El gesto de Alfredo Guevara

Cualquier revolución es un hecho necesariamente controversial, tanto hacia “fuera” como hacia “dentro” – hacia el mundo especial que constituyen quienes la hacen. Ha de ser desmontada hoy la práctica novecentista de construir totalitarismos a partir de revoluciones… Alfredo Guevara es también –y hoy más que nunca- una personalidad necesariamente controversial. Nunca pretendió ser de otro modo. Hace ya años pronunció en un encuentro con jóvenes creadores aquella frase tajante “Ahora lo que sí considero imprescindible, es que la sociedad cubana se libere del Estado; y que fue, va a ser y sea Sociedad”. Esa réplica la consideramos parte de su Testamento Político (y esperamos nos perdonen tal atrevimiento) el cual fue entonces publicado por Observatorio Crítico en este blog. Hoy compartimos el testimonio del camarada Julio César Guanche, amigo y compañero de Alfredo Guevara. –OC.

Por Julio César Guanche(jcguanche@gmail.com; blog: “La cosa”)

Alfredo Guevara pasó la mayor parte de su vida con el saco sobre los hombros, en un gesto por el cual era reconocido por la mayoría de los cubanos, por dos razones declaradas: detestaba la guayabera y aborrecía la ritualidad. Cuando obligaciones protocolares le empujaron hacia la guayabera, se rebeló: “siento que solo me faltan las maracas para salir a la calle”. Obligado al saco, se lo dejó por décadas apenas sobre los hombros: parecía que el saco estaba puesto, pero tampoco terminaba de estarlo. Sin embargo, cultivaba con humor el mito sobre el origen de su gesto.

Ahora, el gesto es solo un síntoma, que acaso se explica por otras causas.

En su primera juventud, Guevara frecuentaba junto con otro amigo, blancos los dos, los círculos anarquistas de los trabajadores, mayormente negros, del puerto de La Habana.

Yo era anarcosindicalista. No creo que existiese en la Isla una gran influencia anarquista, pero la República Española trajo a muchos emigrados españoles de esa filiación. Mi novia era hija de un poeta anarquista español. Mis ideas habían nacido antes, pero con ella la relación con el anarcosindicalismo se hizo además sentimental.

Más adelante, los anarquistas nos encargaron a Lionel Soto y a mí que preparáramos un programa libertario, porque éramos los más cultos en un grupo de obreros anarquistas, básicamente del puerto de La Habana, en el que militábamos.

Para redactar el programa, Lionel y yo íbamos a estudiar a la Biblioteca Nacional, ubicada en el Castillo de la Fuerza. Su director, Joaquín Llaverías, era un hombre muy progresista. Allí había libros de todas clases, y comenzamos a leer textos marxistas sobre el anarquismo.

Nos convencimos que debíamos estudiar en profundidad el marxismo. Nos costó mucho trabajo separarnos de la organización anarquista, pero Lionel hizo una opción inmediata hacia el socialismo. Yo vacilé un poco y con el tiempo llegué a entrar oficialmente a la Juventud Socialista y al Partido Socialista Popular.

Teníamos la ilusión de que el triunfo de las fuerzas antifascistas sobre el nazismo debía significar una nueva época para la humanidad. Surgió la ONU, un poco más tarde surgió la UNESCO, es decir todo vaticinaba otra época; comenzó la descolonización, aunque luego resultara un proceso incompleto. [1]

Si su corazón era anarquista, su cabeza lo llevaba al marxismo, pero no quiso hacer una elección que resultara en una exclusión. Guevara se definiría en lo adelante, hasta hoy, como un comunista libertario.

Desde esa convicción, no le era difícil adherir al socialismo republicano español.

La Revolución cubana comenzó a realizar el proyecto que no tuvo secuencia en la segunda república española.

Su influencia nos marcó definitivamente. Para mí es sustancial demostrar que el pensamiento de la Revolución es mucho más complejo que la presencia de los aliados que hemos tenido en un momento dado en el este de Europa y que fueron imprescindibles. El pensamiento de la Revolución tiene raíces mucho más profundas, y entre ellas, una de sus fuentes, está en la experiencia de España.

Cuando entré en la universidad ya la guerra civil española había terminado, pero dejaba hondas repercusiones. Era una época en que muchos teníamos los abuelos o los padres españoles. La población mestiza de Cuba, no la que conservaba enteramente sus rasgos africanos, pero sí una parte importante, tenía una rama española.

Por eso muchos vibraron en su niñez o en su adolescencia con los acontecimientos que condujeron al derrumbe de la República, que encontró luego otro eco en nuestra realidad: la llegada de los refugiados españoles.

No se trata solamente de los profesores españoles que llegaron a Cuba, vivimos el legado de la República española en todos los terrenos, en el constitucional, en la ciencia, en las artes, en la literatura y en la política, en el desarrollo de nuestro pensamiento, de nuestra voluntad revolucionaria y de nuestra cultura.

Aquí, por ejemplo, los pelotaris jugaban un papel. Por otra parte, ahora nos hemos olvidado del fútbol —algunas veces lo recuperamos— pero cuando era joven, la presencia de las sociedades españolas era muy grande. El fútbol competía con el béisbol. Yo no entiendo el béisbol y sigo siendo un apasionado del fútbol. No sería extraño encontrar en el alma de esta generación que va desapareciendo, los remanentes de las influencias españolas también en el deporte.

Esos profesores nos influenciaron porque se preocuparon por Cuba y por sus problemas políticos, por la situación de nuestra generación. Uno de ellos, Gustavo Pittaluga —quiero destacarlo porque en mi generación habanera nadie dejó de leerlo—, no está suficientemente reconocido en España. Estuvo también Fernando de los Ríos, que escribió sobre José Martí. Aunque no estuvo en Cuba, el pensamiento de Ortega y Gasset también tuvo un papel. Antes había pasado por nuestro país García Lorca, quien dejó una huella de admiración tan grande que nos hizo vibrar cuando supimos su muerte terrible bajo el franquismo. Manuel Altolaguirre jugó un papel importante de promoción, conservo algunos de los ejemplares de pequeño formato que publicaba, como El ciervo herido. Éramos antifranquistas militantes.

Desde entonces, Guevara sabía que pertenecía con la misma intensidad a la cultura como a la política, otra vez sin elecciones excluyentes. Si aceptaba alguna materia como “sagrada” serían al mismo tiempo la universidad y la rebeldía, esa edad adulta de la cultura.

Yo he escuchado muchas veces decir que la Universidad era una Universidad burguesa por definición. Claro, era un país dominado por las capas altas y medias de la burguesía, pero en la Universidad de La Habana, la única existente en la época, operaban también los resultados del proceso general de la reforma universitaria que hubo en todo el continente, de la presencia de Mella en la Universidad, de las tradiciones a que había dado lugar, y, después, de los procesos relacionados con la Revolución del 30 y de toda la participación de la Universidad y de sus dirigentes en luchas que pudiéramos llamar estudiantiles, pero que formaban parte de las luchas políticas, que habían diversificado mucho tanto la composición como las orientaciones políticas que podían encontrarse en su interior.

La Universidad era una especie de microclima. El marco de posibilidades de expresión era mucho mayor que en el resto de la sociedad. A la Universidad venía una gran masa de estudiantes del interior del país. Para venir del interior del país a estudiar a La Habana había que tener una posición holgada, no había que ser millonario, pero había que tener ciertos recursos. Estos estudiantes, básicamente de familias pequeño-burguesas, hijos de pequeños comerciantes, etc., hacían una vida muy distinta de aquella que hacían en su familia: vivían cuatro, cinco o seis años de su vida totalmente independientes y, por lo tanto, eran un terreno más fácil para la influencia de las posiciones de los más activos movimientos de ideas en la Universidad. No habían entrado en el ciclo de la vida en que su clase les exigiría jugar un papel como miembro de ella. De esto éramos conscientes y lo utilizábamos para ganar adeptos.

Visto desde este ángulo, debo decir que la minoría, que el grupo avanzado, antimperialista, revolucionario, radical de la Universidad era pequeño. Pero lo cierto es que este grupo era capaz de desarrollar una gran influencia sobre una masa de estudiantes a la cual se le proponían acciones concretas contra injusticias concretas, contra desmanes concretos, y se le iba llevando hacia posiciones más avanzadas.

El ambiente intelectual también contribuía. Fernando Ortiz no era profesor de la universidad pero influía mucho sobre nosotros. Emilito Roig—que tampoco era profesor de la universidad, era el historiador de la ciudad de La Habana—, Vicentina Antuña, Elías Entralgo, que sí lo eran, todos ellos, archirrepublicanos, fueron muy importantes para nosotros.

Raúl Roa era uno de nuestros profesores más admirados. Aunque yo estudiaba Filosofía hacía lo que media Universidad hacía: meterme en las clases de Roa. Él terminaba las clases y se paraba en la Plaza Cadenas a decir palabrotas y todo tipo de horrores sobre la política de la hora. Nos acercaba a todos a las ideas del socialismo, a unos nos encantaba y a otros los comenzaba a “envolver”. Desde luego, había otros profesores que no hablaban en el lenguaje del marxismo, pero eran progresistas.

En ese medio contábamos con figuras tan respetables como Rafael García Bárcena, Suárez Valdés, Luis de Soto —por citar a los que no eran liberales—, Rosario Novoa —en aquel momento una profesora católico-liberal que se adelantó al movimiento liberal de la Iglesia—, con un grupo de profesores de Medicina de ideas adelantadas, como Juan B. Kourí. No se vivía tan claramente, como a veces se ha pretendido, una suerte de hegemonía de la derecha y de los plegados al bonchismo.

Esa es mi experiencia, encontramos gente muy sensible a los ideales de los jóvenes de entonces, creo que eran sus propios ideales, solo que mucho más elaborados, más complejos, y que se llenó de simpatía por nosotros. Sucedía hasta con los reaccionarios como Herminio Portell Vilá, que era pro yanqui hasta el tuétano y anexionista hasta el fondo, pero sus clases eran de debate. Otro que nos acompañaba en todo esto, con otros matices, pero siempre como un gran profesor, fue Jorge Mañach. En mi curso él se estrenó como profesor de filosofía, y presentó a San Agustín. Yo estudiaba frenéticamente a San Agustín para volverlo loco con mis preguntas.

Guevara, el joven que leía La ciudad de Dios, terminó poco tiempo después en una mazmorra, de la que se salvó de puro milagro, para después tener que marchar al exilio.

Estuve varias veces preso, pero la última vez me torturaron y salí muy mal. Estaba en la Novena Estación, la peor que Batista tenía en La Habana. Estaba en la calle Zapata, un centro horripilante donde me destrozaron a culatazos. El policía que tenía asignado vigilarme, al verme en ese estado, puesto él de espaldas, para que no vieran que hablaba conmigo, me dijo: “dame un teléfono”. Gracias a esa llamada me salvé. Intervinieron fuerzas que no eran de esperarse, como la de una burguesía patriótica que existía en Cuba, más bien una aristocracia del siglo XIX, unas grandes señoras, hijas de los patricios, que hicieron una acción muy fuerte al aparecerse en la estación, como también presionó la masonería nacional e internacional para sacarme de allí.

Después de eso, yo no tenía solución en La Habana y se decidió mi salida. Tenía una dificultad para salir. La Embajada de México y la de Brasil estaban dispuestas a recibirme e incluso a recogerme en un lugar, pero yo en la Universidad me había opuesto siempre al asilo, porque había gente que se asilaba a la primera, a la fácil. Como yo planteaba resistir, tenía que seguir luchando, debía defender mucho este principio, y hacía el ridículo si me asilaba. Al final, salí clandestinamente de Cuba. Pasé por Guatemala y finalmente llegué a México.

En esa brega, Guevara conoció de la amistad, y cultivó sus admiraciones más fieles. Experimentó cómo salvar un libro puede significar en un minuto tanto salvar una vida como una idea.

Días antes del asalto al Moncada yo estaba ingresado en el Hospital Emergencias. Raúl me había estado cuidando, y de momento me dice que Fidel lo estaba localizando y se va. No regresó. Llamo a otros amigos, y me dicen que no estaban, que Fidel los había llamado. Comprendí que era el momento y salí corriendo sin perder un minuto del hospital, pues estaba seguro que en breve comenzarían las detenciones tras ocurrir lo que vendría.

El Moncada fue definitivo para mí. Comprendí que la línea del Partido Socialista Popular y de su Juventud no conducía a nada. La sangre del Moncada me unió definitivamente a la insurrección.

Después del asalto me dediqué inmediatamente a limpiar pruebas incriminatorias contra ellos. En las semanas previas, Fidel me había ido a buscar y me pidió conseguirle libros sobre técnica militar soviética detrás de las líneas fascistas y sobre las guerrillas soviéticas. Yo tenía novelas que trataban el tema, y piezas de teatro, muy realistas, pero no lo que él estaba buscando. Le dije: «vámonos a la librería del Partido que a esta hora no hay nadie». En la librería, situada en la avenida Carlos III, encontró algunas cosas útiles, pero no tenía dinero. Como yo era habitual de la Librería dije: «bueno, está bien, yo lo garantizo», y me los fiaron. En el libro de cuentas de la librería quedaron anotados los títulos —todos de militares soviéticos— entregados al Dr. Fidel Castro y garantizados por Alfredo Guevara. Después del asalto me daba pavor que esa constancia cayera en manos de la policía, pues sería nefasto para Fidel en el ambiente anticomunista que se potenciaba en la fecha.

Yo tenía acceso libre a determinados apartamentos usados para la organización del asalto. Me ocupé de limpiar el cuarto de Raúl y de Pedrito Miret, que vivían juntos. Inclusive en un momento llegó la policía, pude marcharme, se fue y regresé al rato, pues olvidé revisar un travesaño donde supuse que Raúl habría guardado cosas. Efectivamente, las había y las quemé. Me llevé la caja de libros de Léster Rodríguez de su casa, a la que logré llegar antes que la policía. Estaban llenas de libros comprometedores.

Me quedaba la angustia de la librería del Partido, asaltada enseguida por la policía. Por fortuna, era una policía tan bruta que no revisaron el libro y el nombre de Fidel no apareció.

La policía de Batista no era la policía sofisticada de represión política que existe hoy en América Latina y en otros lugares. Siempre son bestias, pero estos eran bestias de una ignorancia total. No tenían algún dirigente con sofisticación, salvo, acaso, en el Buró de Represión de Actividades Comunistas (BRAC). La policía se llevaba libros de mi casa que no tenían nada que ver. Leí en un acta policial que recuperé que se habían llevado libros «escritos en clave» —yo era lector de Louis Aragón— y solo estaban escritos en francés. A veces los que podíamos nos comunicábamos en griego, e igual pensaban que eran claves secretas.

Con esa formación, Guevara podía sugerir libros sobre tácticas soviéticas de insurrección, pero su pensamiento fue una insurrección continua contra lo que el marxismo sufriría luego como “marxismo-leninismo” soviético. Ese marxismo sería repudiado siempre por Guevara, desde la polémica con Blas Roca hasta las últimas intervenciones que hizo ante públicos universitarios, que acaban de ser reunidas en un libro que él mismo pudo ver ya impreso en los últimos días, pero no alcanzó a presentar ante el público. Ese libro, que en este minuto se convierte en un resumen de su pensamiento más reciente, deja ver aquellas antiguas influencias y se sostiene sobre una convicción muchas veces repetida por él: el peor enemigo de la revolución es la ignorancia.

Pero Guevara no recibió sus influencias intelectuales solo de profesores de Filosofía.

Yo mantenía relaciones con Zavattini desde antes de mi llegada a México. Desde muy jovencito, siendo yo miembro de un cine-club de La Habana, Zavattini había visitado Cuba y habíamos entrado en contacto. Digamos que me «adoptó», y empezamos una relación. Lo reencuentro en México y por eso trabajé con él. Fue mi maestro. Duró poco tiempo, pero esa personalidad tan fuerte, tan intensa, tan rica espiritual e imaginativamente, me marcó para siempre. Después entré en contacto con Buñuel, y trabajé con él en varios guiones, particularmente en Nazarín. Filmé un documental que ganó el premio Ariel.

Zavattini y Buñuel me marcaron desde todo punto de vista, también éticamente: cómo hacer cine, por qué hacer cine, para qué hacer cine. Están las cartas tempranas, a partir de 1959, de Zavattini y de Buñuel recomendándonos no permitir que el nuevo cine cubano cayera en manos del comercialismo. La ley de cine, que me tocó escribir, afirma que «el cine es un arte». Esa frase refleja la voluntad de eticidad que ellos remarcaban. Por otra parte, al mismo tiempo que aprendía de ellos, buscaba armas en preparación de una nueva expedición hacia Cuba.

Con esa arquitectura intelectual, y con esa vocación política, Guevara no podía comprender la relación entre política “y” cultura, como dos cuestiones separadas. Antes bien, elaboró una comprensión cultural de la política. La historia de la concepción del ICAIC es su manifiesto.

Nosotros estábamos aprendiendo. Éramos todos cinéfilos. Alea y Julio García Espinosa habían estudiado en el Centro de Cine Experimental de Roma. Éramos los que teníamos formación. Los demás no. Los reclutábamos entre los cine club y les pusimos una cámara en la mano a ver qué pasaba. Y lo declaramos: tenemos que improvisar, pero hay que salir de la improvisación rápidamente.

Las grandes empresas distribuidoras eran americanas y lo dominaban todo. Dos empresas, una española y una mexicana, traían películas en español. Trabajaban en un país de analfabetos, con una gran población que no podía seguir los cartelitos y conformaban un público cautivo de películas mexicanas y españolas. Trataron de ganar el público de Hollywood con el doblaje, pero el público no se acostumbró. Lo cierto es que esas tres cinematografías, principalmente la mexicana, dominaban las salas más humildes. Mucha gente veía estas películas porque las más de las veces terminaban con canciones. Con todo, hubo figuras mayúsculas en ese cine que se quedó bastante tiempo después del triunfo de la revolución en la televisión. Y tenía su público.

Nosotros nos planteamos llegar al cine del mundo. Fuimos a Italia, España, Francia y a los países socialistas, cuando empezaban las relaciones con ese campo. Seleccionábamos las mejores películas, pero también un porciento de películas que eran “ligeras”. Todo eso lo hacíamos en medio de tensiones que no eran las mismas que hoy, entonces eran tensiones que incluían la agresión militar.

Checoslovaquia, Polonia y Hungría tenían películas razonablemente bien hechas, y existía una corriente dentro del cine soviético también de películas bien hechas, pero había una masa de películas insoportables. Entraron muchas de esas películas insoportables, y tuvimos que ser más rigurosos.

Nuestra idea sobre las coproducciones era que los países socialistas, que estaban más desarrollados, pusieran los recursos y que los guiones y los directores fueran cubanos. Se hizo Soy Cuba, de la cual el guionista era soviético, película que ahora es de culto, y también se hicieron películas de mala muerte, como algunas que se hicieron con la RDA y con Checoslovaquia.

Por esa fecha, varios técnicos habían ido a estudiar al campo socialista, pero en un momento, por decisión de la dirección del ICAIC, fui a estos países y recogí a todos estos estudiantes, y les dije que se graduarían en Cuba.

Eso se hizo por el cine y por la política. Les dije que vendrían, que nosotros les daríamos el título y que se lo daríamos filmando por todo el país. Y esto pasó porque empezaron a hacerse tesis, igual que se hacen en la universidad, pero filmadas. Y los que estudiaban en la Unión Soviética hacían tesis sobre la URSS con enfoques sovièticos, como mismo ocurría con los que estudiaban en la RDA, Polonia o Checoslovaquia. Entonces nos dijimos: vamos a reencontrar la realidad de nuestro país. Salgan a filmar, les damos películas, les damos cámaras, pero hagan sus tesis sobre la realidad de Cuba.

Así, cambiamos el sistema de formación e hicimos una escuela, pero una escuela para las necesidades del cine cubano. Todavía muchos de los ingenieros y camarógrafos del ICAIC son los ingenieros que se graduaron en esa escuela.

Diseñamos el ICAIC para el cine cubano pero también como infraestructura para el cine latinoamericano. Empezamos a hacerlo casi desde el principio, desde que empezamos a ser. En 1967 ya nosotros estábamos liderando el movimiento, con “nosotros” quiero decir los cineastas cubanos, ya estábamos luchando por integrar a toda América Latina. Por eso digo siempre que el nuevo cine latinoamericano nació en Viña del mar en 1967. Allí nos empezamos a organizar. Era el nacimiento del nuevo cine en todas partes.

Por eso, Alfredo Guevara es el principal artífice de una política cultural que en el ICAIC supo conciliar la experimentación, el rigor y la formación crítica del público con una comprensión sobre el discurso artístico que debe, primero, ser arte, para desde ahí explorar tanto los conflictos esenciales de una nación como el misterio de lo que el propio Guevara, lector de Santa Teresa de Ávila, Bergson y Lezama, llamaba el alma humana, con esa entonación suya que probablemente no se vuelva a escuchar jamás en Cuba. Pero su influencia no se limita al ICAIC. Leo Brower ha dicho que es el hombre de la ideología de la cultura en Cuba después de 1959. En la idea de Guevara, la función del ICAIC no era “hacer” el cine cubano, sino garantizar las condiciones en que ese cine pudiese nacer y desarrollarse: en el ejercicio de la crítica y la polémica, en el respeto al talento, en la comunicación con la sociedad, en la formación crítica de públicos, en el rigor de la formación intelectual de los cineastas, cuestiones todas que son extensivas al campo entero de las necesidades de la cultura cubana actual.

También por ello, su pensamiento comunica la idea de revolución con una de sus grandes pasiones: la potencia revolucionaria del “acaso”, la defensa del privilegio del matiz, la fuerza desmesurada del “sin embargo”.

Habría que preguntarse primero qué es la Revolución. Ella puede ser enfocada desde varios ángulos, pero lo más importante para mí es que el hombre piense y se piense con autenticidad. La garantía, siempre relativa, de la continuidad de la Revolución es precisamente que ese hombre, el joven cubano, piense sobre sí y sobre la sociedad a partir de un debate interno en su conciencia. Si lográramos que a este impulso, a la inquietud por la cultura —que no ha permeado a toda la juventud, pero sí a una parte— le siga una apertura, una provocación del debate, un estímulo a pensar las contradicciones, estaría garantizada de cierto modo la continuidad de la Revolución. El gran logro de la Revolución es que muchas conciencias sean activas, haría falta que todas lo fueran. Si esta pregunta, «cómo imagino el futuro de los cubanos dentro de diez, quince o veinte años», me la hubieras hecho hace una década te diría: «vendrá una época negra, horrible, en que seremos devastados, en que supuestos o reales investigadores trabajarán con papeles y archivos y juzgarán según su voluntad y su gusto. Unos tratarán de conservar limpia la memoria y otros no, pero una generación después seríamos revalorizados, sería revalorizada la Revolución, y, como el ying y el yang, se construiría nuevamente la Revolución».

Hablo de la revolución como hecho espiritual, no del arribo de ciertos habitantes de Miami a tomar posesión del país. Me refiero al espíritu de la Revolución. Esto es, hasta aquí, lo que yo hubiera dicho en la mayor intimidad hace diez años. Yo creo que Fidel lo comprendió, y sintió el paso del tiempo y comenzó a medir el lapso que le quedaba. Ni Fidel ni nadie es eterno. Nuestra Revolución, es la Revolución más cercana a nosotros, pero es parte de una Revolución de una dimensión mucho mayor, dimensión que tiene porque es —en nuestra época— revolución en la mente de la gente, revolución en el saber, revolución en el conocimiento, revolución en el dominio-no dominio del mundo, revolución en la conciencia de si somos y seremos o si no seremos.

He aquí descritas, me parece, las causas de por qué es revolucionario usar el saco a medias. Porque antes que elegir por exclusión, es preferible no confundir coherencia con intransigencia ni lealtad con obsecuencia. Es posible ser revolucionario y odiar las guayaberas, como es preciso para ser revolucionario rehusar las ritualidades que vacían la política y empobrecen la vida. Sí, el acto de usar el saco a medias es un acto de libertad y no solo de originalidad. Es solo una metáfora risueña —Guevara tenía un gran sentido del humor, no muy visible al público quizás por su personalidad intelectual— sobre la libertad.

Por esa libertad corrió los riesgos de la prisión y la tortura. Hasta hoy aquellos culatazos repercutían en su espalda, nunca curada del todo. Pero también comprendió que corría riesgos para tener más libertad, no para paralizarse ante ellos.

En los primeros años del triunfo de la Revolución, le presenté a Fidel un asunto y le dije: «si hacemos esto, las consecuencias pueden ser peligrosas porque si no nos sale puede pasar tal cosa; esto otro es más seguro pero menos «rentable». Hay que decidir entonces». Y Fidel me respondió: «¿Cuándo tú has visto que algo importante se haya logrado sin riesgos». Eso me dijo Fidel, pero es también mi criterio desde hace mucho tiempo. Si hay que correr riesgos, se corren, pero ni la palabra prudencia es deleznable ni los riesgos pueden ser demenciales. No hay modo de hacer algo importante sin asumir riesgos, pero mientras más inteligente y hábil es uno, los riesgos son menores. No obstante, con la cantidad de locuras que he cometido en mi vida, no seré yo quien predique prudencia. No soy el más indicado.

Alfredo Guevara ha sido tratado en este texto como “Guevara”, pero sus amigos y sus compañeros del ICAIC y del Festival, siempre le han dicho Alfredo. Hoy no he podido llamarle “Alfredo”. He intentado ser “neutral” apenas como una venganza contra la desesperación. Ahora que he llegado al final puedo decirle, con su admirado Miguel Hernández: Alfredo, siento de usted una falta sin fondo, pero la llenaré con sus palabras, con sus obras, con su recuerdo y con su presencia. Usted está en lo mejor de lo que muchos queremos pensar y hacer. Gracias, Alfredo, por todo.

[1] Los pasajes en cursiva corresponden a fragmentos de testimonios de Alfredo Guevara, que le tomé en diversas ocasiones. Como él no se decidió a darlos a la luz, permanecerán inéditos. Tampoco son demasiado relevantes, porque, por suerte, Guevara dio muchas entrevistas testimoniales de gran valor. Solo lo consigno aquí por respeto a su decisión. He utilizado relatos cuya redacción él revisó, y cuyos contenidos además él vertió, de modo similar a como aquí se cuenta, en público en diversas ocasiones.

Publicado en La Jiribilla

Alfredo Guevara: su Testamento Político Libertario para Cuba

Más allá de los obituarios, quisiéramos enfatizar algunas ideas de Alfredo Guevara que no sería impropio considerar como su Testamento Político – sobre un “fenómeno … interesante… subyacente e irreversible: la desestatización de la sociedad cubana.”

Guevara afirmó, enfáticamente: “La sociedad cubana saldrá, parece, de la prisión del Estado. El Estado soltará su presa, quiera o no quiera. ¿Por qué quiera o no quiera? Porque afortunadamente todo lo que puede pasar se hace a partir del poder.” Tales planteos –publicados por OC- son parte de un extenso fragmento de sus palabras en la presentación de un libro sobre Mella, en diciembre de 2010.

Muere Alfredo Guevara

El presidente del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, Alfredo Guevara, ofrece una rueda de prensa, lunes 22 de junio de 2010, en La Habana. ALEJANDRO ERNESTO / EFE

Prensa Latina publica los pronunciamientos de algunos artistas cubanos sobre el recién fallecido intelectual: “El crítico cubano Frank Padrón lamentó aquí el deceso del intelectual cubano Alfredo Guevara, recién fallecido hoy a los 87 años de edad, víctima de un infarto. Alfredo Guevara pertenece a la estirpe de los fundadores, de los que apoyan la creación y el talento, pues él mismo integró esas huestes, explicó en unas breves líneas a Prensa Latina. Como preguntó retóricamente en uno de sus libros, Será una huella. Y tomo ese título prestado para hacerlo a su vez de estas apresuradas líneas. Eso es lo importante, "porque, si, es y será una huella", sentenció. Aunque sabíamos de su enfermedad, de su estado frágil y delicado, creíamos que iba a vivir mucho más, que la muerte en personas como él, siempre activo y laborioso, nunca ocurre. Por ello la noticia sorprende tanto, parece imposible como siempre en estos casos, destacó el ensayista. Se nos fue Alfredo Guevara, el presidente del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano y uno de los líderes indiscutibles de ese movimiento fílmico desde los años 60 del pasado siglo. Le decimos adiós, añadió, al fundador del Instituto Cubano Arte e Industrias Cinematográficos, del Grupo de Experimentación Sonora, el intelectual lúcido, el autor de tantos artículos y libros.
El actor cubano Mario Limonta señaló a Prensa Latina que la muerte de Guevara es irreparable. Su obra como fundador del cine post-revolucionario fue trascendental. El gestó del cine cubano contemporáneo y creó una cultura cinematográfica, dijo.”
Nacido en La Habana en 1925, Guevara fue doctor en filosofía y letras de la Universidad de La Habana. Por voluntad propia su cuerpo será cremado y sus cenizas esparcidas por la escalinata de esa institución.

Por su parte, Juan Tamayo (jtamayo@elnuevoherald.com) de El Nuevo Herald en el artículo “Muere cubano Alfredo Guevara, amigo de Fidel Castro y ex director del ICAIC”, reportó que Alfredo Guevara, viejo amigo de Fidel Castro y ex director del Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográficos (ICAIC), murió el viernes en La Habana a los 87 años de edad.

“Guevara había sido internado hace una semana en una clínica reservada para altas figuras gubernamentales, conocida como la Clínica de 43, debido a una condición cardíaca crónica que se había agravado, dijo su amigo Max Lesnik en declaraciones a El Nuevo Herald. El gobernante cubano Raúl Castro lo había visitado en la clínica, agregó Lesnik un comentarista radial de Miami que ha estado en contacto telefónico con un amigo de ambos, el historiador de La Habana Eusebio Leal. Guevara será cremado y sus cenizas será esparcidas en la escalinata de la Universidad de La Habana, un sitio icónico de reunión en las décadas de 1940 y 1950 para activistas estudiantiles como Castro”, puntualiza el periódico norteamericano.

La publicación ecuatoriana El Diario detalla a propósito de la biografía de Guevara: “Nació en La Habana el 31 de diciembre de 1925, fue embajador de la isla ante la Unesco en 1983 y había recibido la Orden Comendador de la Legión de Honor, máxima condecoración que otorga el gobierno de Francia. Inició su actividad en el cine en la década de los años 50 del pasado siglo, y por esa época fue asistente de producción de directores como Manuel Barbachano y Luis Buñuel. Participó en la fundación de la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo, institución que agrupó a la vanguardia de la intelectualidad cubana durante la década de los años cincuenta. Desde la presidencia del Instituto cubano del Arte e Industria cinematográficos (ICAIC), cargo que ocupó durante 30 años, Guevara potenció, a través del cine, un clima de amplia creatividad artística en relación con la música, las artes plásticas, la literatura y la danza. Durante su primera etapa al frente del Instituto de Cine de la isla apadrinó la creación del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC en 1969, plataforma en la que se gestó el Movimiento de la Nueva Trova cubana, a la que se integraron notables músicos como Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. Guevara fue miembro del Consejo Ejecutivo de la Unesco, fue vicepresidente del Comité Intergubernamental para el Decenio del Desarrollo Cultural, Miembro del Comité de Honor Internacional por el Centenario del Cine y organizador de su Reunión Regional Latinoamericana. En la actualidad presidía el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana y era miembro del Consejo Superior de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, órgano rector de la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños (La Habana). En los años sesenta fundó la Cinemateca de Cuba, que guarda la más importante memoria gráfica y escrita sobre el cine latinoamericano y la revista Cine Cubano, la más antigua en su especialidad en el continente.”

¿Cómo es Cuba?

Por Verónica Vega

Mirando el filme “Siete días en la Habana” con siete historias regidas por diferentes directores (encabeza la lista Benicio del Toro y la concluye Juan Carlos Tabío), me entró la seria duda de si Cuba es como yo la veo y experimento.

Y es que las impresiones acumuladas en años de ver cine cubano o sobre Cuba, cada vez menos me dan la isla donde he vivido desde que nací.

Hombres machistas, mujeres fáciles, o putas explícitas, girando en la compulsión de la supervivencia, el chiste, el erotismo, el absurdo. Como si nos hubiese intoxicado la mirada de los turistas, como si nos hubiésemos creído el estereotipo del cubano que vende la publicidad.

¿Somos solamente así? La misma Habana que he recorrido tanto, (en el mapa geográfico y en el mental) está repleta de matices, de intensidades, de personas distintas, muchas complejas y profundas. La miseria que aparece siempre en las películas con visos de ironía puede ser el refugio de mundos insospechados que jamás he visto reflejados en ninguna película. Continue reading

Ventana audiovisual de Cuba

Cubaplay Televisión, un canal estadounidense con más de 200 mil abonados interesados en los productos audiovisuales de la mayor de las Antillas, estuvo entre los participantes en la Expo-Feria comercial, realizada del 23 al 26 de octubre, como parte del Festival Nacional de Televisión Cuba 2012.

Por Maya Quiroga

www.cubanow.net, n. 3, viernes, 30 de noviembre de 2012

Desde que el 28 de septiembre de 2011 vio la luz Cubaplay Televisión, el primer y único canal con programación netamente cubana en la costa este de Estados Unidos, residentes de Nueva York, New Jersey y la Florida, han disfrutado, a través de Cablevisión, de varios espacios como la gustada serie juvenil Mucho ruido o la aventura Los tres Villalobos.

Cubaplay Televisión surgió a partir de una sociedad comercial con Olympusat, compañía norteamericana líder en materia de desarrollo y distribución de canales independientes de televisión.

Bajo el eslogan: “El espejo de la Televisión Cubana en los Estados Unidos” se presenta en su sitio web oficial. En estos momentos Cubaplay Televisión cuenta con más de 200 mil interesados en los productos audiovisuales de la mayor de las Antillas. En un futuro está previsto presentar el producto en Puerto Rico.

De visita en la nación antillana, Michel Martin, Presidente de Cubaplay Televisión, al calor de la Expo-Feria del Festival Nacional de Televisión Cuba 2012, en el Palacio de las Convenciones del 23 al 26 de octubre, durante los cuales delegados de Bolivia, Angola, Bélgica, Alemania y España debatieron sobre cooperación, comercialización de productos, procesos creativos y sus retos actuales.

El pabellón de Cubaplay Televisión sobresalía en la Expo-Feria por su ubicación privilegiada, a la entrada del recinto, y por su diseño original y cuidadoso, donde mostraba parte del quehacer desarrollado durante el primer año de trabajo.

En exclusiva para Cubanow conversamos con Michel Martin.

-¿Cómo es el proceso para la selección de los programas?

-Es un convenio con el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) mediante el cual adquirimos una mezcla de varios contenidos de la televisión, mensualmente, para confeccionar una parrilla de programación. A partir de ahí, se retransmiten directamente los programas en el territorio norteamericano con la estructura de un Canal de televisión que responde al nombre de Cubaplay. Continue reading

Exhibición del documental "No es el camino. Violencia infantil" de Eric Corvalán Pellé

“No es el camino, violencia infantil”, documental de Eric Corvalán Pellé, será presentado este martes 25 septiembre, a las 2pm, en la sede del Grupo de Reflexión y Solidaridad Oscar Arnulfo Romero: Calle 35, N.3607, altos , entre 36 y 42, Playa, La Habana.
La entrada será libre.
Por favor, circulen esta información entre sus contactos.

La otra ceguera

El post La otra ceguera es de autoría de Yusimí Rodríguez

La otra ceguera

Voy a contar una historia de amor que puede resultar un poco cursi, pero que me encantaría haber escrito. La historia de un hombre que provoca un accidente en el que muere su esposa, lo que sería suficiente tragedia para una historia de amor. Pero en el accidente pierden la vida otras seis personas.

¿Cómo se vive tras la pérdida de un ser querido? ¿Cómo se vive con el peso de siete muertes en la conciencia? Intentando salvar otras siete vidas. Ese es el propósito del protagonista de esta historia. Repartirá sus bienes y sus órganos a siete personas. No se tratará sencillamente de siete personas que lo necesiten, sino de siete que lo merezcan. ¿Quién decide esto? A falta de Dios, él mismo. Tejido pulmonar, hígado, riñón, córneas, médula ósea, su propia casa (vivirá en un cuarto alquilado hasta el momento del último paso): donar su corazón. Hasta aquí no hay problemas. No le interesa vivir después de haber perdido, por su propia culpa, a la mujer que amaba.

Como he dicho, debe decidir quiénes, entre varios candidatos, recibirán sus órganos. Para eso, necesita conocerlos, ponerlos a prueba, sin hacerles saber nunca que es su posible donante. ¿Qué sucede? Unos segundos para que adivinen. A estas alturas, con tanto entrenamiento en cine de Hollywood, no debe ser difícil. Nuestro héroe se enamora de la mujer que necesita su corazón.

Perdón, había olvidado aclarar que hablaba de una película: Seven pounds, exhibida en Cuba bajo el título Siete almas. ¿Por cierto, mencioné el color de la piel del protagonista?

Si usted ahora me pregunta qué tiene que ver el color de la piel esta historia, me veré obligada a responderle: absolutamente nada. Y de eso se trata precisamente. El protagonista de esta película es Will Smith. Un actor negro, en una película que no tiene nada que ver con racismo, en la que no está interpretando a un personaje real que es negro. No se trata del socio negro del héroe blanco; del negro que garantiza que el film sea políticamente correcto. Es simplemente un actor negro, en una película en la que no hacía falta un actor negro. ¿Por qué?

Durante años, he tenido en la mente una escena bestial, de una película bestial: Tiempo de matar (ignoro el título en inglés), y para contar esta historia era preciso que el actor, aparte de ser bestial, fuese negro: Samuel Lee Jackson.

La historia: Dos hombres blancos violan a la hija pequeña de Jackson (no recuerdo el nombre del personaje). Los cogen presos, pero como la justicia es sorda, muda y ciega, es comprensible que se enrede en el camino, sobre todo si estamos en el sur de los Estados Unidos, los perpetradores son dos hombres blancos y la víctima, una niña negra. El padre decide tomar un atajo: cose a los violadores a balazos. Y como la justicia es sorda, muda y ciega, y estamos hablando del sur de los Estados Unidos, le toca ser juzgado por asesinato en primer grado, por un jurado compuesto por personas blancas. Su abogado, también blanco, no encuentra una defensa eficaz para salvarlo de la pena de muerte. Negro, te salaste.

La escena: Alegato final de la defensa. El abogado relata a los miembros del jurado la historia de una niña que va a comprar unos huevos que le encargó su madre, y en el camino de regreso, dos hombres la violan repetidamente, la golpean, orinan sobre ella. La niña sobrevivió a esta salvajada y tal vez la olvide; tal vez quede solo como una pesadilla de la que logrará despertar cada mañana. Pero al despertar, cada mañana, le faltará la visión de un ojo, nunca será capaz de tener hijos. El abogado deja que todos los detalles morbosos (y monstruosos) calen en la mente del jurado, y entonces deja caer la frase lapidaria de la película: “Ahora imagínense que es blanca”.

Porque de eso se trata. No de un negro que acribilló a unos blancos que violaron a su negrita; sino de un padre al que cegó la rabia contra dos hombres que violaron a su hija.

No se trata de un negro que provocó un accidente en que murió su negra y otros seis; sino de un hombre que ha tenido que vivir con el dolor de la pérdida y el peso de su conciencia; de un hombre que vuelve a enamorarse cuando cree que no merece estar vivo, ni tiene motivos para estarlo.

¿Por qué Will Smith es el protagonista? Porque es un tronco de actor, que casualmente, es también un hombre negro.

Por cierto, y sin que venga al caso, el director de la película, es un hombre blanco.

También sin que venga al caso, deseo referirme a un texto que apareció en la revista digital Esquife, hace seis años. Su título es “Nuestra ceguera blanca” y ahora aparece al menos en dos blogs y no sé cuántos sitios de Internet; una revista y dos antologías impresas. Es casi un riesgo intentar cogerle las costuras a un texto tan elogiado. Voy a correr ese riesgo.

A propósito, soy la autora de “Nuestra ceguera blanca”.

Una debe preocuparse cuando escribe algo y enseguida aparece gente que la felicita y le da palmaditas en la espalda. Una debe alegrarse, es humano alegrarse, pero una debe también preocuparse al menos un poquito y releer lo que escribió.

Ahora, quisiera que al menos una lectora de ese texto me hubiese preguntado con qué derecho cuestiono que una mujer negra se desrice su pelo, sobre todo si lo hace con su dinero. Quién soy para decirle a usted cómo debe asumir su negritud. Quién soy para decirle que debe asumir su negritud. ¿Llevar el pelo crudo, sin desrizar, es sinónimo de ética, honestidad? En algún momento, el afro y los dreadlocks fueron símbolos de orgullo de la raza negra. Para muchas personas aún lo son. La forma de llevar el pelo puede tener un contenido muy político o responder a una simple moda. Pero si algo me han demostrado los últimos meses, es que con la ética y la honestidad, la forma de llevar el pelo tiene muy poco que ver. Incluso con el talento, la ética y la honestidad tienen muy poco que ver.

En otro momento de “Nuestra ceguera blanca”, hablé de mi corta experiencia como modelo. Insinué que la cortedad de mi carrera se debió al hecho de ser negra. No lo dije directamente; no habría sido tan efectivo. Ni verídico, nadie me dijo nunca que tenía que abandonar la Maisón por ser negra. Lo que escribí: que prescindieron de mis servicios por ser demasiado bajita, y que otras muchachas de mi estatura permanecieron en la Maisón, y eran blancas, es cierto. Pero la relación entre esos hechos no pasa de ser una suposición, que podría ser cierta o no. Nunca lo vamos a saber. Lo cierto es que si iba a referirme a mi etapa como modelo, también pude haber mencionado que varias personas (incluso alguien de piel blanca) trataron de hacerme regresar al mundo de la moda. ¿Por qué no lo hice? Me faltó valor para luchar por mi sueño; o no era mi sueño. Otras modelos negras de este país alcanzaron el éxito (tanto éxito como le es posible alcanzar a una modelo en este país). Si enfrentaron manifestaciones de racismo, solo podrán decirlo ellas. No lo dudo. Pero eso no les impidió llegar a donde querían.

A veces tengo la impresión de que las personas negras solo somos capaces de hablar de la cuestión racial, el racismo. O de que solo nos creen capaces de hablar de la cuestión racial. O de que estamos obligadas a hablar de la cuestión racial. ¿Cómo es posible que haya publicado tres textos de no ficción, y los tres tengan que ver con la cuestión racial? ¿Cómo es posible que la única vez que alguien me ha pedido que escriba un texto para una publicación, me haya pedido que escribiera un texto sobre el cabello de las personas negras, o sea, en el fondo, la cuestión racial; que mi primer texto para el sitio digital Havanatimes, fuera un texto sobre racismo; que ahora esté escribiendo sobre lo mismo?

Somos víctimas de otra ceguera, una ceguera que a veces nos impide ver otra cosa que el racismo, que nos confina a un tema, que nos impulsa a la catarsis. Lo peor, esa catarsis es humana y casi inevitable. E incluso, necesaria.

Demasiado tiempo, hemos padecido un gobierno-partido que alardeaba de haber eliminado el racismo y no estaba dispuesto a admitir su fracaso en este campo (como en otros tantos). Demasiado tiempo, hemos tenido que escuchar que encima estábamos en deuda, y muchos lo creen, por su ignorancia, nuestra ignorancia, de la historia. Demasiado tiempo, hemos padecido una profunda ignorancia de la historia. Demasiado tiempo, hemos esperado que los medios oficiales, voceros del gobierno-partido, considerasen oportuno el tratamiento del tema. Demasiado tiempo, hemos esperado la oportunidad de sentarnos ante la pantalla grande (o la chica, no exigimos tanto) a ver actores y actrices negras interpretando, no a negros o a negras, sino a seres humanos.

Demasiado tiempo, esperamos que llegara el año de los afro descendientes, que por cierto llegó y como todos los años de nuestras vidas, pasó. ¿Qué nos dejó?

Hora de detenerme y respirar. Estoy haciendo catarsis.

No han quedado muchas otras alternativas. No seré quien diga cuando dejar de hacer catarsis, solo puedo intentar detener la mía. Me aterra la posibilidad de regodearme en el papel de víctima, de no querer ser otra cosa que víctima, de limitarme y permitir que me limiten a hablar de la cuestión racial.

Cuidado, y sé que esta idea podría traerme enemigos (si no los tengo ya) con regocijarnos porque de pronto haya más personas negras en el Buró Político del único partido que existe en el país. El poder sigue siendo el mismo. Sobre todo, cuidado con pensar que el mundo sería mejor si hubiese más personas negras en posiciones de poder. Quisiera yo que fuese tan simple, solo que el mundo es más complejo que eso. Los seres humanos somos más complejos que eso. Si una verdad me ha golpeado la cara en los últimos años, con más fuerza en los últimos meses, es que el color de la piel no es un mérito. Ser hombre o ser mujer no constituye, en sí mismo, un mérito. Dicho esto, no espero los halagos y las palmaditas en la espalda que recibí por “Nuestra ceguera blanca”. Una debe decir lo que piensa, aunque se quede sola, sin que eso duela demasiado. Una debe decir lo que piensa, aunque se quede sola y le duela demasiado.

Si a estas alturas del texto, alguien me lee, quisiera volver a hablar de amor, de tragedias humanas que nos afectan tanto a blancos como a negros. Hace un año, o poco más, vi la película “Cosas que perdimos en el fuego”, protagonizada por Hale Berrie, Benicio del Toro y David Duchovni. Cuando arranca el film, Hale es la esposa de Duchovni y tienen dos hijos. Una pareja interracial con hijos, en los Estados Unidos. Una historia que promete, excepto que ese no es el tema de la película. De eso no se habla en la película. Se habla de amor, de amistad, de adicción. Benicio del Toro, mejor amigo de Duchovni, es un adicto a las drogas. Duchovni es el sostén de su esposa y de su amigo. Duchovni quiere ser el sostén del mundo. Interviene en una pelea matrimonial, o más bien en una golpiza matrimonial que un tipo propinaba a su pareja. Termina recibiendo un tiro. Es la historia, una mujer que queda sola con sus dos hijos; un drogadicto que pierde a su mejor amigo. Dos personas que intentan sobreponerse a la pérdida y seguir adelante. Dos personas que intentan ayudarse a vivir. Dos personas que sufren el dolor de la existencia, un dolor que nos parte a todos, negros y blancos. Nadie escapa.

No cuento el final, solo un detalle curioso que me aportó una amiga super cinéfila. Se había pensado en una actriz blanca para el personaje femenino. ¿Y por qué no? Esta no es una película sobre la esclavitud en los Estados Unidos, o sobre la discriminación racial posterior a la esclavitud en los Estados Unidos. Hale Berrie tuvo la oportunidad de leer el guión y decidió que el personaje era para ella. ¿Por qué no? Esta es una historia de amor, amistad, pérdida. Lo que se requería para contarla era una buena actriz, una tremenda actriz. Hale Berrie lo es. Fuente: www.vercuba.com

En busca de la madurez perdida

Por Rogelio M. Díaz Moreno

Seguramente que muchos cubanos hemos oído en algún momento del pasado esta frase, u otra parecida, pronunciada con acento de noble preocupación, de esa iniciativa cultural, material audiovisual u obra literaria, tiene su sentido aprovechable, pero tal vez para el futuro, por ahora el pueblo no está maduro como para entenderla y solo le haría daño a la sociedad.

Tal tratamiento podía ser el último remedio aplicable para cerrar la divulgación de una película como Alicia en el país de las Maravillas, Suite Habana, escritos que incluso ganaran premios literarios nacionales; ensayos y trabajos filosóficos de interés; géneros musicales de distintas latitudes y otras manifestaciones artísticas que podían hasta ganarse el mote de diversionismo ideológico. Fue también una impenetrable barrera durante muchos años para las personas comunes, que requerían seriales televisivos libres de los pesados lastres del realismo socialista y utopista que sufrieron durante décadas ¬y todavía padecen en buena medida los productos de nuestros medios masivos de comunicación.

Después de muchos años, se ha producido una situación más bien incómoda.

El desarrollo tecnológico, la proliferación de aparatejos tales como DVDs, memorias USB, la mayor conectividad de algunos cubanos que se abre paso hacia el resto, ha inundado el país de materiales de calidad heterogénea, una masa amorfa en la que abundan, más bien desbordan, las películas de violencia y matazones; la acumulación de videos clips más bien pornográficos a la manera más obscena y vulgarizante posible de las personas involucradas; los libretos deficientes, plagados de sentimentalismos banales y de celebración del modelo consumista occidental. Ni la programación de la televisión oficial se libra ya de estos problemas. Y con frecuencia, aparecen voces airadas de periodistas o intelectuales que se preguntan por qué el público cubano ha llegado con tanta facilidad a este estado, en que se conforma y consume productos tan poco coherentes con otros valores culturales que mucho se extrañan. De morboso interés resulta que las autoridades políticas y administrativas participen ocasionalmente de estas protestas, se pregunten cómo hemos llegado a este punto y llamen a darle remedio. Pero sobre el camino que nos condujo a este paradero, hay más bien poca reflexión.

Las tecnologías modernas han vuelto obsoleta la filosofía aquella de regular mediante el monopolio, las posibilidades de lo que el pueblo cubano pueda ver en las pantallas de sus hogares, o del cine. Pero ha ocurrido que los decisores de la política de divulgación perdieron la oportunidad, a lo largo de treinta o cuarenta años, de contribuir a la educación y promover el producto profundo, crítico, con todas las riquezas desde los puntos de vista artístico, cultural y social. Todo su abrumador e incontestado poder se petrificó en una idealizado, maniqueo y monótono discurso que representaba un mundo supuestamente lineal y sin contradicciones, y el discurso se tornó incapaz de mantener la atención del público una vez que aparecieron otras opciones, por más que estas otras sean con frecuencia de la más pobre calidad artística y humana.

¿Cómo calificar la obra de esas autoridades durante estas décadas? Permítanme recapitular: un inmenso poder, sin contrapesos, sobre lo que todos los ciudadanos podían recibir, estancado y tratando al público como menores de edad incapaces de usar sus intelectos porque todavía no estaban maduros; hasta que pasó tanto, pero tanto tiempo sin que se alcanzara la madurez que, ahora, el ex monopolio perdió su oportunidad sin haber logrado ese objetivo educativo y el público, que demuestra así su inmadurez, hace lo que le da su real gana

Aquellos cuadros hicieron transcurrir décadas con los caminos bloqueados a cualquier cuento que contuviera a un miliciano que hubiera sentido un poquito de miedo; a una canción sobre un marinero que robara comida aunque después diera la vida; a conflictos en cualquier escenario que mostrara facetas diversas y contradictorias de la vida, del arte, de la sociedad… todo en nombre de la espera de una madurez a la que llegaríamos de alguna manera nebulosa en un futuro no menos indefinido, sin necesidad al parecer de digerir todos los ingredientes amargos pero necesarios para desarrollarnos, crecer y perfeccionarnos en el dialéctico y difícil proceso de construir una sociedad de mayores justicia, solidaridad y libertad.

Todo ese tiempo perdido. Todo ese potencial desperdiciado. Todas esas generaciones obligadas a renunciar a sí mismas. Todo ese daño infligido a la nación que ahora, como resultado, vaga más o menos a la deriva, con muy poco criterio y presa de las peores banalidades del kitsch, las fiestas de quince, las candilejas de los reality shows, las vidas de la gente rica y famosa y todo aquello que hipoteque el cerebro para que el trabajador no se ponga a pensar en términos de clase. Todo eso no se puede calificar de otra manera que como una actitud deleznable, antipatriótica, anticubana.

Como si no fuéramos capaces de aprender la lección, ahora estamos viviendo la segunda parte de este drama. Y como señalara sardónicamente el viejo Marx, la repetición de un drama histórico se convierte en una farsa. Ahora, la misma clase que enajenó a la nación sus medios masivos tradicionales pretende convertir a las nuevas tecnologías como Internet, las redes digitales, etc., en un feudo sobre el que solo ellos claman dominio. El pueblo, podemos escucharles decir, necesita primero ser educado, instruido en las oportunidades y peligros de estas nuevas herramientas que, fuera del control de autoridades competentes o sea, ellos mismos no son sino armas nuevas del enemigo viejo del Norte.

Tendido el famoso cable de fibra óptica hasta la hermana república de Venezuela, el argumento de la limitación de la conexión por satélite se volvió obsoleto. De tal forma solo les queda, a los que hoy tienen el monopolio de esa tecnología en nuestro país, aferrarse a aquellos criterios que amenazan en base a los peligros reales o supuestos de dejar en manos del pueblo inmaduro sus enormes potencialidades.

Estas autoridades están bloqueando hoy, como lo hicieron en el pasado con los medios característicos de la época anterior, las posibilidades de desarrollo de las personas. Obstaculizan de esta forma el crecimiento económico e intelectual de la sociedad cubana. Dificultan las comunicaciones, las redes comunitarias, de solidaridad, todo ello sin delinear, consensuar o siquiera debatir públicamente un plan para ir extendiendo los tan necesarios recursos de una manera escalonada y a la vista de todos.

Sin ningún género de dudas, estas autoridades perderán mañana el monopolio sobre estas capacidades tecnológicas hoy novedosas, como ya perdieron el monopolio sobre las tecnologías menos recientes. Con el avance de las industrias electrónicas, informáticas, etc., no pasará mucho tiempo hasta que conectarse a las redes globales sea tan fácil como mirar la hora en un reloj de pulsera o escuchar la radio. Las personas se conectarán con dispositivos o acciones triviales, imposibles de controlar, limitar o verificar. Para ese entonces, se habrá vuelto a hacer tarde para que aquellos, que hoy tienen el poder monopólico gigantesco e incontestado sobre Internet, hayan aportado sustancialmente con ese poder al empoderamiento de los trabajadores, al desarrollo de las comunidades y los valores socialmente más apreciados.

Para ese entonces, los años malgastados, las frustraciones vividas, las potencialidades mutiladas y todas esas consecuencias de la mentalidad actual de control totalitario nos harán considerar, de manera inequívoca, que la actitud mantenida por estas autoridades habrá costado un precio doloroso y funesto para el país; se habrá causado un daño tal que nuestros hijos nos preguntarán cómo se puede haber sido tan anticubano.

Parece mentira, pero si algún grupo conocidamente pro-capitalista habla de promover la internet en Cuba, y le enseñan a algunas personas a manejarse en la WWW, podríamos cuestionarnos si no le estarán haciendo involuntariamente un favor a nuestra sociedad, al hacerle abrir los ojos a la necesidad de involucrarse más en ese asunto. Fíjense si no, que cuando el denostado Festival Clic, el gobierno cubano sintió la necesidad de realizar un contra-festival que, según la prensa nacional, convocó a muchos miles de personas en los JovenClub para hablar de esos temas de los blogs, Facebook, etc. Le puedo dar todo el crédito a las noticias oficiales sobre este evento del gobierno, y todavía me río y lloro un poco al imaginarme qué le dio la motivación. Por mí, si para que el gobierno camine hacia delante y hacia la izquierda necesita que lo pinchen desde atrás y desde la derecha, pues venga, todavía resultará que otro artefacto subversivo del extranjero larga el tiro por la culata y al mismo tiempo nos hace caminar en la dirección correcta.

Y a aquellos que intentan enlodar a sitios alternativos, diversos, de izquierda, anticapitalistas, de personas honradas y trabajadoras, como los miembros del colectivo Havana Times, porque notan estas contradicciones, solo puedo recomendarles que recapaciten sobre los discursos del general en jefe, Raúl Castro, especialmente en sus críticas a aquellas manifestaciones autoritarias, burocráticas, de mentalidad obsoleta, que constituyen hoy los mayores peligros para nuestra República socialista, y que ya bastante la han perjudicado de las maneras que aquí se ha criticado.

Omar Calabrese en el Centro Teórico-Cultural CRITERIOS

se complace en invitar a la conferencia que ofrecerá el célebre teórico italiano de las artes visuales

Omar Calabrese sobre Arte y cine en Vértigo de Hitchcock,

el próximo jueves 6, a las 7.00 p.m., en nuestra sede de El Vedado, La Habana (calle 23 # 1155, entre 10 y 12, 9º piso).

Omar Calabrese (Florencia, 1949). Teórico de las artes y de la comunicación, semiótico. Desde los años 80 es mundialmente conocido, primero, como uno de los más importantes semióticos italianos, junto a Umberto Eco, y, más tarde, además, como el principal teórico de la estética del neobarroco postmoderno. En su abundante obra se destacan los libros Semiótica de la pintura (1981), El lenguaje del arte (1984; en español, 1987), La máquina de la pintura (1985), Piero, teórico del arte (1986), La edad neobarroca (1987; en español, 1989, bajo el título La era neobarroca), Caos y belleza (1991), Miles de estos años (1991), El modelo italiano: las formas de la creatividad (1999), Breve historia de la semiótica (2001), El arte del autorretrato (2006), Cómo se lee una obra de arte (2007) y El arte del trompe-l’oeil (2010). Se doctoró en Historia de la Lengua. Enseñó durante más de veinte años semiología de las artes en la Universidad de Bolonia. Ha sido profesor visitante en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París y en las Universidades de Yale, Harvard, Berlín, Londres, Zurich, Viena, Mannheim, Helsinki, Ámsterdam y Madrid, entre otras. Ha presidido importantes instituciones culturales, como la Mediateca Toscana, el museo Santa Maria della Scala en Siena y la Asociación Italiana de Estudios Semióticos, y ha sido consejero de la Presidencia del Consejo de Ministros para la edición y la comunicación. Actualmente es profesor de semiótica y catedrático de ciencias de la comunicación en la Universidad de Siena, donde también conduce la Escuela Superior de las Ciencias Humanas. Ha dirigido las revistas culturales Alfabeta, Revista ilustrada de la comunicación, Metáforas, Viceversa y Carte semiotiche, por él fundada. Desarrolla una intensa actividad periodística como colaborador de los principales diarios italianos: Corriere della sera, La Repubblica, L’Unità. Ha preparado programas televisivos para la RAI, Mediaset y TVE, así como contenidos culturales para las Exposiciones Universales de Vancouver, Brisbane, Sevilla, Génova y Hannover. A principios de los años 90, Criterios dio a publicar en la sección de Teoría que mantenía en la revista Temas su traducción del artículo “El desnudo: acción y pasión”, de Omar Calabrese, el cual apareció en el nº 22 (1992) de la primera época de dicha revista.

Se agradece el reenvío de esta información todxs lxs posibles interesadxs.