Vocación por lo público. Empresas sociales: proyectos que marcan tendencias

Por Cristina Calvo

En mi habitual actividad en el campo social y universitario constato con alegría y esperanza que, cada vez son más los jóvenes que se acercan y me comentan sobre la felicidad experimentada al haber dejado atrayentes puestos de trabajo, para dedicarse a emprendimientos sociales que generan trabajo digno y prestan servicios directos a sectores vulnerables de la sociedad, o bien se dirigen al consumidor en general, pero involucrándolo en un consumo ético y responsable.

Son jóvenes con vocación emprendedora que sienten el compromiso de poner sus talentos e idoneidad al servicio de lo público, diferente de lo estatal, pero público en cuanto a la promoción y defensa de derechos universales: un ingeniero mecánico que dejó su cómoda posición laboral para construir turbinas que dieran energía eléctrica a los pescadores en las orillas del Paraná con un costo bajísimo de mantenimiento, un biotecnólogo que rechazó ofertas para trabajar en el exterior y provee de saneamiento ecológico a sectores sin infraestructura cloacal, una empresaria de turismo que ofrece destinos no tradicionales donde el turista no sólo puede disfrutar de bellezas increíbles, sino también aportar recursos al desarrollo local.

¿Qué diferencia a este tipo de empresas? Las motivaciones. Hay vocación. La elección personal de construir una sociedad justa y fraterna se prolonga en todas las decisiones de la vida, incluida la vocación empresarial.

Una empresa social está, por naturaleza, orientada a la equidad y más aún, a la justicia. Lo que caracteriza a una empresa social no es solamente el colocar como fin de la misma a la persona en relación (y a la ganancia como medio para ese fin) ni tampoco la sola organización participativa y democrática dentro de la misma, sino también la superación de la contradicción entre interés propio e interés por los demás: es la lógica de la convergencia en la que cuanto más aporto al bien de mi comunidad más crecemos todos en humanidad".

No hay otro rumbo posible: la integración de la racionalidad ética con la económica, también en el contexto empresarial, se encamina hacia una visión del desarrollo como acción cultural que propicie espacios de vida más humanos y aporte a dotar de horizonte de sentido al mundo en el que vivimos..

Tomado de LA NACION (Argentina)