Por Ramón García Guerra
Espero que la amistad no se lastime. Siento que criticar a los compañeros de lucha es difícil. Pero está en juego el destino de un pueblo.
Pactar una política de democratización con la derecha es un suicidio. La táctica en cuestión nos demuestra la miopía de sectores de la izquierda que no advierten que al pactar una “democratización” con el capital serán reconducidos al punto de partida: es decir, al estado de alienación que antes produjo el socialismo de Estado al interior de la sociedad. En tal caso, ¿sería mejor que luchemos por lograr un corrimiento hacia la izquierda desde el centrismo que adopta el gobierno cubano? Porque dicho centrismo es acaso la expresión de una totalidad que debe ser subvertida.
Definitivamente, una muerte anunciada se consuma: La “política de colaboración crítica” de estas izquierdas –traducidas en estado de impotencia– justifica hoy alianzas tan absurdas, vergonzantes y estériles como las adoptadas con la derecha.
Las alianzas que adoptan estas izquierdas son una política oportunista a todas luces, como también se entiende que nos acusen de sectarios. Defendiendo sus posturas estos compañeros se refieren al fracaso de las estrategias de subversión entre las izquierdas radicales de todo el Continente. Sin embargo, los grupos de izquierda radical que espolean a los gobiernos de centro-izquierda en América Latina –sic. Ecuador, Venezuela y Bolivia–, entiéndase, han estado pecando no por la mala orientación de sus luchas sociales sino por las carencias que afectan a su proyecto y que debilitan sus posiciones en la política.
Los que pactan con la derecha en Cuba se debilitan al dar crédito de una solvencia y una eficacia que no tiene la misma. Politiquean. Digámoslo de un tirón: La derecha no tiene un proyecto de país que resulte viable ni tampoco es una fuerza política que pueda modificar a fondo la realidad. Especula con un sentido común enfermo y con las políticas fallidas del Estado. [Los cubanos en su mayoría son opuestos al capitalismo de Estado que defienden el centrismo y la derecha.] La derecha se resiste al debate público con la izquierda radical y este hecho nos revela la orfandad de ideales de que padece la misma. En cambio, las críticas más fecundas que la derecha hace al régimen han sido tomadas del arsenal de argumentos que emplean los radicales. Nadie ha hecho críticas tan severas y sustanciales en contra del Estado burocrático policial en Cuba como las endilgadas por los radicales.
Los radicales de izquierda han dejado sin argumentos a la clase política y una masa crítica ha crecido en el país como resultado de estas luchas. Incluso la clase dirigente en Cuba ha debido de plagiar el discurso de los radicales para obtener una mayor legitimidad hacia el interior de la sociedad. Entonces, ¿tiene algún sentido dar marcha atrás para hacer la política de la derecha? Precisamente los radicales de izquierda pueden hoy mismo echar adelante un proceso de democratización que nuestra clase política sería incapaz de realizar.
Los radicales han sido los responsables del cambio en la hegemonía cultural que ha sucedido en la última década. Estos han ganado la batalla de ideas. Ahora bien, ¿acaso estos ideales de libertad serán traducidos en acción política eficaz que subvierta la totalidad del orden existente? La reforma a la Constitución hoy se impone. Pero esta última será la consecuencia del modelo de sociedad que se adopte.
Somos un pueblo audaz, inteligente y sagaz que recupera la confianza en sí mismo. Pensémoslo dos veces. ¿Cambiar la jaula por la selva? Desde la derecha, ¿qué tipo de sociedad nos hará libres? ¿Aquella en donde cada quien abre su negocio y explota su parcela sin dañar a los demás? ¿Resultará esto último un régimen de equidad en donde se distribuye entre todos la riqueza colectiva a partes iguales? La multitud de talleres y granjas pequeñas que imaginó José Martí, ¿serían hoy viables? Tampoco la nueva burguesía cubana se siente hoy atraída por el proyecto de país que añoraba la burguesía nacional subalterna de las décadas de 1940-1950. Estamos en otro mundo.
Discutamos en público el proyecto de sociedad. Pero aún más. Pongamos las agendas políticas en discusión.
Podemos tener en la agenda una infinidad de temas en común sin llegar a coincidir estos en el contenido ni en los métodos a emplear en medio del proceso en cuestión. El modelo de democracia que adopten los libertarios, por ejemplo, traerá inscripto en sí un decálogo de derechos y deberes, lógicas procesuales y éticas conductuales, etcétera que harán la diferencia con aquellos que sostienen y/o defienden al régimen autoritario vigente (centrismo y derecha, ambos incluidos). Pensemos, por caso, en los condenados de la tierra. ¿Cuál será el modelo de democracia que logre integrar al 70% de los habaneros que dedican todo su tiempo a hacer trámites legales o buscar qué comer? La política es para ellos cosa de los políticos. ¿Cuál será el modelo de democracia que los interesará por la cosa pública? ¿Constituye este un tema de la derecha?
Desde el diseño hasta la instauración del mismo, el modelo de democracia estará –hecho a imagen y semejanza de la derecha– plagado de mecanismos y espacios que acabarán por cerrar puertas ante las clases oprimidas. Sucede que el régimen autoritario reinante ha afectado el programa mínimo de este sector de la izquierda, para acabar este último por comulgar con el pliego de demandas que plantea la derecha. [¿Alianzas que comprometen el proyecto?] Considero que la izquierda en Cuba tiene la capacidad suficiente para subvertir el orden existente sin apelar a alianzas con la derecha.
Para la izquierda radical, en tal sentido, la adhesión y/o participación en políticas afirmativas (negritud, culturas emergentes, etcétera) de sectores excluidos en la sociedad –por ejemplo– no implica un recorte del horizonte de luchas sociales; sino, por el contrario, resulta un registro de realidades más concretas y vitales que acabarán siendo articuladas en un proyecto libertario de nueva sociedad. Precisamente este hecho signa la política de alianzas de los radicales. Ciertamente, la política de alianzas de los radicales de izquierda parte del reconocimiento de cierto potencial entre tales movimientos en función de la subversión de la totalidad del orden existente. Siempre que, por supuesto, tal acción política resulte en la superación del carácter reivindicativo y puntual que identifica a los mismos. Luchamos por el buen vivir, la plenitud de las personas y el libre albedrío en la sociedad.
¿Banderas que hondean? Sí. Equidad, solidaridad, libertad.
La política de la izquierda radical está fundada en un programa mínimo que el centrismo y la derecha han calificado de utópica. Pero la línea de lo posible no es tan breve.
Criticamos el recorte del proyecto que se justifica con un “realismo” poco realista. La diáspora nos muestra su altruismo con una economía de remesas y la derecha pro capitalista, en cambio, habla de lo bueno que sería otorgar un mayor espacio a la inversión privada… de los millonarios cubanos. Los sectores de la izquierda en cuestión, asimismo, sugieren coperativizar la economía. Colocan de alfombra al mercado. La realidad niega esta arquitectura de segunda mano. Pensemos en economías sin mercado: trabajo doméstico, remesas y fondos de consumo. (Suman una economía aún mayor que la economía oficial: estatal, mixta y privada.) Entonces la solución que sugieren estos compañeros es bailar al ritmo del mercado. Siendo este una excepción ellos lo convierten en la norma: mercado, mercado, mercado…
[Personalmente, invito a retomar el debate sobre la vigencia de la ley del valor en Cuba.]
Dejemos atrás la retórica de la autogestión, el cooperativismo, etcétera que bien poco –o casi nada– tiene que ver con el sentido y alcance del concepto de trabajo libre asociado que empleó Carlos Marx. Denunciamos las actitudes que rehúsan la discusión del dilema ideológico-cultural que significa la cosificación de las relaciones sociales y, sobre estas bases, imaginan un escenario de actores económicos plurales que concurren al mercado en igualdad de derechos.
¿Podríamos obviar al mercado sin afectar la viabilidad de la nueva economía? Esto será algo imposible para estos compañeros pues no existe otro mecanismo social a cambio y la presencia del mercado (milenaria) prueba que dicha estrategia es un gran absurdo. Creemos que la solución se hallaría en la política de empoderar a la comunidad para facilitar el ejercicio por aquélla de su derecho a hacer sociedad y, asimismo, reducir al mercado a formas de reproducción simple (M-D-M) que facilite el predominio de los valores de uso por encima de los valores de cambio. Estamos por un modelo de economía a escala humana de bajo impacto ecológico.
La cuestión de la economía no es solamente cómo organizar sino también cómo administrar la misma. Hablamos de democratizar la economía. ¿Cuáles serían los cambios por realizar en las estructuras de poder para asegurar la autogestión popular en toda la economía?
Empecemos por plantear una idea-fuerza: el pueblo es el soberano y el Estado es un servidor.
Comentemos ahora la falta de responsabilidad civil del Estado contra la sociedad. Intentemos hallar una solución a este dilema. Según el modelo institucional actual la acción correctiva debe partir de las organizaciones de masas que son representantes de la sociedad ante el gobierno. Pero se hallan estatizadas estas ONGs. Los radicales de izquierda hablan de las potencialidades que estas instituciones de base aún conservan y hablan de reciclarlas. Debemos de regresar al punto del camino en donde se extravió la causa libertaria.
Veamos de cerca la cuestión.
El modelo de democracia que instituyó la revolución en la década de 1960, precisamente, resultó ser la mejor oportunidad para fundar una “sociedad coherente y bien articulada” a partir de un régimen de estadolatría –según la definición de Gramsci–. Específicamente, hablamos de aquel gobierno de los funcionarios al que fuimos convertidos todos los cubanos. [Organizaciones sociales paraestatales.] Serían los ideólogos del obrerismo los encargados de hacer abortar el autogobierno de las clases populares. Sin embargo, las buenas lecciones no se reducen al período que media entre 1959 y la fecha. La segunda república cubana (1940-1958) fue pródiga en experiencias dadas entre las clases populares en relación con prácticas de auto-organización en las esferas de la producción y el consumo.
[Precisamente esto explica la admiración por el estado social rooseveltiano que siente y confiesa Fidel Castro. Partiendo de su autoritario ideal estadocéntrico las formas de autogobierno popular –todas en ciernes– requieren ser reemplazadas por un mayor intervencionismo del Estado en la vida cotidiana de la sociedad. Conocemos cuáles han sido los resultados al ser llevadas estas ideas al colmo: ninguneo, multitud de autoestimas dañadas, etcétera.]
Yendo más allá de aspectos puntuales que puedan ser tomados a partir de experiencias dadas en otras épocas, la mejor lección sería la de entender que se necesita una tercera revolución del estado social en el mundo. [Bismark, Roosevelt…] Y sólo la utopía del socialismo libertario trae en su vientre la dicha.
Aquellas formas de “autogestión” que apuestan por el libre juego de un montón de Pymes, todas iguales, –que regidas por las leyes del mercado nos deben de conducir al reino de la libertad– no hacen más que ahondar la fractura de la sociedad. [Fundamento
del sistema de dominación política que rechazamos.] Para hablar claro: Eliminar el trabajo salariado no cancela esa zoofílica aberración moderna que sería el tratarnos como si fuéramos cosas que pueden ser intercambiadas según una lógica de equivalencias en el mercado. (Una actitud que en nada se distingue de la del capital.) Constituir un mundo de trabajo cooperado sin superar la mercantilización de la vida cotidiana –y aún no hablo de eliminar el mercado en este punto– sería llevar a la sociedad a un estado de autofagia. Sería un trabajo asociado, sí; pero en nada libre. Sindicados para reproducir al capitalismo.
Los políticos que fueron reciclados como empresarios en los países socialistas de Europa central y oriental, curiosamente, tenían la misma visión de la política que estos compañeros que ahora se enredan en alianzas con la derecha. Los dogmas que sostenían al socialismo real acabaron por convertirse en piel de zapa. [Dogmas que resurgen mil veces desde el abismo con el empleo en la transición socialista de las armas
melladas (legado del capital).]
Pecamos en la izquierda al ser ingenuos. Subvertir el régimen autoritario con la democracia no resultará en la pacificación de la sociedad sino en la abrupta multiplicación de los escenarios de luchas sociales. Los socialistas institucionales han hallado la solución con la instauración de un Estado de derecho. Establecer un límite al poder regio resulta en Cuba, ciertamente, una condición para la democratización más radical de la sociedad. Pero este enfoque jusfilosófico llevado al extremo nos conduce al normativismo que practicó el Estado obrerista (1971-1989). Las formas de autorregulación de la sociedad –morales, culturales, etcétera– serán el fundamento del proceso de reproducción de estas últimas en el tiempo. Los sistemas de administración de justicia que se desconecten de estas realidades, y se sostengan en ordenamientos jurídico-legales en exclusiva, están condenados al colapso.
Consideremos las políticas de Estado al respecto de las academias y los tribunales.
La política de politización de los tribunales y de despolitización de las academias –que fuera adoptada por el Estado cubano en cinco décadas–, resulta de una carencia ideológico-cultural que afecta al sistema de instituciones del Derecho (1) visto de conjunto. Estamos ante un sistema jurídico-legal que no alcanza a integrarse en formas autogobierno popular que resulten más realistas y eficaces. [Sociología del Derecho.] Las políticas de Estado son al respecto el mayor obstáculo que se interpone ante el proceso etnocultural cubano, puesto que éstas distorsionan la relación entre sociabilidad y civilidad al negar la singularidad de los sujetos sociales. [Derecho a la diferencia.] Significa esto que toda reducción institucionalista que afecte a esta ecología: es regresiva (2).
Creemos, junto a Martí, entonces, que “con los oprimidos [hay] que hacer causa en común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores”.
La brecha de iniquidad que abre el formalismo kelseniano en contra del proyecto de nueva sociedad, por ejemplo, amplía el sentido tecnocrático del derecho y facilita la despolitización del mismo. [¿Quiénes son servidos con la despolitización del Derecho en medio de la revolución?] Los desafíos libertarios que plantea el proyecto ante el derecho serán escamoteados por el despotismo que, según Marx, puede darse momentos democráticos (como sería una consulta popular o incluso, una democracia deliberativa –llegando al extremo–) sin resultar siquiera inconsecuente consigo mismo. Distanciarse del fallido normativismo soviético no debe hacernos retornar al formalismo kelseniano que logre justificar el modelo técnico-jurídico que asegura la realización del proyecto de nueva sociedad.
¿Democracia como tecnología? No. Democracia para liberarnos.
La solución política será institucionalizar un Estado de derecho. Insuficiente. Creemos que el dilema del Derecho en Cuba es más que político. Filosófico. ¿Sobre qué filosofía del Derecho se sostendrá el sistema jurídico-legal en el futuro? ¿Democratizando el republicanismo? [¿Acaso la república de Martí?] Ciertamente, desde esta ideología se pueden lograr avances que nos aproximen a la solución de este dilema. Pero… Pensemos en rescatar el derecho consuetudinario de los pueblos más allá de la tradición occidental que signa nuestro sistema de derecho. [Hablo de ampliar el visor. Estudios de antropología jurídica.]
Cuando estos estudios sean hechos, entonces, mapas afectivos y experienciales saldrán a flote. Pensemos en el fondo emocional del disenso en la sociedad. Experiencias de ninguneo, negación de la otredad, castración de las ilusiones… Recordemos: los marielitos. Detrás del tirano que atropelló al infeliz está un sistema que se sostiene dando golpes a diestra y siniestra. Después de cinco décadas de cachumbambé el tirano ha devenido en víctima. Posiciones que se suceden una y otra vez hasta devenir en una tiranía sin tiranos, según nos advierte Hannah Arent. Entender que detrás del tirano hay un sistema nos sería tan necesario hoy como el advertir que detrás del LÍDER hay una nomenclatura y que ésta sostiene un status quo (equilibrio) que hunde en el marasmo a la sociedad.
¡Ojala la solución fuera tan sencilla! Bastaría con sacar del cargo a dos o tres personas. Pero la realidad es terca.
Construyamos mapas afectivos. Porque… Efectivamente, no fueron las ideologías las que salvaron a los pueblos, –aclara Ernesto Sábato– sino las estúpidas esperanzas de las gentes, ese “heroísmo cotidiano frente al infortunio”. ¿Quién dio la medida del repliegue del socialismo en la década de 1990: acaso los decretos del gobierno entre octubre de 1993 y junio de 1994 o el pueblo con sus estrategias de sobrevivencia entre 1991 y 1993? ¿Cómo se explica que la solución no fuera renegar del socialismo sino el adoptar la autogestión social como solución para enfrentar el fracaso del régimen? ¿Cuál será el nombre que daremos a este magma de pueblo? Socialismo libertario. Sociedad en donde cada quién hace libremente su vida y cuida de los demás.
Las alianzas que aceptan los libertarios son aquellas que contribuyen a desatar el potencial que contiene ese magma de pueblo. La solución del dilema cubano no se hallará entre liberales, socialdemócratas o comunistas. Ideologías que están siendo empleadas como simples disfraces (3) que ocultan el egoísmo, el elitismo y el racismo de aquellos que levantan estas banderas.
¿Democratizar la sociedad?
Las luchas sociales que dentro del régimen autoritario han sido cumplidas, mañana –bajo una democracia a todas– dejarán de ser retorcidas. Crecerán de manera exponencial hasta alcanzar un momento de inflexión. Será este el momento de las nuevas leyes. Sucederá esto cuando se establezca la cultura ciudadana que los socialistas institucionales han venido defendido de manera justa y acertada. Emergerá un escenario de libertades. Debemos de advertir, en tal sentido, que tanto el legalismo como el economicismo no serán la solución. Entendamos que estos procesos son sustanciales. La política de (des)politización del Estado ha convertido al formalismo kelseniano y el dogmatismo estalinista en instrumentos del régimen que justifican desde la exclusión hasta la autocensura en la sociedad.
Debemos ser creativos.
Definitivamente, la política de alianzas que adoptan ciertos sectores de la izquierda en Cuba en nada facilita la creatividad que nos exige el cambio de época al que asistimos. Los ideales que defienden estos compañeros de lucha no son errados (4). No. Sólo que tales ideales se quedan a mitad de camino. ¿Qué les diría? Falta dar un pasito. No más. Sugerimos un giro epistémico. Pongámonos del lado de los oprimidos. Desde esta atalaya la realidad tiene otro color.
Esta es la hora de los hornos.
Santa Fe, Ciudad de La Habana, Cuba: 12 de septiembre de 2012.
NOTAS
1. Principios del Derecho. ¿Criminal o inocente?… hasta que logres probar lo contrario.
2. La ecología del proceso regulatorio societal –que refería en dicho artículo– resulta muy simple: “La dialéctica que tal sociedad política producen en dicho empalme [etnocultural/éticosocial] tendría dos extremo: a) socialidad-sociabilidad, y b) legalidad-legitimidad; que, desde lo éticosocial y lo etnocultural, en cada caso, serán puntos que tensionan y activan a la sociedad política”. Ramón García Guerra: “Légalité Gruyère. La actual constitución del país”; http://www.kaosenlared.net, mayo 17 de 2008.
3. Contamos con liberales y socialistas ilustres en nuestra historia. La tradición libertaria cubana debe muchísimo a estos compatriotas nuestros. Desde Varela hasta Mañach. Pasando por Martí. ¿Qué decir de Ramiro Guerra o Fernando Ortiz? Lástima que sea menos conocido el aporte de los anarquistas cubanos. Incluyendo a Julio Antonio Mella entre aquellos.
4. ¿Desconfían de las fuerzas de las izquierdas?