Homenaje y descolonización

Por Rogelio M. Díaz Moreno

La mentalidad racista se alimenta de un complejo de colonización, que conduce a las personas a asimilarse a los llamados cánones occidentales de prosperidad y lucimiento. Frente a esta tendencia, las voces de la dignidad elevan el orgullo por los valores, la belleza y la riqueza de las culturas no hegemónicas, y no cesan en su empeño de defender el derecho a coexistir en igualdad.

Este sábado 27 de abril tuvo lugar, en la habanera esquina de Morro y Colón, una acción de homenaje a Gregorio Hernández, el Goyo. Integrantes de la Cofradía de la Negritud, de la cátedra Haydeé Santamaría, de la fraternidad Abakuá, amistades y personas del vecindario, se sumaron en un sencillo y emocionante recordatorio a la relevante figura de nuestra cultura, fallecido el año pasado.

El hermano y ambia Goyo llegó a la capital cubana, procedente de Pinar del Río y, con una formación básicamente autodidacta, se tornó en toda una cátedra de la musicología y los ritmos de origen africano, altamente respetado en los círculos artísticos e intelectuales cubanos, especialmente en los predios del Instituto Superior de Arte. Investigador y compositor, le debemos valiosos estudios teóricos, además de un buen número de rumbas, guaguancós y otras piezas que se escuchan con placer hoy día.

Varios hermanos Abakuás destacaron los valores humanos y patrióticos del Goyo. El escritor y sacerdote de Ifá, Tato Quiñones, se congratuló porque, después de tanto tiempo, los leones estén empezando también a escribir sus propias historias de cacería, rompiendo de esta forma con el monopolio de los cazadores. Se ofrecieron, con emotiva espontaneidad, canciones, poemas y bailes que vibraban de corazón, chekendeke.

La sede de la actividad fue un espacio sencillo y hermoso, al amparo de la sombra de un majestuoso jagüey, donde también se recuerda anualmente, desde hace algunos años, a los cinco negros abakuás, caídos el 27 de noviembre de 1871 en el intento de rescatar a los estudiantes de Medicina asesinados por las hordas españolas durante la primera guerra de independencia. Allí se ha aprecian ahora una placa conmemorativa, y símbolos y frases de homenaje y unidad de los abakuás y de la nación cubana en general. En esta esquina se gesta, con actividades de tal género, un verdadero Rincón para la Descolonización.

Gregorio Hernández, el Goyo

Tato Quiñones

Integrantes de la Cofradía de la Negritud, de la cátedra Haydeé Santamaría, de la fraternidad Abakuá, amistades y personas del vecindario, se sumaron.

Morro y Colón, Habana Vieja: Rincón para la Descolonización.

La educación formal, un tema abordado en la superficie y devenido pretexto de algunos

Por Félix Sautié Mederos.

Crónicas Cubanas

Durante muchos años ha sido objeto de mención constante en los discursos e intervenciones oficiales el tema de las indisciplinas sociales y ocasionalmente de la carencia de una educación formal, enfocados ambos como culpa de los demás y sólo excepcionalmente de los estratos oficiales. Estas intervenciones reiteradas se han referido tanto a lo que realmente subsiste al respecto, como a lo virtual improvisado por quienes no quieren reconocer sus reales responsabilidades en problemas que se suscitan dentro de la sociedad cubana contemporánea. Su uso extendido ha sido y es casi un recurso de uso automático, principalmente cuando se refiere a las manifestaciones extemporáneas que se califican como indisciplinas sociales, utilizado por la burocracia de manera tácita quizás no concertada, pero devenido una justificación con vistas a conservar su estatus institucional y político.

Es cierto que intrínsecamente las indisciplinas sociales se interrelacionan con lo que podríamos denominar como educación formal, un término muy al uso que quizás no sea fácil de comprender para quienes usan el concepto de la vieja asignatura denominada “Cívica” que como tal fuera abolida desde hace mucho tiempo de los programas docentes y que en mi época de niño y joven se impartía en los distintos niveles de enseñanza de la época.

Debo añadir que además esas manifestaciones, sus consecuencias, su uso y su abuso, los he abordado con relativa frecuencia en mis crónicas y artículos, porque de acuerdo con mis percepciones se encuentran muy extendidas y forman parte de nuestro devenir existencial en el día a día cotidiano. Considero que silenciarlas y/o no abordarlas en búsqueda de sus reales causas subjetivas y objetivas cogiendo el toro por los cuernos, tal y como se plantea en una expresión muy castiza, se convierte en una actitud verdaderamente vergonzante y facilista de quienes optan por no buscarse problemas con lo que está establecido, ni con la burocracia política y administrativa que lo determinan. Siguen pues, tras la corriente de utilizarlos como pretexto y explicación universal de todo, ya sean las insuficiencias, los incumplimientos o las actitudes ciudadanas muchas veces sin distingo de si son correctas o no. Lo importante para quienes promueven estos planteamientos y los expresan con recurrencia es no dar su brazo a torcer.

En una última Mesa Redonda, que es un programa de la media tarde en la Televisión cubana, hace poco se abordaron con un conjunto de destacados especialistas los temas de la Educación Formal en Cuba, su actualidad y perspectivas. Quiero expresar que apoyo sus planteamientos y me regocijo por algunas de las medidas docentes que al respecto, según explicaron, se están implantando y se implantarán próximamente en los ámbitos docentes. En honor a la verdad y con toda honradez las aplaudo; pero considero que hay causas intrínsecas que en mi criterio van más a allá de las carencias educacionales y formativas. Son causas sociopolíticas y económicas que durante años han estado determinando sobre la sociedad cubana contemporánea y que mucho tienen que ver con la falta de oportunidades de participación y de perspectivas para el presente y el futuro, así como y muy especialmente por motivo de la centralización excesiva de la sociedad, los esquemas dogmáticos en vigor, la falta de libertad de conciencia y de expresión incluyendo las sistemáticas descalificaciones al pensamiento diferente que se han concentrado en una búsqueda a veces paranoica de enemigos en todas partes, incluso en donde verdaderamente no los hay.

En este orden de cosas quiero recordar que el primer paso para la solución de cualquier problema, insuficiencia, deficiencia o error, ante todo es la imprescindible necesidad de reconocer plenamente su existencia en todas sus manifestaciones y consecuencias. Si no se comienza por ahí, lo demás que se haga en búsqueda de soluciones efectivas quedará latente en la superficie con muy pocos resultados.
Lo que precisamente en muchas ocasiones se obvia en reconocer por parte de esas tendencias que endilgan a la indisciplina social todo lo malo y muchos de los incumplimientos, es el concepto integral de la sociedad y los efectos dañinos de su centralización excesiva que durante muchos años se ha puesto en práctica pasando por encima de la familia y de los individuos, devenidos verdaderas fichas de un ajedrez sociopolítico en el que su participación y la democracia de su desenvolvimiento han sido formales. La no utilización o bien las formalidades en la puesta en práctica del concepto que determina que para exigir responsabilidades hay que otorgarla efectivamente, es una clave importante que debería utilizarse en los análisis y los esfuerzos para la recuperación de una educación formal que sea verdaderamente útil y efectiva y valgan las redundancias de los términos, en el enfrentamiento de las indisciplinas sociales.

En este orden de cosas, nuevamente reitero lo que hube de expresar al respecto en mis últimos artículos parafraseando los planteamientos del Padre Roberto Betancourt, Párroco y Rector de la Basílica de la Caridad del Cobre, cuando en una de sus últimas homilías nos planteó la necesidad de tomar en consideración que quizás las indisciplinas sociales que hoy se identifican con tanta fuerza en nuestra sociedad habanera, sea su forma de protestar por quienes durante mucho tiempo han sido excluidos y no tomados en cuenta. Actuar en contra de su marginación, respetarle su libertad de conciencia y de expresión y darles participación efectiva en la sociedad teniendo muy en cuenta sus angustias y anhelos de realización, así como restituir decisivamente el papel que juega la familia hoy afectada, preterida y dispersa por una diáspora galopante, debería ser el complemento práctico fundamental a los esfuerzos encaminados a recuperar la Educación Formal.

Así lo pienso y así lo afirmo, con mis respetos para el pensamiento diferente y sin querer ofender a nadie en particular..fsatuie@yahoo.com.

Publicado en Por Esto!, el viernes 26 de abril 2013.

http://www.poresto.net/ver_nota.php?zona=yucatan&idSeccion=22&idTitulo=238499

Nota: los invito a visitar mi página WEB http://www.cuba-spd.com/#

El general escribe con franqueza

Por Rogelio M. Díaz Moreno

Durante la pasada Feria Internacional del Libro de La Habana, adquirí los libros Guajiro y Fronteras, del general cubano Enrique Acevedo. Una vez culminadas las lecturas correspondientes, puedo afirmar que me generaron impresiones muy sugestivas.

Para los que no lo conozcan, Enrique es el menor de los hermanos Acevedo. Durante el alzamiento del movimiento guerrillero en la década de 1950 contra la dictadura de Fulgencio Batista, los hermanos en plena adolescencia Enrique tenía apenas catorce años subieron a la Sierra Maestra para unirse a las fuerzas de Fidel Castro. Al triunfar el movimiento revolucionario en 1959 Enrique, al igual que su hermano, integró las fuerzas armadas del nuevo gobierno y ascendió con el tiempo el escalafón hasta llegar al rango actual.

Ya con esta introducción, se podrá imaginar que esta persona tiene mucho que contar en un libro. También es posible que se despierte una desconfianza razonable. Después de todo, se ha visto ya cierto número de materiales testimoniales de otros compañeros de Acevedo. Por lo general, los relatos son bastante homogéneos, casi asépticos, aptos para insertarse en un texto de historia escolar como los que le gustan al Ministerio de Educación local: rebeldes heroicos, con pocas o ninguna tacha, ejemplos de sacrificio y abnegación; más un enemigo batistiano, imperialista, muy pero muy malo, que no merece siquiera el uso de la palabra.

Por suerte, en todos los rediles hay una oveja negra. O mejor dicho, porque puede que haya muchas, pero solo a una de ellas le preocupan menos las apariencias y manifiesta la mayor sinceridad. La publicación de Descamisados, primer libro de Acevedo, sorprendió a críticos y lectores. La narración en primera persona de las trastadas de los hermanos durante la lucha guerrillera, con estilo desenfadado y simpática frescura, se apartó totalmente del canon en boga. Finalmente, con el apoyo del general de ejército Raúl Castro, este primer libro vio la luz y hasta dio pie a una serie televisiva, si bien muy inferior en calidad.

Guajiro viene a ser la continuación natural de Descamisados. Esta segunda pieza recoge las memorias del protagonista, en los primeros años a partir del triunfo de 1959. Los relatos que disponemos sobre aquellos tiempos turbulentos están violentamente sesgados por los intereses de la feroz lucha de clases que todavía se libra. Cada bando endiosa a sus miembros y demoniza a los contrarios. Esta situación torna dramáticamente original el texto de Enrique Acevedo.

Hay que reconocer la rareza de una narración que, desde el punto de vista de los vencedores, recoja con tanta franqueza las debilidades humanas de los revolucionarios. En estas páginas se desmorona el mito de que el espíritu de rebeldía fuera acompañado siempre por una moral intachable, una austeridad generalizada o algún tipo de pureza espiritual. No es que neguemos a rajatabla la existencia de algún revolucionario que reuniera estas cualidades. Por ejemplo, Acevedo menciona al Che Guevara varias veces en un contexto en el que pone de relieve esas características. Muchos otros de sus compañeros y él mismo, en cambio, dejan bastante que desear para la imagen impoluta que años después nos hicieran creer. Numerosas son las anécdotas referidas, tan escandalosas desde el punto de vista puritano, que más parecieran alardes de varón conquistador de castillos y mujeres.

Hay unos cuantos procesos del período posterior a 1959 que se comprenden mejor después de leer lo que le sucedió a este Guajiro. Por ejemplo, la metamorfosis de los melenudos con barba, bajados de la Sierra, en adalides del pelo corto y el buen afeitado. Estos caracteres exteriores, junto con otros de la estética y la moral de la clase supuestamente vencida, fueron asimilados después de la guerra por el estamento vencedor. Los jefes guerrilleros tuvieron que cursar escuelas militares para dirigir el nuevo ejército, regularizado, y absorber en el proceso un montón de estereotipos de apariencias y conductas, lo mismo de oficiales del ejército anterior que de las fuerzas armadas del llamado campo socialista.

La lectura del libro de Acevedo permite entrever otra arista aún más seria. Los mismos cuadros que dirigían la esfera militar y se formaban en las academias correspondientes, asumían también sin distingos la conducción de las esferas civiles situación que se perpetúa hasta el presente. De aquí se puede comprender la implantación en estas últimas de los mismos hábitos de ordeno y mando, tan nocivos para su desenvolvimiento.

El peliagudo tema del enjuiciamiento de los colaboradores y esbirros de la tiranía batistiana no podía ser obviado por quien sirviera en la fortaleza de La Cabaña durante aquellos meses. Acevedo refleja varios pasajes de aquellos acontecimientos dramáticos. Los sentenciados despiertan pocas simpatías en el joven oficial, que tiene frescos en su memoria y al alcance en las páginas de la prensa aún independiente, las imágenes de los asesinatos y las torturas cometidos por aquellos, pero se percata del exceso de exhibicionismo manifiesto en algunos procesos y no se libra de los epítetos condenatorios que le lanzan madres y esposas de los procesados que le tocaba custodiar.

La politiquería de muchos ñángaras quedan más que al desnudo, ante la mirada de este Guajiro, exDescamisado. Se conoce que la dirección del partido comunista en aquella etapa intentó capitalizar con actitud oportunista el éxito de la Revolución, bajo orientaciones dogmáticas y poco entrañables para el cubano de a pie. En la narración de Acevedo se pueden apreciar escenas de este proceso, indigno también de los muchos militantes torturados por su valeroso enfrentamiento a la dictadura. Igualmente se argumenta, con vehemencia, que la dirección suprema de la Revolución efectuó un proceso de depuración en el partido para unificar a todas las fuerzas nacionales. Ciertamente, Descamisados y Guajiro se parecen poco a mis libros de historia escolar.

Recientemente, el general Acevedo publicó también Fronteras. Este otro texto autobiográfico recoge su actividad en Angola, durante el involucramiento cubano en el conflicto armado en aquella nación. En Angola, el protagonista dirigió dos unidades militares en las regiones fronterizas del país africano, en distintas ocasiones.

La primera ocasión, los hombres bajo el mando de Acevedo estaban dislocados en la zona norte. En esta oportunidad, la actividad combativa fue relativamente menor, lo que no quiere decir que no se vivieran grandes tensiones. El ejército de Mobutu Sese Seko, desde el país entonces llamado Zaire y hoy, República del Congo, cernía una amenaza periódica sobre Angola, particularmente sobre la provincia de Cabinda. El enconado conflicto fronterizo de Katanga también reclamaba la atención de los mandos militares, sin obviar los movimientos UNITA y FNLA, enemigos del gubernamental MPLA.

La narración de Acevedo tiene el mayor interés en esta primera etapa, en la solución de problemas logísticos, así como en la familiarización de los cubanos con las costumbres, cultura y vida de los pueblos angolanos. Estos pasajes especie de recorrido de descubrimiento llevan el mayor protagonismo en la parte inicial, sin desdeñar anécdotas personales, reveladoras de personajes ajenos a los prototipos intachables en nuestra acostumbrada propaganda.

La segunda etapa de su misión angolana, Enrique Acevedo la inicia con un muy mal agüero del entonces general de división, Arnaldo Ochoa. Se recordará que Ochoa fue luego procesado y ajusticiado por un tenebroso asunto de narcotráfico. En aquel momento, el pesimismo de Ochoa resulta una desagradable sorpresa para Acevedo, quien deberá encabezar sus fuerzas la complicada frontera del sur. Para aquel momento, las fuerzas conjuntas de la UNITA y el ejército sudafricano estaban desarrollando maniobras que amenazaban seriamente con derrotar a las agrupaciones cubanas y del MPLA.

La actividad militar ocupa, por lo tanto, mayor protagonismo en esta etapa de Fronteras. Ya no se hace tanto énfasis, como en las obras anteriores, en las posibles barrabasadas y libretazos de los protagonistas. El joven teniente ha madurado y ahora es todo un general: está casado, tiene mayores responsabilidades, algunas canas, tareas de gran importancia y una imagen que defender. Aún así, no se soslayan del todo las facetas humanas y díscolas de los personajes, algunas aventurillas corridas, las bromas gastadas y muchos elementos que no caben en la versión oficial. Resulta significativo el comentario sobre la visita del entonces dirigente juvenil, Roberto Robaina, respecto a quien Acevedo refiere haber percibido una desconfianza de ribetes proféticos.

Con la victoria de las tropas cubano angolanas, la misión concluye; regresan a sus hogares los del Caribe y termina también el recorrido por estas Fronteras. Los aportes históricos y literarios del general Enrique Acevedo, en mi modesta opinión, todavía están lejos de finalizar o, por lo menos, de ser comprendidos del todo.

La necedad neoliberal

Por Armando Chaguaceda

En política los extremos suelen conducir al cierre de la razón y, en ocasiones, de la sensibilidad humana. Hace unas horas leí un texto de Mario Vargas Llosa, en el cual el laureado escritor hacía una suerte de elogioso obituario a la recién fallecida Dama de Hiero, Margaret Tatcher. Mientras lo hojeaba, vi como la mudez de Vargas Llosa ante los costos y víctimas de las políticas tatcheristas llegaba a alturas siderales. Recordándome que si un socialista degradado puede derivar al estalinismo, desde un liberalismo a ultranza es fácil pasar a posiciones neoconservadoras, difícilmente compaginables con la democracia y la justicia.

Ciertamente, me ha provocado un profundo rechazo leer esta crónica de alguien tan inteligente e informado; de un intelectual al que, aún sin comulgar con la totalidad de sus ideas, suelo disfrutar como escritor y al cual he aprendido a admirar por sus posturas consecuentes como hombre público, por su frontal enfrentamiento al clan Fujimori y sus acertadas críticas al dogmatismo de izquierda. Pero cuando el escritor señala que “… Cuando la Dama subió al poder Gran Bretaña se hundía en la mediocridad y en la decadencia, deriva natural del estatismo, el intervencionismo y la socialización de la vida económica y política, aunque, eso sí, guardando siempre las formas y respetando las instituciones y la libertad (…) Ella puso en marcha un programa de reformas radicales que sacudió de pies a cabeza a ese país adormecido por un socialismo anticuado y letárgico que había desmovilizado y casi castrado a la cuna de la democracia y de la Revolución Industrial, la fuente más fecunda de la modernidad” creo asume una postura acrítica y cómplice con la figura y legado de la fallecida política británica.

Estremece que el Premio Nobel no haya contemplado, en su conmovedor relato, a los millares de familias y pueblos arrojados a la pobreza por las políticas neoliberales de la premier, o a las decenas de activistas sociales y líderes sindicales que sufrieron todo el rigor represivo de su gobierno. Tampoco a las aventuras de política exterior que apoyó la inquilina de Downing Street, como el estrecho apoyo a la dictaduras de Pinochet en Chile –mencionada escuetamente en la crónica- y el Apartheid en Sudáfrica. Sólo espero que ese Estado de Bienestar que, en horripilante cuadro de decadencia, nos pinta el creador peruano, sea merecedor de algún pedazo de sus afectos, aunque sólo sea por el hecho de haber constituido el piso de equidad y desarrollo humano de cientos de millones de europeos en la postguerra.

Por suerte, en el Viejo Continente, existen aún ciudadanos e intelectuales que –a despecho del novelista hispano, de la burocracia de Bruselas y de los banqueros de Dusseldorf- pueden ofrecer otra lectura del legado neoconservador y proponer formas viables de defender y hacer avanzar al asediado Estado de Bienestar. Por estos días he tenido también la posibilidad de conocer dos textos [1] donde se clarifican y debaten algunas de las tensiones que afectan a la políticas progresista; las mismas que constituyeron el blanco predilecto de la euforia privatizadora de la Dama de Hierro. En uno estos trabajos, Peter Taylor destaca cómo la izquierda debe responder de manera competente a los desafíos de la crisis económica, abordando los temas de cara a la opinión pública y desarrollando políticas generosas e incluyentes, a pesar de las restricciones existentes. Y reconoce que si las desigualdades han aumentado en las tres últimas décadas, la perspectiva puede ser la de incrementarse aun más, revirtiéndose la tendencia redistributiva y justiciera de la posguerra, para deleite de los neoliberales.

El autor destaca un conjunto de políticas públicas progresistas, que operan a macronivel y micronivel, susceptibles de mejorar la vida de las sociedades, los grupos y los individuos. En el macronivel los temas principales tienen que ver con la reducción de los cortes, el estimulo a la demanda y el gasto de infraestructura, medidas que suponen el accionar decisivo del Estado: proyectos ecológicos en áreas como la generación de energía, transporte público y vivienda, el apoyo a la economía social, nuevas regulaciones bancarias y financieras internacionales así como sistemas tributarios progresivos. En el micronivel las iniciativas abarcan el gasto público enfocado como inversión social; la construcción de solidaridad y la promoción de una lógica de la predistribución -que aborda las desigualdades en su origen, a través de intervenciones del Estado en la operación de los sistemas de mercado para reducir la desigualdad de ingresos- por sobre la redistribución -basada en el empleo de la recaudación fiscal para proporcionar bienestar a los desfavorecidos- que ha sido emblemática en los Estados de Bienestar.

Por su parte Josep Ramoneda nos previene de la preocupante impotencia de la política democrática para poner límites a unos poderes económicos descontrolados, mismos que convierten las quiebras en negocios para sus propietarios y directivos. Nos habla de una hegemonía conservadora, donde las instituciones democráticas están secuestradas por las élites y el papel de los ciudadanos se reduce al voto periódico. En ese esquema, la soberanía recae, cada vez más, en poderes externos al sistema político (bancos, burocracias supranacionales) y la sociedad se disuelve en un individualismo posesivo, del tipo proféticamente señalado por McPherson décadas atrás. El pensador español nos advierte también de la necesidad de que la izquierda, a la vez que revisa y defiende su legado socialista, recupere lo bueno de la tradición liberal del secuestro conservador a que la derecha la tiene sometida.

Las reflexiones apuntadas en estas obras nos proveen, a despecho de las loas de Vargas Llosa al tatcherismo, de nuevas herramientas para confrontar la necedad de un pensamiento neoliberal negado –como alguna vez lo estuvo el estalinismo- a revisar y asumir sus errores y fracasos. Nos posiciona contra la lógica de un realismo político que, desconfiando de la naturaleza humana, apela a que de la sumatoria de las iniciativas individuales (e individualistas) se producirá un equilibrio mágico, un consenso social y político. O sea, contra quienes nos venden el mito que el egoísmo parirá equidad, que la competencia desenfrenada generará solidaridad, y la búsqueda de ganancias impulsará el desarrollo social. Y contrabandean la (falsa) idea de que el mercado es eficaz y eficiente para proveer bienes y servicios, incluidos aquellos que, por su naturaleza, deben sustraerse a la lógica subyacente a la ley del valor.

Estos autores nos previenen contra la cíclica y cínica rotación de “profesionales de la política” –del sector público al privado y viceversa–, circulación que les garantiza a no pocos bandidos una alta probabilidad de sobrevivencia y lucro personales. Nos alerta contra la insuficiente exposición pública y castigo penal a los políticos venales, que permite a las elites dominantes “reciclar”, de tiempo en tiempo, a sus representantes más impresentables, desgastados en el juego político.

Estas obras, en suma, constituyen un canto de protesta contra los males de nuestros tiempos y gobiernos. Contra la desresponsabilización de un Estado respecto a sus obligaciones con la ciudadanía, ciudadanía cuya participación es interpretada como mero insumo para mejorar la eficacia de la gestión pública –cada vez más tacaña y precaria- timoneada por “gerentes políticos eficaces, donde las demandas de la gente deben adaptarse a los declinantes recursos estatales. Contra los parlamentos controlados por poderes mediáticos o empresariales y los partidos autorreferentes que representan grupos de poder alejados de ideologías y militancias, Contra la corrupción de las democracias realmente existentes, donde las asimetrías de recursos entre las élites y los ciudadanos se saldan con particular saña sobre las mayorías trabajadoras o desempleadas. Contra la peligrosa confusión de república y bazar, acción política y campaña de mercadeo, que tanto amenaza los futuros del posliberalismo.

Nota:
[1] Me refiero a Peter Taylor-Gooby, El trilema de la izquierda. Políticas públicas progresistas en tiempos de austeridad, Policy Network, London, 2012 y Josep Ramoneda, La izquierda necesaria. Contra el autoritarismo posdemocrático, RBA Libros, Barcelona, 2012.

Homenaje al Goyo

Queridos amigos y amigas,
Mañana sábado 27 de abril, a las 2 de la tarde, en la “Esquina de la Descolonización” (intersección de las callles Morro y Colón, La Habana Vieja), la misma donde desde hace ocho años hemos venido rindiendo homenaje a la memoria de los cinco hermanos abacuá que se inmolaron en la protesta armada por el asesinato de los estudiantes de medicina el 27 de noviembre de 1871, la Cofradía de la Negritud, la Cátedra Haydeé Santamaría y el Grupo Anamuto llevaremos a cabo una acción cultural en honor de la memoria de nuestro inolvidable hermano Gregorio Hernández, El Goyo, quien fuera fundador y uno de los principales animadores de las acciones de reinvindicación histórica y por la recuperación de los contenidos populares de la Revolución Cubana que hemos organizado desde el año 2005 en diversos espacios de la ciudad. Será un acto sencillo y sentido para el que los estamos invitando muy coridalmente.
Abrazo fraterno de
Tato Quiñones

¿Hasta cuándo la impunidad?

Por Danae C Diéguez

He dejado pasar unos dias para poder, con tranquilidad, escribir esta carta.

Mi hijo es un adolescente como tantos otros: tiene 16 años, estudia en San Alejandro, tiene el pelo medio largo y su piercing en una oreja. El domingo 21 de abril, a las 10 de la mañana aproximadamente, mi hijo fue detenido en J y 25 por una policía que le pidió identificación; aunque acaba de cumplir los 16, aún no tiene hecho el carnet de identidad y ese dia había olvidado su tarjeta de menor. Iba hacia la casa de su papá. La policia le dijo que lo detendría y llamó a la patrulla, eso, aunque mi hijo le explicó que su papá vivía cerca y le mostró además su carnet de estudiante de San Alejandro. Cuando llegó la patrulla y pasó por la vergüenza de entrar al carro patrullero como si fuese un delincuente, le volvió a decir al patrullero que su papá vivía cerca que lo llevaran hasta allí y así lo podían comprobar; el patrullero le respondió que si creía que eso era un taxi

Lo llevaron a Zapata y C, allí lo metieron en un calabozo, como a un delincuente. El calabozo lleno de peste, tanta que apenas podían respirar, le pidió al policia que estaba allí lo dejara llamar para avisarme a mí, su madre, y llevarle su identificación: el policia se demoró todo lo que quiso para dejarlo llamar, algo que pudo hacer porque otro detenido le prestó la tarjeta de teléfono.

No tengo que decir el mal momento que mi hijo pasó, cómo vió el abuso de palabra del policia con él y otros detenidos, entre ellos unos muchachos que habían detenido en G. Los cuentos de las dos horas que pasó allí, la ironía del policia, son cosas que vivió y que me dice que nunca imaginó sucedieran, las malas condiciones del lugar le impactaron, pero más, lo que él mismo definió como abuso de poder.

Cuando llegué a la estación lo hice muy atormentada: mi hijo nunca había tenido ningún problema, yo misma estaba ajena a lo que es una estación de policia. Les dije que quería ver a mi hijo, que era un menor y que estaba detenido allí. Un policia me dijo que no podia ser si tenía 16 años. En fin, les dije que no se iba a quedar impune la injusticia, ellos, con toda la prepotencia que les caracteriza, como me vieron mal no me atendieron, se demoraron mucho en llamar para saber de mi hijo. En ese tiempo el jefe de la estación, al menos el que me dijeron estaba al frente ese dia, me pidió fuera a su oficina, le dije que solo queria ver a mi hijo, que lo que habían hecho era injusto, cuando ese señor me vio desesperada, me gritó muchooooo y me botó de la oficina. Sobre la 12 y 30 soltaron a mi hijo, mientras veía que se podía resolver en unos minutos, pues la estación a esa hora estaba vacía prácticamente, pero lo más impactante es la indolencia con la que me trataron, convencidos que ellos tenían el poder. El poder que les permite detener a cualquier muchacho y llevarlo a un calabozo, sin que medie una conversación previa.

Mis preguntas:

¿Por qué detienen a un joven que les habla con respeto y que no es un delincuente?

Si lo detienen.¿por qué lo ponen con tan solo 16 años en un
calabozo?¿Por qué no lo hacen esperar en el salón de entrada hasta que sus padres lleguen con la identificación?

¿Cuándo fue que a la policia se le olvidó la diferencia entre un delincuente y un muchacho que ese día olvidó salir con su
identificación?

¿Cuándo a la policía se le olvidó qué es una madre desesperada porque su hijo, apenas un muchacho, estaba pasando por una experiencia tan desagradable?

¿Hasta cuándo la prepotencia, la falta de sentido común, la
insensibilidad serán las características de esa policia que debe estar para proteger y no para humillar y exhibir su poder?

¿Qué derecho tiene la policia de encerrar en un calabozo a un joven por no tener identificación, con solo 16 años, al lado de cualquier persona que esté allí por otros delitos?

Esta carta la escribo porque nunca había visto tanta indolencia y humillación juntas. Porque mi hijo, como otros muchos que les ha pasado lo mismo, o peor, necesitan que esas injusticias no se sigan cometiendo, porque yo como madre necesito saber que mi hijo camina tranquilo por las calles y no venga una policia que arbitrariamente lo detiene y no lo escucha. A la policia se le olvidó que los ciudadanos tenemos derechos, el maltrato de palabra, la indolencia que vi me dejaron atónitas, pero sobre todo la exhibición que hacen de su poder, para demostrar que son ellos quienes siempre tienen la razón.

Le dije ese dia al jefe de la estación que no me iba a quedar callada. Por supuesto que no lo haré. Porque voy a esperar una explicación de ellos y de quien sea que me diga por qué es justo que un joven de 16 años, sin antecedentes, respetuoso, que estudia tranquilamente en este país, por no tener su identificación ese día, debió estar en un calabozo detenido. Espero una respuesta

Danae C Diéguez
Profesora de la FAMCA, Universidad de las Artes (ISA)
Miembro de la UNEAC

Para que todos tengamos Internet

Por Félix Sautié Mederos

Crónicas Cubanas

Telesur, tal y como algunos lo habíamos pronosticado, se ha convertido, sin proponéroslo específicamente, en un centro de difusión de las ideas y conceptos que deberían tenerse en cuenta en Cuba con vistas a dejar atrás esquemas y actitudes obsoletas que limitan sensiblemente la vida de los cubanos. Es evidente que lo que hacen es reflejar la vida de los venezolanos, sus avatares, sus posibilidades, sus actitudes y el desenvolvimiento de los acontecimientos. Sé bien que algunos, de acuerdo con sus posiciones políticas e ideológicas, podrían señalarle insuficiencias y limitaciones a lo que está publicando Telesur sobre lo que sucede en Venezuela actualmente; pero en mi criterio eso no viene al caso ni afecta lo que voy a señalar comparativamente al respecto de Cuba y sus realidades. No pretendo, pues, inmiscuirme en cuestiones muy específicas que corresponde a los venezolanos dilucidar, aunque tampoco pretendo apartarme de mis convicciones de hombre de izquierda que está plenamente a favor de edificar un socialismo participativo y democrático, así como de mis posiciones latinoamericanistas a favor de la unidad de nuestros pueblos enfrente a los poderes imperiales que durante mucho tiempo nos han considerado como su traspatio.

No oculto mi admiración y quiero consignarla claramente para que no queden dudas al respecto antes de continuar, por el presidente Hugo Chávez quien ha transitado los umbrales de la vida eterna y mis deseos porque su sucesor sea capaz de continuar el proceso bolivariano erradicando deficiencias, errores y dificultades que le permitan afianzar lo logrado y alcanzar nuevas metas con vistas a concitar la mayor suma de felicidad y bienestar posible para su pueblo, principalmente para los más humildes, así como establecer un clima de entendimiento y convivencia entre todos los venezolanos que les facilite desarrollar plenamente a su Patria y coadyuvar con eficiencia a la unión de los pueblos de América Latina y el Caribe conque soñaron nuestros próceres en lo que José Martí denominó como “Nuestra América”.

Precisamente como parte de esos procesos continentales considero que los cubanos estamos llamados a la reflexión de nuestras realidades muy específicas para lograr los perfeccionamientos, cambios, reformas y rectificaciones que imprescindiblemente tenemos que realizar con vistas a la paz social y el desarrollo de nuestro país. Pienso que no podemos continuar con el criterio de “Plaza Sitiada” que nos inmoviliza y que alimenta esquemas y dogmatismos que tenemos que dejar atrás para ponernos al ritmo de los países que avanzan en medio de grandes escollos y dificultades a favor del desarrollo y de la unidad de nuestros pueblos. Necesitamos con urgencia poner los pies sobre la tierra y el oído en lo que dice y clama el pueblo; este llamamiento no es de mi exclusividad porque debo recordar que el Presidente Raúl Castro lo ha expresado de diversas formas reiteradamente. A todos nos toca descifrarlo y comprender a cabalidad lo que significa para cumplir con el mandato martiano de hacer en cada momento lo que en cada momento nos corresponde hacer.
Regresando a mi planteamiento inicial sobre lo que está sucediendo con las transmisiones abiertas de Telesur en Cuba, quiero decir que muchos cubanos y especialmente los habaneros, que es desde donde escribo mis crónicas, pues como he expresado en múltiples ocasiones vivo en Centro Habana que está precisamente al centro de la capital de todos los cubanos, en los últimos días hemos concentrado nuestra atención en los reportes de lo que ha estado sucediendo en Venezuela después de las elecciones, así como en las transmisiones de los juegos de béisbol, específicamente en los que ha jugado Industriales que son pasión y angustias sin dejar de mencionar a la telenovelas.

Han sido en mi criterio muchas cosas las que me han puesto a reflexionar sobre nuestra realidad y nuestro futuro. Es lógico ello porque en Venezuela se está efectuando un proceso revolucionario que con sus luces y sombras es parte de una gran Revolución Latinoamericana con la que soñaron nuestros próceres y por la que entregaron sus vidas. Hay muy importantes puntos de contactos con la Revolución Cubana; y precisamente como renovarse es vivir, las comparaciones con lo que allí sucede nos saltan a la vista, aunque nos propongamos no confrontarlo.
En este orden de pensamiento quiero tomar muy en consideración un planteamiento que considero de trascendental importancia, expresado por el Presidente Nicolás Maduro durante la presentación de los integrantes de lo que se ha dado en llamar su tren ministerial, así como de las tareas esenciales que en su gestión de gobierno van a comenzar a priorizar de inmediato. Quiero reconocer que fueron múltiples cuestiones a tomar en cuenta que van desde la juventud de muchos de los que por primera vez se comienzan a desempeñar como ministros del Poder Popular bolivariano hasta tareas muy específicas dedicadas al desarrollo social, económico y científico técnico de la gran nación latinoamericana en sus esfuerzos para convertirse en una potencia mundial para lo cual considero que tiene posibilidades, recursos naturales y población suficientes. Los planteamientos a que me refiero fue lo que denominó como “Socialismo Internet”… “para que todos tengamos Internet.”

Pienso que el Presidente venezolano, con su planteamiento, se refirió a lo que en pleno siglo XXI constituye uno de los instrumentos fundamentales que nos puede proyectar efectivamente hacia el futuro y que en Cuba constituye una de las más flagrantes contradicciones que afrontamos con el desarrollo, porque mientras que en Venezuela se proyectan con toda fuerza hacia el presente y el futuro con el uso de estas tecnologías avanzadas de la época, en Cuba se encuentran sensiblemente limitadas e incluso en la práctica “criminalizadas” manteniéndonos en la época de los periódicos impresos en papel y las fichas confeccionadas a mano alzada propia del siglo XIX. Todo ello a pesar de la gran inversión realizada con el cable Venezuela –Cuba a un costo de unos 70 millones de US dólares sin que se acabe de concretar un acceso pleno que para todos los cubanos es imprescindible.

Así lo pienso y así lo afirmo con mis respetos para quienes piensen diferente y sin querer ofender a nadie en particular. fsautie@yahoo.com

Publicado por Por Esto! el martes 23 de abril 2013.

http://www.poresto.net/ver_nota.php?zona=yucatan&idSeccion=22&idTitulo=237858

Nota: los invito a visitar mi página WEB http://www.cuba-spd.com/#

El gesto de Alfredo Guevara

Cualquier revolución es un hecho necesariamente controversial, tanto hacia “fuera” como hacia “dentro” – hacia el mundo especial que constituyen quienes la hacen. Ha de ser desmontada hoy la práctica novecentista de construir totalitarismos a partir de revoluciones… Alfredo Guevara es también –y hoy más que nunca- una personalidad necesariamente controversial. Nunca pretendió ser de otro modo. Hace ya años pronunció en un encuentro con jóvenes creadores aquella frase tajante “Ahora lo que sí considero imprescindible, es que la sociedad cubana se libere del Estado; y que fue, va a ser y sea Sociedad”. Esa réplica la consideramos parte de su Testamento Político (y esperamos nos perdonen tal atrevimiento) el cual fue entonces publicado por Observatorio Crítico en este blog. Hoy compartimos el testimonio del camarada Julio César Guanche, amigo y compañero de Alfredo Guevara. –OC.

Por Julio César Guanche(jcguanche@gmail.com; blog: “La cosa”)

Alfredo Guevara pasó la mayor parte de su vida con el saco sobre los hombros, en un gesto por el cual era reconocido por la mayoría de los cubanos, por dos razones declaradas: detestaba la guayabera y aborrecía la ritualidad. Cuando obligaciones protocolares le empujaron hacia la guayabera, se rebeló: “siento que solo me faltan las maracas para salir a la calle”. Obligado al saco, se lo dejó por décadas apenas sobre los hombros: parecía que el saco estaba puesto, pero tampoco terminaba de estarlo. Sin embargo, cultivaba con humor el mito sobre el origen de su gesto.

Ahora, el gesto es solo un síntoma, que acaso se explica por otras causas.

En su primera juventud, Guevara frecuentaba junto con otro amigo, blancos los dos, los círculos anarquistas de los trabajadores, mayormente negros, del puerto de La Habana.

Yo era anarcosindicalista. No creo que existiese en la Isla una gran influencia anarquista, pero la República Española trajo a muchos emigrados españoles de esa filiación. Mi novia era hija de un poeta anarquista español. Mis ideas habían nacido antes, pero con ella la relación con el anarcosindicalismo se hizo además sentimental.

Más adelante, los anarquistas nos encargaron a Lionel Soto y a mí que preparáramos un programa libertario, porque éramos los más cultos en un grupo de obreros anarquistas, básicamente del puerto de La Habana, en el que militábamos.

Para redactar el programa, Lionel y yo íbamos a estudiar a la Biblioteca Nacional, ubicada en el Castillo de la Fuerza. Su director, Joaquín Llaverías, era un hombre muy progresista. Allí había libros de todas clases, y comenzamos a leer textos marxistas sobre el anarquismo.

Nos convencimos que debíamos estudiar en profundidad el marxismo. Nos costó mucho trabajo separarnos de la organización anarquista, pero Lionel hizo una opción inmediata hacia el socialismo. Yo vacilé un poco y con el tiempo llegué a entrar oficialmente a la Juventud Socialista y al Partido Socialista Popular.

Teníamos la ilusión de que el triunfo de las fuerzas antifascistas sobre el nazismo debía significar una nueva época para la humanidad. Surgió la ONU, un poco más tarde surgió la UNESCO, es decir todo vaticinaba otra época; comenzó la descolonización, aunque luego resultara un proceso incompleto. [1]

Si su corazón era anarquista, su cabeza lo llevaba al marxismo, pero no quiso hacer una elección que resultara en una exclusión. Guevara se definiría en lo adelante, hasta hoy, como un comunista libertario.

Desde esa convicción, no le era difícil adherir al socialismo republicano español.

La Revolución cubana comenzó a realizar el proyecto que no tuvo secuencia en la segunda república española.

Su influencia nos marcó definitivamente. Para mí es sustancial demostrar que el pensamiento de la Revolución es mucho más complejo que la presencia de los aliados que hemos tenido en un momento dado en el este de Europa y que fueron imprescindibles. El pensamiento de la Revolución tiene raíces mucho más profundas, y entre ellas, una de sus fuentes, está en la experiencia de España.

Cuando entré en la universidad ya la guerra civil española había terminado, pero dejaba hondas repercusiones. Era una época en que muchos teníamos los abuelos o los padres españoles. La población mestiza de Cuba, no la que conservaba enteramente sus rasgos africanos, pero sí una parte importante, tenía una rama española.

Por eso muchos vibraron en su niñez o en su adolescencia con los acontecimientos que condujeron al derrumbe de la República, que encontró luego otro eco en nuestra realidad: la llegada de los refugiados españoles.

No se trata solamente de los profesores españoles que llegaron a Cuba, vivimos el legado de la República española en todos los terrenos, en el constitucional, en la ciencia, en las artes, en la literatura y en la política, en el desarrollo de nuestro pensamiento, de nuestra voluntad revolucionaria y de nuestra cultura.

Aquí, por ejemplo, los pelotaris jugaban un papel. Por otra parte, ahora nos hemos olvidado del fútbol —algunas veces lo recuperamos— pero cuando era joven, la presencia de las sociedades españolas era muy grande. El fútbol competía con el béisbol. Yo no entiendo el béisbol y sigo siendo un apasionado del fútbol. No sería extraño encontrar en el alma de esta generación que va desapareciendo, los remanentes de las influencias españolas también en el deporte.

Esos profesores nos influenciaron porque se preocuparon por Cuba y por sus problemas políticos, por la situación de nuestra generación. Uno de ellos, Gustavo Pittaluga —quiero destacarlo porque en mi generación habanera nadie dejó de leerlo—, no está suficientemente reconocido en España. Estuvo también Fernando de los Ríos, que escribió sobre José Martí. Aunque no estuvo en Cuba, el pensamiento de Ortega y Gasset también tuvo un papel. Antes había pasado por nuestro país García Lorca, quien dejó una huella de admiración tan grande que nos hizo vibrar cuando supimos su muerte terrible bajo el franquismo. Manuel Altolaguirre jugó un papel importante de promoción, conservo algunos de los ejemplares de pequeño formato que publicaba, como El ciervo herido. Éramos antifranquistas militantes.

Desde entonces, Guevara sabía que pertenecía con la misma intensidad a la cultura como a la política, otra vez sin elecciones excluyentes. Si aceptaba alguna materia como “sagrada” serían al mismo tiempo la universidad y la rebeldía, esa edad adulta de la cultura.

Yo he escuchado muchas veces decir que la Universidad era una Universidad burguesa por definición. Claro, era un país dominado por las capas altas y medias de la burguesía, pero en la Universidad de La Habana, la única existente en la época, operaban también los resultados del proceso general de la reforma universitaria que hubo en todo el continente, de la presencia de Mella en la Universidad, de las tradiciones a que había dado lugar, y, después, de los procesos relacionados con la Revolución del 30 y de toda la participación de la Universidad y de sus dirigentes en luchas que pudiéramos llamar estudiantiles, pero que formaban parte de las luchas políticas, que habían diversificado mucho tanto la composición como las orientaciones políticas que podían encontrarse en su interior.

La Universidad era una especie de microclima. El marco de posibilidades de expresión era mucho mayor que en el resto de la sociedad. A la Universidad venía una gran masa de estudiantes del interior del país. Para venir del interior del país a estudiar a La Habana había que tener una posición holgada, no había que ser millonario, pero había que tener ciertos recursos. Estos estudiantes, básicamente de familias pequeño-burguesas, hijos de pequeños comerciantes, etc., hacían una vida muy distinta de aquella que hacían en su familia: vivían cuatro, cinco o seis años de su vida totalmente independientes y, por lo tanto, eran un terreno más fácil para la influencia de las posiciones de los más activos movimientos de ideas en la Universidad. No habían entrado en el ciclo de la vida en que su clase les exigiría jugar un papel como miembro de ella. De esto éramos conscientes y lo utilizábamos para ganar adeptos.

Visto desde este ángulo, debo decir que la minoría, que el grupo avanzado, antimperialista, revolucionario, radical de la Universidad era pequeño. Pero lo cierto es que este grupo era capaz de desarrollar una gran influencia sobre una masa de estudiantes a la cual se le proponían acciones concretas contra injusticias concretas, contra desmanes concretos, y se le iba llevando hacia posiciones más avanzadas.

El ambiente intelectual también contribuía. Fernando Ortiz no era profesor de la universidad pero influía mucho sobre nosotros. Emilito Roig—que tampoco era profesor de la universidad, era el historiador de la ciudad de La Habana—, Vicentina Antuña, Elías Entralgo, que sí lo eran, todos ellos, archirrepublicanos, fueron muy importantes para nosotros.

Raúl Roa era uno de nuestros profesores más admirados. Aunque yo estudiaba Filosofía hacía lo que media Universidad hacía: meterme en las clases de Roa. Él terminaba las clases y se paraba en la Plaza Cadenas a decir palabrotas y todo tipo de horrores sobre la política de la hora. Nos acercaba a todos a las ideas del socialismo, a unos nos encantaba y a otros los comenzaba a “envolver”. Desde luego, había otros profesores que no hablaban en el lenguaje del marxismo, pero eran progresistas.

En ese medio contábamos con figuras tan respetables como Rafael García Bárcena, Suárez Valdés, Luis de Soto —por citar a los que no eran liberales—, Rosario Novoa —en aquel momento una profesora católico-liberal que se adelantó al movimiento liberal de la Iglesia—, con un grupo de profesores de Medicina de ideas adelantadas, como Juan B. Kourí. No se vivía tan claramente, como a veces se ha pretendido, una suerte de hegemonía de la derecha y de los plegados al bonchismo.

Esa es mi experiencia, encontramos gente muy sensible a los ideales de los jóvenes de entonces, creo que eran sus propios ideales, solo que mucho más elaborados, más complejos, y que se llenó de simpatía por nosotros. Sucedía hasta con los reaccionarios como Herminio Portell Vilá, que era pro yanqui hasta el tuétano y anexionista hasta el fondo, pero sus clases eran de debate. Otro que nos acompañaba en todo esto, con otros matices, pero siempre como un gran profesor, fue Jorge Mañach. En mi curso él se estrenó como profesor de filosofía, y presentó a San Agustín. Yo estudiaba frenéticamente a San Agustín para volverlo loco con mis preguntas.

Guevara, el joven que leía La ciudad de Dios, terminó poco tiempo después en una mazmorra, de la que se salvó de puro milagro, para después tener que marchar al exilio.

Estuve varias veces preso, pero la última vez me torturaron y salí muy mal. Estaba en la Novena Estación, la peor que Batista tenía en La Habana. Estaba en la calle Zapata, un centro horripilante donde me destrozaron a culatazos. El policía que tenía asignado vigilarme, al verme en ese estado, puesto él de espaldas, para que no vieran que hablaba conmigo, me dijo: “dame un teléfono”. Gracias a esa llamada me salvé. Intervinieron fuerzas que no eran de esperarse, como la de una burguesía patriótica que existía en Cuba, más bien una aristocracia del siglo XIX, unas grandes señoras, hijas de los patricios, que hicieron una acción muy fuerte al aparecerse en la estación, como también presionó la masonería nacional e internacional para sacarme de allí.

Después de eso, yo no tenía solución en La Habana y se decidió mi salida. Tenía una dificultad para salir. La Embajada de México y la de Brasil estaban dispuestas a recibirme e incluso a recogerme en un lugar, pero yo en la Universidad me había opuesto siempre al asilo, porque había gente que se asilaba a la primera, a la fácil. Como yo planteaba resistir, tenía que seguir luchando, debía defender mucho este principio, y hacía el ridículo si me asilaba. Al final, salí clandestinamente de Cuba. Pasé por Guatemala y finalmente llegué a México.

En esa brega, Guevara conoció de la amistad, y cultivó sus admiraciones más fieles. Experimentó cómo salvar un libro puede significar en un minuto tanto salvar una vida como una idea.

Días antes del asalto al Moncada yo estaba ingresado en el Hospital Emergencias. Raúl me había estado cuidando, y de momento me dice que Fidel lo estaba localizando y se va. No regresó. Llamo a otros amigos, y me dicen que no estaban, que Fidel los había llamado. Comprendí que era el momento y salí corriendo sin perder un minuto del hospital, pues estaba seguro que en breve comenzarían las detenciones tras ocurrir lo que vendría.

El Moncada fue definitivo para mí. Comprendí que la línea del Partido Socialista Popular y de su Juventud no conducía a nada. La sangre del Moncada me unió definitivamente a la insurrección.

Después del asalto me dediqué inmediatamente a limpiar pruebas incriminatorias contra ellos. En las semanas previas, Fidel me había ido a buscar y me pidió conseguirle libros sobre técnica militar soviética detrás de las líneas fascistas y sobre las guerrillas soviéticas. Yo tenía novelas que trataban el tema, y piezas de teatro, muy realistas, pero no lo que él estaba buscando. Le dije: «vámonos a la librería del Partido que a esta hora no hay nadie». En la librería, situada en la avenida Carlos III, encontró algunas cosas útiles, pero no tenía dinero. Como yo era habitual de la Librería dije: «bueno, está bien, yo lo garantizo», y me los fiaron. En el libro de cuentas de la librería quedaron anotados los títulos —todos de militares soviéticos— entregados al Dr. Fidel Castro y garantizados por Alfredo Guevara. Después del asalto me daba pavor que esa constancia cayera en manos de la policía, pues sería nefasto para Fidel en el ambiente anticomunista que se potenciaba en la fecha.

Yo tenía acceso libre a determinados apartamentos usados para la organización del asalto. Me ocupé de limpiar el cuarto de Raúl y de Pedrito Miret, que vivían juntos. Inclusive en un momento llegó la policía, pude marcharme, se fue y regresé al rato, pues olvidé revisar un travesaño donde supuse que Raúl habría guardado cosas. Efectivamente, las había y las quemé. Me llevé la caja de libros de Léster Rodríguez de su casa, a la que logré llegar antes que la policía. Estaban llenas de libros comprometedores.

Me quedaba la angustia de la librería del Partido, asaltada enseguida por la policía. Por fortuna, era una policía tan bruta que no revisaron el libro y el nombre de Fidel no apareció.

La policía de Batista no era la policía sofisticada de represión política que existe hoy en América Latina y en otros lugares. Siempre son bestias, pero estos eran bestias de una ignorancia total. No tenían algún dirigente con sofisticación, salvo, acaso, en el Buró de Represión de Actividades Comunistas (BRAC). La policía se llevaba libros de mi casa que no tenían nada que ver. Leí en un acta policial que recuperé que se habían llevado libros «escritos en clave» —yo era lector de Louis Aragón— y solo estaban escritos en francés. A veces los que podíamos nos comunicábamos en griego, e igual pensaban que eran claves secretas.

Con esa formación, Guevara podía sugerir libros sobre tácticas soviéticas de insurrección, pero su pensamiento fue una insurrección continua contra lo que el marxismo sufriría luego como “marxismo-leninismo” soviético. Ese marxismo sería repudiado siempre por Guevara, desde la polémica con Blas Roca hasta las últimas intervenciones que hizo ante públicos universitarios, que acaban de ser reunidas en un libro que él mismo pudo ver ya impreso en los últimos días, pero no alcanzó a presentar ante el público. Ese libro, que en este minuto se convierte en un resumen de su pensamiento más reciente, deja ver aquellas antiguas influencias y se sostiene sobre una convicción muchas veces repetida por él: el peor enemigo de la revolución es la ignorancia.

Pero Guevara no recibió sus influencias intelectuales solo de profesores de Filosofía.

Yo mantenía relaciones con Zavattini desde antes de mi llegada a México. Desde muy jovencito, siendo yo miembro de un cine-club de La Habana, Zavattini había visitado Cuba y habíamos entrado en contacto. Digamos que me «adoptó», y empezamos una relación. Lo reencuentro en México y por eso trabajé con él. Fue mi maestro. Duró poco tiempo, pero esa personalidad tan fuerte, tan intensa, tan rica espiritual e imaginativamente, me marcó para siempre. Después entré en contacto con Buñuel, y trabajé con él en varios guiones, particularmente en Nazarín. Filmé un documental que ganó el premio Ariel.

Zavattini y Buñuel me marcaron desde todo punto de vista, también éticamente: cómo hacer cine, por qué hacer cine, para qué hacer cine. Están las cartas tempranas, a partir de 1959, de Zavattini y de Buñuel recomendándonos no permitir que el nuevo cine cubano cayera en manos del comercialismo. La ley de cine, que me tocó escribir, afirma que «el cine es un arte». Esa frase refleja la voluntad de eticidad que ellos remarcaban. Por otra parte, al mismo tiempo que aprendía de ellos, buscaba armas en preparación de una nueva expedición hacia Cuba.

Con esa arquitectura intelectual, y con esa vocación política, Guevara no podía comprender la relación entre política “y” cultura, como dos cuestiones separadas. Antes bien, elaboró una comprensión cultural de la política. La historia de la concepción del ICAIC es su manifiesto.

Nosotros estábamos aprendiendo. Éramos todos cinéfilos. Alea y Julio García Espinosa habían estudiado en el Centro de Cine Experimental de Roma. Éramos los que teníamos formación. Los demás no. Los reclutábamos entre los cine club y les pusimos una cámara en la mano a ver qué pasaba. Y lo declaramos: tenemos que improvisar, pero hay que salir de la improvisación rápidamente.

Las grandes empresas distribuidoras eran americanas y lo dominaban todo. Dos empresas, una española y una mexicana, traían películas en español. Trabajaban en un país de analfabetos, con una gran población que no podía seguir los cartelitos y conformaban un público cautivo de películas mexicanas y españolas. Trataron de ganar el público de Hollywood con el doblaje, pero el público no se acostumbró. Lo cierto es que esas tres cinematografías, principalmente la mexicana, dominaban las salas más humildes. Mucha gente veía estas películas porque las más de las veces terminaban con canciones. Con todo, hubo figuras mayúsculas en ese cine que se quedó bastante tiempo después del triunfo de la revolución en la televisión. Y tenía su público.

Nosotros nos planteamos llegar al cine del mundo. Fuimos a Italia, España, Francia y a los países socialistas, cuando empezaban las relaciones con ese campo. Seleccionábamos las mejores películas, pero también un porciento de películas que eran “ligeras”. Todo eso lo hacíamos en medio de tensiones que no eran las mismas que hoy, entonces eran tensiones que incluían la agresión militar.

Checoslovaquia, Polonia y Hungría tenían películas razonablemente bien hechas, y existía una corriente dentro del cine soviético también de películas bien hechas, pero había una masa de películas insoportables. Entraron muchas de esas películas insoportables, y tuvimos que ser más rigurosos.

Nuestra idea sobre las coproducciones era que los países socialistas, que estaban más desarrollados, pusieran los recursos y que los guiones y los directores fueran cubanos. Se hizo Soy Cuba, de la cual el guionista era soviético, película que ahora es de culto, y también se hicieron películas de mala muerte, como algunas que se hicieron con la RDA y con Checoslovaquia.

Por esa fecha, varios técnicos habían ido a estudiar al campo socialista, pero en un momento, por decisión de la dirección del ICAIC, fui a estos países y recogí a todos estos estudiantes, y les dije que se graduarían en Cuba.

Eso se hizo por el cine y por la política. Les dije que vendrían, que nosotros les daríamos el título y que se lo daríamos filmando por todo el país. Y esto pasó porque empezaron a hacerse tesis, igual que se hacen en la universidad, pero filmadas. Y los que estudiaban en la Unión Soviética hacían tesis sobre la URSS con enfoques sovièticos, como mismo ocurría con los que estudiaban en la RDA, Polonia o Checoslovaquia. Entonces nos dijimos: vamos a reencontrar la realidad de nuestro país. Salgan a filmar, les damos películas, les damos cámaras, pero hagan sus tesis sobre la realidad de Cuba.

Así, cambiamos el sistema de formación e hicimos una escuela, pero una escuela para las necesidades del cine cubano. Todavía muchos de los ingenieros y camarógrafos del ICAIC son los ingenieros que se graduaron en esa escuela.

Diseñamos el ICAIC para el cine cubano pero también como infraestructura para el cine latinoamericano. Empezamos a hacerlo casi desde el principio, desde que empezamos a ser. En 1967 ya nosotros estábamos liderando el movimiento, con “nosotros” quiero decir los cineastas cubanos, ya estábamos luchando por integrar a toda América Latina. Por eso digo siempre que el nuevo cine latinoamericano nació en Viña del mar en 1967. Allí nos empezamos a organizar. Era el nacimiento del nuevo cine en todas partes.

Por eso, Alfredo Guevara es el principal artífice de una política cultural que en el ICAIC supo conciliar la experimentación, el rigor y la formación crítica del público con una comprensión sobre el discurso artístico que debe, primero, ser arte, para desde ahí explorar tanto los conflictos esenciales de una nación como el misterio de lo que el propio Guevara, lector de Santa Teresa de Ávila, Bergson y Lezama, llamaba el alma humana, con esa entonación suya que probablemente no se vuelva a escuchar jamás en Cuba. Pero su influencia no se limita al ICAIC. Leo Brower ha dicho que es el hombre de la ideología de la cultura en Cuba después de 1959. En la idea de Guevara, la función del ICAIC no era “hacer” el cine cubano, sino garantizar las condiciones en que ese cine pudiese nacer y desarrollarse: en el ejercicio de la crítica y la polémica, en el respeto al talento, en la comunicación con la sociedad, en la formación crítica de públicos, en el rigor de la formación intelectual de los cineastas, cuestiones todas que son extensivas al campo entero de las necesidades de la cultura cubana actual.

También por ello, su pensamiento comunica la idea de revolución con una de sus grandes pasiones: la potencia revolucionaria del “acaso”, la defensa del privilegio del matiz, la fuerza desmesurada del “sin embargo”.

Habría que preguntarse primero qué es la Revolución. Ella puede ser enfocada desde varios ángulos, pero lo más importante para mí es que el hombre piense y se piense con autenticidad. La garantía, siempre relativa, de la continuidad de la Revolución es precisamente que ese hombre, el joven cubano, piense sobre sí y sobre la sociedad a partir de un debate interno en su conciencia. Si lográramos que a este impulso, a la inquietud por la cultura —que no ha permeado a toda la juventud, pero sí a una parte— le siga una apertura, una provocación del debate, un estímulo a pensar las contradicciones, estaría garantizada de cierto modo la continuidad de la Revolución. El gran logro de la Revolución es que muchas conciencias sean activas, haría falta que todas lo fueran. Si esta pregunta, «cómo imagino el futuro de los cubanos dentro de diez, quince o veinte años», me la hubieras hecho hace una década te diría: «vendrá una época negra, horrible, en que seremos devastados, en que supuestos o reales investigadores trabajarán con papeles y archivos y juzgarán según su voluntad y su gusto. Unos tratarán de conservar limpia la memoria y otros no, pero una generación después seríamos revalorizados, sería revalorizada la Revolución, y, como el ying y el yang, se construiría nuevamente la Revolución».

Hablo de la revolución como hecho espiritual, no del arribo de ciertos habitantes de Miami a tomar posesión del país. Me refiero al espíritu de la Revolución. Esto es, hasta aquí, lo que yo hubiera dicho en la mayor intimidad hace diez años. Yo creo que Fidel lo comprendió, y sintió el paso del tiempo y comenzó a medir el lapso que le quedaba. Ni Fidel ni nadie es eterno. Nuestra Revolución, es la Revolución más cercana a nosotros, pero es parte de una Revolución de una dimensión mucho mayor, dimensión que tiene porque es —en nuestra época— revolución en la mente de la gente, revolución en el saber, revolución en el conocimiento, revolución en el dominio-no dominio del mundo, revolución en la conciencia de si somos y seremos o si no seremos.

He aquí descritas, me parece, las causas de por qué es revolucionario usar el saco a medias. Porque antes que elegir por exclusión, es preferible no confundir coherencia con intransigencia ni lealtad con obsecuencia. Es posible ser revolucionario y odiar las guayaberas, como es preciso para ser revolucionario rehusar las ritualidades que vacían la política y empobrecen la vida. Sí, el acto de usar el saco a medias es un acto de libertad y no solo de originalidad. Es solo una metáfora risueña —Guevara tenía un gran sentido del humor, no muy visible al público quizás por su personalidad intelectual— sobre la libertad.

Por esa libertad corrió los riesgos de la prisión y la tortura. Hasta hoy aquellos culatazos repercutían en su espalda, nunca curada del todo. Pero también comprendió que corría riesgos para tener más libertad, no para paralizarse ante ellos.

En los primeros años del triunfo de la Revolución, le presenté a Fidel un asunto y le dije: «si hacemos esto, las consecuencias pueden ser peligrosas porque si no nos sale puede pasar tal cosa; esto otro es más seguro pero menos «rentable». Hay que decidir entonces». Y Fidel me respondió: «¿Cuándo tú has visto que algo importante se haya logrado sin riesgos». Eso me dijo Fidel, pero es también mi criterio desde hace mucho tiempo. Si hay que correr riesgos, se corren, pero ni la palabra prudencia es deleznable ni los riesgos pueden ser demenciales. No hay modo de hacer algo importante sin asumir riesgos, pero mientras más inteligente y hábil es uno, los riesgos son menores. No obstante, con la cantidad de locuras que he cometido en mi vida, no seré yo quien predique prudencia. No soy el más indicado.

Alfredo Guevara ha sido tratado en este texto como “Guevara”, pero sus amigos y sus compañeros del ICAIC y del Festival, siempre le han dicho Alfredo. Hoy no he podido llamarle “Alfredo”. He intentado ser “neutral” apenas como una venganza contra la desesperación. Ahora que he llegado al final puedo decirle, con su admirado Miguel Hernández: Alfredo, siento de usted una falta sin fondo, pero la llenaré con sus palabras, con sus obras, con su recuerdo y con su presencia. Usted está en lo mejor de lo que muchos queremos pensar y hacer. Gracias, Alfredo, por todo.

[1] Los pasajes en cursiva corresponden a fragmentos de testimonios de Alfredo Guevara, que le tomé en diversas ocasiones. Como él no se decidió a darlos a la luz, permanecerán inéditos. Tampoco son demasiado relevantes, porque, por suerte, Guevara dio muchas entrevistas testimoniales de gran valor. Solo lo consigno aquí por respeto a su decisión. He utilizado relatos cuya redacción él revisó, y cuyos contenidos además él vertió, de modo similar a como aquí se cuenta, en público en diversas ocasiones.

Publicado en La Jiribilla

Y no es la Amazonia

Por Erasmo Calzadilla

“Me decía: cuando se haya construido el comunismo habrá desaparecido la etapa de las revoluciones sociales, pero entonces quedará una inmensa, grande, infinita revolución que hacer, y es la revolución contra las fuerzas de la naturaleza. ¡Y la revolución de la naturaleza no terminará nunca!”.
Fidel Castro
Charla con estudiantes de la Universidad Lomonosov, Extinta Unión Soviética
“Y que cada año sean más y más los ríos que ustedes represen, hasta que no quede ni un arroyito sin represar, hasta que no se cumpla el propósito de que ni una sola gota de agua se vaya al mar, que esa es la gran meta de esta organización, ese es el objetivo final”
Fidel Castro, Segundo Aniversario del Instituto de Recursos Hidráulicos

HAVANA TIMES — Las presas suelen trastornar y dañar el medio ambiente natural y humano; La presa Ejercito Rebelde, el más grande espejo de agua de la capital, no es rezagada en este aspecto.

Para su construcción fueron desplazados los habitantes de un viejo pueblo llamado La Chorrera, se despilfarraron recursos levantando una megamuralla, quedó dañada para siempre la salud del Almendares (principal río de la ciudad) y de la franja forestal que lo acompaña hasta la desembocadura.

Además, en época de lluvia la presa se desborda y obstaculiza el tránsito de una importante avenida capitalina: calle 100.

En fin, un desastre y una chapucería (no las he contado todas), pero ya está hecha y según los hidrólogos cumple una función como apoyo a la muy deteriorada* cuenca Vento-Almendares que abastece de agua potable a casi la mitad de la población capitalina.

Y si ya está hecha y su función es vital, lo que corresponde entonces es cuidarla ¿Alguien, algún ministerio o institución se está encargando de esa tarea? En papeles sí, claro, yo me refiero a la concreta. Continue reading