Por Luigino Bruni
¿Cuál es la relación entre gratuidad y altruismo?
La cultura de la gratuidad no debe confundirse con altruismo, con filantropía y menos con asistencialismo. Gratuidad no significa ser más “buenos” o altruistas que otros, sino es una forma de interés sabio, sostenible, que parte de la conciencia de que no se puede ser felices solos y que no es posible hacer la propia felicidad sin hacer la de los otros.
Pero ¿es necesaria la gratuidad para que funcione el mercado “normal”?
Sí. Por ejemplo: ninguno querría vivir en un mundo donde enfermeros, maestros, médicos u obreros se muevan sólo en los estrechos límites del contrato, donde cada acción es sólo la ejecución de una prestación prevista. Yo quiero que el médico me cure no sólo porque sigue un contrato, sino también porque está genuinamente interesado en que me cure. Si este segundo elemento no estuviese, probablemente buscaría un médico que tenga este “plus” más allá del cumplimiento estricto del contrato para atenderme. Igualmente un maestro: aparte de lo que corresponde por su sueldo, como padre me gustaría que esté genuinamente interesado en el crecimiento de mi hijo. Con esto se demuestra que también en los comportamientos de mercado se necesita un “plus” que el contrato no puede prever (lo mismo sucede en los llamados “contratos incompletos” donde se requiere cierta dosis de gratuidad o “predisposición” de las partes para no incurrir en permanentes conflictos –por ejemplo: la simple cuenta corriente comercial-; nota de Martín Fiuza).
¿Qué características tienen los bienes relacionales?
Son bienes que dependen de la motivación de quien los “produce”. Tienen un significado intrínseco y no instrumental. La demanda de bienes relacionales crece con la riqueza, y con ella la demanda de ese “plus” de la gratuidad. Si los bienes se vuelven siempre menos objetivos y siempre más subjetivos y personalizados, entonces el “cómo” -la relación que se instaura entre los contratantes- es un factor crucial. Sucede por lo tanto que, la relación humana genuina o no instrumental, se está volviendo el bien escaso en las economías avanzadas, que todos pedimos pero pocos saben, o pueden, ofrecer.
¿En qué consiste la “Paradoja de la confianza” planteada por Martin Hollis?
Este filósofo sostiene que el mercado, por su mismo funcionamiento, necesita de la confianza. El extenderse de la lógica del mercado lleva consigo el extenderse de la racionalidad instrumental. La lógica instrumental (aquella del contrato) avanza reduciendo los ámbitos de acción de la confianza genuina. El extenderse del mercado lleva consigo, por lo tanto, la erosión de vínculos de confianza de los cuales ella misma depende. De allí la exigencia, teórica y cultural, de apuntar a un mercado con “más dimensiones”.
¿Qué significa un mercado con “más dimensiones”?
Hoy existen dos concepciones sobre cuál debe ser la relación entre la esfera económica (mercado) y la esfera social (solidaridad) y, más en general, cuál es la naturaleza y las funciones del mercado. De un lado están aquellos (llamados “neoliberales”) que ven en la extensión el mercado y de la eficiencia la solución a todos los males sociales. Del otro lado en cambio, existen (por ejemplo algunas expresiones del “pueblo de Seattle”) quienes consideran el avance del mercado como una “desertificación” de la sociedad, porque destruye ese “capital social” indispensable para cada convivencia auténticamente humana: por lo tanto combaten el mercado y se protegen de él. La economía social –que tiene sus raíces en la secular tradición de la economía civil italiana- propone algo distinto a estas dos visiones: vivir la experiencia de la solidaridad dentro de una vida económica normal. Así, la eficiencia tiene su lugar, pero ella es sólo una de las dimensiones que la empresa social vive. A su lado, conviven dentro de la actividad económica, otras dimensiones co-esenciales, como el dar, la solidaridad, la reciprocidad, la belleza, la gratuidad, y por qué no, la espiritualidad y la comunión. La novedad de la economía social es entonces que estos otros principios distintos del lucro y del intercambio instrumental, encuentran un lugar propio dentro de la actividad económica, dentro del mercado.
La globalización, ¿favorece el desarrollo del “principio de la gratuidad”?
El proceso de globalización –centrado en torno al principio del contrato- tiene una gran necesidad de potenciar el “principio de la gratuidad” que, lamentablemente, es siempre más “desplazado” por el “extenderse” del mercado. ¿Cómo afrontar este proceso? Por dos caminos. Por una parte, “proteger y potenciar” la verdadera gratuidad. Voluntariado, ONG, familia, movimientos eclesiales… son todas experiencias regidas por el principio de gratuidad. Por otra, hay que transformar el mercado desde dentro insertándole la gratuidad.
¿Cuál es la enseñanza que nos deja el nacimiento de las empresas sociales?
El surgimiento de la economía social nos dice que también dentro de los mecanismos de mercado es necesario algo distinto del simple y simplificado self-interest (interés propio). Ni siquiera el mercado puede funcionar únicamente con el interés personal: si al calcular la eficiencia de las instituciones económicas nos basamos demasiado en datos económicos, difícilmente seremos capaces de construir buenas y eficientes empresas, y buenas y eficientes sociedades.