El enemigo, el contrario y las leyes de la dialéctica

Por Pedro Campos

El contrario no es enemigo”, un escrito del joven filósofo cubano, Boris González, lleno de preocupaciones sobre la situación actual y perspectiva de Cuba, me inspiró este artículo.

De acuerdo con las leyes fundamentales de la dialéctica (1- la conversión de los cambios cuantitativos a cualitativos, 2-la unidad y lucha de contrarios y 3-la negación de la negación), todo fenómeno atraviesa por un proceso de desarrollo en que estas leyes se manifiestan en relación interdependiente.

Los cambios cuantitativos, en su acumulación, generan cambios de calidad que van siendo cada vez más trascendentes y estos cambios se van dando a través de la unidad y lucha de contrarios: de lo viejo por perdurar, de lo nuevo por predominar y de hecho en cada cambio cualitativo, por pequeño que sea, hay una negación del estado anterior de ambos sujetos.

Pero muy importante: esa lucha se da en “unidad” –como categoría filosófica-, que no quiere decir igualdad, identidad ni mucho menos unanimidad, si no participación conjunta desde distintas posiciones. Esa lucha en “unidad”, que encierra intercambio, no puede realizarse desde la separación, desde la ruptura total. La ley se denomina unidad y lucha de contrarios, no por gusto. Continue reading

Defensa de la Utopía

Por Ramón García Guerra

SUMARIO

La crítica que recibió mi artículo La causa libertaria en Cuba, hace que precise mi análisis al respecto de la política de UNIDAD –o frentista– que animan los socialistas democráticos en Cuba ante un enemigo en común. (¿Estatismo o castrismo?) Empezaré por quitar de en medio la hojarasca. Discreparé con la socióloga Marlene Azor Hernández en puntos específicos y trataré de dialogar con un libertario de mil batallas: Octavio Alberola. Después me ocupo de identificar los desafíos de los socialistas en Cuba de frente a la transición.

DIATRIBAS (ACASO) ERRÁTICAS.

Deficiente el artículo dada “la ausencia de posibilidad de que la voluntad popular no sea en la dirección de [la] plataforma” que ofrece el mismo.

1. Epistémicamente, usted sufre de empacho libresco en tal caso –fruto de leídas de última hora–. Indigestión que hace evidente en su crítica a mi artículo. [Cuando tan magras lecturas hayan llegado al giro decolonial –sic. Ramón Grosfoguel y otros– (dado en las academias del NORTE), entonces, podré hablaros de Nicolás Guillén Landrián y Sara Gómez –o acaso de subalternistas y poscoloniales auténticos, como: Martí, Mariátegui o Fanon–.] Desde luego, hallo correcta la observación de Octavio Alberola en este punto. Precisando, usted debió de consultar el gráfico que había insertado en el artículo. Las fuerzas que alientan dicha “plataforma” se deducen de las bases sociales que sostienen la causa libertaria en Cuba. Entonces no será difícil dar cuentas de que –con las viseras– hablo desde adentro y desde abajo con el pueblo cubano.

“Y como estrategia política discursiva no me parece feliz definirse a partir de criticar al hermano ideológico más cercano”.

2.   Empecé así mi artículo: “Este estudio no personaliza el objeto de crítica”. Usted hace tal cosa ahora. [Debería de revisar los artículos de su autoría en relación con las críticas a nuestros “hermanos ideológicos” hechas en estas páginas (Observatorio Crítico).] ¿Acaso me ha medido con su vara? Sugiero mirar todo desde otro ángulo. Precisamente, la fuerza de la izquierda está en debatir sus diferencias en público sin miedo a errar y rectificar. ¡Quién dijo que le hacemos el juego al enemigo al debatir las diferencias en público! Cuando recién se había alfabetizado este pueblo, abrirá el Che Guevara un debate sobre la vigencia de la ley del valor en la transición al socialismo, entre otras cosas, porque hacer la revolución no es tarea de elegidos sino drama de multitudes. Nada en los salones sino en las calles. Porque a todos compete hacer la sociedad. Continue reading

El camino difícil

Por Rogelio M. Díaz Moreno

El otro día me referí al error de perseguir la unidad entre las posibles fuerzas progresistas mediante el uso de métodos estalinistas. Con esto no quise decir que la unidad no sea un recurso de un valor excepcional, o que no constituya un poderoso paradigma al que se debe aspirar. Si bien es cierto que sacrificar la democracia y las libertades, en la aspiración de alcanzar una solidez monolítica, es un soberano disparate, esto no hace sino destacar la importancia y necesidad de emprender otro camino que conduzca a la verdadera integración de los elementos revolucionarios, solo que este otro camino es mucho más difícil.

Si para muestra basta un botón, me voy a quedar con el ejemplo único de la Alemania de los años 1920 y 1930, cuando la desunión entre socialistas y comunistas permitió el ascenso al poder de las hordas nazis, con las trágicas consecuencias que ello trajo para casi todo el mundo. La lógica coordinación de esfuerzos entre los dos partidos proletarios se vio bloqueada por el estalinismo, tendencia mortalmente totalitaria y dominante entre las filas de los comunistas de aquella época.

En los párrafos que escribo a la carrera a lo mejor falta un análisis filosófico o antropológico más profundo, y me disculparán los que no encuentren profundidades eruditas. Tal vez apenas llegue a la posibilidad de notar que si A es mayor que B, y B mayor que C, A debe ser mayor que C, pero guardo cierta esperanza de que eso ya constituya un bloquecito para apuntalar consideraciones de otras personas, estimular un poco el pensamiento, empezando por el mío propio, y además las críticas me ayudan mucho a contemplarme desde otros puntos de vista.

Entonces, la unidad la veo como uno de los medios que permiten alcanzar fines. Obviamente no puede ser un fin en sí, no al nivel de bienestar material o espiritual, o de calidad de vida, o de medio ambiente, o de justicia social, que para un humilde servidor deberían ser los propósitos últimos de las sociedades no establecidas para la satisfacción del egoísmo de sectores particulares. Es un medio complicado, eso lo sabemos, importante y poderoso; toda un arma de dos filos.

Con la confusión lógica de ver el meollo muy de cerca, y con todas las interpretaciones interesadas de la historia que presentan los bandos en conflicto, me pareció que a partir de la década de 1970, en nombre de la unidad, se cometieron en Cuba graves errores que constriñeron mucho el desarrollo de las personas, del pensamiento y del país en general. Sin que la década anterior, marcada por conflictos mucho más calientes de la lucha de clases, hubiera estado exenta de problemas, se podría destacar que hubo polémicas entre intelectuales revolucionarios; que hubo revista Pensamiento Crítico; que del discurso de Fidel Castro Palabras a los intelectuales se deducían unos espacios de libertad mucho mayores que los que tiempos más tarde se establecerían (incluso un guiño explícito al sueño anarquista de extinción del Estado); que en otra intervención casi tan famosa como aquella, el mismo orador increpó a los que pretendieron escamotear el contenido religioso del ideario del líder estudiantil José Antonio Echeverría, entre otros momentos cuyo significado, lamentablemente, no perduró más.

En todo caso, me interesaría superlativamente conocer sobre las dificultades y posibilidades de que una unidad de personas libres estuviera a favor de los movimientos progresistas y no de la derecha conservadora, como más de una vez pareciera estar.

Se cae de la mata que para que la unidad esté a favor de estas fuerzas, hay que ejercitar la humildad, como invita persuasivamente Paulo Freyre. Nadie debe creerse poseedor de la verdad absoluta sino, cuando más, alguien que puede aportar un poquito de buena voluntad a un empeño común. Debe reconocerse en los demás la capacidad de enriquecer ese proyecto común con sus ideas, sus fuerzas, sus contradicciones, en igualdad de derechos y deberes.

Ya tengo una pista de por qué es tan difícil.

Obviamente, deben conocerse a fondo las características, ventajas y desventajas de la posición particular con la que más afinidad se alcance, si más profundamente ecológica, o si más libertaria, o si con pautas espirituales, o marxistas, o las que fueren. Si se conoce un poquito de las demás posturas, o no se conoce nada en absoluto, no se debe rellenar los espacios vacíos con prejuicios ajenos u opiniones preconcebidas con ligereza: es mucho mejor aplicar la sabiduría de escuchar a sus propulsores sobre algo de lo que ellos deben saber más.

Al final, se supone que cada matiz ideológico dentro de la corriente izquierdista, debe compartir fines últimos semejantes para este servidor, la construcción solidaria del bienestar colectivo. Por lo tanto, cada tendencia debe ser capaz de demostrar que su iniciativa, por cualquier camino que se pretenda, acerca más de lo que aleja ese fin. Así que, si esta capacidad se cumple, cada una de las tendencias autónomas debe estar feliz de cooperar con las demás en adelantar por esos caminos. Un día la corriente marxista puede tener una sugerencia más afín con la situación particular de ese momento y lugar; otro día pueden ser los libertarios; probablemente se evidencie con frecuencia la necesidad de atacar lacras discriminatorios de la sociedad en construcción; en otro momento puede que todo el mundo tenga que pararse frente a preocupaciones de carácter ecológico y no dar otro paso hasta que no se resuelvan ciertos problemas, y así sucesivamente. Nadie se debería irritar por ello, ya que nadie posee la verdad absoluta, y se ejercitará la capacidad de encontrar el valor de lo que cada colega pueda aportar.

Los grupos que no sean capaces de practicar esta dialéctica no estarán demostrando sabiduría. Con ellos no se podrá construir una unidad legítima, sino apenas un régimen de ordeno y mando, que ineluctablemente degenera en un totalitarismo que confunde fin y medios, y termina legitimando la nueva aristocracia de los que saben cómo dirigir mejor a las masas.

Obviamente, cada corriente debe tener plena libertad para defender su criterio y exponer, respetuosamente, qué ventajas le ve por sobre las otras posturas. Y para investigar, en la historia y la sociedad, el efecto de cada causa. Así progresa la ciencia y sirve de mejor fundamento al arte de la ciudadanía. Cuando el nivel de sabiduría crezca un poquito más, sabrán integrar los mejores elementos de cada grupo dentro de sus propias proyecciones, y reconocer la ganancia neta que con ello se conseguirá. Igualmente obvio es que, en última instancia, algún agente tendrá que jugar el papel de árbitro para decidir, entre las distintas corrientes o ideas lanzadas al ruedo, cuál deberá prevalecer por el momento. Si algún filósofo no ha pensado todavía que este papel de árbitro solo pueden hacerlo, a través del ejercicio democrático, las personas informadas de un pueblo consciente, entonces le conmino a que siga pensando.

El camino fácil

Por Rogelio M. Díaz Moreno

Entre los libros que he estado leyendo estos días, hay uno donde Fernando Martínez Heredia (El ejercicio de pensar) bosqueja las transformaciones en la política del país en el cambio de década de los 60 hacia los 70, marcados por el fracaso de la zafra de los 10 millones, el consiguiente estrechamiento de los lazos de Cuba con el CAME y la inevitable deriva y costo político que correspondió a estas transformaciones.

La década de los 60, para quienes la vivieron y nos hablan de ello, fue una etapa que conoció los episodios más agudos de la lucha de clases en nuestro país en el tránsito desde el capitalismo anterior hacia el actual sistema con desembarco mercenario por Girón, Crisis de Octubre y Lucha contra Bandidos incluida así como también un rico intercambio de ideas y debates y polémicas sobre el tipo de sociedad que se podía construir. Eran los tiempos de contra la revolución nada y dentro de la revolución todo. Se recordarán las discusiones entre Carlos Rafael Rodríguez y el Ché, y también se suelen citar los trabajos en la revista justamente donde trabajaba FMH Pensamiento Crítico. El Ché, que era cualquier cosa menos libertario, mas que admitir, promovía no obstante que se plantearan y defendieran, siempre entre revolucionarios, las opiniones y discrepancias de cada cual, o al menos eso cuenta gente como R. Fernández Retamar, Aurelio Alonso, etc. Y si una implementación con ventaja en un momento dado, chocaba con malos resultados, se esperaba tener el coraje para cambiarla en cuanto sucumbiera ante el peso de la crítica, por otra corriente que también se inspirara en los ideales de un pueblo trabajando en colectivo por su bienestar.

Ah, qué tiempos aquellos.

Paradójicamente cuando pasaron esos tiempos más agudos de la lucha de clases, o sea cuando entramos a los ´70, entonces, en nombre de la unidad ante el peligro de la agresión del enemigo, como cuenta Martínez Heredia, se escogió el camino fácil y se desestimuló este rico debate de la década anterior. No, mal dicho, no se desestimuló, se reprimió simple y llanamente. Que lo digan los intelectuales parametrados, los estudiantes, maestros y demás profesionales separados de sus centros de trabajo o estudio y mandados a Guamuta por tener opiniones o posturas o actitudes o gustos o tendencias un poco diferentes de la ortodoxia declarada doctrina sagrada y moral. Eso describe Martínez Heredia en un libro de ensayo de corte histórico social; en otro de narrativa que también estoy leyendo gracias al préstamo de un amigo, la novela de Leonardo Padura El hombre que amaba los perros, también hay un personaje que vive la segunda etapa y recibe su mala dosis de ostracismo. En todo caso se percibe que la doctrina en sí no era nada profunda y se podía sintetizar bastante bien con un mandamiento harás sin chistar todo lo que, y nada más que lo que, ordenen desde arriba, que por cierto es perfecto.

Entonces, en tiempos en que casi no habíamos salido de la guerra civil, parece que había más espacio para el debate y la crítica que cuando tuvimos la paz consolidada. Como dijimos, se cerró este espacio en nombre de la unidad ante el peligro de agresión. El daño al país fue irreparable, porque la visión económica y social unilateral impuesta a la cañona profundizó varios males típicos de nuestra economía, como la monoproducción y el descuido ambiental; nos incrustó otros característicos de las economías planificadas centralizadamente como la baja productividad, las plantillas infladas, el burocratismo y el desestímulo al trabajador. Pero sobre todo, asestó tremendísimo golpe a la formación espiritual de las personas que debían construir, junto con las condiciones materiales de su futuro, una conciencia imbuida de la liberación, responsabilidad y la plenitud que se supone que se aspira a través de una revolución socialista. La persona que se creó no podía estar más lejos del hombre nuevo; acomodándose (si de arriba) al uso del poder para fines personales o (si de abajo) a un sistema de distribución que, como quiera que se anunciara, terminaba funcionando de cada cual según su inocencia, a cada cual según su obediencia.

Y, al menos, ¿sirvió este empeño para favorecer la unidad ante el peligro de agresión? Muchas personas no lo vemos así. El carácter estalinista, lejos de fortalecer la verdadera unidad, le abrió las puertas a la enajenación, al enraizamiento de la doble moral y el oportunismo, como ya había sucedido en la URSS y era previsible que sucediera acá.

Treinta, cuarenta años después de aquella ofensiva en nombre de la unidad ante el peligro de agresión, parecen haberse convertido en leyendas mitológicas de los abuelitos, inalcanzables e irrepetibles, los electrizantes empeños de la nación que se unió para erradicar el analfabetismo del país, que acudió masivamente a conformar batallones de milicianos, que acudía a los mismos trabajos voluntarios a los que asistían los ministros del gobierno Hoy ya no se reconocen el trabajador que pide botella (solidaridad para transportarse) y el funcionario que va dentro del vehículo que no lo recoge. Hoy se dividen mikis y repas también por el hecho de que generalmente los primeros tienen más capacidad adquisitiva para pavonearse con las mejores prendas, en los establecimientos turísticos y recreativos más caros y con los últimos artilugios de la tecnología. Hoy la mayoría del estudiantado no se identifica con las consignas vociferadas por la dirección de la Federación Estudiantil Universitaria, según reconoce la más reciente ex-presidenta de la FEU en entrevista publicada en Alma Mater. Hoy un buen sector de la población no tiene otro sueño que el de dejar atrás el país de la unidad, y desde los sucesos del Mariel aprovechan cualquier oportunidad para ello, desde deportistas, trabajadores manuales, intelectuales (el Ministro de Educación Superior reconoce que en las universidades solo quedan los profesores más viejos y los recién graduados, en entrevista publicada en el Granma y Juventud Rebelde), hasta vagos habituales, que el éxodo de todos ellos compone el segundo factor en importancia en el decrecimiento de la población cubana, después de la baja natalidad (dice la Oficina Nacional de Estadísticas en sus Anuarios). Hoy un buen sector de burócratas vive de parasitar a Liborio aprovechando su autoridad desde todos los sectores que se han puesto bajo su control (dijo Marino Murillo, por lo menos de los sectores de Vivienda y de Acopio, en la sesión de la Asamblea Nacional del Poder Popular el pasado verano). Y con sus malhabidos ingresos alimentan en sus hijos las mezquindades de los nuevos ricos. Aunque estos no hacen sino imitar ejemplos de más arriba, dígase de los recientemente purgados Ministerio de la Industria Básica, presidencia del Instituto de Aeronáutica Civil de Cuba, o las cabezas de los desaparecidos organismos de la llamada Batalla de Ideas, y otros donde también brillaban por su ausencia un verdadero sentimiento de unidad con el pueblo que hubiera consistido en servirlo con honradez y probidad.

Ahora no se sabe si estos daños son irreparables, o cuándo y cómo va la historia a asentar responsabilidades, pero lo que sí me gustaría es que todos los que se siguen desgañitando, reclamando obediencia incondicional en nombre de la unidad y el peligro de agresión, estuvieran conscientes del daño que causa seguir este camino facilista, así como los que los obedecen y creen que de verdad hacen bien. Recuerden que en los ´60, la contrarrevolución tiraba bombas cada semana, el peligro de agresión de los yanquis también estaba ahí, y demostramos que todo eso se podía vencer sin dejar de discutir y construir una sociedad mejor.