Preguntas y respuestas

«Me imagino que todo el mundo es como si fuera una máquina grande. Y sabés que las máquinas nunca vienen con piezas de sobra. Ellas siempre vienen con la cantidad exacta que necesitan. Así que pensé, si el mundo entero fuera una gran máquina, yo no podía ser una parte sobrante. Tenía que estar aquí por alguna razón. Y eso significa que vos tenés que estar aquí por alguna razón también.» (De la película Hugo, de Martín Scorsese)

Utilizaré dos películas (más una en realidad) muy conocidas para cavilar sobre el tema de la responsabilidad y poder de cambio que tiene un individuo. La primera de esas películas es «La lista de Schindler». RespuestaCorrían los años ’90. El fin de la historia. El derrumbe del comunismo. Decían que las ideologías habían muerto. Eran los años en que de una buena vez y para siempre se iba a demostrar que cada uno tiene en esta vida lo que se merece. Que un individuo solo puede cambiar toda una época, toda una sociedad. Porque el modelo (supuestamente) alternativo había fracasado.

Hay una escena de la la lista de Schindler, tal vez de las más impresionantes, en la que Stern, el asistente de Oskar Schindler pronuncia la abrumadora frase: «Esta lista … es un bien absoluto. La lista es la vida. Todo lo que está por fuera de sus márgenes es el abismo.»

Durante mucho tiempo me parecía una maravilla ese film. Sigo considerando dicha obra estupenda, de hecho, hace poco me quedé un rato mirándola, en una de las tantas repeticiones que dan en el cable. Pero veo que hay un semilla que adrede o no, a favor o en contra, los autores de ella quieren sembrar.

Es que hace algunos años escuché un comentario irónico sobre ella, que al principio me perturbó y luego me hizo reflexionar sobre la misma. No se puede discutir la calidad monumental de la película. Además, es verdad, muestra muchos valores preciosos, tales como la incalculable valía de la vida humana. También el misterio de la naturaleza humana. Una persona que se afilia al partido nazi, que se beneficia por la guerra, que en medio de toda su ambición, su alma es conmovida al ver la maquinara de muerte. Y llega al punto de arriesgar su vida por salvar judíos.

Pero no es el tema principal al que me quiero referir. El mensaje que grita la película es tremendo: «De este lado están los que se salvan y afuera los condenados». De un lado los elegidos, del otro los desechados. Si fuiste escogido estás en la lista, si no, estás irremediablemente perdido. Si no fuiste elegido, lo lamento, hay un orden natural que lo dicta. Si fuiste elegido tenés que agradecer al sistema que ha sido bondadoso y te ha seleccionado. ¿Y no fue acaso lo que hemos vivido en Argentina y en casi todo el mundo durante la década del ’90?

El auge del marketing, de la venta de personas como productos. Es decir, para ser parte, para ser tenido en cuenta, para ser considerado por el resto, comenzó a ser necesario (eso nos querían imponer) saber ofrecerte como un producto. Sin importar tanto el contenido, la trascendencia y la durabilidad.

Es así como me complicaré aun más metiéndome con otra de las películas que no pocos hemos amado en estos últimos años. Se trata de «Invictus» dirigida por Clint Eastwood y protagonizada por Morgan Freeman y Matt Damon.

El problema con esa película es que muestra que el fin del apartheid se debe exclusivamente a una persona. La herencia de la reforma es tan fuerte. La imagen legada de Martín Lutero enfrentándose solo a toda la jerarquía católica ejerció probablemente una enorme influencia en los comienzos de la era moderna. La imagen del individuo que todo lo puede. Del individuo que puede pensar y hacer por su propia cuenta. Pero también sobre quien recae toda la responsabilidades justamente, de sus pensamientos y acciones.

De hecho, personalidades tan importantes en el ámbito de la psicología como Víctor Frankl decía (si me permiten la grosera simplificación) que estamos en la vida para dar respuestas, no para preguntar. Y uno dice: ¡Claro lo dice alguien que padeció los horrores de los campos de concentración nazi! Entonces automáticamente tiene autoridad para decirlo.

Es decir desde esta perspectiva llevada al extremo, solamente estamos para acatar los dictados de la Vida, o de Dios. O de los demás. Obligados a dar respuestas, no importa quien seas, dónde hayas nacido, qué hayas experimentado o estés actualmente sufriendo. No importa NADA de eso. Vos estás para hacerte cargo, para responder.

De hecho, Frankl proponía complementar la estatua de libertad con otra en la costa oeste llamada de la «responsabilidad». (¿No podremos soñar alguna vez con que la libertad implícitamente esté acompañada de la responsabilidad?)

Claro, están las otras personas, que no solamente se la pasan haciendo preguntas a la vida. Sino a los demás, a su entorno, a la sociedad, a su país, a los políticos, al mundo, al universo todo. O a Dios si es creyente. Si hacen preguntas a sí mismos tal vez sea para reprocharse por qué no son de otra manera, por qué no actúan otra manera. Exigen respuestas como quien exige una deuda. Una deuda que el resto debe pagar y hacerse cargo. Hay ciertas formas de hacer política que esconden esta actitud.

Pregunto con cierta insolencia ante estas dos posturas: ¿Y si ninguna de las dos perspectivas llevadas al extremo son saludables para la vida de un ser humano?

Hace poco, leí un libro interesante en el cual decía que muchas veces al intentar resolver un problema, ensayamos distintas soluciones. Y allí decían los autores algo interesante: una solución incorrecta, puede ser la respuesta apropiada para otra pregunta.

Al leerlo más de una vez, mi alma se agitó y pensé en todas las veces en que uno mismo se frustra intenta, esfuerza, con poca o ninguna satisfacción. Por supuesto que hay desafíos que enfrentar para ser un ser humano digno. Pero estamos hablando de aquellos respuestas que estamos dando a preguntas que no nos corresponden. Que no son para nosotros. Que no son para este momento de la vida. Preguntas que nos han impuesto otros, o que otros nos han impuesto a nosotros mismos.

Y quiero decir algo: Me animo a decir que siempre somos respuestas correctas. O si se quiere, que podemos ser respuestas correctas. Que estamos capacitados para ser la respuesta correcta para alguna pregunta que está escondida en algún lugar del mundo. Puede ser que esté tan escondida que está delante de nosotros mismos. O muy posiblemente implique una búsqueda personal y más allá de nosotros.

Imaginemos la siguiente escena, Juan le pregunta a María (ella ha vivido en Canadá por 10 años y hace unos meses vive en Argentina):

-¿Cuál es la capital de Canadá? ¿Cuántos habitantes tiene? ¿Y qué tipo de clima tiene? ¿Es difícil encontrar empleo allí?

Allí, se interponé José y responde:

– La fórmula para obtener la superficie de un rectángulo es base por altura.

La situación nos parece ridícula, hallamos una disonancia insólita. Hay dos problemas con lo que hace José: Nadie le preguntó a él. El segundo error es que dice algo que es cierto, que es correcto pero que no tiene en absoluto nada que ver como lo que Juan preguntó.

Imaginemos la situación siguiente:

José se pone molesto, porque Juan no se muestra interesado en su respuesta. Y el vuelve a responder e interponerse:

– La fórmula para obtener la superficie de un rectángulo es base por altura.

Y vas más allá, se esfuerza y regresa… y trae más información:

– Además el rectángulo es un cuadrilatero y tiene diferencias con los rombos, paralelogramos y trapecios.

Y José vuelve otra vez insatisfecho, se siente indigno, porque ve que su contestación no le alcanza a Juan, pero insiste:

– Existe un teorema japonés que expresa que al unir los incentros de los triángulos formados al trazar las diagonales de un cuadrilátero inscrito en una circunferencia se forma un rectángulo. Y es muy probable que ese teorema sea utilizado en Canadá…

Todo lo que dice José está perfecto, pero como dijimos contesta una pregunta con la cual no hay una correspondencia. Es más, siguiendo este espiral de locura, José podría decir que la bandera de Canadá tiene rectángulos. Y podría decir que el con mucho esfuerzo podría juntar dinero para ir a Canadá y vivir allí algunos meses para ver si es difícil encontrar trabajo o no. De esa manera podría responder ¿Suena demencial esta escena?

Bueno, a mí me ha pasado ser como José, y de verdad me he cansado de hacer lo QUE José hace. La insatisfacción, el sentimiento de indignidad, o la incomprensión porque uno se encuentra hablando otro idioma.

José tiene respuestas correctas y válidas, casi irreprochables. José se esfuerza. Pero también choca contra la indiferencia, se siente frustrado, culpable, que no hace todo lo necesario.

La buena noticia es que José tiene respuestas adecuadas para otras preguntas. No se trata tanto en realidad de cómo José responde. Se trata de cuándo y a quién responde.

Estimo que al considerar la vida de esta manera, podemos también reconocer que nosotros también tenemos y somos preguntas…

Todos somos la respuesta correcta a una pregunta, y creo que la aventura que tenemos en esta vida es saber cuál es la pregunta, cuándo y quiénes la formulan.

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