Por Alfredo Prieto
La Revolución cubana ha sido, históricamente, bastante conservadora en materia de alteridad y sexualidad. El expediente es conocido: empieza por aquello de sólo los cristales se rajan, los hombres permanecen de pie, pasa por los campos de la UMAP y por el Congreso Nacional de Educación y Cultura –ese que definió al homosexualismo como una patología social– y más tarde por ciertos decretos de la época de la institucionalización, en los que la alusión a la moral y las buenas costumbres constituye el inconfundible coletazo del viejo sistema de valores, muy pocas veces interrogado y por consiguiente puesto bajo el manto de lo sobrentendido. La sexualidad fue tabú o quedó confinada a la esfera de lo innombrable y lo estrictamente privado, sujeta a anatemas públicos debido al accionar de una moral heredada de España y persistentemente adherida a la conciencia de liderazgos que en muchos casos se formaron en las escuelas católicas, para bien y para mal. Y aunque de entonces a acá se han experimentado innegables avances en estos predios como resultado de la emergencia de nuevas generaciones, la crisis de los 90 y la interacción con el mundo, eventualmente salen a la superficie –tanto en el centro como en la periferia– ciertos coletazos que denotan el grado de penetración de esos (des)valores en mentalidades y actitudes.
Bayamo, en el oriente de Cuba, parece ser uno de esos bastiones conservadores, por lo menos visto a partir de ciertas decisiones tomadas de un tiempo a esta parte por sus autoridades. A fines de 2009 sancionaron o quisieron sancionar, por pornógrafos, inmorales, obscenos e indecentes, a un guionista y un realizador por transmitir en la televisión local el corto de ficción El grito, de la joven directora Milena Almira, producido por el Instituto Superior de Arte (ISA) y exhibido por el ICAIC durante la Séptima Muestra de Nuevos Realizadores (2008). Acaso el material podrá tener escenas consideradas fuertes –más en lo verbal que en lo estrictamente visual–, pero que en el fondo no son muy distintas a las mostradas por la propia televisión cubana en algunas películas del sábado. El mensaje parece consistir entonces en una especie de nuevo apartheid (los de afuera pueden abordar más o menos crudamente la sexualidad humana; los de dentro no), pero a mi juicio lo más importante no es eso, sino que la decisión tomada por esa burocracia denota una incapacidad total para trascender la apariencia y asumir la función transformadora y subversiva del arte, toda vez que con El grito se está en presencia de una sofisticada y chispeante crítica al machismo utilizando códigos deliberadamente choqueantes. (Se ha magnificado aquí la cáscara y arrojado la pulpa al latón de la basura). El corto fue considerado un material ofensivo y obsceno, que denigra la imagen de la TV granmense y atenta contra los principios morales de nuestra sociedad. Pero en todo caso, esto nos coloca ante la circunstancia de un país con dos políticas culturales: una para las élites intelectuales, la Cinemateca (y sus alrededores), y otra para nuestro pueblo trabajador. La historia no terminó con la exhibición de ciertas películas cubanas por TV al cabo de la llamada guerra de los e-mails.
Recientemente, en uno de esos escasos momentos en que mete las manos en la masa, la prensa cubana dio a conocer el caso de un ingeniero bayamés sancionado a la separación de su puesto de trabajo durante cuatro años por tener en una laptup un audiovisual de educación sexual. Según refiere el periódico Trabajadores, el ciudadano llevó su problema a las instancias laborales y legales, con el aval de una sexóloga y un abogado que se esmeraron en demostrar que no se trataba de pornografía (algo de lo que por otra parte no está exento el propio Bayamo, donde han juzgado y sancionado a varios ciudadanos por participar en redes de producción pornográfica) sino de un material referido incluso en una sección del diario Juventud Rebelde en la que se abordan temas de sexualidad. Cuentan que una comisión disciplinaria lo eximió de pornógrafo, pero dictaminó que el contenido del video era contrario al interés social y a las buenas costumbres, principios y valores éticos que caracterizan a la sociedad cubana. Finalmente, el tribunal municipal ratificó la sanción al ingeniero, que tiene dos hijas menores y una esposa con licencia de maternidad.
La mezcla de mojigatería y estulticia ha obrado en la localidad de los coches como el Espíritu Santo: soplando donde quiere. Hay que distinguir e hilar fino porque incluso de noche no todos los gatos son pardos (el segundo caso es, claramente, la gota que ha desbordado la copa). Mi conclusión es esta: el poder no tiene derecho a someter al ostracismo a las personas por sus propias incapacidades y por la acción de prejuicios hacia la sexualidad disfrazados de palabras políticamente correctas. Del crítico Gustavo Arcos es esta verdad: Si en pleno siglo xxi algunas malas palabras o escenas provocan tales desmedidas reacciones, es sólo una muestra de cuántos gritos quedan todavía por dar.
Alfredo Prieto, Ensayista y editor cubano.