Por Lourdes Rojas Terol
Confieso que soy atea. No hago proselitismo de eso, respeto todo tipo de creencias, pero soy decididamente partidaria de que el Estado debe ser laico. LA REVOLUCIÓN que sostiene el estado cubano no es lo que dice el concepto de Fidel (que no es el concepto de LA REVOLUCIÓN, sino el de revolución, sin artículo), no es un proceso de cambio, es un objeto de culto, con la correspondiente religión.
Como tal tiene sus santos y sus demonios, sus devotos y sus herejes. Igual a cualquier otro ente suprahumano, a LA REVOLUCIÓN se le cantan alabanzas, se le agradece el pan de cada día y, cuando no hay pan, se considera que algún fin se propone que no tenemos por qué conocer, los designios de LA REVOLUCIÓN son inescrutables. Se le piden cosas y se espera que, en algún momento, las oraciones de sus devotos sean escuchadas.
Para ser un devoto es preciso pertenecer, al menos, a una congregación, aprenderse los himnos y los salmos, conocer a los patriarcas y seguir a los pastores. El grado de devoción se mide por la participación en las actividades de la congregación. Los devotos practicantes tienen más oportunidades a que sus oraciones sean escuchadas y acceder a un teléfono, una ventana de aluminio o un viaje al exterior. Continue reading