Por Sara Lapascual
Quién hablará nuevamente de poesía cuando ya Martha deje a un lado sus altos tacones rojos y se fabrique una barba de terciopelo para salir muy despejada a caminar por las calles de su Habana.
Qué sucederá ahora con su madre, quien no ha tenido la culpa del relampagueo que también tiene ahora Martha cuando habla con una voz que a la pobre vieja le parece equivocada, enferma. Inyectada con una dosis demasiado rebelde. Demasiada tosca.
Y dónde estará Yessica, que parece que se ha agarrado a un vuelo supersónico y se ha desaparecido. Hay tanto silencio con respecto a ella que tal parece que se incorporó a sus muertos.
Pero al pájaro que vuela no intentes detenerlo, y menos preguntarle por qué si antes no volaba ahora lo hace con una facilidad inaudita ¿Qué le habrá pasado que prefiere el destino del exterminio de si salgo o no del armario? ¿Tendrá algo que ver Martha con este espejismo de Yessica?
¿Y por qué será que Martha se ha lanzado así? A fugarse de lo enorme para lo pequeño, según le vociferan los hombres cuando pasea por las calles de La Habana con sus ahora altas botas militares, su boina con dibujo adusto del gnomo Varela. Y su austera santísima trinidad de: ¡Quítate tú que voy yo!
Dónde será que está pasando todo esto, ¿eh? Porque yo no sé ni quién es Martha, ni quién es Yessica, y menos aún dónde queda esa Habana. Como menos aún quién es esa Sara Lapascual.
Ah, ya… así que La Habana es Cuba, me lo informan en secreto. No sé por qué ese misterio. Una isla del Caribe, ah… Y Martha es una cubana de las que dijo: ¡Hasta aquí llegué y se salió del escaparate!
¿Ah… y entonces Yessica quién es? ¿Y entonces quién soy yo? ¿Y qué es el escaparate?
Todo eso preguntó constantemente mi duende hembra a su sombra hembra. Cuando se sintió el portazo de un escaparate que no era del de Martha.