Por Justo Planas
Dicen que Osmani García, La Voz, estaba en Canadá ese día de noviembre, día tres, 2011. Salió a disipar el invierno en nombre del “pueblo de Cuba”, llevaba en el maletín algunos de los éxitos más recientes de su álbum “El malcriao”, debían estar “Se me va la musa”, “El pudín” o “Ella es mía”, aunque, sin duda, el clímax del concierto estaba reservado para “Chupi-chupi”, cuyo videoclip ostentaba cinco nominaciones a los premios Lucas, únicos de su magnitud en el país.
Sin embargo, después de las 8 de la noche de ese 3 de noviembre las piedras de su destino en la nación comenzarían a rodar cuesta abajo cambiándolo todo. ¿Quién le hubiera dicho a Osmani García que no solo se quedaría sin premios sino también sin nominaciones? Se habría reído, quizás: “Las nominaciones no me las pueden quitar porque ya me las dieron… ¡y públicamente!” Pero sucedería.
Ese 3 de noviembre de 2011 entre las 6 y las 8 de la noche se transmitió varias millas al sur del frío Canadá, en una isla no tan templada, un programa de televisión habitual, la Mesa Redonda Informativa, dedicado aquel día a “Los desafíos de la cultura cubana actual”. Sin muchos rodeos, el entonces Ministro de Cultura, Abel Prieto, y el presidente del Instituto Cubano de la Música, Orlando Vistel, introdujeron el dedo en la llaga supurante del reggaetón y cayó en medio de aquella mesa “El chupi-chupi”, un incómodo pero contagiososofá donde los intelectuales del país se habían visto obligados a sentarse diariamente. Lo llevaban colgado en las orejas desde que ponían un pie en la calle, lo mismo si cogían un almendrón que un bicitaxi, incluso si se resignaban a la guagua terminaban sentados en aquella letra “de gozadera” que repetía “dame un chupi-chupi” en relación cada vez menos literal con ciertos caramelos exclusivos del CUC.
Tal vez los destinos de Osmani García, la Voz, no se habrían terminado de trenzar en su contra si no hubiera escrito inmediatamente una carta pública al ministro Abel Prieto donde defiende derechos muy propios de un sector a nombre de todo un pueblo. En respuesta, otro sector entró en erupción con una ya frecuente (y bien legítima) multitud de correos electrónicos y artículos de periódico. De forma convulsa e iracunda, generalmente a nombre del “pueblo cubano” y la “cultura nacional”, estos intelectuales hablaron sobre “El Chupi-chupi” y el reggaetón desde lo sagrado hasta lo divino (más de esto último, claro está). Continue reading