Por Armando Chaguaceda
A Isbel, alma noble y valiente
En su magistral obra “Historia de Europa”, el historiador soviético Eugenio Tarlé describió al káiser alemán Guillermo II definiéndolo como alguien que deseaba ser “en cada bautizo el recién nacido, en cada boda la novia y en cada entierro el difunto”.
Semejante retrato parece reflejar hoy, dentro del la esfera pública cubana, a quienes – ligando el afán de protagonismo, la incontinencia verbal y la satanización del criterio ajeno- enjuician a sus compatriotas con caricaturizaciones de poco calado analítico y nulo reconocimiento ético.
Durante las pasadas semanas, varios colegas, dentro y fuera de la Isla, hemos sufrido la agresión de semejantes personajes en diferentes foros y medios del ciberespacio. Desde las antípodas del espectro ideológico, profesional y geográfico, “luchadores anticastristas” o “revolucionarios auténticos” han cuestionado la legitimidad de otras personas que -desde posturas plurales y transparentes- impulsan iniciativas de consenso, con respeto a la soberanía nacional y los derechos ciudadanos -como el Llamamiento urgente por una Cuba mejor firmado por centenares de ciudadanos cubanos, a inicios de agosto-[ii] o animan espacios de reflexión y activismo como Espacio Laical, Estado de Sats y Observatorio Crítico.[iii] Cultivadores de la realpolitik o intrigantes de oficio, “marxistas” dogmáticos y anticomunistas furibundos coinciden en torpedear el trabajo, personal y colectivo, de quienes creen que otra Cuba mejor es posible y que se labra con el aporte, plural y democrático, de sus hijos.
El síndrome del Káiser se articula con una lamentable tendencia que parece cobrar fuerza dentro de nuestra esfera pública -la cual he abordado en un texto reciente[iv]– bajo la forma de teorías conspiranoicas. Según estas miradas, gente de procedencia y horizontes muy disímiles tendrían la absurda capacidad de coincidir en ataques perfectamente ordenados contra una institución concreta. Y actuarían siempre con móviles ocultos, bajo los auspicios de cualquier fuerza oscura, seguramente bajo los influjos de Lord Valdemor y sus conjuros.
Cuando no se acusa a alguien de conspirador o traidor, se le clasifica benévolamente como “ingenuo” o “políticamente inmaduro”. Lo curioso es que con estos juicios se acercan las posturas de quienes desde la derecha critican a los promotores de la participación ciudadana y la regulación del mercado como componentes para la necesaria democratización de Cuba y de aquellos burósofos que amenazan, con el poder administrativo y represivo de las instituciones, la integridad de quienes disienten dentro del país. Continue reading