Por Ailynn Torres
I. El 15-M en España – y ya en otras ciudades de Europa y América Latina– desmantela aquel discurso sobre la apatía y el apoliticismo de los jóvenes que se ha utilizado para reproducir la dominación.
La escasa participación política de los jóvenes se ha reseñado como síntoma de sociedades en crisis que avanzan hacia el desentendimiento de la vida política. Los jóvenes, considerados siempre como futuro y no como presente, no asegurarían, en consecuencia, el buen ejercicio de la política.
En las investigaciones sociológicas sobre juventudes, la integración y participación sociopolítica de los jóvenes es tomada como indicador de los niveles de integración social. Sin embargo, en la mayoría de los modelos de institucionalidad existente es habitual su exclusión en la toma de decisiones. La apatía, pasividad, retraimiento político y escepticismo es entonces, en buena parte, la justificación montada para legitimar la exclusión e impedir que se conviertan en actores políticos estratégicos. Es la misma maniobra mil veces usada contra los indígenas de América Latina, los negros de África o los pobres de todo el mundo, presentados como perezosos e incapaces para legitimar los reales condicionamientos económicos, sociales y culturales –todos siempre también políticos– que constituyen la base de la exclusión y el empobrecimiento.
Los jóvenes que han llamado a la movilización en las plazas españolas muestran otro semblante. Para ellos el descrédito lo tienen la política institucional y los representantes –bien debían llamarse de otro modo– políticos, y no la política como un espacio de satisfacción de sus necesidades individuales y grupales.
Esas manifestaciones han mostrado que los jóvenes quieren colocarse fuera de la política para estar, efectivamente, dentro de ella.
II. Como punto débil del 15-M algunos hablan de la ausencia de un liderazgo visible. Recordemos, sin embargo, que la ausencia de liderazgo exclusivo no significa la ausencia de organización y que, por el contrario, la conciencia del liderazgo compartido es una de las claves democráticas de articulación de las diferencias. En la Puerta del Sol están construyendo una política compartida que reinventa modos de organización social democráticas para la reproducción de la vida, que ahora se condensan en las horas que viven en las plazas españolas. Están organizándose democráticamente para vivir, y desde ahí, construyen un programa común. Ese es, no hay duda, el mejor modo de hacer política para todos. La organización vertical de las relaciones sociales desemboca siempre en abusos de poder y monopolios de recursos de todo tipo, que van en detrimento de las libertades, y se encaminan a la subordinación inhabilitante de unas personas a otras.
La existencia de un «hombre providencial» no es la posibilidad de continuar con las luchas. La abundancia de vidas y de voluntades para hacer política, colectivamente, siempre será más democrática que la vida providencial de alguien que, aún con la mejor voluntad, devenga organizador de aquellas. Nadie asegura, como la historia lo ha demostrado, que los siempre escasos hombres providenciales puedan efectiva y sucesivamente, garantizar la construcción democrática de las sociedades. La política a muchas manos, siempre es más democrática que la política en solo dos manos.
Las experiencias generadas a partir del 15-M requieren ser leídas desde lo que en sí misma están aportando, poco contribuiremos si lo hacemos a partir de lo que no está siendo. Ser parte de ella es no temblar por las ausencias, sino mirar desde ese otro sitio, uno que aprenda de la construcción autogenerada por el movimiento.
III. Por último, una observación: los modos en que se alude al 15-M indican, inevitablemente, las apuestas. Mientras para algunos «ese movimiento responde a necesidades tan vivas y tan hondas (…) que difícilmente pasará», para otros «el ‘tsunami’ desaparecerá tras la resaca electoral». Eso no se trata de pesimismos u optimismos, se trata, a las claras, de una apuesta, o no, libertaria, que hoy se hace hecho en la Puerta del Sol.