Por Isbel Díaz Torres
Dos de los más grandes poetas cubanos vivos se pelean hoy en público. Yo, que estoy en ese público, estoy tan adolorido que ya no sé qué pensar.He sido seguidor de Silvio desde siempre. Cuando estudiaba en el preuniversitario, quien era mi novia me prestó un cassette, y fue la primera vez que escuché sus canciones. Antes era solo un cantante que ponían en la TV en las fechas patrióticas, o en las bocinas de los actos políticos.
Pero penetrar en la obra de Silvio Rodríguez fue para mí un renacer. Los atrevimientos de este hombre con su voz tensada al máximo, su postura antipática y seca, el fino humor de sus canciones, la rabia casi infantil de algunos textos, la profundidad filosófica de muchos otros, me marcaron para siempre.
Eso fue en el pre. Siempre he pensado que allí conocí la poesía a través de tres personas: Silvio, Vallejo, y mi novia de entonces.
Pablo, el que hoy considero el verdadero Pablo, llegó después. Y llegó al revés. Fui queriendo más a Pablo a medida que fui descubriendo sus cosas viejas. Sus grabaciones con el gran jazzista Emiliano Salvador, sus versiones de temas de la trova tradicional, sus dúos ocasionales.
La primera canción que toqué en la guitarra fue “Yolanda.” por lo sencilla y hermosa. Sus temas no se metían en los extraños acordes de Silvio, llenos de bemoles y sostenidos. Y la voz de Pablito está quizás entre lo mejor que ha podido presentar un cantante cubano masculino. La increíble afinación, el amplio registro y cálido timbre de este hombre, hace estremecer a cualquiera, incluso sin necesidad de acompañamiento musical.
Es cierto que siempre preferí a Silvio. Ese ha sido tema de acaloradas discusiones en círculos de amigos, con y sin tragos de por medio. Continue reading