruendosos ha sido Grecia- muchos cubanos pensamos sobre nuestra propia tierra. Carlos Simón Forcade –un autor ya conocido para quienes leen Espacio Laical– acaba de regresar de Grecia, y he aprovechado la oportunidad para entrevistarlo. Se trata de alguien de nuestra más joven generación intelectual. Graduado de Artes y Letras en la Universidad de La Habana, Simón no optó por involucrarse con éxito en las farándulas letradas, sino escogió un camino aparentemente paradójico: profesor universitario, cristiano ortodoxo y activista de colectivos críticos, como la Cátedra Haydée Santamaría.
Muchos de estos rasgos nos unen: también yo, el entrevistador, soy ortodoxo y junto con Simón he compartido la coordinación de la Cátedra Haydée Santamaría, desde donde hemos promovido el espacio de solidaridad Observatorio Crítico. Siempre me ha atraído la dedicación con la que Simón ha estudiado a unos cuantos autores poco conocidos que consideramos fundacionales para la actual crítica de esa modernidad tan capitalista y autoritaria. Nunca alcanza el tiempo para intercambiar sobre el pensamiento de gente como Walter Benjamin, Simone Weil, Emmanuel Levinas y Cornelius Castoriadis.
La tesis de graduación de Simón fue precisamente sobre Walter Benjamin, ese pensador hebreo tan citado y tan poco leído, que se suicidó en los Pirineos mientras huía del nazismo, y legó que sus papeles fuesen entregados a Hannah Arendt. Benjamin, autor del dictum tan testimonial de que “todo documento de cultura lo es también de barbarie”, el de las alegorías como esa del Ángel de la Historia que no logra elevarse para iniciar su labor salvadora por causa de ese huracán que denominamos “progreso”, contó en Simón con un cuidadoso exegeta cubano, probablemente el más notable estudioso de su pensamiento en nuestra Isla. La investigación de Simón contó con la tutoría del profesor Inti Yañez – hoy Padre Athanasios para nosotros los ortodoxos, indagador de las historias de las culturas quien ha sido, además, mi padrino. Hoy, Simón es ciertamente un becario que estudia Teología en Grecia.
Carlos Simón y yo hablamos también de algo que para mucho oído actual “laico” puede oler a demasiado incienso, sonar demasiado light y leerse en las secciones “Mind-Body-Spirit” de las librerías primermundistas: la espiritualidad. Pero para Simón, capaz de citar a filósofos críticos junto con el Nazareno, lo espiritual es algo muy concreto, tremendamente político y actual. Un antídoto, quizás, contra las “huidas” de los problemas reales por caminos ficticios. Justo lo inverso a lo que muchos imaginan… La espiritualidad es para Simón base para un nuevo realismo: un realismo de la libertad. Le damos, pues, la palabra.
- ¿Qué te impresionó o sorprendió de la Grecia actual?
Tuve muchas impresiones, en principio cálidas y hospitalarias, que me facilitaron las relaciones con muchas personas de esa sociedad; y aprender de ellos. Los griegos en muchos aspectos se me parecen a nosotros los cubanos: poseen una manera muy peculiar y desenfadada de conversar y discutir. Es un pueblo hospitalario, alegre, musical; con una conciencia crítica –en sentido general- de su localización conflictiva geocultural entre Occidente y Oriente.
No era como esperaba, era mejor de lo que esperaba, a pesar de la crisis profunda de la economía que padece este país, que en gran medida es debido a la mala administración de la economía pública por parte del Partido Socialista de los Papandreu y el Partido Nueva Democracia de los Karamanlís. La sociedad griega se ha levantado y ha tomado conciencia política de que no se encuentra en una circunstancia de crisis económica. Muchísimos jóvenes tienen conciencia del agotamiento estructural del sistema político griego, que fue lo que en realidad condujo al país a la bancarrota.
Frente a esto observé muchas formas de organización –contradictorias algunas, más coherente otras- dentro y fuera de la Universidad. El día que se lanzó el pueblo –niños, estudiantes, trabajadores, ancianos- a las plazas, y los días posteriores, se evidenció con mucha fuerza esta toma de conciencia política. Los indignados de toda Grecia se dieron un espacio para salirse de las rutinas de una sociedad doblemente cooptada por el sistema político griego y por los administrativos de la Troika. Hoy día continúan esas múltiples luchas, cotidianas y populares, y espero que no se detenga tal fuerza, porque los retos y desafíos de la sociedad griega son inmensos.
Algo que también me sorprendió fue su total respeto por los cubanos, su conocimiento –por muchos- de figuras de nuestra Revolución. En verdad hay muchas semejanzas en la historia de ambos países, y en la idiosincrasia. La Revolución de 1821 por la independencia de Grecia nació con una consigna: Libertad o Muerte. Y todas las revoluciones y movimientos insurreccionales desarrolladas en Grecia han tenido una característica esencial: la resistencia nacionalista. Los griegos no se (auto)consideran esencialmente europeos, mejor dicho, “occidentales”.
Grecia constituye hoy -como diría uno de los grandes intelectuales de la izquierda neohelénica: Giorgos Karambeliás- un observatorio político: desde esta nación vez el todo. Su lugar geopolítico, sus peculiaridades históricas y geográficas, su historia milenaria, lo hacen no pertenecer ni a Occidente, ni a Oriente. Hablando una vez con este reconocido intelectual griego, a quien tuve el honor de conocer en una conferencia durante las vacaciones pasadas, le dije medio en broma que si Grecia es el observatorio político desde el Mediterráneo, entonces Cuba es el observatorio político desde el Caribe.
- 2. Cuéntame de tu formación…
Mi formación es -diríamos de manera taxonómica- humanística. En verdad creo que es filo-sófica, si se entiende ésta palabra en su sentido prístino y al mismo tiempo más actual. Lo había decidido –el camino de las “letras”- cuando estudiaba en el Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas “Mártires de Humboldt 7” en San Antonio de los Baños (provincia La Habana, hoy Artemisa). Fue hace alrededor de quince años. Y quizás un poco antes, con la formación literaria y cultural que recibí de mi madre en mis años de infancia y temprana adolescencia.
Estudié Historia del Arte en la Facultad de Artes y Letras, con cursos extracurriculares y postgrado en la Facultad de Filosofía e Historia, Universidad de La Habana. Actualmente en este camino de mi formación humanística me encuentro en un curso de postgrado para realizar una Maestría en Teología Dogmática, en el Departamento de Teología de la Universidad Aristotélica de Tesalónica, Grecia.
Un capital ineludible y significativo en mi formación resultó mi ingreso a la Cátedra de Pensamiento Crítico Haydée Santamaría, donde encontré a innumerables autores como Cornelius Castoriadis, Paulo Freire, Enmanuel Levinas, las riquezas pensamentales y experienciales de múltiples tradiciones religiosas y filosóficas. También mi constante diálogo y el debate permanente con mis estudiantes en la Universidad de La Habana y con los miembros de la Cátedra a la que pertenezco.
Desde el punto de vista profesional me definiría como un teórico de la cultura con inclinación antropológica; de acuerdo con mis intereses globales en tanto académico y activista creo que me definiría como un historiador de la cultura no sólo con una inclinación filosófico-antropológica, sino también política. Entendiendo siempre, desde luego, la vinculación esencial que existe entre filosofía y política. En última instancia, creo que más importante que las definiciones (auto) otorgadas son las vocaciones las que conectan con la actualidad y el dinamismo de las búsquedas, las investigaciones y los análisis que produce uno como intelectual.
De modo que estas autodefiniciones son perentorias. Ahora bien, esta “vocación científica” desde lo antropológico, lo filosófico y lo político que se registra en mis escritos y análisis sí van definiendo el marco de mis intereses, el espacio donde se mueven mis preguntas y respuestas. Pero estas inclinaciones responden esencialmente a una vocación que al mismo tiempo es una pasión, tal como la comprendo: la pedagogía. Creo que es una vocación que he sabido cultivar de manera continua y progresiva. Pero todavía me falta mucho, la vocación pedagógica no se consuma con facilidad.
- 3. Entonces, ¿qué has estado haciendo en Grecia?
Primero que todo, mi quehacer en Grecia lo concibo como una aventura personal, la cual presupone muchísimas inquietudes desde el punto de vista religioso, social, cultural y político, y con la que incorporé un conjunto de experiencias muy aleccionadoras. Si se quiere, tal “viaje” se puede interpretar como esas aventuras de la identidad que emprenden los individuos cuando se lanzan a la “selva sígnica” del mundo contemporáneo –pasaporte y demás trámites burocráticos incluido-, para recobrar de algún modo el tiempo perdido, para recobrar los pasos perdidos fuera de su propia tierra.
En mi caso, esta aventura puede verse de una manera paradojal porque si bien mis “raíces afro” no me sitúan “origininariamente” en el mundo hespérico, las significaciones imaginarias -es decir, el cuerpo de mis mapas cognitivos mentales. Con los cuales tengo una cierta representación global del mundo, el cuerpo de afectividades y moralidades con las cuales fui formado- que me nutren e identifican realmente con lo que soy, me retrotraen siempre a esta parte del mundo que es Grecia. La cual, si se quiere, con la fuerza mística de la memoria y las infinitas inquietudes que me significan me devuelve a mi querida Cuba.
Comienzo de este modo porque no creo que uno de manera instantánea se encuentre al otro lado del mundo por pura casualidad y puro gusto. Allí en Grecia mis acciones, mis relaciones, mis pensamientos y sentimientos, van vinculados a un quehacer que continuaba, y a la vez enriquece todo el mundo de vida y la praxis vital que articulé durante los años de mi experiencia universitaria y postuniversitaria (1999-2010).
He estado vinculado a mis sempiternas búsquedas y lecturas de los textos de la cultura helénica en sus treinta siglos de existencia, evolución histórica y construcción de una de las más interesantes formaciones social-culturales en la historia de la humanidad. He revitalizado mi reconexión desde un horizonte de experiencias más cercano al espíritu místico del cristianismo oriental con la Iglesia Ortodoxa. También he vivido experiencias interesantes más cercanas a mi formación política con un grupo de compañeros de Tesalónica y Atenas que desde una posición libertaria se ha convertido en un espacio de desarrollo del pensamiento crítico y la praxis libertaria para mí.
- 4. ¿Cómo vinculas tu fe cristiana-ortodoxa con tus investigaciones? ¿Cómo vives la fe y la política?
Mi fe ortodoxa –la fe que comparte la comunidad de los fieles del cristianismo oriental- está vinculada a la propia espiritualidad en la cual encuentro el trasfondo de inquietudes y verdades experienciadas desde mi adolescencia: el cristianismo como verdad trascendental y horizonte de religación con el misterio de la vida y de la muerte. Cuando hablo del misterio de la vida, me expreso en la forma mística pero responsable en la cual el sin-sentido de la vida comienza a significar y dotar de sentido a la misma vida y al mundo que me ha tocado vivir. Asumo esta fe que, pese a la sordidez e ingravidez de la soledad, la muerte y el abismo que se experimenta en el choque con lo Real, que experienciamos con la Nada, encuentra una formulación ya dada.
Una formulación “dada”, que al asumirla ya no experimenta simplemente como dato entregado, sino como una experiencia renovada y enriquecedora. En ese sentido, no creo en los arranques verbales que invalidan las tradiciones y religiones. Como tampoco valido las posiciones fundamentalistas y tradicionalistas que presuponen que las religiones y las tradiciones son los órganos omniscientes de la historia.
Si miramos con detenimiento la presencia de Cristo en Jerusalén, y admitimos un contenido de verdad a su irrupción en la historia, nos daremos cuenta que él mismo es la prueba apodíctica de que la Historia funciona dinámicamente y que no existe nada dentro de ella que no remita a la salvación. El hecho de tal escándalo entre los judíos, que se dio hace prácticamente dos mil años, nos dice que el sentido de la historia y su misterio central se encuentra en la experiencia de la libertad: Dios acudió a la Historia porque ella como “totalidad trascendental de los acontecimientos”, mostraba la única posibilidad que tienen los hombres de asomarse a este misterio, y realizarse dentro de esa experiencia. Es aquí donde se encuentran mi vivencia de la fe con la experiencia de la política.
Y desde luego, con el conjunto de mis investigaciones vinculadas a la filosofía, la antropología, y a otros saberes. Creo firme y responsablemente que los asuntos de la fe no tienen ninguna batalla previamente declarada con los asuntos de la res-publica, es decir, con la cosa política; y desde luego, tampoco con el cuestionamiento filosófico. Más bien creo que hay una vinculación esencial entre tales asuntos y experiencias que se encarnan con hondas implicaciones en la vida de las personas, y que también son experiencias centrales de la historia.
Eso es lo que me hace vivir tales “asuntos”, sin contradictoriedad irresoluble, sino con la complejidad y dialogicidad que implica practicarlas en el “mundo de la vida”. En este sentido quisiera remitirme a un filósofo georgiano que solía decir que la cultura es la capacidad de practicar la complejidad y la diversidad, y no la intención de aplicar conceptos abstractos a la vida.
Se trata justamente de comprender que la vinculación solidaria y dialógica entre religión y política, entre todos aquellos saberes que “ilustran” mi mundo -y al mundo frente a mí- y las propias experiencias que he vivenciado, son posibles y han encontrado exitoso cauce justamente por esta comprehensión cultural de lo humano. A saber, que el fundamento antropológico de la experiencia humana es la cultura.
Por otra parte, esta vinculación me resitúa siempre en la piedra angular de la política y en el misterio central de la fe ortodoxa: la libertad. Diría que la libertad es ese nudo que articula ambos elementos, ambas experiencias. Es el fundamento del fundamento. En otras palabras, el fundamento de la cultura es la libertad. Martí, Castoriadis, Hegel, Sócrates, Walter Benjamin, Adorno, muchísimos amigos y mi propia experiencia personal me acompañan en estas “certidumbres”.
Actualmente mis investigaciones se orientan hacia la revitalización del pensamiento de Walter Benjamin y las contribuciones a la teoría de la cultura que puede ofrecer desde una traducción contemporánea de sus términos, en el marco de una comprensión transnacional de lo cultural. Es un proyecto que he dejado dormir durante más de un lustro a partir de los resultados de mi tesis de licenciatura sobre el pensamiento estético de este pensador. Por otra parte, preparo un libro de ensayos sobre determinadas problemáticas de la sociedad cubana desde una perspectiva cultural que están vinculadas a la cultura popular, la racialidad, la identidad, la educación, la modernidad, la geopolítica…
- 5. ¿Cómo es la espiritualidad de griegas y griegos de hoy?
Pienso que sería muy difícil el intentar caracterizar la “espiritualidad” de una sociedad como la griega; así como de cualquier sociedad, las cuales constantemente están en procesos de cambio. Sin embargo, podemos hablar de una espiritualidad en la Grecia actual que estaría sin dudas vinculada con una peculiar manera que tienen los griegos de (auto) conceptualizarse en los predios del nacionalismo y la identidad ortodoxa de la Iglesia. Esto que muchos intelectuales nombran como “espiritualidad neohelénica”; la cual sólo es posible visualizar en el proceso de formación del neohelenismo y la continuidad de la Ortodoxía Griega en los últimos ocho siglos de su historia nacional.
- 6. Entonces, ¿cómo vinculas tus vivencias griegas con la situación cubana de hoy? ¿Qué sentiste al volver a Cuba?
Mis vivencias dentro de tal sociedad las puedo vincular sobre todo a partir de las semejanzas que pude localizar “aquí y allá” en el ámbito de los imaginarios colectivos, en determinados procesos que acontecieron en la historia nacional, y en las situaciones actuales de crisis que viven ambas sociedades. Desde luego, tales semejanzas y diferencias pueden discernirse sólo en el ámbito de las relaciones imaginarias. Los griegos poseen, como nosotros los cubanos, una historia colonial de cuatrocientos años -ellos frente a los turcos, nosotros frente a los españoles- y la pervivencia en su sociedad de la costra tenaz del coloniaje. Costra que se evidencia en los límites y posibilidades de pensar su nación y de traducir su historia colectiva con los procesos de luchas por la independencia política y económica, en términos nacionalistas-identitarios y de resistencia cultural.
Cuando regresé a Cuba, luego de casi un año en Grecia, me encontré visualmente con el impacto de las nuevas medidas tomadas en este año por el Gobierno. Me sobrecogí porque presiento que la situación de fragilidad y riesgo que ha vivido la inmensa mayoría de la sociedad cubana en condiciones de supervivencia política y económica se va a hacer cada vez más patente y dolorosa. Mis impresiones son muy personales, vinculadas al compromiso que guardo con mi sociedad, compromiso político y social –es decir, a partir de una autoconciencia política y de una militancia social específicas-, y que sólo me han provocado cierta angustia frente a los hechos duros de la vida cotidiana de la mayoría de los cubanos al tiempo que cierta esperanza frente a los hechos y movimientos perceptibles de un cambio de conciencia.
No se trata de optimismo o pesimismo. Soy más bien alguien que cree y percibe constantemente que no hay manera de que exista un individuo sobre esta tierra sin las dos grandes fuerzas que sostienen al hombre como un “esfuerzo suspendido en el tiempo”: la memoria y la esperanza. Y tengo la impresión de que aun cuando nos autopercibimos como nación quizás en el ojo del ciclón, aún cuando estemos experimentando la crisis más decisiva y sistémica de los últimos cien años de nuestra historia, existen posibilidades para un futuro donde la promesa política del socialismo democrático no se esfume del todo.
Tales impresiones me corroboraron dos elementos que siempre tengo en cuenta en la hermenéutica del proceso posrevolucionario cubano: a) la importancia central de los imaginarios colectivos y de la micropolítica de la vida cotidiana (diría Benjamin hoy) como parte consustancial de la dimensión creativa y transformadora de las sociedades; b) y las respuestas múltiples que son generadas por la sociedad frente a los procesos unidimensionales y verticales que produce la burocracia del Estado y los decisores del Gobierno.
- 7. Has hecho estudios y tienes publicaciones sobre la educación. ¿Cómo crees que se puede rescatar la educación en Cuba?, ¿y en el planeta, todo?
El rescate de la educación cubana significaría, ante todo, enfrentarse a los crecientes y estructurales problemas de la de-formación del modelo educativo actual que prescriben y ejecutan las instituciones administrativas en cuestión del Estado cubano. Un rescate que se traduciría mejor como reforma estructural que actualice el modelo pedagógico-educativo de la enseñanza cubana sobre la base de las condiciones históricas globales del siglo XXI y las exigencias y demandas de la propia sociedad cubana. Las cuales son crecientes en este sector, justamente por su significación simbólica en el proceso histórico de la Revolución, pero también porque constituye la piedra angular de toda sociedad que quiera desarrollar cambios esenciales en su institución global como sociedad.
Yo no tendría fórmulas para saber cómo puede rescatarse de manera global una problemática tan esencial como la educación en mi país y de paso en la sociedad global, sino que a partir de diagnósticos, informes y análisis parciales me intereso por ofrecer soluciones también parciales para la sociedad e interesada en una perspectiva emancipatoria, democrática. Sin dudas, este rescate si requiere también una serie de presuposiciones, una reformulación de las preguntas, requiere más que nada que se piense en términos culturales. Ya me he referido en alguna pregunta anterior sobre la importancia central de la cultura.
Hoy día, y esto es un punto medular en el proyecto que instituye cada sociedad, no existe posibilidad para el desarrollo de una nación, si no existe un proyecto educativo-cultural de calidad. Y tal proyecto, por supuesto, presupone también un conjunto de condiciones clave, que a mi juicio en nuestro país no existen, o se han lacerado, o se han obliterado por completo.
- 8. ¿Por qué y cómo te convertiste en activista la Cátedra Haydée Santamaría y la Red Observatorio Crítico?
La Cátedra Haydée Santamaría y la Red Observatorio Crítico son espacios en los cuales yo adquirí una formación y conciencia políticas, sin siquiera darme cuenta. Mi activismo se debe a la vinculación comprometida con un colectivo que promueve y practica las ideas en las cuales yo creo. Y, además, es un compromiso que no se identifica meramente con un carnet, sino con un sentido de responsabilidad y respeto a la sociedad en la que vivimos y con una visión crítica de esa misma sociedad.
Mi activismo consiste en una participación consciente en un movimiento social que intenta generar pensamiento crítico, autonomía colectiva e individual y construcción de espacios de diálogo y debate, de autonomía y gestión colectiva, como propuestas croncretas para el cambio que realmente exige una sociedad empantanada hasta el cuello en la desidia, el inmovilismo, la indiferencia, la doble moral, y la insensibilidad política frente a los candentes problemas que la acucian. En tanto que para mí se hace inexplicable el masoquismo político de la vida cotidiana y el resentimiento plúmbeo que cubre casi la totalidad del espacio político, creo que este activismo específico y micropolítico me hace enfrentarme a la angustia de los hechos duros de nuestra realidad cotidiana con una cierta esperanza, de la cual no tengo la menor duda.
- 9. Recientemente, has estado involucrado en propuestas de rescate de protagonismos afro-cubanos de antaño…
Y seguiré involucrado. Para mí es importante como parte de la capacidad de generar autonomía en tanto capital simbólico para las luchas cotidianas, como también es clave re-articular y actualizar la memoria colectiva en vínculo con la racialidad afro-cubana, enriquecer la identidad cultural y desarrollar acciones conjuntas que les permitan a un grupo creciente de cubanos una relación descolonizadora con respecto a su propia historia.
La historia nacional –su construcción estatal y su enseñanza a las generaciones- es un capital simbólico inmenso en la construcción de la hegemonía. Y tal historia nacional en Cuba no ha superado aún en muchos aspectos una visión (auto) colonizada y eurocéntrica. La Cofradía de la Negritud, el homenaje a los cinco ñáñigos que dieron su vida el 27 de noviembre de 1871 son de esas acciones que conducen a una mirada descolonizada de la propia historia nacional, a una mirada liberadora de y desde lo afro en la sociedad cubana.
- 10. ¿Qué es lo que más te impresiona del mundo actual? ¿Qué pasa con la espiritualidad en este siglo XXI?
Lo que más me llama la atención del mundo actual es la capacidad inmensa que han ganado las sociedades en su interior de generar nuevas ideas: ideas y prácticas útiles y lúcidas para asegurar su supervivencia frente a los inminentes peligros que implica vivir en sociedades de riesgo y decadentes como las nuestras.
Me impresiona la capacidad de respuesta que tienen muchos individuos y colectividades frente a las experiencias de derrota y pesimismo, y frente a prácticas de impunidad y cinismo que pretenden prevalecer en todas las sociedades. No hablo ahora precisamente de izquierdas y derechas, hablo de innumerables respuestas populares, ciudadanas, colectivas que van intuyendo los peligros que se ciernen siempre en el futuro inmediato y que son articuladas en un “aquí” y “ahora” donde no se le da paso al engaño, al cinismo, a la impunidad, a los que detentan de manera irresponsable el poder que les ha sido entregado o se lo han atribuido a través del ejercicio de la violencia ilegítima.
Hoy más que nunca tiene una significación clave la actitud de valentía personal y moral de no ceder ni un “tantico así” ni al cinismo, ni a la impunidad, ni al resentimiento. Finalmente la espiritualidad, y aquí me desmarcaré un poco de centrar tal significación de la espiritualidad en el fenómeno religioso, guarda relación con las nuevas sensibilidades emergentes en la época actual, la crisis de los procesos identificatorios en el marco de la reconfiguración de las identidades bajo el signo de los procesos tecnológicos y todos los procesos transnacionales que se efectúan en la sociedad global.
En principio, la espiritualidad como búsqueda permanente y actitud de la vida en sentido personal, es la resistencia a la superficialidad, a la frivolidad y, al mismo tiempo, la capacidad afirmativa de construir una subjetividad con autoconciencia. Eso sólo es posible si se toma en serio lo que los griegos antiguos –y que los griegos modernos junto con el resto de las sociedades actuales hemos olvidados- llamaban paideia. La paideia como la base de una sociedad donde la espiritualidad de cada cual es vivida de manera coherente y no esquizofrénica.
Hoy día no podemos hablar siquiera del “espíritu de la época”, y sólo creo que podemos hablar de espiritualid(es) en relación con la emergencia de estas nuevas sensibilidades y las deudas de la memoria histórica de las modernidades, así como de las “ruinas y monumentos” de todas las tradiciones existentes. Frente a esta situación de globalidad y sobremodernidad en la que las incertidumbres se multiplican, reitero que el rol de los individuos sigue siendo el mismo por amor de una espiritualidad coherente en tanto no renuncie a la autoconciencia, y que no se resigne a vivir en la superficialidad. Con respecto a este último fenómeno me referiré brevemente –vale la aclaración.
La superficialidad consiste en la ilusión de una infinita posibilidad de encontrar “soluciones alternativas”, desconociendo los límites de la realidad que se vive, al tiempo que una infinita posibilidad de “huida” de tal realidad con tales soluciones. Es también la incapacidad espiritual al no tomarse en serio a sí mismo. Es decir, una deficiente conciencia de que los crasos errores que se cometen en la historia personal y colectiva tienen siempre un costo inmenso que se pagan en la misma historia.