Por Yenisel Rodríguez Pérez
La desestimación del trabajo manual en los diseños productivos que se implementaron en el país a partir del Primer Congreso del PCC no puede ser explicada desde una supuesta inserción de nuestra sociedad en el proceso de globalización tecnológica. Hasta el día de hoy la transferencia tecnológica no ha implicado una influencia significativa para nuestra sociedad. La quimera tecnocentristas de las autoridades cubanas ha atestado el país de cementerios de máquinas supermodernas.
La cultura tecnológica, que es en definitiva lo que se puede transferir de una sociedad a otra, no ha logrado acoplar ni con la idiosincrasia artesanal de nuestra cultura, ni con las políticas eurocentristas estatales. El giro más reciente que han dado estas políticas de desarrollo hacia una intención de rescate del trabajo manual, valida el fracaso de las aspiraciones primer mundistas.
En nuestro país el trabajo manual nunca ha perdido importancia como forma de trabajo socialmente útil. Es en el plano ideológico donde esta cultura comenzó a verse amenazada como esfera de producción de valores. La propaganda intelectualista y universitarista desmovilizó la vocación por el trabajo manual que históricamente formó parte de los proyectos de vida de diversos grupos sociales cubanos. La cultura del trabajo manual comenzó perdiendo la batalla ideológica, para luego presenciar cómo se esfumaba su centralidad productiva en la estructura socioeconómica.
Se desmovilizó la vocación por el trabajo manual generándose la ilusión de una supuesta falta de pertenencia social. Desde el plano de las ideas se trastocó una estructura laboral centenaria y autogestiva sustentadas en asociaciones nucleares y sectoriales veteranas, para luego llenar ese espacio vacío con presuntuosas ilusiones tecnocentristas.
En el mundo desarrollado la máquina altamente sofisticada ha venido a sustituir al cuerpo humano en un número cada vez mayor de tareas. En consecuencia, se han arrinconado en compartimentos estancos aquellos trabajos donde la participación del cuerpo es protagonista. En momentos de intercrisis estos trabajos pueden llegar a ser valorados como labores denigrantes, delegándose al anonimato social. Un costo que solo los inmigrantes pueden asumir con cierta disposición.
Para el mundo de vida latinoamericano la última revolución tecnológica del mundo desarrollado no pasa de ser un acontecimiento que define, por contraste, su identidad artesano-corporal. El autoreconocimiento frente al ideal modernizador del primer mundo se viene practicando en Latinoamérica desde la época colonial. En determinadas circunstancias ha llegado a adquirir matices sociopolíticos definidos. Un ejemplo fue la década de los ochenta del pasado siglo con la subversión espontánea que afrontaron las políticas desarrollistas de la CEPAL en el mundo de vida popular. Tras la renovada exigencia de los gobiernos latinoamericanos de turno de afianzar un nacionalismo tecnologizado, vemos como nuevamente eclosiona el reciclaje artesanal de los protocolos tecnológicos importados del primer mundo.
En nuestro país podemos descubrir con facilidad la ausencia de una idiosincrasia tecnocentrista. Nunca hemos sido estrictamente modernos. Nuestra idiosincrasia es básicamente la hegemonía del aquí-ahora, de la practicidad, el inmediatismo, el cara a cara; donde la relación a preponderado frente al abstraccionismo vivencial que implica el culto al maquinismo y el afán de dominio material sobre el mismo.
En la cultura popular cubana no anida un auténtico sentimiento de angustia por haberse frustrado el proyecto tecnocentrista implementado por el gobierno durante más de 50 años. El logos tecnológico se sufre en los barrios desde las ansias consumistas, no desde el incompletamiento práctico de una reflexión que aspira a la sustitución maquinista de las acciones protagonistas del cuerpo.
Lo que se ha hecho y se continúa haciendo en el mundo de vida popular es un reciclaje cultural del protocolo tecnológico importado del mundo desarrollado. Se reconduce el brío utilitario de la máquina hacia las creaciones artesanales en las fábricas y en el barrio.
El giro tecnocentrista no es una aspiración auténticamente popular. La obsesión con esta forma que ha tomado la cultura europea desde inicios de la revolución industrial, ha sido históricamente un asunto de las élites y los gobiernos latinoamericanos. Performance de un sector social que aunque nunca se ha distanciado profundamente del imaginario popular, soporta esa dependencia adictiva para con los planes de desarrollo europeos. Esta dolencia de Estado ha trastocado el éxito de diversas culturas del trabajo auténticamente latinoamericanas, sobre todo de aquellas donde el cuerpo participativo es la clave de la eficiencia y la eficacia económica y social.
¿Cuántos experimentos de superposición cultural ha impuesto durante el último medio siglo el Estado cubano a las clases trabajadoras? Son estos forces de imaginarios los que generan angustia popular en cuanto a las expectativas laborales
La cultura del trabajo manual trastoca en innovaciones artesanales aquellas utopías tecnocentristas irrealizables, logrando que éstas sean funcionales a las necesidades cotidianas del pueblo. Esta ha sido la contribución fundamental del trabajo manual a la sociedad cubana durante el actual periodo de autoritarismo burocrático.
Si en un acto de resucitación el desaparecido poeta peruano César Vallejo se preguntara la razón de ese empuje del artesano en el taller, como hiciera en vida en aquel poema titulado Oscura1, le responderíamos que ese empuje expresa el sentido y la trascendencia que le asigna al trabajador manual lograr participar significativamente en lo que produce. Vivenciar corporalmente la utilidad de su contribución social. Utilidad que en nuestro país ha consistido en hacer eficaz la errada política tecnocentrista.
El mundo de vida de la sociedad cubana no ha extraviado su vocación artesanal como consecuencia de que ésta haya desembocado en el tedio vivencial o porque se descubriera en la cultura maquinaria y tecnológica un universo enigmático y tentador. La vocación artesanal y corporal del cubano ha sido ahogada bajo el grito autoritario de una burocracia enajenada en su desmedida concentración de poder, como por ese desprecio que derrama sobre la vocación libertaria que un día la llevó al poder.